viernes, 26 de enero de 2007

PUERTAS ó Pesadillas de invierno.

No vale la pena transcribir las veinte páginas que he escrito sobre esto. Solo unas cuantas reflexiones. En estos días parece que estoy enganchado al tema de los sueños. Estoy soñando y no se porque (si alguien me ayuda lo agradeceré) con cosas a las que les temo. Una de ellas son las puertas. Le tengo terror a las puertas. Ese pedazo de madera al que el hombre ha dotado de capacidad de permitir o prohibir según sea el caso. Las puertas son útiles y peligrosas, como las armas. Las puertas mandan sobre los seres vivos y los muertos. Las puertas lo son todo y en todas partes están.
Desde pequeño recuerdo la puerta del dentista. Esa puerta de formica amarilla con una claraboya redonda en el medio. ¿Para que sería la claraboya? Nada me daba más terror que cuando abrían la puerta. Una vez traspasada ya estaba resignado a que iba a pasar dolor con los interminables empastes y andanzas de los dentistas criminales, pero ese momento desde que abrían la puerta hasta que decían mi nombre…..es algo duro de recordar. Hay otras puertas. La de escaparse de la escuela. Los escasos diez metros que me separaban de ella eran como kilómetros. Cada paso consumía mi energía como si estuviera alimentando con mi cuerpo una ciudad entera. Esos segundos de llegar apretando los dientes para que ningún profesor te preguntara a donde te creías que ibas eran incontables. Todo el sonido alrededor se centraba en tus pasos que a esa hora eran más ruidosos que nunca. El mundo giraba cada vez que ponías un pie detrás de otro y todo esto con la recompensa de un rico baño en el malecón si lo lograbas. Así fue en las puertas de la unidad del servicio militar. Las malditas puertas alambradas. Un descuido y ya estaba del otro lado. Escurrido como el mejor de los ninjas tomaba la guagua así mismo vestido de verde y me iba para el coppelia. A eso de las seis de la mañana volvía a atravesarlas esta vez para condenarme a mi mismo a la guerra y al militarismo. Pero había otras puertas horribles. Las puertas del servicio militar como mucho te podían condenar a un mes sin pase o las del dentista a un dolor momentáneo que incluso una vez pasado sentías muchísima mejoría al no tener un agujero en una muela donde se te quedara el pan nuestro de cada día. Había puertas más terribles y de las más de veinte hojas que le he dedicado a las puertas hoy voy a hablar de una de las peores. Las puertas del aeropuerto. Esas puertas grises que se cierran solas como responsables de no dejarte ver, ya no hablemos de pasar por ellas.
En esas puertas por años y años se desaparecieron los amigos. Uno tras otro los engullía con insaciable apetito y pedía más. Lo malo que queríamos que nos engullera. Las puertas del aeropuerto eran claras y concisas. Solo se abrían una sola vez y alguien pasaba. Nadie se le ocurría con la puerta abierta mirar atrás. Los amigos la atravesaban de un tirón y la puerta feliz de su poder y su terror batía el aire de lo rápido que te aislaba. No dejaba una última mirada ni un último adiós. Solo ella, la puerta entre el ser querido y tu. Me gustaría un día violar esa puerta. Arrancarla de cuajo con un hacha y hacerla pedazos. Gritarle a ella y todo el que se meta en el camino, incendiarla, barrerla, aplastarla y sobre todo. Volver a ver a los que desparecieron tras ella.
Con el pasar de los años la vida me dijo que yo pasaría por esa puerta. Juré que una vez en ella me viraría y diría un último adiós. Además por un problema moral no la dejaría que me golpeara por la espalda como echándome de mi propia casa. Agarraría la maldita puerta y la cerraría despacio humillándola incluso de ser posible la dejaría medio abierta para que perdiera el aliento, la fuerza y la dignidad.
Llegó ese día. Al aeropuerto fui solo. Suena a película pero no me gustan las despedidas. Ahí estaba la maldita puerta y sus sicarios custodiándola. Era el momento de la venganza. Tú que te tragaste a tantos seres queridos, ahora iría a tus entrañas y te revolvería el estomago con todas mis fuerzas y ya estaba cerca. En lo que mi yo automático respondía toda clase de absurdas preguntas que me hacían los custodios de la puerta mis ojos no se separaban de ella. Cabía la esperanza de que se asustara y buscara refuerzos. Una negación en el ultimo momento o un fallo en la documentación pero ella fue más fuerte y lo permitió todo. Dejó que me sellaran el pasaporte e incluso en un alarde de guapearía puso en boca de la vestida de verde un que tenga usted un buen viaje. Avancé hacia ella sin quitarle la vista de su centro gris como su podrida alma. Sentí clavado en mí la vista de las cámaras, ojos de la puerta. La vista de los protectores, los sicarios, los muertos y los perdidos. Escuché la risa de la puerta pero aun así no me detuve. Torcí la manigueta hasta que sentí hierros romperse dentro de ella. La empujé suavemente disfrutando con alevosía cada milímetro del ángulo que cedía a mi brazo. La puerta empezó a reírse a carcajadas. Como un ser en extremo masoquista me permitió el paso con amabilidad a pesar de estar siendo vejada. La aguanté con el pie, me viré y dije adiós a la nada, a nadie. La puerta me había tragado a mí y ya no existía mi tierra. Toda mi historia desaparecida, mi barrio, mi familia, mi río, mi selva. La puerta esta vez me lo había quitado todo. Otra vez me tocó perder. Nadie puede con la gran puerta gris. Desde entonces sueño con ella. Algunos sueños horribles en que se ríe en el momento que me desparece mi tierra por completo o estoy en mi tierra y ella desaparece a todos mis amigos uno por uno. A veces sueños geniales en que voy con una gigante mandarria y rompo todas las puertas y porteros. Sueños de los que me despierto sudando y violento. Pero con una enfermiza risa que me dura todo el día.

miércoles, 17 de enero de 2007

Cuento basado en un sueño.

