domingo, 14 de octubre de 2007

Josef y las señales (Capitulo 5)

Nunca había pasado tanto tiempo sentado en el contén de la acera de frente a su casa. Ver la gente pasar era un privilegio. Reparó en que llevaba años sin hablar con nadie, solo luchando, consiguiendo, pescando….quizás muriendo. Retumbaron las palabras de su madre al oído diciéndole que estaba hecho un mar de huesos, que debía comer un poco, parar. No conocía a las demás personas de su barrio que también se sentaban en el contén. Meticulosamente iban saludando a cada uno de los pasantes y con cada uno tenían una conversación distinta. Josef aguzó el oído, creía que si iba a estar sentado ahí los próximos días al menos debería saludar a alguien, socializar un poco pero le era difícil. Era como si el resto del mundo transmitiera en una frecuencia distinta a la de sus pensamientos. Se preguntó si aquellas personas llevaban años ahí o si se habían sentado hoy como él para pasar un día de paz, de observación, de meditación y de descanso. Se le acercó un muchacho de los que vivía al lado de su casa. Se sentó justo a su lado mirándolo con una sonrisa amistosa, Josef tuvo que hacer un esfuerzo por devolver la sonrisa pero no logró destrabar las mandíbulas para articular palabra alguna.

- ¿Que volá Josef? ¿No fuiste a pescar hoy?

Mas tarde supo que la gente sabía que el pescaba porque muchas de las personas de su barrio compraban pescado de los revendedores que el suministraba y era una especie de etiqueta de calidad de pescado fresco –este se lo cogí a Josef esta mañana- decían para asegurar la venta. La gente lo compraba sin más, sabían que Josef se pasaba 10 horas del día en el agua incluso había quien dudaba que pudiera caminar o hablar, era un hombre pez. Su pelo, aun siendo largo no se movía de lo quemado que estaba y la piel le hacia pliegues en las articulaciones a pesar de tener 18 años. Josef estaba ahí porque estaba cansado. Tomarse un día libre estaba siendo interesante, estaba viendo gente, estaba seco y no miraba alrededor constantemente para ver si no venía un tiburón de esos que hasta ahora había tenido suerte de no encontrar o al menos no ver estando el en el agua.

- Anoche soñé con el mar asere………

Josef lo miró pero a la dura piel de su cara le estaba costando sonreír, no obstante se quedó esperando, precisamente estaba deseando hablar con alguien o al menos que le hablaran.

- Soñé asere…que yo miraba pal mar desde aquí mismo desde esta calle…..y de pronto a lo lejos se levantó una ola grandísima, como un muro ¡que coño un muro! Como una pared hasta el cielo y se oía tremendo estruendo asere, tremendo estruendo pero nadie hacía caso. Yo le empecé a gritar a la gente pa que huyeran y la gente se reía de mi asere…entonces yo empecé a dudar si yo estaba loco pal carajo y la gente tenia la razón, pero miraba patrás y aquel muro ya venía y venía con mas furia con..Con…descojonándolo todo vaya y yo intenté correr pero no pude, era como si hubiese estado metido en leche condensada, la densidad ya tu sabe…..caaamaraaa leeeentaaa y aquella ola reventó aquí en el barrio. Lo arranco tó de cuajo, los árboles los carros, la gente…. ¡se llevó hasta las poncheras y los poncheros querían flotar en los tanques esos que usan ellos para probar las cámaras pero todo se iba rodando y yo me aguanté de un poste. Por poco las manos no me dan más pero me aguantaron hasta el momento justo asere….hasta que se fue el agua. Me caguen diez el barrio quedó hecho mierda asere……..bueno, mas hecho mierda de lo que está, to descojonao y la gente tirá por piso llorando y saliendo de los escombros. Candelones con tostones asere que pesadilla.

