sábado, 11 de noviembre de 2006

Mensaje en la botella

Hoy andaba por las pistas del aeropuerto. Como siempre en el poco tiempo libre miro los aviones. Las ruedas, los mecanismos. Vaya cosas que ha hecho el hombre con tal de ir lejos. Viejas maquinas cansadas de cruzar el océano una y otra vez. Pájaros de aluminio, me encantan. Se que algún día volaré en uno llevado por mi mismo. El atardecer en las pistas es hermoso, se ven los cuerpos de las inmensas maquinarias a contraluz, moviéndose lentamente como si les costara.

De pronto miro al piso y hay una pequeña mancha de petróleo. Me da el olor. El poco sol que queda lo va vaporizando. Se ve como una distorsión en la atmósfera de los vapores de turbinas y reactores. El silbido es terrible, mas yo no lo oigo. Tengo el MP3 puesto a casi todo volumen con la versión en piano de cenizas del paraíso. Intentaré ponerlo en este articulo. Ya veré como me arreglo.

El olor a petróleo aunque pueda ser asqueroso, y lo es, me lleva lejos. Muy lejos en esas puertas que se abren cuando uno tiene esa caja de Pandora abierta que son los recuerdos y las nostalgias. Es enfermizo. Estaré enfermo. Me lleva al mar. Al barco de mi padre, a los pescadores, al río almendares, a mis carros viejos de mi alma, a mis manos negras de ex mecánico. A lo lejos las montañas imitan para mi placer un leve color azul ¿o serán vastas y tontas ideas mías? Si detrás estuviera el mar.

Mas tarde ya voy a casa. Un buen compañero me lleva e insiste en dejarme casi en la puerta. No dejo de alegrarme cada día de los compañeros que tengo. Como me hacen reír. Cada uno tan especial, tan humano. Camino lo poco que me queda cabizbajo miro un pie y otro. Aunque es viernes mi barrio está silencioso a las doce de la noche que llego a casa. Subo. Como. Leo el correo con el plato al lado de la computadora. La gente ha leído y me agrada. Por suerte no hay nadie en casa y pongo la misma música que he estado oyendo todo el día.

No se para que pongo estas cosas tan comunes y diarias. Debe ser por el olor a petróleo. Pongo el sonido del mar. Me recuesto, no duermo. Me voy por ahí, dentro de mi, muy lejos. Nunca supe en Cuba que uno podría navegar tan lejos dentro de uno mismo. Claro. Aquí no pasa nada. Todo bien, pero falta algo y me hago esa gran pregunta. ¿Qué me falta?¿que falta? A las tres de la mañana me preparo un trago bien cargado de Havana club y coca cola. Pasa por la garganta y acto seguido miro la transparencia del vaso, si es que la hay. A contraluz las cosas son mas hermosas, quizás es porque no se ven de frente sino solo las siluetas. A contraluz están mis pensamientos y por eso no llego a conclusiones con ellos. Menos el reloj, todo funciona mal. Cada cuerda del piano me hunde más en las ideas que una tras otra se van con la misma rapidez que llegan ¿Quién me entiende? Yo no me entiendo. Me prohibiré pensar un rato. Estaré tranquilo un rato. Aquí estaré. Le diré a los dedos que no toquen mas teclas con letras. Haré silencio de recuerdos. Un silencio.

miércoles, 1 de noviembre de 2006

El dia que me morí (Primera parte)


En los años 80 tuve la genial idea de no estudiar más. Me parecía tonto, con tanto mar en mis manos y tantas energías. Ya he contado antes como me fueron las cosas con mis padres y que me tuve que marchar de casa. A duras penas terminé el 9º grado al pasarlo por tercera vez en una escuela taller que se hacía solo el semestre perdido con el incentivo que si salías bien después estabas 6 meses de vacaciones y así fue. En enero terminé la dichosa escuela con buenas notas, solo que quien salía de una escuela taller no tenía ni siquiera derecho a un técnico medio. Obrero calificado y va que jode para mi. Matriculé, pero iba una vez por semana y le llevaba pescado al profesor para que no me jodiera, eso si, en las pruebas me leía un poco el libro antes y las sacaba bien. Que bruto que era. Yo pensaba que era un héroe por no ir a la escuela. Huckleberry finn había calado muy hondo en mi y no me hubiera importado vivir en un barril y fumar pipa. La libertad por aquel entonces era toda mi riqueza. Porque un hombre es rico cuando tiene todo lo que quiere y sueña.

Pero había que buscarse la vida si se quería ser libre. Como pescador estaba bien, se ganaba buen dinero, pero en invierno con los nortes no se pescaba nada. Fuimos emigrando la zona de trabajo. El malecón y Miramar se ponían muy malos con los nortes. Unas rompientes imposibles, corrientes raras y aguas muy turbias por las revolturas. La cosa estaba mala y no queríamos dejar de hacer nuestras cosas. Bucear o montar vela era vital. Sin eso la vida no era nada.