....Ultimo amanecer con agua por todas partes.....

El agua empezó a entrar por la boca y la nariz simultáneamente. No dio tiempo a evitar que se colara una porción del salado líquido en sus pulmones. Se puso de pie como un resorte y comenzó a expectorar violentamente con una mano puesta en la garganta y la otra sujetando un roído saco de yute amarrado a una cuerda que contenía en su interior una bolsa de nylon con algunas pertenencias. Después de estar casi dos horas tratando de vomitar contrayendo el abdomen casi hasta aplastarse a si mismo solo logró que unas hirvientes gotas de ácido espumoso le salieran por la boca. Se agachó y el agua le llegó por la cintura. Con la mano libre y en forma de cuenco se mojó la cabeza y se llevó un poco de agua a la boca –salada como el coño e su madre- pensó en voz baja –me estoy disecando poco a poco. En ese momento varias gotas dejaron su pelo para abrir surcos de dolor en su espalda quemada. Hizo un sonido de siseo con la boca, mas por respuesta mecánica que por el dolor. Llevaba varios días en estas circunstancias y casi se podía decir que se estaba adaptando. Revisó la bolsa de nylon que hacía de mochila de pertenencias y a la vez era una almohada vital pues no había visto tierra firme desde que salió a caminar por ese mar infinito que casi lo cocinaba vivo. Cada noche se amarraba la cabeza a la bolsa inflada y solo así podía dormir un poco mientras los peces no empezaran a molestarlo o las piernas no le rozaran con algún coral de fuego que a veces casi afloraban y daba la sensación de tener la parte afectada en las mismísimas calderas del infierno. La ropa se le había desecho y gracias a algo que sus zapatos aun existían – por que si no- pensó un instante revisándose a si mismo como cada día- me mato aquí mismo ¿Cómo pudiera matarme? ¿Y si me rindo? No quiero sufrir más ¿Por qué no hay tierra? ¿Por qué esta poca profundidad por kilómetros y kilómetros? ¿Por qué esta calma? Me gustaría nadar un poco pero me rozaría el cuerpo o las rodillas con el fondo, nada, que tengo que caminar y seguir el rumbo so pena de dar vueltas como un condenado. Algún día llegaré pero ¿adonde? ¿A tierra? O al verdadero océano, al menos quizás pase un barco y soy capaz de soportar que se burlen de mi con tal que me lleven a algún lugar seco sea cual fuere. Si, porque esto es como una burla días y días caminando sin ver tierra y con el agua a la rodilla. A lo mejor estoy caminando por la plataforma de algún continente ¡ que coño será esto? Mi isla no tiene plataforma así y mucho menos la Habana ¿que coño será esto? –se estiró un poco, carraspeó y escupió varias veces intentando buscar una estrella en el cielo. Ya no se veía ninguna, estaba aclarando. El mar azul verdoso con el borde rojizo aseguraba una hermosa calma para ese día.

- ¡me caguendiez! No pude ver la estrella, ahora tendré que esperar a que el sol asome para poder ver donde está el este y seguir mi rumbo al sur, al sur debe estar Cuba, pues se supone que yo salí de la costa norte de la habana por el malecón no? Solo que desde que toqué el agua se desaparecieron todas las costas y el agua no ha dejado de darme por la rodilla desde hace días. Yo no caminé al norte ni al este ni al oeste yo solo me tiré al agua para bañarme un poco como cada día y cuando me viré no vi mas tierra. He perdido la cuenta de cuantos días llevo caminando. Yo no quería irme, ni a Miami ni a México ni a ningún cabrón país yo solo quiero llegar a mi casa ¡donde esta mi casa!
La voz no fue escuchada casi ni por el mismo. Se perdía entre el ruido de las pequeñas olas y la brisa del amanecer sin penas ni glorias contradiciendo aquello de que nada esta oculto entre cielo y tierra, debió ser por que en este caso había cambiado el segundo elemento. Cuando cayó en cuenta de que gritar no le iba a resolver nada reparó en que sus pies ya llevaban rato caminando como si un sistema independiente del cerebro les obligara a caminar sin parar con una perfecta cadencia mecánica que asemejaba una gran maquinaria bípeda, se sonrió un poco al pensar que el no era más que un muñeco accionado por un dueño que ahora le apetecía tan solo verlo caminar y caminar sin parar, pero el dueño ¿Quién sería? -¿dios?- dijo en voz baja pero subió el tono violentamente -¡me cago en dios! ¿Porque estoy aquí?¡¡que pasa!!- se acordó de un pasaje de la odisea y se sintió Ulises regresando o buscando su casa, alzó los brazos y grito otra vez al viento - ¡no te necesito dios, me cago en ti! ¿Me oístes?, bueno… Ulises no dijo lo segundo- sonrió como quien acaba de hacer una maldad pero la sonrisa pronto se convirtió en una expresión de miedo -¿y si dios existe? ¿Y si me esta mirando? Creo que no es buen momento para burlarse de dios, pero igual, no puedo estar peor- miró en la superficie los restos podridos de un pez que era devorado por otros pequeños peces –coñó- meditó sobre la cuestión – si puedo estar peor. Bien peor. A decir verdad hasta ahora no me ha pasado nada realmente malo- miró al cielo otra vez y ya la luz le molestaba, solo se oía el ruido de sus piernas mecánicas abriendo el agua a cada paso.
-dios - dijo como humillado – perdóname ý si estás ahí y sácame de esto ¡si no quieres que te……!¡no!...Fue un chiste y a mi me da gracia, yo creo en ti dios pero imagínate, soy cubano, no puedo dejar de blasfemar y burlarme de todo ¿tu nos entiendes verdad ¿o será por eso que nos llevas como nos llevas? No creo, en el fondo tu también eres bueno aunque a veces seas un poco HP, dios aprieta pero no ahoga – se rió a carcajadas desencajándose a si mismo como un muñeco de resortes- ¡¡pero como aprietas cojones!!- volvió a mirarse los pies, ahí estaban un paso tras otro un paso tras otro con una cadencia perfecta –como una maquina- pensó –no fallan, un dos, un dos, un dos un…..coñó que hambre…pero no voy a parar, al mediodía almuerzo, tengo que abrirle otro hueco al cinto, menos mal que es de tela, la cosa no esta tan jodía chico, está negra pero no está tan jodía- decía esto y se reía para si un poco, un pensamiento lo tranquilizó a pesar de llevar muchas horas caminando-

