viernes, 24 de octubre de 2008

Josef y los rayos de luz (parte 9)



Un día estaba jugando en uno de los tantos placeres de tierra abandonados por el barrio. Como cada niño de 8 años bastaba una rama y abrir un par de huecos en la tierra para entretenerse lo suficiente como para no apedrear los cristales de la casa del vecino o enredarse a golpes con los otros niños territoriales del barrio. Como de costumbre, al abrir un hueco sacaba las bolas de vidrio y las miraba a trasluz, no se imaginaba, ni por los cientos de veces que se había hecho la pregunta como alguien había logrado poner allí, dentro del vidrio esas aspas de colores, habían tres paletas, cuatro paletas, de muchos colores, pero ya el máximo era tener algún trofeo ganado en juego y apuesta que tuviera los colores distintos en cada aspa. Josef tenía una y nunca la jugaba, ni siquiera la sacaba a la vista de otros. Solo la observaba meticulosamente cuando estaba en algún sitio abandonado o solitario como este placer de la calle 24 donde al mediodía nadie iba por el fuerte sol que pegaba, que hacia salir vapores de los pequeños charcos de agua formada perennemente de alguna tubería rota por el sitio. También tenía lo que llamaban tirito, era codiciado por muchos niños pero a Josef no le gustaba. Esa bola no era transparente y a Josef le gustaba lo transparente. El tirito era blanco con algunas leves rayas de colores alrededor. A Josef le parecía más bien una bola de leche, un durofrío de bola o de plástico. Lo más lindo del cristal que era hacerte la ilusión de tener una pequeña gota de mar en la mano, era lo que mas le encantaba de las bolas, y las azules, las bolas azules eran ese punto mágico por donde te puedes escapar cualquier día, era como tener pequeños pedazos de mar en el bolsillo.



Cavando el pequeño agujero habitual donde irían a parar las bolas con destreza de pronto algo resplandeció hermosamente como si el sol hubiera caído en ese punto por unos segundos y hubiera dejado algunos rayos de recuerdo. Josef miró alrededor por si había algún testigo de lo que pudiera ser un hallazgo genial. Le encantaba encontrarse cosas. Encontrar cosas era como alimentar un sueño desde antes de tener uso de razón que lo guiaban por los senderos de la exploración, la curiosidad y la emoción de sorprenderse cada día con las cosas que le tocaban en la vida. Siguió cavando con más fuerza, el brillo era metálico, controló sus fuerzas al ver que el objeto parecía frágil hasta que lo sacó. Era algo como una lata, pero muy ligera, eso si con colores brillosos y dibujos extraños. En aquello se podía leer canada dry, Josef pensó que era una suerte de mensaje oculto pero al mirar en su interior solo encontró más tierra y después de abrillantar el objeto un poco con la mano se lo puso dentro de su camiseta para cruzar hasta su casa y examinarlo con detenimiento. Tenía muchos detalles que ver, así que recogió las bolas en sus bolsillos y corrió cuanto pudo a casa.
Al llegar, lo primero que hizo fue preguntarle al padre. El padre era sabio en todas las cuestiones porque leía muchos libros. Enseñó la lata con orgullo y el padre sin mas importancia le comentó – es Canada Dry un refresco que había antes que se vendía en laticas así. La simple respuesta dejó un poco anonadado a Josef. Como es posible que algo tan bello, con tantos colores fuera una cosa antigua, del pasado. ¿Acaso estaban degenerando los seres humanos? ¿Como es posible que hoy el refresco que hay en la escuela sea una botella tan simple sin la alegría de los colores? Bajó con su lata y la decepción en ambas manos, intentó mostrar su no tan importante descubrimiento a los demás muchachos del barrio. Hebert uno de los pocos que no tenía ningún apodo lo invitó a entrar a su casa, en una caja de cartón tenía mas latas como esa, o al menos parecidas, una azul metálica, una roja, una que tenía un hermoso caballo con un caballero y su armadura, otra que tenía un escudo. A Josef se le fue apagando la ilusión del día. Hebert le ofreció cinco bolas por esa rara lata que no tenía en su colección, con tristeza Josef aceptó. A veces las cosas que uno piensa que son grandes cosas no son mas que insignificantes pasajes diarios de la vida de cualquiera. Otras dejamos de ver gigantes momentos por el hastío del convencimiento de que nunca pasará nada con nuestras vidas. Quizás uno debe estar atento al brillo de cada cosa que se pasa por adelante y no cejar de cavar hasta algún día encontrar algo bueno y valioso de verdad. No es bueno rendirse y si uno se rinde lo mejor que puede hacer es no decírselo a nadie. A menos que estés convencido que siempre, siempre lo único que uno va a encontrar son absurdas laticas de bellos colores que pertenecen al pasado.