Hay muchas cosas que no se pueden contar de cómo nos buscábamos la vida en Cuba mi gente y yo. Básicamente éramos una pandilla el negrón jiscler, Igor el bujío y yo. Con nuestros equipos remendados pescábamos el diario y a la tarde montábamos vela juntos. Cuando sobraba el dinero algún que otro buceo turístico, un lujo incomparable para el nivel de vida de esa época. 

Aquí estamos tres el negrón Jiscler, Igor y yo.

Después empezamos a incursionar en Santa Fé, Playa Del Chivo, Santa Cruz, Canasí, Bacunayagua, Mariel. Llegó un momento en que casi lo que ganábamos nos lo gastábamos en el viaje. Fue un invierno raro. Un norte detrás del otro. Decididamente, no se podía pescar.
Generalmente nos reuníamos casi todos los días en la playa de doce en Miramar. Todos con los equipos en las manos pero nadie se tiraba. Solo unos locos (yo también a veces) nos metíamos en el mar con unos pedazos de madera a coger olas. Salíamos con bastantes heridas en las rodillas que ya ni sentíamos. Pero nada importaba en esa época. Lo mas gracioso es que se reunían todo tipo de pescadores y cada uno se puso a contar como se ganaba la vida en el mal tiempo. (A) por ejemplo:se ganaba la vida porque una vez al mes, se metía de madrugada en el acuarium y se llevaban un carey de la pecera, finalmente ya lo estaba haciendo de acuerdo con el custodio y compartían ganancia. Estaban valorando la posibilidad de también extender operaciones por el zoológico. (B) Iba hasta las inmediaciones del Mariel y ahí atacaba de madrugada las redes de los barcos pesqueros de quelonios (tortugas, careyes, caguamas) y sacaba mucha carne, al final decía con orgullo –si esa carne no la va a ver nadie en cuba, antes que se la coma un turista, me la como yo- Le aplaudíamos eufóricamente. (C) ya era mucho mas sofisticado –yo pesco con la segueta- esgrimía al aire un marco de segueta que no le cabía una partícula de oxido más, este cogía corales, coral negro. Valiosísimo en los sectores de la joyería. También aplaudido por la peña por el inmenso riesgo de trabajar a mas de 50 metros de profundidad, con los consabidos cálculos de descompresión y los accidentes ocurridos en más de uno. Nos tocó el turno a nosotros. Nos miraron y hubo un silencio muy largo. ¿y nosotros que hacíamos? Nos miramos los tres. Si no había pesca, no se pescaba. Se montaba tabla que en los nortes era divertidísimo y alguna que otra cosilla, a veces yo arreglaba algún barco de fiberglass, me había hecho experto en esto. Jiscler tocaba tambores en un grupito de mala muerte y el bujío vendía gasolina. Nada honorable como las historias anteriores. Vaya pena. Éramos unos don nadie en el mundo de los piratas modernos de La Habana, y si que eran piratas, todos gozaban de heridas, de mordidas de peces, de argollas, anillos y cadenas y yo la única marca que tenia era unos puntos en la barbilla que me hice tratando de imitar a uno del circo ruso que pasaban por la televisión los domingos, pero eso, por supuesto que no lo iba a contar.
Uno de ellos, nombrado “el papa” un gordo de unos 40 años, quemado por el sol y con unos harapos por ropa a pesar de tener varias cadenas de oro en el cuello, sonrió un poco en el silencio. Me puso la mano en el hombro y dijo como para que se oyera. No nos hagas caso, si tuviéramos tu edad, haríamos lo mismo que tu o peor, estaríamos en casa perdiendo el tiempo o viviendo de nuestros padres. La conversación siguió por otros rumbos. Yo me sentí aliviado al igual que mis otros dos mosqueteros. La sentencia del papa no fue discutida. Se pasó a otro tema y se olvidaron las proezas por ese día. Éramos acogidos como los hijos que deben aprender de sus padres. Nuestros padres en ese momento eran. Los piratas de la Habana.
Mas tarde, cuando ya el sol siseaba con el agua y se sentía un frío inusual que venia justo del norte, uno a uno se iban retirando cabizbajos por el día perdido. Algunos de estos pescadores tenían familias que mantener, hijos y habían escogido esta difícil vida antes que (según ellos) hacer como que trabajan para un estado que hace como que te paga. El Papa se quedó de último. Miraba al medio del mar como si hubiese perdido algo, afinaba la vista y se ponía la mano en la frente a modo de visera.
- ¿buscas algo papa?
- dicen que vienen lanchas de los estados unidos y se llevan a la gente, ya es hora de irse, si veo una, me piro.
- ¿que tu vas a hacer en el yuma papa? Ahí hay que trabajar.
- que mas quisiera yo, que poder vivir de mi trabajo.
Esas palabras se me quedaron grabadas. La frase vivir de mi trabajo fueron muchos años mas tarde detonante para que esté donde estoy. Pero esta historia no viene por aquí, viene por lo que pasó a continuación.
Cuando ya las sombras habían desaparecido y quedaban esas ultimas luces de la tarde, homogéneas, tenues y frías que inundan todo como si tuvieran la extraña capacidad de doblar en las esquinas de las cosas, aún estábamos sentados en el muro. El viento amainaba y solo se oía el ruido de las olas que estas, a pesar del mal tiempo también iban bajando como cansadas de estar todo el día royendo las piedras. La gente iba dejando la playa sola, entonces dejaba de ser lo que era para convertirse en costa. En la mas infinita y hermosa costa de la rivera de la Habana que algunos días se divisaba hasta la fábrica de cemento del Mariel a 21 millas mas o menos al oeste y al este el malecón que amurallaba cualquier tipo de visibilidad mas allá de sus muros que contenían a la ciudad cansada. El papa seguía ahí, mirando al mar, sin pestañear casi. Nos acercamos sigilosamente para no molestarlo pero sin dejar de preguntarle como cada día a la despedida.
- ¿Donde crees que sea bueno pa pescar mañana papa? Con el tiempo como está.
El papa no dejó de mirar el horizonte, solo dijo una oración.
- El que quiera pescar….mañana a las cuatro y media de la mañana en la Terminal de guaguas del lido. Le garantizo mínimo 300 pesos.
Nos fuimos en silencio. Ya los mosquitos empezaban con sus ataques y además había que acostarse temprano si se quería ir a pescar mañana en la madrugada. Al poco rato de alejarnos de la costa Jiscler dejó bien claro que mataría con sus propias manos a quien osase despertarlo tan temprano. El Bujío también se quitó con no recuerdo que excusa, algo de vender gasolina. Yo dije que yo si iba, no asistía a la escuela y además para estar metido en algún lugar aburrido, mejor iba a ver la forma de pescar del papa y así después la copiábamos nosotros. Quedó claro que era el más mercenario de los tres. Pero no importaba, donde hay amistad, todo se ve bien.