- al menos me río.
II
Ya el sol estaba casi encima del todo. El mediodía era la hora de parar por dos cosas, el temor a perderse al no saber con el sol en la cabeza adonde quedaban los puntos cardinales y porque era la hora de pescar y tomar agua. Repitió la misma operación aprendida días atrás por la necesidad de sobrevivir. Pidió a todo lo que existiera encontrar tierra aunque fuera una isla desierta para dormir seco aunque sea una vez y miró alrededor, cosa que apenas hacía, porque se pasaba los días enteros caminando y mirando la maquinaria de sus pies como hacían su función ininterrumpidamente, deseando cuando levantara la cabeza ver el mismo punto donde había partido que era la playita de la calle 16 en el Vedado al lado del castillo de la chorrera en el malecón Habanero o al menos una vulgar roca sobresaliente donde dormir y seguir al otro día su camino. Se preguntaba a si mismo si encontrase una roca, si al siguiente día la dejaría o se quedaría por el miedo al infinito para siempre castigado en ese pedazo de tierra –creo que si- se contestó a si mismo. La convicción de llegar a algún lugar más fuerte que un pedazo de piedra en medio del mar aun la tenía clara aunque había que llegar a ver dado el momento que se hacía en realidad. A lo lejos se oían de vez en cuando unos chapoteos inmensos como si fueran grandes peces revolviendo el agua -¿serán tiburones?...ni pensar en eso… mejor pienso en otra cosa, esto no es un pensamiento apropiado para esta situación- sonrió un poco pero sus cejas dejaron advertir el miedo - a la la la la- tarareo como para romper la imagen de la película vista años atrás en que un tiburón casi se come un barco, terminó el recorrido visual y al no ver tierra alguna ni indicios de ella si se desaparecieron un poco las ideas anteriores y dio paso a la desesperación. El corazón empezó a latir de una forma incomoda y todas las quemaduras a arder, la garganta a secarse – no hay tierra, ¡no hay tierra!- como si su propio pensamiento fuera enormemente sádico y disfrutara con ello, como si el cerebro lo castigara por un simple baño en la costa habanera.
No hay tierra, decía sacando del nylon 2 platos plásticos, algunos hilos y un pedazo de rama de un árbol encontrada como todas sus pertenencias flotando en el infinito a la deriva. Puso manos a la obra a la tarea de todos los días de con el palo romper algunos erizos que metía dentro de la bolsa de nylon y hundirla hasta que se llenaba de agua. Entonces por su transparencia se desaparecía de la vista. Los peces atraídos por el olor de los erizos mutilados entraban en la bolsa y eran atrapados con manos cruelmente hambrientas que les daban muerte en poco tiempo. Ninguno era mayor de tamaño que un dedo anular pero con varios de estos ya tenía para todo el día. El sabor amargo de su carne ya estaba empezando a parecer agradable incluso se aventuraba con algunas vísceras a ver si se le cambiaba el sabor de alguna manera. Después en lo que engullía los peces con la misma bolsa de nylon extendida sobre la superficie del agua con tanto sol se evaporaba una pequeña parte que recogida hábilmente con el plato servía de ayuda para no morir de sed ese día. En los primeros momentos intentó tomar agua salada pero le provocó trastornos tan graves que estaba decidido a morir si no encontraba la forma de conseguir agua que al menos no tuviera tantas sales. No se podía evitar hacer comparaciones con los primeros días y ahora, a no ser que hubiera una tormenta o perdiera sus pertenencias todo estaba bajo control. El agua, la comida aunque justa y escasa estaba en sus manos, dormir también, las cosas básicas así que por segundos hasta se consideraba afortunado pero estos estados de ánimos eran como las pequeñas y aburridas olas que iban y venían, un rato bien y otro rato dejado a la histeria, los gritos y el desespero. Por suerte los pies estaban bien. Se preguntaba curiosamente quien en la tierra se preguntaba y agradecía que sus pies estuvieran bien. A el no le interesaba la bolsa de wall street ni el football ingles, solo quería y codiciaba que sus pies no le fallaran, y lo otro que no estaba en sus manos que era llegar.