Josef disfrutó de la interpretación con mucho gusto, la gesticulación las onomatopeyas y la expresión corporal típica le habían hecho ver cada imágen al detalle. El muchacho se sentó de nuevo a su lado, mirando a la nada. Josef suspiró porque aun no había salido de la pesadilla de su vecino, el agua lo arrastraba calle arriba sin compasión y a pesar de estar mojado como siempre se sentía las quemaduras de la piel cuando rozaban a toda velocidad con el asfalto. Por su lado pasaban todo tipo de escombros y de pronto vio una muñeca sin brazos entre el agua turbia que ya le entraba por la nariz y la boca con tanta presión como intentar soplar por la manguera del compresor de inflar ruedas de la ponchera. La muñeca tenía partes en la cabeza sin pelos, no tenia ropas pero en un pie tenia un delicado zapato blanco, los ojos los tenía semi cerrados y a la vista de Josef abrió uno e hizo un guiño humano. Josef se aterrorizó, dio un empujón bajo la vista del vecino que dudaba si josef lo había escuchado o estaba en otro mundo. Cogió una bocanada de aire que casi revienta sus pulmones y observó de nuevo al vecino que ya estaba listo para proseguir.

- Lo mas jodío asere…..vino después. Las cosas no valían ná. Nada existía y nada importaba. ¡¡Y tu sabe lo mas raro que me pasaba??

Josef no se inmutó en preguntar que, a decir verdad en ese día aun no había hablado con nadie, solo había visto la gente y había escuchado los sonidos de los seres humanos.

- Lo mas raro asere, era que la gente se peleaba, pero no por comida, ni por las cosas, la gente se peleaba por los periódicos asere….le ronca…..la gente ya no tenía casa ni familia ni que comer pero se peleaban por los periódicos, la moneda empezó a ser los pedacitos de periódico que a duras penas habían encontrado y secado a sol, el que tenía muchos pedacitos era rico, y si alguien armaba una página entera o una noticia ya era lo mejor que tenías en el mundo, yo me dediqué a buscar periódicos asere, la gente levantaba los escombros y los muertos no importaban, la gente solo quería periódicos asere, la gente quería leer asere….esto le ronca.

Terminando su relato se fue sin despedirse como un resorte. Siguió conversando con los demás “sentados” ¿Quién vende gasolina por ahí? Preguntaba. Josef aún tenía el maldito guiño de la muñeca nublándole la vista. No sabía si quejarse o agradecerlo. Quizás era una señal, o un mensaje. Siguió con la vista al vecino hasta que dobló la esquina. Iba hablando con todos por el camino pero por lo alto que hablaba, Josef pudo constatar que a nadie más le contaba el sueño. Iba como es común hablando de pelota, de películas, de vender o comprar cosas, de cadenas de oro pero a nadie le mencionó su sueño. Josef se quedó con este detalle. Había sido como si alguien le enviase esa grabación en el cuerpo de ese muchacho. Tomó la palabra de lo que fuera y se fue al malecón. El mar estaba como avergonzado de tamaño mensaje, había sol, estaba azul, hermoso. Los ruidos de las olas contra el extenso muro no susurraban nada, como si le hubieran retirado la licencia a Josef de entender el mar.
- ........adiós mar…………
Dijo en un susurro solemne. Se fué a su casa a ocultarse de mas señales como esa. - En tierra tampoco se está seguro- Dejó pasar ese día. Antes de proseguir con sus pensamientos intentó tener la mente en blanco pero en un lugar con tiempo de sobra eso es imposible, ni sabía desde cuando no podía tener la mente en blanco, incluso ensartando peces con su escopeta, no dejaba de pensar, de sacar cuentas, de soñar, de esperar. Que soñaba que esperaba, tampoco se sabía, ni el mismo lo sabía.

Al otro día entró el mar por las calles para adentro y arrasó con todas las viviendas cerca de la costa en el malecón y el municipio playa. Han pasado muchos años de eso y como todo en la isola. Aun se ven los destrozos.