Esa noche no dormí nada bien, entre sobresaltos y preguntas. Había aceptado ir a pescar con uno de los más piratas de los pescadores de la habana, sin preguntarle que tipo de pesca hacía. A veces eso me caía mal de mi mismo, era un poco tímido y por no hacer preguntas en más de una ocasión me metí en un lío gordo. Pero lo hecho, hecho estaba, así que me intenté relajar pensando que mañana ganaría un poco de dinero y quizás podría invitar al cine a un amor que me estaba rondando la cabeza. Me tranquilicé y poco después perdí el contacto con la tierra. Me despertó el pitido intermitente de mi reloj pulsera, un digital del mas barato sellado con resinas epoxicas para poder bucear con el. El silencio era denso como la bruma que hacía a esa hora. Levantarse con frío es algo terrible. El frío húmedo de la orilla de un río se mete por todos los resquicios del cuerpo y el alma. No tenía abrigo, pues cuando me fui de mi casa no hacia frío, pero imaginé que en cuanto caminara un poco se me quitaría. Por increíble que parezca a esa hora habían guaguas, una a cada hora. No me acuerdo el número exactamente pero si había una que desde la calle línea te dejaba por la liga contra la ceguera o el lido. Cogí la primera que vino y en poco más de veinte minutos ya estaba desembarcando en el lido. Busqué al papa y le vi durmiendo plácidamente en un banco en el que había mas personas diseminadas en un orden caótico. Gente de campo y gente de mar, gente con sombreros, gente vestida de marineros, todos en la más profunda de las ensoñaciones. En el piso dormían perros, gallinas amarradas, algún que otro cerdo e incluso jaulas de conejos, aquel recinto olía a zoológico y hacía un calor denso comparado con la frescura de la madrugada de la calle 41 a esa hora.
Estuve tentado de despertarle y preguntarle de que se trataba hoy “la pesca” me había traído mi escopeta de ligas, la menos preciada por si me la quitaba la policía (me había pasado muchas veces) y mis equipos de siempre, las aletas power plana de la Mares y mi careta superocchio que era la única que servía a mi desmesurada nariz. Me senté en una esquina pero alerta de no quedarme dormido no fuera a ser que se fueran y me dejaran, o me lo llevaran todo. Con los nervios como los tenía iba a ser fácil no dormirme, así que me puse a hacer lo que mejor sabía hacer en esos tiempos… a esperar. Como a las 5 menos 10 llegó una guagua de las americanas, viejas, redondas con algunas ventanillas redondas y pintas de submarino. Se levantó toda la gente como si de una alarma hubiera salido la palabra ¡Guanajay! Que todos estaban esperando. A duras penas logré introducirme en el ómnibus y la guagua arrancó dejando un montón de gente abajo y llevándose otra cantidad de gente colgada en la puerta. Recuerdo un marino de las FAR colgado literalmente de una ventanilla a lo Indiana Jones. El papa me vio y me saludó con alegría. Me presentó como a tres más que estaban reclutados por ese día, también me hizo cargo de unas maletas de madera gris que parecían de escuela al campo. Pesaban un montón y por fuera tenían letras rusas – a saber que coño es esto- me pregunté no sin antes ponerme un poco nervioso.
Contar el viaje aunque interesante sería extenso y se saldría del espacio de esta historia. Como dice mi frase favorita. Eso es parte de otro cuento. Así que grosso modo llegamos a Guanajay, ahí otra matazón para la guagua del Mariel y ya amaneciendo en al Mariel, la guagua de Cabañas. Llegar a Cabañas es lindisimo. Es una bahía limpia ocupada por pocos pescadores y bases militares con submarinos y todo. Tenía lindas playas pero acercarse ahí era peligroso. No obstante, antes había estado en un par de campismos que estaban en sendos cayos en el medio de la bahía con piscina incluso algunos. Nos bajamos en el pueblo y ahí caminamos bastante con la pesada carga hasta un muelle que se llamaba el CABAMAR o CALAMAR no recuerdo bien. Ya amanecido empecé a mirar caras de la pandilla que íbamos y a reconocer algunos de ellos. Éramos unos siete mas o menos sin contar el papa, el era el coordinador de esta pesca así que era muy probable que el papa ni tocara el agua ese día. Hicimos un circulo alrededor del papa que vestía una camisa de las que se llamaban bacteria, no se porque, con las cadenas y los anillos reluciendo en tamaña cascada de coloridos que formaban los dibujos de la brillante tela. Nos sentamos encima de las cajas a esperar algo. Algo que no llegaba y que el papa impaciente apuraba o trataba de apurarlo con solo mirar el reloj rolex chino que ostentaba en su muñeca acompañado de manillas y pulsos.
- ¿quien viene por primera vez?
- Yo.
Dije sin esperar respuesta de los demás, quizás se me notó algo la ansiedad por saber de que se trataba. Entre las caras conocidas estaba el cromagñon. Le decían así porque siempre buceaba con una llave ajustable grande, llena de oxido en la desvencijada trusa que usaba. Era para “ajustar” entiéndase darle unos golpes a su regulador japonés aquamaster bitraquea de la segunda guerra mundial y que solía dejarlo sin aire en los momentos mas emocionantes de la pesca o mas peligrosos de un buceo sea cual fuere, era de risa verle dándole martillazos en medio de la profundidad y haciendo una escándalo tal que todos los peces se iban en estampida, después, abajo del agua misma se lo volvía a poner y todo como si no hubiera pasado nada. Lo conocí cuando hacía competencias de apnea en el Cristino, yo siempre me llevaba el premio al estar 3 minutos y 45 segundos sin respirar, llego el un día con sus cuatro diez y se me acabo la fiesta, nunca mas competí en apnea cada vez que le veía, pero con semejante entrenamiento claro que tenía que aguantar eso. Era un desparpajo de semi pez, semi hombre que siempre estaba regalando sonrisas y buena amistad. El cromagñon se merece una historia para el solo. También estaban el tubero, botellita, mataviejas, el cilindro y Alex culoroto. Al final si les interesase explicaré porque cada uno de estos nombres.
El cilindro también dijo que era su primera vez, los otros ya habían venido mas veces así me tranquilicé porque se que el cromagñon era buen buzo y me daba confianza saber que tenia un conocido en esta nueva e improvisada pandilla. El papa encendió un cigarro y se dispuso a explicarnos, deje de observar como amanecía en la hermosa bahía y de oír a los gallos del campo para prestar atención esta información era crucial para salir bien ese día, así que me volví solo oídos y se hizo silencio.
- A ver, pa los que no han venido…aquí venimos a pescar madera. Se trata de en el tiempo de aire que tenemos sacar la mayor cantidad de planchas de plywood marino que hay en los barcos hundidos de esta bahía. Nos llevan y nos traen, ustedes solo tienen que desatornillarlas, otros las sacaran del barco y otros las subirán al bote que nos lleva, mientras mas saquen mas dinero hay eso si, no se pueden romper, ni palancazos ni nada de eso, solo destornillar. Arriba repártanse el trabajo.
No puedo negar que me quedé un poco aturdido, miré a la gente uno dijo ¡yo saco! Otro ¡yo subo! El cromagñon dijo yo desatornillo y yo me quede sin palabras con mi escopeta en las manos y sin decir nada. Debo haber puesto una cara rara porque el papa me miro con preocupación.
- Si no quieres ir, no te preocupes, se que es un trabajo duro.
- Si, si quiero. ¿Solo que donde dejo la escopeta?
El papa miró la escopeta detenidamente, la tomó y la examinó por todos lados.
-¿Cuanto vale esta escopeta?
- No se…..cincuenta pesos.
- Coge estos cien – me metió cien pesos en el bolsillo de mi camisa azul de becado que llevaba, metió la escopeta detrás de unos arbustos en la costa.
- Si cuando salgamos no está ahí, quédate con los cien pesos y dala por vendida. Coge tu herramienta.
Me extendió varios destornilladores, cada cual mas oxidado, escogí el que mas fuerte se veía el cabo y mas cuidada la parte plana
-Recuerda.. nada de palancazos, la plancha tiene que estar buena si está astillada no nos la pagan.

