sábado, 5 de mayo de 2012

Josef comienza un adiós (Cap 127)

Diciembre del año 2013. El frío nunca se quitaba, ni en la mas voraz de las calefacciones. Josef estaba como casi todos fuera de casa, donde había que estar.  Los compañeros de trabajo vociferaban dominados por los vinos y los cavas con una euforia momentánea descontrolada. Josef solo oía murmullos, sabía que ese era su último año.
13 años llevaba fuera de las costas que lo vieron crecer y aun no sabía que hacía ni donde realmente estaba. La broma que consistía en ponerle todas las cosas de la vida en su estado mas difícil no se acababa, pensaba que quizás era un castigo y el no lo había entendido aun. Era un castigo absurdo y anticuado. Una especie de mini gira de Odiseo.

Podría estar en su casa, en silencio, tranquilo pero sabía de antemano que esa situación era letal. El silencio. Su mente no cesaba de generar ideas y porqués. Quizás la ausencia de respuestas a sus preguntas en sus solitarios años metidos debajo del agua se le habían acumulado y ahora salían por las rajaduras de la edad, el tedio y la lejanía. Tanta presión tenían sus ideas que incluso el ruido de mas de cincuenta personas hablando a la par lo convertía en un suave murmullo lejano para hacerse oír a toda costa. Josef no quería oír su mente pero estaba ahí y no paraba de hablar por nada del mundo en primera fila.
Si, caía algo parecido a lluvia o nieve. Extendió la mano para cerciorarse pero sus quemadas palmas apenas distinguían entre el frío y el muy frío. Y vino su pensamiento y se lo llevó, se lo llevó lejos otra vez.
Nunca encontró sentido a las cosas terrestres. Al final de todo, trató de adaptarse pero no sirvió de nada. No llegó a ningún resultado. Parece que las reglas del juego era solo sobrevivir lo mas dignamente posible pero que al final no se llegaba a ningún lado. Le molestaba mucho pensar que habría metas o premios en la vida o que esto podría ser una mentira auto inventada o una verdad sin resultados.
Todo el mundo sabe cuanto lo intentó. Fijó sus sueños en las cosas supuestamente reales, terrenales. Intentó vivir en pareja, incluso a veces le pasó por la cabeza tener una familia. Pero había algo que no se lo permitía. Las personas caían a su alrededor por una cosa o por otra. Le abandonaban, les abandonaba. Esa magia que contaban algunos estaba empezando a pensar que era otra de esas mentiras para ayudar en la resignación de tener que cumplir un papel en la vida. Una vida instintiva y monótona, una vida que no era la suya.
Josef comenzó a caminar, a lo lejos escuchó su nombre pero lo ignoró por completo. Quería ver las calles un poco mas, una vez mas.
La calles con su espíritu festivo se equilibraban con el silencio y el apuro de los caminantes. Disfraces, colores, banderas. También mas lluvia helada. Josef regresó a un punto de su vida en lo que sus pies lo llevaban sin rumbo por el centro de Madrid, ese barco donde se perdió. El barco hundido donde se le fue la vida por primera vez.
Desde el día en que despertó se preguntaba que hacía en este mundo. Estaba inconforme porque creía solemnemente que debió haberse quedado en ese barco, ese era su camino y alguien lo sacó de el con muy buena fe pero lo arrebató de su línea de vida. O al menos eso era lo que creía porque las cosas fueron de mal en peor. No puede negar que hubieron cosas tan intensas y bellas que por segundos le hacía pensar que había valido la pena, pero después todo volvía atrás. No hay opción, se decía a si mismo, hay que volver ahí y seguir donde lo dejamos. Convencido estaba que se encontraba viviendo una vida que no le pertenecía, una vida que había perdido el interés y que iba degenerando a la medida en que ya no conocía ni fines, ni metas, ni siquiera porque estaba esperando. Había que volver a ese barco o a cualquier otro. Desde luego que ese barco mercante griego hundido, en el que se había perdido y casi había muerto ya no existía, pero existían otros y quizás lo que manda y ordena en las vidas de los seres lo tomara en cuenta, o mejor dicho, lo retomara para dar un final ¿o comienzo? de lo que no debió haber sido interrumpido nunca, esa cuenta atrás que solo le quedaban segundos y la estiraron en años. Años de caminar sin rumbo, lleno de vagos sueños, absurdas metas y lejanías enfermizas.

Llegó a casa e hizo una búsqueda en internet. Barcos hundidos. Habían cientos, miles. Algunos completamente debajo del agua a una profundidad respetable, otros indignamente encallados con partes de su férreo cuerpo expuesto al sol, pero todos eran lo mismo, barcos hundidos. En cualquiera de ellos era buen lugar para retomar un camino cortado, abandonado abruptamente por los sucesos fortuitos que siempre están al doblar de la esquina. Cerró su búsqueda sobre lo más cercanos y marcó objetivos. Los equipos de buceo ya los tenía desde que había decidido no abandonar el mar aunque viviera a mas de 400 kilómetros de el. Los mas de diez años sin usarlos no interesaban, con que funcionaran los primeros minutos de la inmersión ya bastaría. Los metió en su carro horas mas tarde y ya bien entrada la madrugada puso rumbo al sudoeste. La carretera estaba en paz, con el último dinero que le quedaba llenó el depósito de combustible y compró algunos dulces en la gasolinera. Una hasta ahora inútil brújula marina, marcaba desde el salpicadero del carro el rumbo decidido. Josef estaba medianamente feliz, solo le molestaba haber tardado tanto en decidirse y haber empezado tantas veces a tratar de tener una vida terrestre normal.