domingo, 14 de agosto de 2011

Las ilusiones de Josef (Capitulo 21)


Luchar contigo. Fue la ultima frase que usó Josef para dejar salir todas sus ilusiones. En pocas palabras soltó los sueños que le unían  a la tierra. Sandra quizás no entendió nada de esto pero sintió esa energía que desprende el querer empujar con fuerza el futuro. Josef a sus 17 años ya sabía buscarse la vida y prácticamente había vivido el doble al ver su tesón en defender sus ilusiones en un sitio donde tenerlas es delito. Sandra se dejó, iba un poco fascinada por aquel esquelético luchador de la calle que olía  a acero quemado y risas. Josef había aprendido a reír y para colmo a hacer reír. La risa era una herramienta mas, quizás la mas importante para sobrevivir, además si Sandra sonreía, todo estaba arreglado, era una magia enriquecedora que Sandra se riera, las olas se calmaban, la luz coloreaba las partes ocultas de los árboles, si Sandra reía, el día habría valido la pena.
Déjame luchar contigo. Se quedó la frase tatuada en su aire y en el aire que pasaba a través de los besos. Hoy todo estaba bien, mañana veríamos. Hoy sobreviviríamos, mañana tal vez.
Cada hoja que tocaba el piso era motivo de un beso, cada canto de pájaro, cada anciano que cruzaba una calle. Cualquier evento era justificación y orden para entregar cariño. Josef iba atrapado por una sensación nueva que le provocaba un éxtasis y una calma tan extensa como sus ganas de seguir redescubriendo ese nuevo mundo. La tierra iba siendo hermosa a pesar de sus tantas tristezas, su humo y su sequedad. Caminaron sin rumbo hasta que llegaron a una cafetería cerca del puente de hierro, ahí se sentaron y con algunos dólares consiguieron algunas cervezas que tomaron con la música de Juan Luis Guerra de fondo entonando un tema que parecía que algo desde arriba les mandaba a ellos. Cuando te beso.

 Sandra se fue metiendo poco a poco en la ola gigante de cariño, pagaron y salieron tomados de las manos. Josef tomó rumbo al único sitio conocido del lugar, la base de los pescadores. Entró en uno de los barcos conocidos y ahí ya cerca de la medianoche regaló todos sus sueños, todas sus ansias una y otra vez. Sandra después de pasar de su asombro de tanta delicadeza de alguien que dobla aceros con sus manos se dejó llevar una y otra vez, besos como signos de puntuación en un dialogo de suspiros y susurros, calor, frío, silencio, vibraciones.  A lo lejos el "cuando te beso" de Juan Luis sonaba también cíclicamente cada varios temas olvidados. La luna entró cuando quiso para hurgar entre las pieles blancas o quemadas, recorrió la perfección y las cicatrices con desespero hasta que Sandra se separó de un tirón de Josef.
- ¿Que hora es?
- Como las doce ¿porque? - Preguntó Josef con una sonrisa de felicidad.
Sandra sacó de su bolsillo una diminuta cajita forrada en papel. - Toma - dijo alargándosela con las dos manos cual si fuera algo muy pesado o muy sagrado.
- ¿ Que es ?
- ¡ Ábrela!
Josef deshizo el papel, abrió y dentro había algo que brillaba tímidamente.
- ¿Que es? - dijo sacando el objeto con toscos dedos quemados de tanto trabajar.
- Son tres delfines... Somos tu, yo y nuestro hijo que un día vendrá. Quería conseguir uno mas grande pero era caro y no me alcanzaba - Sandra bajó la cabeza como avergonzada - Pero si lo ves a la luz, los verás, los tres delfines, es nuestra familia.
Es nuestra familia era el sello que faltaba, Josef besó los delfines y abrazó a Sandra. ¿Como se puede ser tan feliz? Sintió ganas de llorar pero le pareció una estupidez ¿como se puede ser tan feliz?
- ¡Hoy es tu cumpleaños bobo!
Daba igual, Josef no seguía esas cosas y después de un momento tan bello e insuperable menos. Si que hacía algo de frío, era Diciembre.
- ¡Felicidades, pide un deseo!
Josef deseó, si algún día se acababa este bello instante poder comenzarlo de nuevo, Deseó con todas las fuerzas vivir por siempre  aquí, en este momento. Pero sabía que las cosas buenas eran caras, prohibidas e imposibles, optó por algo mas práctico.
Si algún día esta bella sensación se acaba, poder empezar otra vez.

El que narra esta historia asegura que los delfines estuvieron colgados en el cuello de  Josef hasta  el fin de sus días, hasta el fin de los días en que estuvo intentando empezar este momento otra vez.