En eso se sintió el ruido de un barco. Un barco gris de cemento, pintado con pintura descascarada que se caía a pedazos. Nos montamos todos en el, la cubierta estaba fría y salada. Con estos cristales que forma la sal al secarse y que siempre resbalan como diminutas bolas transparentes. El barco tomó rumbo a lo profundo de la bahía. Como un juego iba bordeando cayos pequeños y se veían algunos barcos de guerra semihundidos. Yo pensaba que eran esos barcos, barcos medianos, pero seguíamos de largo en lo que el sol empezaba a calentar nuestros cuerpos. Llegó un momento en que el pesado barco de cemento empezó a hacer olas y a dar pequeños saltos, me alegré un poco porque recordé cuando salía pescar con mi papa en su barco, El Paraíso. Perdí la cuenta de que rumbo llevábamos o cuantos cayos habíamos pasado. A lo lejos en el horizonte se veían marañas de mangles inexpugnables. Nadie hablaba entre si, yo estaba nervioso y asustado, no sabia que me esperaba aunque ya tenia una mínima idea. Pero bueno, había hecho cosas peores y esto no era nada del otro mundo, el papa se veía tan tranquilo que daba esa sensación, el cromagñon en mas de una oportunidad me dijo, vas a ver que divertido y eso me hacia volver el alma al cuerpo aunque no mucho porque al cromagñon también le parecía divertido que a cuarenta metros el regulador le fallara y le comenzara a funcionas después e ochenta martillazos y cuando ya estaba a punto de ahogarse.