Basado en hechos literalmente reales

miércoles, 3 de octubre de 2007

Josep, pescador sin nada (Capitulo 4)

Josef era un nombre realmente raro, a veces la gente le decía cualquier apodo con tal de no mencionarlo, pero había que levantarse cada día con ese nombre y seguir adelante. Su vida era como estar en el medio del mar con el agua a las rodillas sin tener adonde seguir sino adelante. Los años pasaban. Los noventas arrollaban implacables la piel de los ancianos del barrio y no había más alternativa que seguir soñando. Eso era el pilar que podía mantener una nación entera, no las consignas, ni el enemigo, ni el miedo. Los sueños. Los sueños son motor de generaciones, de vida y de muerte. Josef era uno de esos que comía y respiraba de sueños aunque le faltara el otro complemento que era la esperanza, pero tenía esperanza de que algún día llegaría quizás, por eso seguía luchando, por eso se levantaba cada mañana, con la esperanza de tener esperanzas y con los sueños imposibles atados de las manos.
El mar se había puesto difícil. Difícil por todos lados. La gente se estaba yendo en lo que fuera a perseguir sueños y esperanzas y se había puesto todo malo multiplicado por cien. Más de un tiburón se había visto por las costas ansioso de más carne humana de emigrantes balseros. A díario se encontraban restos de embarcaciones rústicas por las costas con tristes desgarros de lo que fue una empresa perdida. Pedazos de madera, de cámaras de camión, vírgenes de yeso, velas improvisadas, botellas plásticas de agua con azúcar, todo ello formando una horripilante escultura de escarmiento, de muerte y de esperanzas perdidas.

Josef acababa de salir del agua y encontrarse una de estas. La proa estaba hecha de señales de tránsito, incluso se podía leer “vía blanca” “palatino” en una de ellas. Algunos caracoles comían del musgo acumulado de tantos días de mar. Con un poco de concentración podías ver el negro destino, oír los gritos, el desespero y después la paz. Los noventas fueron turbulentos. Josef se arrodilló frente a los restos y bendijo aquella tristeza de madera con una torpe cruz de ateo sin soltar de su otra mano los pescados y los equipos que le proveían de comida diaria. Esto sucedía un día nublado en la costa norte entre La Habana y Matanzas. A la brisa del mar y a la peste de petróleo inútil de todos los pozos excavados por esa zona en un intento fallido de proveer de energía a una isla pobre con recursos malditos.
Tito salió del agua. Había tardado limpiando unos pescados un poco más difíciles. Josef volvió sobre sus pasos para ver que pasaba. El día nublado y los restos de balsa le habían aguado la mañana, además la pesca había sido mala y peor el frío de la madrugada que aun estaba alojado en los huesos. No se iba, quizás como mucho se movía de un lado a otro pero no se iba. Con brutal armonía iba serrando cada articulación como si quisiera partir a Josef en mil pedazos, la piel lo intentaba todo contrayéndose en un paisaje idéntico al de la piel de una gallina desplumada pero mas nada podía hacer. Este día era fatídico. Hasta el sonido del mar le sonaba mal a Josef y eso que lo amaba con locura pero hoy, sonaba mal.
Tito tiraba a la costa los restos de los peces que iba limpiando. El agua a pesar de no haber sol proyectaba su transparencia sobre la costa y podían verse los peces de colores de un lado a otros como locos con su ajetreo, poco más atrás una sombra. No de una nube, una sombra pequeña pero lo suficientemente grande como para llamar la atención. Josef se quedó mirando, Tito empezó a gritar.

-¡¡Cojonee!! ¡¡miraaa! Un tronco de tiburón ¡¡Un tronco e tiburón cojoneeeeeee!!

Daba golpes con los pies en la arena como si quisiera escapar de un salto, como rumpelstikin y se desesperaba como si el tiburón anduviera caminando por la tierra y corrieran algún tipo de peligro.

-¡¡COJONEEEE!! ¡¡Ese venía a comernos coño!!¡¡Hoy hemos nacío!!............¡¡hemos salido en el momento justo mecaguendiez!!......¡¡Hijo de putaaaa….hijoputaaaaaa!!
- Tito……
- ¡¡hijoputaaaaaaa!!¡No vas a comer ni cojoneeee!
- Tito…….
- ¡Me caguenlaresín……….
- ¡Tiiiiitoooo!

Tito miró a Josef buscando complicidad en sus manifestaciones impotentes pero al no recibir respuesta cambió el tono furioso de la voz por una pregunta calmada y diáfana como si la escena anterior hubiera sido vista en un cine y se hubiera acabado la película.