III
Anduvo unos diez o doce días por su cuenta mental, o peor, no lo tenía claro, de hecho no tenía donde llegar ni sabía si iba a llegar a algún lugar en algún momento de si rara vida. Ya había aprendido que peces eran más deliciosos que otros a la hora de comer, incluso el grado de especialización en la pesca ya le permitía escoger la especie deseada y algunos habían sido bautizados como pez verde, el gordo, el rayado, el preso. Un día llegó a un lugar arenoso y gozó inmensamente quitándose los zapatos y restregando los pies en la arena a manera de un masaje que recuerda como las sensaciones más ricas de su vida. A veces tropezaba y caía de cara al agua y se dejaba caer o flotaba como un madero con intención de que una corriente lo llevara a algún lado pero era inexistente. Su única responsabilidad era no volver sobre sus pasos. Aunque tantos días sin encontrar tierra le hacían dudar de si había cogido el camino correcto desde un principio. Ya no podía volverse atrás. Volverse atrás era garantizar esos doce o diez días que tenía en mente de camino perdido, como una esperanza perdida aunque a veces entraba en violentas discusiones consigo mismo. Se odiaba por haberse tirado al mar ese día raro. Tampoco pasaba ningún avión ni barco ni nada que le pareciese humano excepto alguna botella mohosa o algún pedazo de plástico. De pronto cayó en cuenta que extrañaba el fuego. Aunque en el país que vivía la mayoría del tiempo uno se ahogaba de calor, ahora un buen fuego seria bienvenido. Recordaba que en algunas casas de Cuba que había visitado, a manera de decoración u ostentación había estufas de leña empotradas a la pared como mismo se pudieran encontrar en Alemania o Suecia. Ahora no se burlaría, a pesar del calor encendería un buen fuego y respiraría un aire caliente desecho de humedad que seria muy bienvenido. Cada vez que veía una mancha blanca en el fondo era lo que el llamaba un arenazo. Momento de quitarse los zapatos y remover la arena con los pies, dulce masaje a sus maquinarias. Los zapatos ya estaban del color que alguna vez fue la piel sintética. -Menos mal que me tiré al agua con ellos por los erizos- pensó. Después de disfrutar un poco en cada arenazo seguía la maquina un paso, dos, un paso, dos, un paso, dos. Sin parar, sin fallar. Aprendió también que si ponía las manos sobre sus cejas a manera de visera y metía un poco la cabeza en el agua casi veía como si tuviese una careta, así pudo detectar donde pudiera haber langostas, cangrejos y pulpos y variar su dieta. Estos últimos eran durísimos e insaboros pero le mantenían mascando un buen rato como si fuera un chiclet y era un buen entretenimiento. Por las noches seguían esos ruidos de peces grandes que asustaban y apenas le dejaban dormir, no quería preguntarse que eran, se lo tenia prohibido a si mismo. Los amaneceres empezaron a ser hermosos, cada día más hermosos. Se detenía a mirar cada rayo, a contar los matices de colores. Nunca había reparado en que un amanecer o atardecer puede tener cientos de colores hasta donde podía contar. El mar se hacia una fiesta de ellos rojos, violetas, anaranjados, azules de todos los matices le hacían mirar por horas y esperar cada día que el sol se escondiera o saliera para disfrutar como cuando se sentaba a mirar la mejor de las películas en un cine, cosa que no echaba de menos, no extrañaba la ciudad, ni la gente, ni los carros, ni el ruido. Cada día su posición era mas sublime en cuanto a tranquilidad. Cada día había más belleza en su desgracia. Más dejadez por las metas o el futuro. Llegó un momento en que dejó de querer encontrar la tierra. Dormir en el mar era la mejor forma de dormir que pudiera experimentar ser humano alguno, tanta paz, tanta ausencia de problemas, todo resuelto, ya sin miedos, sin metas. Dejó de caminar del todo. Estuvo un par de días en el arenazo. Su pequeño pedazo de cuerda le sirvió para atarse un tobillo a una piedra así la corriente de la noche no lo movería de ese rico arenazo abundante de peces y amaneceres.

Esa noche se durmió en paz por primera vez en toda esta epopeya. Soñó con los amaneceres más lindos del mundo. Tuvo también un sueño erótico con sirenas que hacía tiempo estaban haciendo lugar en su imaginación. Estas, a pesar de tener cola de pez sucumbían a caricias terrenales y se convertían en hermosas mujeres con deseos de amor y abrazos, sus cuerpos eran calientes, dóciles y fuertes a la vez, además murmuraban cosas en el más antiguo de los idiomas con una dulzura que no competía ni los colores del mundo ni las riquezas. Su pelo enredado en algas lo arropaba como una manta caliente llena de vida y tenían un olor a mar, a muerte, a lino y a podredumbre que le excitaba hasta el ultimo poro. Se pasó la noche entera haciendo el amor ferozmente con todas las que venían en su camino y sus pies no le fallaban en caminar para buscar otra y otra. En el sueño por momentos descubría ricas islas llenas de árboles y riachuelos dulces alrededor de su camino pero no abandonaba el mar ni sus sirenas. Ni por un segundo pensaría para el resto de sus días salir de esa cristalina agua que le susurraba poder y vida. Más nunca pensó ni con todos los continentes que se cruzaran en su camino volver a la tierra, a los amaneceres polucionados, al ruido y la sequedad. A pedir limosna, a pedir permiso, a trabajar. Sus riquezas, el saco, el plato y la cuerda lo era todo. Empezó el frío, señal de amanecer. Se despertó con la excitación de todos los días. Se arrodilló en la arena y se enjuagó la boca con sorbos de tibia agua de mar de amanecer. Al pararse adonde el sol asomaba gritó con los brazos abiertos en forma de cruz.

¡quiero vivir aquí!

Le dio olor a humo. Básicamente a humo de escape de carros. Un ruido horrible perforó sus oídos. Si, estaba amaneciendo. Pero al otear el horizonte como cada día solo vio edificios, gente yendo para el trabajo. Carros pitando, humos, maltratos. El agua le seguía llegando por la cintura pero nadie reparó en ese hombre que a las seis de la mañana salía del agua de la orilla del malecón. Pudiera haber sido cualquier pescador. Se sentó en lo más alto del muro y un pobre amanecer encarbonado se presentó ante sus ojos. Apenas podía caminar, se sentía pesado y las máquinas de sus pies le dolían mucho. Pasó un día llorando, y dos, y tres. Al cuarto con su bolsa plástica atrapó unos peces y los comió como de costumbre. Varias personas intentaron sacarlo del mar pero no lo lograron. Era más hábil que un pez y dándose cuenta de esto empezó a alejarse de la orilla, pero en horas y horas nadando no logró dejar de ver los edificios. Además ya no caminaba, nadaba porque el mar estaba negro de profundo. Bajó sin apenas coger aire para intentar coger fondo, se le acababa pero seguía para abajo. Nadie lo echó en falta. Unas sirenas vinieron a buscarle. No volvió más. Y mucho menos se preguntaba porque había sido todo esto.

martes, 16 de enero de 2007

Ultimas fotos de la zona cero T4








Ya han limpiado bastante los escombros, se puede ver donde están los camiones todo el espacio que ocupa la parte retirada del modulo de parqueo. Para ver mejor estas panorámicas recomiendo hacer doble click sobre ellas y verlas en una pagina aparte en tamaño mas grande. Estas fotos son de la fecha 17-01-2007.

domingo, 7 de enero de 2007

La Historia de una foto


Una foto puede tener historia..o historias. Esta es una de ellas. contaré lo contable por supuesto así que no se asusten. Esta es en Topes de Collantes.

pero la historia la sigo cuando alguien que me preguntó por unos elefantes vistos en topes de collantes me diga porque me ha hecho esa pregunta.