Bordeábamos una costa llena de pájaros marinos cuando se apareció una especie de tubo o columna con varios cables, muy oxidado todo en el medio de la bahía. Apagaron el motor del barco y tanto silencio a esa hora me rompió algo en los oídos. Se sentía como una presión que casi hubiera preferido que dejaran el motor en marcha. Poco a poco fue aliviado por el ruido del agua de sentina y el burbujeo de los escaramujos del casco de este viejo barco. La gente empezó a abrir las cajas de madera y vi en su interior unas botellas de buceo “bitanques rusos” de catorce litros con su correspondiente regulador ABM-1 usados por el ejercito, copiados del primer regulador inventado por el dúo Costeau- Emile Cagnan. Eché una ojeada al agua y se veía todo transparente y limpio pero verde como el agua de las bahías. Me engancharon sin preguntar un par de botellas de estas y ayudé a los otros ponérselas también. Las manos me temblaban un poco y me hubiera gustado ir al baño, pero ahí no había. Todos se tiraron al agua al unísono, el estruendo fue uniforme como una gran explosión que hizo eco en el impecable silencio d esa mañana pinareña. Ya me iba a lanzar cuando el papa puso en mi mano una linterna grande como de doce o diez pilas que me puso más nervioso aun. La agarré con seguridad e intentando ser profesional me largué al agua como pude para no quedarme atrás. Ya casi estaban listos y tenían todo puesto, yo ni siquiera había lavado mi mascara. En unos segundos me la puse y metí la cara en el agua a ver que se veía. De pronto, el corazón me dejó de latir. A unos veinte metros mas o menos de profundidad se veía………..¡UN CEMENTERIO DE BARCOS MERCANTES! La vista era indescriptiblemente impresionante, tuve que esperar un rato a que el corazón volviera a su lugar. De esto no puedo dar mas detalles. La palabra no alcanza para describir lo que sentía. Hay que estar ahí para saber como yo con 18 años me las arreglé para que no me diera un infarto. Eran fantasmas de hierro, llenos d peces, algunas barracudas amenazantes. Figuras abstractas del capricho de la naturaleza. Una gran instalación artística promovida por las corrientes y la vida que había en ese lugar. Era….casi lloro dentro de la mascara. El cromagñon se quitó el regulador por un momento y me tocó por la nuca, saqué la cabeza del agua. Supongo que tendría los ojos fuera de las orbitas porque al verme echó una risotada que sacudió todo el espacio silencioso.
-Voy a entrar primero, tu vez como yo lo hago y entonces metes mano.
- Okay – dije sin preguntar más.