- ¿viste eso?
- Si…… vámonos que todavía nos queda escaparnos de los tiburones de la tierra.

La respuesta lacónica de Josef dejó un poco atónito a Tito, pero Josef solía ser así. Un tipo congelado. Quien lo conociera bien quizás podía intuir un mar de sentimientos internos y meditaciones pero por fuera Josef casi ya no se inmutaba por nada, tampoco le quedaba mucho por ver en la vida después de tantas tribulaciones por la pequeña isla donde todo podía suceder, de hecho ya le había sucedido bastante y casi nada lo asombraba. Lo que venía era medianamente normal siempre aunque para otros fuera un escándalo. El laconismo de Josef era tan raro como su nombre.
Tenía razón. Aun faltaba escapar de los tiburones de tierra. Eran así las cosas. Te jugabas la vida en el mar por unos peces y te la jugabas después en la tierra. Los tiburones de la tierra solían ir vestidos de verde o azul según fuera el caso, no se podía distinguir cual era peor pero si se sabía según la zona cual podía aparecer.
Atravesaron potreros y sembrados para evitar los trillos y caminos conocidos, cualquier cosa podía pasar porque la suerte es una ruleta. El potrero que atravesaban ahora estaba lleno de vacas que ya se sabe que son un poco malditas, agreden con los ojos abiertos y el objetivo fijado, lo sabía por experiencia de haber pasado por ese potrero antes. Había una vaca pinta que era maldita y endemoniada y por supuesto que los vio. Arrancó sus toneladas contra ellos y antes que nada y sin mediar palabra estaban corriendo intentando alcanzar la cerca, todo estaba medianamente calculado. Daba tiempo a saltar una talanquera y que la vaca estrellara la cabeza contra las maderas que hacían de puerta. Después lo de siempre. Tito a decir todas las blasfemias posibles y a caerle a pedradas a la maldita vaca, Josef odiaba a las vacas, recordaba con cariño como un día pescó vacas y se imaginaba las malditas arrastradas al medio del mar y hechas filetes. En la cabeza de esa vaca estaba el demonio con cuernos inclusive. Josef con rabia desacostumbrada cargaba la escopeta de pesca y le apuntaba pero la vaca ya por experiencias anteriores cuando veía que le apuntaban se escabullía entre el marabú. Era muy lista la maldita –pa tener una bazooka- siempre pensaba lo mismo en lo que intentaba apagar otra vez al vociferante Tito. Había que seguir camino, la carretera estaba cerca y ya habían pasado la zona de los tiburones verdes conocidos como guardafronteras, militares agobiado de la soledad de las costas y deseosos de cometer alguna fechoría con el primero que se le cruzara en el camino, miedo de los pescadores furtivos mas que por la ley, por el saqueo, porque solían quedarse con buena suerte con toda la captura de ese día y con mala suerte se apropiaban hasta de los equipos de buceo.
La salida a la carretera era por la Vía Blanca cercana al puente de Bacunayagua. Si tenían suerte, era bastante simple la cosa. Coger alguno de los carros que iban para La Habana procedentes de Matanzas, que paraban después de pasar el puente a tomar algún refresco en una pequeña caseta en dólares que estaba a la salida del puente por la parte de La Habana.
En teoría debían separarse, uno llevar el pescado y otro las escopetas, ir distanciados por si cogían a uno que el otro salvara al menos la mitad del patrimonio, pero el día pintaba tan mal y tan desolado que pasaron por alto esta norma. Iban tan desprevenidos que no sintieron el motor de un carro que avanzaba despacio detrás de ellos contrario por el arcén de la carretera. El ruido de las puertas los hizo volverse, lo mismo de siempre en el mismo orden 1- carné de identidad 2- ¿ustedes saben que esta prohibido pescar submarino? 3- voy a tener que llevármelos pa la unidad o decomisarles todo eso aquí mismo.
4- Ya estaba hecho el día. Ni escopetas ni pescado ni nada. Todo perdido. Esta vez Tito no rugió como acostumbraba, al parecer ya también había agotado sus pilas. Josef en lo mas profundo de su ser pensaba que quizás hubiera sido mejor y con mas posibilidades escapar de haberse encontrado al tiburón del agua. No había escapatoria con los de tierra. Volver al barrio con las manos literalmente vacías no les hacia ninguna gracia. Empeñaron el poco dinero que les quedaba en montarse en un camión que iba hasta Guanabo. Después la 400 hasta La Habana y después por el malecón caminando los nueve kilómetros que los separaban de casa. Todas estas horas sin una palabra, cabizbajos. Hoy era un día fatal y no había a nadie a quien quejarse ni razón para ello, era lo que tocaba, lo que sucedía, lo que estaba predeterminado.
Josef de vez en cuando alzaba la vista para mirar las parejas de enamorados que iban al malecón con horas de antelación a reservar puesto para el atardecer hermoso que regalaba la humilde tierra aun estando el día mas nublado que cuando el diluvio. Esto daba un respiro a sus tristezas. Pensó en Sandra, su amor de siempre y suspiró un poco. Tito al verlo con vida empezó a hablar de nuevo.

