lunes, 17 de febrero de 2014

Habana si, Habana no. (Josef pescador Capitulo 192)

El complejo arquitectónico llamado "El 1830" a la orilla del río Almendares era como una gran fortaleza llena de misterios y visiones fascinantes. Josef imaginaba cientos de aventuras a cada paso llenas de piratas, fantasmas, jinetes sin cabezas y hadas mágicas. Hadas muy raras porque a ratos eran figuras con hermosos vestidos blancos y a ratos eran sirenas en el mar. Pero las hadas y las sirenas no tienen nada que ver, nunca se han visto juntas. 
Habana del Mar caminaba a su lado sin soltar su mano. Aunque ambos temblaban de emoción trataban de disimularlo al máximo posible. Josef tarareaba cualquier tontería de un dibujo animado ruso llamado los músicos de Bremen y Habana, a pesar de ser tan lanzada no dejaba de llevarse parte de su pelo rubio y desorganizado a la boca todo el tiempo, hasta que el aire del este se lo volvía a arrancar para ponerlo flameando a su favor y sobre la cara de Josef que disfrutaba de su olor a salitre y algas.

 En una parte de ese sitio había un mágico castillo construido con piedras coralinas, lleno de pasadizos secretos e incómodas escaleras de caracol que al parecer fueron hechas para no humanos. Este castillo se llamaba, si es que aún existe, La Isla Japonesa. Medio siglo atrás estaba lleno de animales en cautiverio, serpientes, pájaros, un oso y un mono. El mono era una especie de guardián de esta maravilla de sitio, aunque con la particularidad que odiaba a los niños, porque los niños lo odiaban a el, al menos los niños de esa barriada del Vedado. 
 Mas o menos a esa hora siempre le traían la comida al mono. Era cuestión de esperar un poco bien escondidos y que el maldito mono no avisara a su dueño, por lo que había que entrar casi metido en el agua fuera de su vista completamente. Agazapados entre las piedras se veía venir de lejos al señor que le traía la comida. Era una carretilla con aguacates, mangos, toronjas, coles y plátanos. Todo un manjar para el mono y para Josef y Habana. 

 Habana temblaba como una hoja cayendo y abrazaba a Josef como si fuera el último día de su vida. Josef se dejaba y de paso había desaparecido el hambre y el horizonte. Habana le dio un beso, Josef respondió.

 Podría parecer que la misión de conseguir comida estaba en peligro pero no, la misión había desaparecido. Esos besos primerizos escondidos entre las rocas misteriosas de la Islita Japonesa valían mas que todo lo que hubiera tenido o sucedido hasta el momento. Todo era hermoso en ese momento y toda la tensión y el stress era completamente positivo y agradecido. No se supo cuanto tiempo había pasado hasta que Josef se sintió alzado por el aire. 

 El señor que cuidaba el mono, lo sostenía de aire con furia descontrolada entre gritos ofensivos y arañazos. Josef había sido sorprendido y Habana había logrado escapar tirándose hábilmente al mar por detrás de la isla. No lo vio venir, pero tampoco iba a suplicar nada. Daba igual, todo era bello. Con pensar solamente en Habana ya daba igual lo que le hicieran. Ya lo habían llevado varias veces a la estación de policía de Zapata y C donde su padre tenía que ir a recogerlo, pero por suerte su padre se había dado por vencido y ya ni lo regañaba, eso si, las horas de aventuras perdidas viendo policías entrar y salir del recinto si dolían de manera irrecuperable. 

 Estaban llegando a la puerta del 1830 cuando el señor lo dejó caer abruptamente al suelo y se llevó las manos a la cabeza. Habana justiciera estaba detrás del señor con las manos llenas de piedras. 
 - ¡¡Suéltalo!!... ¡¡Que lo sueltes dije!! 

 Hacía varios minutos que Josef estaba liberado y tirado en el suelo sin saber que hacer. Habana lanzó un par de piedras más y con la misma echaron a correr los dos, pero el señor no los persiguió, se quedó en la retaguardia blasfemando y amenazando con todo el repertorio posible. A toda velocidad que dieron sus piernas saltaron como para volar por encima del puente de la isla japonesa y cayeron al agua de largo como dos piratas en fuga de un barco ardiendo. Nadaron sin mirar atrás los metros que unían el 1830 con las rocas de la base del castillo de la Chorrera y ahí salieron vigilantes de que no los hubieran seguido, pero no había moros en la costa. 