Le saqué el agua a las mangueras del regulador y comencé junto a los otros el descenso. A medida que me acercaba, el murmullo de las burbujas y la vista entre penumbra y amanecer más las raras figuras mal vestidas que me acompañaban, me acercaban más al sueño de visitar otro planeta. En este justo momento me sentía aterrizando en la nave de alíen y no cabía en mi de emoción y alegría mezclado con miedo, nervios y de todo. Casi me olvido de la linterna que se me cayó un par de veces, pero logre cogerla antes de que se alejara de mi mano lo suficiente como para perderla del todo. El cromangñon iba delante y me hacía señas de que lo siguiera. Me paré en la superficie de uno de los barcos a mirar en derredor. Era mi sueño sin avisarme, uno de los mejores buceos de mi vida. Imágenes que se quedaron grabadas en mí para siempre. El cromangñon se quitó las aletas para no remover el sedimento y yo hacía exactamente lo mismo que el. Entramos caminando a un barco de los más grandes, bajando por puertas y escaleras como si estuviéramos en la ingravidez. Ya el se conocía al dedillo todo el camino, de hecho, se veía que ya habían removidos bastantes planchas de la preciada madera. Hasta que llegamos a una gran sala que podía ser de mando porque se notaba en la penumbra controles, radios, teléfonos y cosas así. Entonces empezamos a desatornillar planchas. Los tornillos salían fácilmente, estábamos a unos veinte metros más o menos. Cada chapa de madera que sacábamos era llevada a al exterior por otro de los buzos que a su vez era entregada a uno que subía y bajaba constantemente. Esta era la peor parte, la de subir y bajar constantemente, las planchas casi no flotaban porque estaban saturadas de agua al parecer por la presión.


No se cuanto tiempo transcurrió de sacar chapas de estas, debo haber zafado mas de 50 cuando se me empezó a acabar el aire. Miré el manómetro del cromangñon y también ya casi estaba en cero. Así que ya había que irse. Todos ya habían subido solo quedábamos nosotros dos. Le pedí al cromangñon que se fuera alante que yo iría después por la idea de ver un poquito el barco por dentro y el me hizo caso. A mi me quedaban unas diez atmósferas por haber hecho el trabajo mas suave y que menos energía requería. Cuando el cromangñon se fue, me puse a recorrerme el barco por los pasillos. La poca luz que entraba por las ventanas era como una decoración tétrica, morbosa. Los pasillos aun conservaban huellas de que ahí había vivido gente. Entré a varios camarotes uno por uno donde se veían camas y muebles, seguí por los pasillos hasta que llegué a lo que pudiera ser la parte central de las bodegas de carga y bajé. Iba pasando de un piso a otro mirando los niveles como si me hubiera suicidado lanzándome al patio central de un edificio lentamente. Entré en un recinto que parecía la sala de maquinas con enormes motores dormidos llenos de peces. Encendí la linterna. Las luces que iban quedando ya iban siendo las menos a pesar de que eran mas de las nueve de la mañana. Me llamó la atención un corredor en específico, al final había un cuadro en la pared, entré sin pensarlo y llegué como una meta hasta el cuadro. El agua estaba tibia y cómoda y no provocaba perdidas de temperatura ninguna a pesar de tener yo puesta poca ropa. Limpié el cuadro con el dorso de la mano y vi una foto de alguien. Estuve un buen rato preguntándome quien seria ese alguien y haciéndome conjeturas.