- yo me voy a tirar al agua otra vez, algo tengo que sacar, aunque sea 20 pesos.

Josef asintió con la cabeza, aun no estaba preparado para articular palabra.
Recogieron unos bicheros (palos de madera con anzuelos atados en la punta) y se dispusieron a buscarse, a pesar de todo, una segunda oportunidad de ganar el pan de ese día, literalmente hablando porque con 20 pesos daba suficiente para unos panes con croquetas que daban energía hasta el día siguiente. Recorrieron la costa en busca de un lugar que les diera buena vibración. Esto iba por calles. Ya en Miramar que era el lugar preferido iban mirando en los trozos en que los edificios dejaban ver las partes de las costa que no estaban construidas. Calle 4 no, estaba muy sucia el agua, vamos a alejarnos del Almendares. Calle 10, calle 12, 22, 24, 36 decidieron tirarse por el tritón, aunque quedaba más lejos, la corriente los llevaría con rapidez al este en dirección a casa. En tantos kilómetros de fondo algo deberían pescar, hoy era un día de emergencia y había que esforzarse al máximo, mas que nada porque el día de hoy aseguraría poder comprar otras escopetas y mas equipo que las desvencijadas caretas de repuesto que tenía guardadas para estos casos y que dejaban una mancha negra alrededor de la cara porque ya la goma que las componía estaba en franco estado de descomposición.
El fondo estaba como desalojado, este otoño no había dejado peces en las costas de Cuba, ligado a la incesante y desmesurada pesca por todos los medios posibles. Los peces que quedaban se escondían pavorosos de la presencia del pescador depredador, por eso solían irse un poco lejos de las ciudades pero ya se sabe lo que podía pasar. A Josef le ardía un poco la cara de la careta incomoda y pegajosa, decidió flotar un poco bocarriba y sentir el ruido del mar como chocaba con sus oídos suavemente aunque debajo de si hubiera un abismo azul que daba miedo al mas experto. Decidió olvidarse de todo, del día, de lo malo y agradecer que estuviera ahí, en medio de la nada con ese olor a algas y ese silencio. Por un rato se rindió y estaba pensando irse a casa a dormir. Estaba realmente cansado en todos los sentidos y su mayor preocupación era que a su medio de vida que era la pesca le quedaba cada vez menos. Era atacado por mar y por tierra en contra de esa actividad, ya les había costado mucho a algunos conocidos, otros se habían pasado a la pesca dura. A cortar corales a profundidades suicidas donde más de la mitad de ellos tenían accidentes y unos cuantos ya habían perdido la vida. Era hora de salir, de dejarlo, de no morir por vivir, de rendirse un poco. Le apetecía sentarse en la orilla con el agua en la cintura a coger un poco de sol, a ver los niños como ponían de los nervios a las abuelas con sus ansias de estar metidos todo el santo día en el mar hermoso y azul de la costa norte de La Habana. A ver la gente disfrutar, leer un libro, enamorar. Le apetecía vivir un poco y lo decidió. Además le hacia falta pensar porque ya era hora de cambiar de actividad. Esto no daba más.
Buscó a Tito por el snorkel de tubo gris de electricidad doblado a mano. Tito tampoco tenía la cabeza sumergida ni estaba buscando peces, hacía rato que lo había dejado. También estaba agotado, pero Tito tenía otros pensamientos en la cabeza y miraba fijo a la costa. A Josef empezó a transmitírsele la idea con una leve sonrisa entre las olas y saboreando agua de mar se acercó a su compañero de pescas y desgracias,entonces miró al punto que este miraba generando exactamente el mismo pensamiento.