Bueno, pues me daba muchísima curiosidad de porque me preguntaban lo de los elefantes en topes, es que algunas de las personas vieron elefantes, otros carros volcados con gente adentro muriéndose, algunos vieron personas que no estaban. Yo no comí pero cuidar de los alucinados me supuso uno de los peores días de mi vida, ademas en un lugar peligroso como es el Caburní.

Una de las personas que iba en este viaje empezó a jugar con un llavero que no tenía y según ella se le cayeron al piso y se estuvo todo el día buscándolo, los mas lo que les dio es sueño. se quedaron dormidos pero por donde corría el agua del río y yo sacaba a uno y otro se metía, cogieron todos hipotermia. Sentados en una cueva alguien dijo ¡coño que escuela mas bonita han hecho aquí! bueno lo de los elefantes y los carros volcados en medio del monte junto a monos riéndose y gente que estaba ausente pero hablaban con ellos fue una cosa muy muy impresionante. tres datos curiosos: uno, la pupila estaba dilatada al extremo ¿¿tendrá homatropina?? No me veían ni me oían, pero no manifestaban ninguna dificultad motora ni de equilibrio. era como unas imágenes insertadas por el cerebro en el escenario real, osea si había un árbol conque chocar lo veían y lo esquivaban pero en ese árbol podían ver recostado a alguien que no estaba y hablar con el. una mezcla de montajes cinematográfico cerebral.
y dos: cuando me rendí de aguantarlos para que no se desbarrancaran porque estaba exhausto, todos se paraban en el borde del barranco del Caburní pero ninguno se caía ni se tambaleaba, como perder la sensación de miedo o peligro y tener control a 100% de la situación aun no siendo real.
y tres: cuando todo pasó me preguntaron porque yo estaba berreado y asustado y nadie(de los que habían tomado eso) se acordaban de absolutamente nada. y hasta el dia de hoy, menos los que estábamos claro piensan que es jodedera mía.

The Goonies


Cuando vi esa película por décima vez en el cine Riviera de la calle 23, salí pensando que nunca iba a tener una historia así. Quedé enamorado por desgracia de la de los aparatos en los dientes, la que decían que era la más fea. Y las historias de mi abuelo que el venía de sangre pirata me hacían pensar que algún día encontraría un mapa entre sus cosas. Nunca lo encontré, cuando se fue solo dejo a mi abuela triste que se fue poco después junto con el. Me quedé pequeños recuerdos de que había vivido en una isla que era un desierto inmenso con playas interminables y se llamaban islas canarias. Cuando me enteré de que las canarias eran islas españolas y le pregunté se ofendió mucho. Nunca mas le toqué el tema si era español, el no era español y a la pregunta de donde tu eres decía, no se, soy guanche. Nadie sabe de donde salieron los guanches, al menos no se tiene claro. Eran los nativos de algunas islas de las canarias pero no eran africanos tampoco. Se piensa que eran restos de tribus vikingas que en sus tribulaciones fueron a dar a esos lugares en el medio del mar. Dicen las malas lenguas que nunca revelaron su procedencia porque fueron echados de sus tierras y los primeros pobladores no tenían lengua porque se las habían cortado para que su descendencia nunca su supiese como volver ¿de ahí vengo yo? ¿De desterrados deslenguados que no les pueden contar a sus hijos el origen de su gente?

El domingo había visto los goonies otra vez. Me metía por dentro de la pantalla y formaba parte de ellos. Corría ante cacho y el gigante bueno y soñaba con los frattelli si es que se escribe así. Los ríos de oro, el barco hundido. Todo eso alimentaba mi imaginación sin límites hasta el punto que soñaba desmedidamente con eso todas las noches. Al salir de la escuela del fanguito que estaba en un barranco del vedado miraba a las paredes de piedras con pequeñas grutas y pensaba si ahí estaba mi cueva de los goonies, me metía en una que tendría un par de metros de profundidad por medio de alto y lo único que encontraba era un nido de avispas dormido que quiera dios que nunca se haya despertado porque el día que lo hiciera iban a morir los testigos.

Meses después la cogimos con ir a barquear (verbo cubano) al parque buró que esta en 23 entre 30 y 32 en el fin del vedado antes de la entrada del puente Almendares. Ahí, si el guarda parques se mareaba nos montábamos en los aparatos siempre cercados de los parque de cuba. Es una antigua pregunta ¿Por qué los aparatos de los parques están cercados y casi siempre cerrados y hay que brincar una cerca para usarlos? Para que no los rompan me dijeron una vez, bueno la verdad es que están muy pintaditos pero ningún niño los usa. También nos poníamos a jugar pelota. Con una despeluzada pelota de tenis que ya no se veía que había sido verde en algún momento o quizás un “casquito” rojo de los que valían 40 centavos en la ferretería de 15 y 26. Ese día la pelota se nos fué por un hueco de un registro de hierro de la calle 30. Como no nos íbamos a quedar así de tranquilos buscamos entre las basuras de por ahí un pedazo de cabilla. Habíamos visto como los que limpiaban las alcantarillas metían la cabilla por un agujero y al doblarla se levantaba la enorme tapa.
.
Lo hicimos pero al levantarlo aquello no era una alcantarilla era un túnel, nos miramos ¿el túnel Goonie? Ya está. Dejamos la pelota y nos fuimos a casa por linternas chinas de aluminio con las pilas yara. Volvimos enseguida. En un rato ya estábamos descendiendo por la escalera. Al poner la tapa nos embargó una sensación de grandísimo miedo pero a la vez curiosidad. Había tardado en llegar, ya estaba en 7º grado pero ese era nuestro túnel Goonie. Ya estábamos ahí.