- ¿Y ahora? - Preguntó Josef aun sin recuperarse de la impredecible escaramuza. 
- No va a ser el primer día que pase sin comer nada- Aseguró Habana orgullosa aun de su violenta acción. 
- Espérate... yo tengo una idea - Josef se lanzó al agua de nuevo sin esperar respuestas. 
Bajó los escasos metros de profundidad y ahí divisó en el fondo su opción C, sus reservas para casos especiales. Varios bultos del fondo con telas de colores que eran fácilmente divisables por la experta mirada de Josef. Los abrió uno a uno y fue cogiendo las monedas que iba encontrando en ellos, la nube de peces que se acercaba cada vez que Josef rompía una brujería, parecían muros desplazables de colores hechos por un albañil delirante. 

 Salió antes de la media hora y desesperado contó el dinero, entre medios, quilos y pesetas completaban casi tres pesos. 60 quilos, una barra de mantequilla y 25 quilos una barra de pan, sobraban para pasar el día, Quizás habría hasta para un helado en el Niágara, la cafetería de linea y 18. Contaba las monedas una y otra vez en lo que sorteaba los dienteperros hasta llegar bajo la escalera donde esperaba Habana. 

 Pero Habana no estaba.

Estuvo un buen rato sentado esperando a ver si aparecía. A Habana no se le buscaba, ella aparecía y desaparecía a su antojo cuando quería. De nada valía recorrer todas las calles del Vedado en bicicleta de norte a sur y de este a oeste. Nunca la había encontrado. Ese encuentro fortuito que tenía planificado desde hace meses nunca ocurría. A Habana no se le veía a no ser por su propia voluntad. Esperó recostado con su espalda desnuda en las húmedas y salitrosas piedras de la centenaria fortaleza de la Chorrera hasta que cayó el sol. Se levantó y escuchó por última vez en el día como la marea lamía las piedras incansablemente. Lanzó las monedas al mar de nuevo lo más lejos que pudo, bajó la cabeza y se fue con una tristeza sin igual, derrotado a su casa. 
Tantas cosas bellas y emocionantes del día opacadas por este momento fatal. Llegó a su casa sin hablar con nadie, se tapó con su roída sabana y no comió mas nada. - No va a ser el primer día que pase sin comer nada- le retumbaban las palabras de Habana. Muy tarde logró dormirse y con suerte soñó que arrebataba a Habana de los brazos de un malvado secuestrador a pedradas. Pero se despertó mas triste aun. Josef no era un héroe ni era nada.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Reír al Santi, llorar al Santi

Creo que este vídeo era del 2009. Yo no era el gran fan de Santiago, pero Enrique Smith me enseñó a escucharlo y como no, ya sabía que la Habana tenía su ángel, por eso usé raramente su música esta vez. Solo dios sabe cuantas veces cantamos su canciones en medio de las desgracias y las celebraciones. Lo bueno que tenía Santi era que el estaba para todas, las malas y las buenas. Se celebraba con Santi, se lloraba con Santi y cuando a las 4 de la madrugada se agotaban las conversaciones sobre sueños imposibles, en un sitio imposible, se oía gritar ¡Pon al Santi! Se podrían haber ido 10188 personas en el día de hoy, pero se fue el Santi. Por cabezón, por friki, por tener un infarto por varios días y no ir al médico hasta que dijo con un dolor inaguantable - ¡Coño, este si es de verdad! Esas fueron sus últimas palabras junto a su familiares. Se podrían haber ido 10188 personas en el día de hoy, pero se fue Santiago. ¡Claro! ¡el siempre hacía lo que le daba la gana y a la hora que le daba la gana! Nada de lágrimas compadre, te honraremos cantando tus canciones y pal carajo. Que donde quiera que vayas sigas haciendo lo que mas te guste y sobre todo que sigas siendo tu.