- No me jodas Tito.
- ¿Por qué no?
- Porque no Tito, no me jodas.
- ¿Quién coño nos lo ha quitado todo hoy?

Las respuestas a las preguntas de Tito eran obvias. Era como las preguntas que te hacían en la escuela, debías responder lo mismo exactamente cuantas veces te las hicieran y si hacías esto aprobabas de seguro. Por ejemplo a la pregunta de quien es el héroe de América debías decir José Martí, como dijeras Martín Luther King ibas a la calle expulsado del aula y había tres palabras claves para resolver todas las preguntas de política que según la pregunta se usaban de dos formas una era: porque había hambre miseria y explotación y la otra era: porque acabó con el hambre la miseria y la explotación. Con esto tenías aprobado de seguro y con sobresaliente. Esta costumbre de hacer preguntas obvias y con repuesta fija garantizada caló en todos los cubanos de su generación sin espacio para dudas, claro que esto también servía para fomentar idea negativas como esta que estaba sucediendo ahora. Con preguntas obvias se llegaba a un convencimiento directo que no permitía segundos caminos, era un sistema que estaba así de preparado pero a veces sus métodos funcionaban en contra del mismo.

- ¡Dime! ¡Quien cojones nos ha quitado todo hoy en la mañana?

Josef decidió seguir la corriente, como no lo hiciera, el juego de las preguntas obvias iba a durar todo el maldito día y ya bastante tenía con la televisión que ponía su padre y los vecinos con discursos llenos de preguntas obvias.

- ¿el policía?
- ¡El gobierno cojoneeeeeee, el gobierno! ¡Que coño es la policía sino un pedazo cabrón del gobierno?
- Bueno el gobierno…………….
- Hay que desquitarse……y buscarnos la vida.

Diciendo esto ya iban rumbo a la costa, al lugar fijado con la vista. Era un tétrico lunes y a Josef según había estado el día ya todo le daba miedo. Además el atardecer estaba siendo muy pobre entre las nubes y ya el mar se veía gris con vientos fríos que no se sabe de donde venían, se había levantado un oleaje mediocre que intentaba sacar granos de las piedras de la orilla sin efecto alguno.