El oxido de las escaleras por las que bajábamos una vez quitada la tapa que estaba en medio de la calle 30 entre 23 y 25 y el olor a humedad le daba más tenebrosidad al asunto. Intentamos desde dentro cerrar la tapa pero fué imposible ya que con palanca fue fácil pero tirando de ella con las manos ya era otra cosa. La dejamos medio cerrada, de todas maneras –pensamos- la gente está acostumbrada a que por las calles hayan cloacas destapadas así que nadie iba a notar una tapa destapada valga la redundancia. Craso error, en lo que intentábamos encender las linternas de aluminio chinas, llenas de letras chinas y con un elefante pintado alguien de “arriba” cerró la tapa entre protestas y nos asustamos un poco más de lo que estábamos. A H (por llamarlo de alguna manera) le entraron ganas de ir al baño inmediatamente a hacer el 2, a mi dejaron de responderme los pies por un momento ¿Dónde nos habíamos metido?
En lo que la tenue luz de las linternas y la vista se nos acostumbraban pudimos divisar una parte de un largo pasillo por el que corría algo de agua con un color casi negro de moho o tierra. El olor era bastante irrespirable pero familiar. Como el de las cuevas del fanguito pero más, mucho mas acentuado. Cuando comenzamos a andar por los pasillos ya había pasado bastante rato y el ruido del goteo mas la humedad nos eran familiares. Yo imaginaba que estábamos caminando por una suerte de tuberías pero al mirar al techo este era plano y casi se podía asegurar que era el techo de una casa, en las esquinas tenía una especie de adornos y se veía a ratos unas cajas eléctricas como si de ahí hubieran estado colgadas lámparas alguna vez.
Llegamos a un lugar donde este extraño pasillo se abría en forma de habitación y se oían ruidos de carros del exterior, también de agua corriendo y eso nos ponía más nerviosos. Unos bultos negros estaban tirados por todo el piso, me atreví, a pesar del asco que ya estaba sintiendo, a pasarles la mano queriendo rememorar al gran Indiana Jones cuando le pasaba la mano a cualquier cosa y se destapaban jeroglíficos. Pero no se destapaba nada. Solo oxido y más oxido. Al alejarnos nos dimos cuenta que eran una especie de archivos de hierro muy corroídos con gavetas. No se les veía el color por ningún lado pero estaban tan podridos que con el dedo se le abrían huecos como si fuera de cartón. Intentamos tirar del asa de las gavetas pero nos quedamos con ellas en las manos aunque tampoco nos fue difícil romperlos para ver que tenían dentro. Algunas gavetas estaban vacías y otras tenían muchos papeles en files de cartón. Por más que intenté coger alguno todos se deshacían en las manos como si fuera de una galleta mojada. No pude ver ni uno y la curiosidad ya había desplazado por completo al miedo y a la sensación de tiempo o peligro. Desesperadamente los dos nos pusimos a buscar más cosas que nos hablaran de ese lugar adonde habíamos entrado pero nada nos decía nada. Unos platos en el piso, casquillos de balas, y una pulpa terrible y apestosa que pensábamos que podía ser los papeles hechos pasta por la humedad reinante. H entró en lo que parecían más puertas y me llamaba en cada hallazgo nuevo, yo pasaba desde una habitación a otra y todo era lo mismo de patético y asqueroso. En la última habitación ya si encontramos lo que parecía algo como una camisa, desecha por supuesto, unas botas, un teléfono, también unas esposas que se hacían polvo en las manos y muchas cosas que parecían ser velas, muchos pedazos de velas. Fue una pena no haber llevado fósforos, quizás hubiesen mejorado la iluminación del lugar. De pronto H se petrificó, se quedó en silencio con esa cara que se queda en la gente que está pasando por un mal rato pero no sabe que hacer para salir de el. Me acerqué a su lado pero no quise ver que el estaba mirando tan fijamente. Busqué a mí alrededor algún palo o algo que sirviera de defensa en caso de que lo que hubiera dejado a H así fuera algo que pudiera agredirnos, le cogí por el brazo y lo zarandeé un poco pero seguía sin reaccionar ahí con los ojos y la linterna clavada en un punto.
Yo estaba demasiado ocupado descubriendo cosas como para darme cuenta que podía estar en un lugar que me podía dejar traumatizado de por vida. Como si estuviera en mi casa adelanté a H y me quedé solo en un pasillo que la escasa de luz de nuestra linterna me hizo recordar que aquello no era un lugar normal. Lo que había dejado a H en esa forma era una carabela con todas las de la ley. No miento si digo que no me asusté mucho. Enseguida la relacioné con cosas de piratas, pero segundos después vine un poco a la realidad y me di cuenta que eso había pertenecido alguna vez a un ser humano y que a saber porque estaba ahí. Quise cogerla en mis manos pero H me dió un grito desesperado y empezó a repetir hasta el infinito, ya fuera de si, que nos fuéramos de ahí. Intenté calmarle. Recordaba en todo momento la película de los goonies y eso me daba fuerzas pero H dijo una frase terrible – ¿y si nos aparece un espíritu?- ahí se perdieron los ánimos. Medio que cerré los ojos para si aparecía el espíritu no verlo bien. Pero por desgracia ya la vista o bien estaba un poco acostumbrada o el miedo la había mejorado mucho, porque casi veíamos todo el local con claridad, además para colmo esa penumbra que en contra de nuestra voluntad nos ayudaba también parpadeaba como algo vivo y ya nos estábamos poniendo nerviosos. Al coger por uno de los corredores vimos un hueco con luz al final. Y se me ocurrió que eso tenía cara de salir al exterior directamente y no tendríamos que atormentarnos desandando lo andado otra vez. Sin decir una palabra me metí en ese túnel y a lo lejos oía la voz entrecortada de H pidiéndome que saliéramos por donde mismo habíamos entrado, pero yo iba hacia la luz como una libélula. Cuando me asomé al hueco, vi perfectamente la calle 23 y respiré tranquilo, le avisé a H y sin mediar palabras como presa del sonambulismo H salió por el estrecho agujero que daba exactamente a una escalera de la entrada frontal del parque.
agujero de la escalera.