De pronto me llevé un susto porque empecé a sentir unos golpes tremendos en el casco del barco. Eran acompasados y supuse que era que me estaban llamando. Miré el manómetro y me quedaban solo unas cuatro atmósferas. Había hecho una tontería imperdonable, me quedaba lo justo para salir, pero no se salía por arriba, había que salir por una escotilla lateral por donde mismo había entrado. Así que volví sobre mis pasos pero ya parado en medio del gigantesco espacio central no recordaba por cual piso era. Cuando comencé a bajar había pisos por encima de mi, no se cuantos y por debajo, todo era igual, lleno de algas y corales. Subí lentamente como intentando ver alguna huella de mí paso o del paso de los demás, pero el extremado cuidado de no levantar sedimento había hecho que no tocásemos al menos lo menos posible para no enturbiar el agua. El corazón me dio un brinco acompañado del pensamiento – la hemos cagado- intenté estar tranquilo. Pero ya tenía el tiempo contado y nunca fui bueno para competiciones. Empecé a aletear mas rápido y ya se iba levantando de tras mío una capa de sedimento, lo que me prohibía volver atrás una vez mas. Me imaginé en uno de los pisos que una raya era el rastro del arrastre de una de las planchas y por ahí mismo entré, pero nada me parecía conocido y a la vez todo igual. No me quise dar la noticia de que estaba jodidamente perdido en una mole de hierro de miles de toneladas. Seguí pensando que mi suerte natural me haría encontrar la salida en el último momento. Poco después ya iba a la máxima velocidad que permitían mis piernas, doblaba como un hábil pez por pasillos y recovecos buscando un poco de luz pero esta se iba desapareciendo, lo que me daba la impresión de que me estaba metiendo en lugares mas sellados aun. Daba vueltas sobre mi eje al mismo tiempo que me desplazaba para inspeccionar el techo también por si había alguna grieta. Llegué a un recinto de unos tres pisos de altura que estaba lleno de cadenas. Una montaña inmensa de cadenas – me caguen diez ¡esta es la proa!- esas son las cadenas del ancla. Ya el corazón me funcionaba como un motor diesel. Intenté coger un hierro del piso para golpear y que al menos así supieran donde estaba. Todo estaba soldado. Apague la linterna un momento.
La vista se me fue adaptando a los fantasmas. Cientos de figuras se fueron delineando entre todo tipo de mecanismos, tuberías, cables, cadenas y puertas cerradas. De haber tenido tiempo me hubiera puesto a buscar similitudes con cosas humanas. Nadé suavemente intentando acercarme hacia esa luz. Llegué a un corredor donde la luz se hacía más fuerte. Comenzaba a descubrir pasamanos, maniguetas de puertas, detrás de una de ellas salía bastante luz así que me puse los pies en la pared y tiré con todas mis fuerzas. La puerta se movió un poco. Y logré entrar. Era un simple camarote con una pequeña escotilla redonda por donde a duras penas me cabría la cabeza. Intenté volver pero todo estaba revuelto. En mi estampida había puesto todo patas arriba y el sedimento bajaba con la misma calma que tiene dios para llevarse a las almas perdidas, yo era una de ellas.


Comenzaba la cuenta atrás.

Tres atmósferas.


Intenté salir por la escotilla aunque me rompiera los huesos, pero los hombros no me salían aun así calculé que si me quedaba trabado donde dejaba el tanque, tendría que sacar el tanque primero y después intentarlo yo.

Dos atmósferas.


Saqué el tanque a duras penas, me pasé las mangueras por detrás el cuello y mordí la boquilla con fuerza no fuera a ser que se cayera el tanque por la borda y yo me quedara entonces ya sin aire del todo y sin oportunidades de nada, lo intenté otra vez pero los hombros no me pasaban. Empecé a sangrar un poco por los brazos supongo que con el esfuerzo me había dañado un poco la piel. Entré de nuevo. Golpee con el tanque la pared repetidas veces. El burbujeo iba removiendo la habitación, solo me quedaba golpear la pared que hacia un estruendo horrible para que me oyeran, quizás ya estaban todos arriba esperándome tranquilamente. Sé que no se habían ido porque el papa y el cromangñon nunca se hubiesen marchado sin mi. Me empezó a faltar el aire, ya se hacia difícil de respirar.


Una atmósfera.


Me senté en el piso a pensar. Pero no se me ocurrió otra cosa más alegre que ver mi velorio. Intenté recordar que libros tenía en casa para saber que heredarían los amigos. Imaginé al jiscler y al Bujío sin mí. Ya crecidos, casados, con hijos haciéndole cuentos a los hijos de un amigo que tuvieron una vez. Cogí un teléfono que estaba medio flotando suspendido al alcance de mi mano y me pregunté si esa llamada era para mí. Me dio risa. Traté de dar vueltas al disco pero caí en cuenta que no me sabía el teléfono de nadie, que ese teléfono no estaba conectado y que en ese barco estaba casi todo muerto y dentro de poco estaría todo muerto del todo. Me puse el auricular como si de verdad se tratase de una llamada. Dios quiere hablar conmigo. Sonreí y deje escapar la última bocanada de aire útil. Ya no respiraba pero por suerte, no estaba en pánico. Había oído decir que cuando uno le falta el aire entraba en una narcosis, pero no sabia mucho mas, no era buzo. No había estudiado buceo. No tenía ninguna idea que venía ahora pero lo que fuera seria recibido con calma. Lo que fuera que me estuviera haciendo esto no le iba a dar un espectáculo para que se divirtiera. Quizás en este barco habían muerto gentes al hundirse y me estaban observando, quizás en su momento ya los vería yo a ellos y seria parte de ellos, no me molestaba vivir en un barco hundido, mucho menos en el fondo del mar. Esto tenia partes buenas, solo pensé en mi madre y se que las lagrimas eran menos saladas que el agua que me rodeaba pero fue por corto tiempo. Me jodía no ser adivino. Si hubiera sido adivino hubiera hecho un montón de cosas antes de meterme en este lío, o no me hubiera metido. Bueno el destino es incontrolable. Quizás aun sabiéndolo las circunstancias me hubieran llevado hasta ahí hasta ese barco muerto de donde sacábamos buenas planchas de madera para que alguien decorara su casa con hermosas maderas incorrompibles.