El lugar escogido era el acuarium. Ahí si había pesca. Era solo saltar un muro embicherar (enganchar con el garfio) un par de buenos peces y pirarse de cabeza al mar que los iba a defender de cualquier cosa. Fue fácil entrar. Josef se dirigía a la pecera de los pargos y las langostas, se pagaba muy bien la libra de esto aunque descoloridos por el estrés de miles de niños golpeando las peceras y llamándolos como si fueran perros. Alguien pagaría por estos pescados y lo mas divertido era contar como los habían pescado en algún lugar de la desembocadura del río almendares y después ver a los demás pescadores rastreando las zona como pastores para ver si encontraban mas de aquellas excelentes piezas capturadas por los dos héroes de la pesca del día. Recordaba una vez que se había ido hasta la costa sur, a playa Cajío y había traído unas suculentas langostas, seis en total y después de venderlas los otros pescadores le preguntaron con brillo en los ojos donde las había capturado. Eso no se hacía, eso iba contra la ética, pero el hambre no liga con eso así que les dijo que las había cogido en el puente de hierro del río Almendares, tuvo que elaborar una cuidadosa explicación de la diferencia de densidades del agua salada y el agua dulce para justificar que debajo en el río había agua de mar y que por eso unas langostas de agua salada vivían ahí en medio de la desembocadura del río de La Habana, lo malo fue que por casualidad no era mentira y después de horas de viaje a la costa sur en 20 minutos salio el engañado con unas langostas igual de buenas dándole las gracias. Josef se retorció dentro de si mismo por no haber pensado antes esa teoría para si mismo y haber perdido un buen lugar de pesca por querer burlarse de un compañero. Por supuesto en los días siguientes ya no quedaba ahí en ese puente ni un cangrejo y lo del agua salada era verdad que había descubierto por instinto. Debajo del río había agua de mar por la diferencia de densidades y había peces de mar dentro del río. Que chasco. Nada salía bien.
Tito le llamó la atención con un susurro muy potente como si se le fuera el aire a una fabrica de algo, cuando Josef se volvió, no se sabe como Tito tenia entre sus manos una tortuga que aleteaba al aire como un macabro pájaro desplumado. Josef se quedó paralizado un momento, abrió los ojos con cuidado que no se salieran de sus cuencas de tanto asombro pero corrió donde Tito a ayudarlo y juntos al muro que separaba el acuarium de la costa. Detrás se oían unas voces, eran los guardias del acuarium que aunque habían reaccionado tarde ante tanto asombro ya venían a toda velocidad. Josef y Tito se lanzaron al agua con la tortuga victima, en la caída la tortuga se dió a la fuga, quizás vanagloriándose de estar libre pero a golpe de patas de rana la alcanzaron entre los gritos e improperios de los guardas que impotentes se quedaban recostados a la baranda que separaba la instalación de la libertad marina. La pobre tortuga nada más sabía nadar en círculos, por eso no se había escapado porque velocidad no le faltaba. Los tres seres se alejaron mar adentro y una vez fuera de la vista Tito saco el cuchillo para acabar la obra. La tortuga atontada ya no hacia por nadar, se dejaba llevar al ver la voracidad de sus captores. Se quedaron un rato pensando lo que habían hecho. El instinto es fugaz. Volvió la mente, la meditación, pero por si acaso la tortuga estaba bien asegurada.

- ¿Y si la vendemos viva?

Un silencio de minutos no dejó oírse ni siquiera las olas que ya daban la sensación de estar en un delicioso sillón que te acomodaba. La actividad había producido calor que hacia sentir como si el entorno fuera cómodo y agradable. La tortuga estaba ahí. No se movía apenas y aleteaba solo con las aletas izquierdas, la costumbre de dar vueltas a la derecha en la pobre piscina. No se hablaron en un buen rato pero como puestos de acuerdo soltaron la tortuga a la vez, esta empezó a descender en círculos hasta el fondo y ahí descubrió que también tenia aletas a la derecha de su cuerpo, emprendió una carrera que se les perdió de vista en pocos segundos. Se quedaron mirando al horizonte lo poco que permitía mirar cuando los ojos están a la altura de la superficie del agua. Unos metros después la tortuga sacó la cabeza del agua y con un resoplido respiró el aire de libertad, se veía el caparazón como iba a toda velocidad mar adentro, mar adentro como la vida. Quizás ese último resoplido fue para dar gracias por su suerte de ese día. Se quedaron con cara de tontos. Ya la noche caía en el mar con la pesadez característica. Se dejaron llevar por la corriente. En algunos minutos calcularon que el dinero recibido por la carne de tortuga no era comparable con la satisfacción de lo que habían hecho. Rieron como locos un buen rato con trago de agua salada incluido, la risa era un premio. Hay gente que lo tienen todo y no ríe, la risa lo arregló todo, las pérdidas, los sustos, las emociones y sobre todo el maldito lunes. Quizás lo bueno que les había deparado el destino ese día eran unas buenas risas que hacen tanta falta como el dinero. Hubieran querido repetirlo pero no iba a ser posible. Me gustaría contar que de camino a casa pescaron algo ya cayendo la noche pero no fue así. Al otro día Josef no se levantó de su cama, ni el otro, ni el otro. Al tercero salió y se sentó en el contén de su barrio. No contó nada, nunca contaba nada. Su cabeza solo mecaniqueaba un cambio de actividad. Se puso a pensar que hacer, que daba dinero, con que vivir.