Yo me quedé un rato, de espaldas a la luz y mirando nuestra cueva goonie. La verdad que no había sido gran cosa, ni remotamente como la película, aunque el haber visto una carabela le daba sus puntos. Quizás me hubiera gustado que en esta expedición hubiera habido una chica, aunque fuera la de los aparatos en los dientes y besarla. O que hubiera habido un barco. Pero solo fueron pasillos y corredores con una mísera carabela que igual podría ser hasta de mentira. Cuando decidí abandonar mi sueño que salí por el agujero ya H estaba con varias personas y un policía gritando que adentro de ese hueco había muertos. En silencio me repetí los nombres de toda su familia acompañado de palabras que no debiera poner aquí. El policía nos regañó fuertemente y nos dijo que claro que eso estaba lleno de muertos. Que eso era el Buró de represión anticomunista conocido como el BRAC y que estaba lleno de velas porque antes las familias de la gente desaparecida entraban ahí a poner velas a sus muertos pero que un día en una lluvia muy grande empezaron a salir restos de personas por las alcantarillas como una película de poltergeist y por eso lo tapiaron. Nos quedamos de una pieza. Nos fuimos derrotados a casa. Pero no tardó nada en que yo consiguiera pilas de nuevo y de paso invitara a las niñas de mi aula a “un pasadizo misterioso lleno de carabelas y fantasmas” pero claro, cuando levantamos la tapa de alcantarillado ya estaba cerrado con cemento y la parte del escalón de 23 tapiado meticulosamente con piedras y concreto. Nos quedamos ahí como mentirosos y tontos con las linternas chinas de aluminio que tenían a relieve un elefantico y no pude besar ni siquiera a la de los aparatos en los dientes. Que 13 años aquellos.
.
Parque Buró

miércoles, 3 de enero de 2007

El Fanbás (parte I)