Cero atmósferas.


Nelda me gustaba mucho. Sus ojos verdes detrás de su piel morena quemada por el sol eran lo más hermoso que había visto. Para colmo era simpática y cariñosa, pero no se porque rayos cuando estaba junto a ella yo no decía ni media palabra. Quedaba como un atontado tímido y así era. Después me quedaba con ganas de golpearme a mi mismo. Como ahora. Si dios me dejara salir de aquí se lo diría. Que me gusta mucho. Que quisiera que fuera mi novia. Me había pasado e l tiempo posponiéndolo y mira donde estaba ahora. También debí haber ido menos a la escuela de lo que fui, a ver ¿de que me valen los estudios? ¿Harán pruebas en el cielo? ¿Habrá otra vida? Soy afortunado, voy a saberlo. Me estoy sintiendo bien, me estoy relajando, no tengo fuerzas.



Dióxido de carbono.


Me escapé del servicio militar, de ir a la guerra de Angola. Me salvé de tantas cosas. Al final la vida no era tan buena. Aunque no me quejaba de ella no niego que me la pasaba sufriendo aun haciendo lo que más quería. La vida es trágica por naturaleza porque es la manera de hacer que te defiendas. Una vida sin problemas, trabas y pruebas desaparecería tu instinto de conservación. La gente rica por ejemplo, los que tienen de todo sin esfuerzo siempre están con depresiones y tonterías de esas. Yo tenía mis tristezas pero disfrutaba de ellas. Mis tristezas son lindas y las quiero a pesar de estar siempre riéndome. Dejé caer el teléfono, la cámara lenta de las cosas que suceden bajo el agua estaba exagerada. Todo sucedía más lento que lo normal como si se estiraran los últimos minutos. Nelda me gusta pero quizás nunca me haga caso. Lo que si no puedo dejar de decírselo ¿Donde estará? Miré el reloj, las diez menos cuarto. Estará en el tercer turno de clases como toda persona normal. Claro que no podía fijarse en mi porque yo era un anormal, un mataperros como bien decía mi madre o un antisocial como decía mi padre. Nunca entendí la palabra antisocial, yo tenia buenos socios así que no se a que venia eso.


Narcosis.

La luz se fue yendo poco a poco y todo el entorno se alejaba de mí sin piedad. Huía como si todo lo que yo tocase fuera maldito El pequeño foco de la linterna encendida fue lo último que vi. Me agarré de ese punto lo más que pude. Recordé cuando me fueron a operar de pequeño que yo trataba a pesar de la anestesia, de mantener los ojos abiertos para que el medico no fuera a pensar que ya me había dormido y me metiera cuchilla antes de que hiciera bien su efecto. A pesar de luchar y luchar los ojos habían dejado de ver poco a poco como ahora. Ya se había asentado de nuevo el sedimento. A duras penas logré ver pequeños peces que pululaban cerca de mi cara como preguntándome que rayos hacia yo ahí sentado como si se tratase de un lugar turístico. Empezaron a aparecer algunas confusas luces con movimientos aleatorios, había un silencio total. – ya está, es el túnel- pensé e intente sonreír un poco pero no me obedecía nada, traté de mover un dedo pero nada, como si no tuviera cuerpo. Casi podía decir que había salido de mi y que si miraba atrás me vería a mi mismo tirado como una marioneta sin hilos en el piso de una habitación de un barco hundido. Al menos es una muerte interesante. Negro todo.


FIN.


Unos estruendos lejanos comenzaron a oírse. No quería abrir los ojos. No sabía lo que me iba a encontrar ¿y si eran muertos como los de las películas? ¿Y si eran como los del video de Michael Jackson en triller? Pa su madre, no iba a abrir los ojos pero los estruendos se iban acercando y me daban cada vez más miedo. Los estruendos infernales, ¿que habré hecho yo mal? ¿esto es el cielo? Vaya mierda de cielo. Los estruendos se convirtieron en explosiones, las explosiones en golpes y los golpes en unos galletazos que me estaban dando para despertarme. El cromangñon me había encontrado y me había sacado a superficie. Me reanimó a base de galletazos en la cara. Me ardía y mi primera reacción fue abrir un ojo. Todos respiraron aliviados. Me esperaba una bronca del papa por tamaña irresponsabilidad pero este no me dijo nada, estaba acostumbrado a este tipo de percances y a veces con desenlaces peores, al contrario. Me dio la bienvenida a los vivos y me dio 500 pesos. De ellos pague cincuenta por coger un carro de alquiler desde cabañas hasta la puerta de mi casa. La escopeta nunca la recogí. La di por vendida. Por supuesto que no conté nada de esto y al cabo de muchos años cuando volví a Cabañas, ya estos barcos habían desaparecido, hechos chatarra.