Salí del metro. Afortunadamente hacía un calor terrible para ser primavera. El asunto de madrugar para ir al consulado no me hacia ni la mas mínima gracia, pero como bien decía una persona muy querida por mi -A lo único que le tengo miedo en España es a la parte cubana- caminé algunas manzanas mientras miraba a las personas que ya se encontraban trabajando, el que barre, el que conduce, el policía. Mientras yo dormía ellos ya estaban trabajando. Pero este día me tocó madrugar. En el consulado tenía entendido que había que venir muy temprano porque daban pocos turnos para mal atenderte, maltratarte y darte un par de papeles que había que rellenar para el permiso de entrada en Cuba. Llegué a lo que sería el consulado. Está al lado de una iglesia y es una entrada de un edificio de apartamentos convertido en oficinas. Por supuesto que aun no habrían abierto así que me senté en un contén de acera a esperar, cosa en la que somos especialistas y así medio dormido me puse a meditar sobre las cosas y las no cosas de la vida.
En la lejanía sentí que decían mi nombre. Esperé a estar seguro para volver la cabeza. Soy bastante vago para todo. Cuando sin dudas alguien pronunciaba mi nombre me paré y al volverme vi que era alguien que estaba durmiendo en la puerta de la iglesia tapado con periódicos. Me extrañó mucho. No conocía a nadie que viviera en la calle. Así que me acerqué y miré quien era.
Cuando los ojos se me acostumbraron a la penumbra del portal creí reconocer una voz y no me equivocaba, era el Fanbás, un amigo de hace muchos años. Habíamos estudiado juntos en la secundaria del fanguito y estuvimos trabajado un tiempo juntos en los barcos de pesca, de ahí su apodo (Fanbás) nuca supe porque usaba esa palabra, en realidad el no tenia donde vivir, la casa de sus padres se había derrumbado y lo habían mandado para un albergue que estaba en lo que fue una posada en la calle 51 por puentes grandes y el se negaba. Entonces vivía en los barcos. Era un negrón atractivo, mujeriego, borrachón y jodedor, siempre estaba buscando “un mango pa meterlo al fanbás” lo que traducido es buscar una mujer pera estar con ella en una especie de habitación que tenia acondicionada en el cuarto de los compresores de las neveras.
Sin pararse del piso me dio la mano con mucha alegría, aun yo estaba estupefacto y lo rematé con la tonta pregunta de – ¡coñó! ¿Estas aquí?
Me senté junto a el inmediatamente. Le caí a preguntas. Resulta que su novia de muchos años (de los últimos tres años en cuba) había venido para España. Diana, una flaquita que también estudiaba con nosotros. Llevaba casi un año en España y el un par de meses. Pero se le notaba la mirada cambiada. El brillo de pícaro había sido sustituido por unos ojos medio cerrados y una cara seria y predecible. Es que no estoy bien aquí, me repetía continuamente y se masajeaba las manos como si se estuviera muriendo de frío, como si aun estuviéramos helando pescado dentro de una nevera. Cuando le comenté que había ido a pedir el permiso de entrada para ir a cuba echó una carcajada. Resulta que eso no era ahí y aunque lo fuera no podría porque para coger turno había que ir desde el día antes a dormir en el portal de la iglesia - Como en Cuba – remató con solemnidad. A medida que se fue aclarando el día empecé a ver caras de gente también tumbadas en la escalera de la iglesia, eran más cubanos. Vestidos de todas formas posibles, de todos los colores y edades. Todos por igual tirados en el piso para esperar su oportunidad de arreglar alguna cosa con los temidos funcionarios cubanos. Empecé a cogerle odio a ese edificio, era un lugar de vergüenza, de humillación. Ya me estaba dando cuerda cuando el Fanbás dijo – hasta aquí quieren que seamos iguales la fuerza hermano - y se rió escandalosamente a lo que respondió un siseo de mandar a callar por alguien que ya había encontrado al fin el sueño por muy incomodo que estuviera.
Afuera de esas escaleras el mundo seguía dando vueltas a pesar de todo. Había guerra en Irak y un tsunami dando vueltas por ahí a ver a quien arrasaba. Seguro en África alguien despertaba junto a nosotros aquí en España y soñaba con tener una vida mejor. Quizás incluso tuvieran la suerte de comer ese día y sobrevivir para el otro pero aquí en España, nosotros seguíamos tirados en el piso. Ni mal ni bien, acomodados, cogiendo el sueño en una escalera. Esperando por los funcionarios cubanos. Esperando.
Decidí irme. Le pedí el teléfono al Fanbás y me lo dio gustoso, el día mejoró con su primera sonrisa de verdad, de las de antes, una sonrisa pequeña de quien tiene poco para dar pero aun así no se mide para compartirlo. Me dio un poco de su sonrisa, la recibí y la guardé muy dentro. Por los buenos tiempos. Hay mucho que contar del Fanbás. Mucho.
Bajé la escalera hacia el metro y en eso ya venía Diana. No se si antes dije que el Fanbás estaba ahí guardándole turno a Diana para hacer sus cosas de consulado. Inscribirse, renovar el pasaporte, que te roben, que te roben, que te roben y que te roben. Las gestiones normales del consulado Cubano supongo que en todos los países.
Me invitó a un café y se alegró mucho de verme, también con esa cara de tristeza común cuando ves a alguien y dices, me gustaría verte en los tiempos de antes cuando nos escapábamos juntos de la escuela y nos íbamos a bañar al malecón y después nos metíamos horas secando la ropa para que nuestros padres no se dieran cuenta. Acepté gustoso, solo que el Fanbás y yo nos pedimos cerveza. El camarero nos miró con una sonrisa, tenía unos bigotes quijotescos, retorcidos hacia arriba con mucho cuidado. Una camisa blanca impecable y un chaleco mostaza – ¿sois cubanos eh?- asentimos con la cerveza ya bajando por la garganta y mirando como un carnero degollado – los cubanos sois los únicos que desayunáis cerveza, y que dejáis propinas – nos quedamos callados analizando lo dicho y agrego el hombrecillo –aunque estéis tristes, siempre estáis pa fiestas.
Alguien se asomo a la puerta ¡Caballeros! ¡Ya abrieron! La mitad de los que estaban en el bar a esa hora, bebiendo cerveza, lentamente se incorporaron y pagando fueron uno por uno saliendo a la puerta. Ya había suficiente luz como para fruncir el ceño. La imagen que tengo era dantesca. Podrían ser cientos los que fueron saliendo de portales, bancos, parques, carros aparcados, con abrigos, con niños. Todos callados, todos cabizbajos, todos o casi todos con las manos en los bolsillos apretando los valiosos papeles que venían a acuñar, sellar, firmar, archivar, legalizar, lejitimizar, verificar y toda esa clase de crímenes contra la honestidad del hombre. Todos con sus vidas en blanco y con letras arial narrow a dos espacios. Poco a poco entrando por una angosta puerta donde casi cabían de uno en uno. En orden propio, como domesticados Por los años, por la vida o por la fuerza.
Bajé al metro enseguida. Huyendo recordé dos frases de nuevo. A lo único que le tengo miedo en España es a la parte cubana y la otra Hace falta una carga para matar bribones.

El Fanbás (parte II)

Cuando le comenté que me gustaría contar esta historia hizo el gesto con los hombros como que le importaba lo mismo que el caso de la lewinsky. A los pocos días recibí una llamada de su número, pero era Diana. La conversación fue más o menos así.
- que volá fanbáa
- soy Diana
- dime niña, como están.
- Mal, Julián (el fanbás) no sale de si mismo.
- ¿Que pasa?
- A veces se pasa días y no habla, desde que llegó por suerte o desgracia le consiguieron trabajo aquí en el mismo edifico donde vivimos, como una especie de mantenimiento y limpieza y le va bien pero…….
- ¿Pero?
- No sale a la calle, tiene miedo.
- ¿………..?
- Cada vez que ve algo lo compara con cuba, si ve un pájaro dice, mira un gorrión como el de cuba, si una flor lo mismo, si un edificio igual, si toma una cerveza le sabe a bucanero, si ve a alguien un poco quemao dice, ese parece un cubano. No sale de ahí y por supuesto, no sale de Cuba. No se ha ido aun.
- Creo que se lo que es eso.
- Le da gracia hasta si ve algún edificio medio roto dice como en la habana vieja y comprenderás como estoy, yo hice lo posible porque viniera para que echáramos palante juntos y nos va bien pero su mirada esta en el otro lado.
- Creo que eso solo lo arregla el tiempo, acaba de llegar como aquel que dice.
- Pero es que el otro día cuando te vio, sonrió un poquito, como antes y por eso te llamo.
- ¿Y que hago?
- Quizás tu pudieras sacarlo un poquito, aquí cerca, aunque sea al bar de abajo, que vea a la gente, que hable, no sé, que empiece a estar aquí.
- ¿mañana trabaja?
- No; los sábados no.
- Mañana voy pallá.
- Gracias.
- Ná, vas a ver que se le pasa con el tiempo, yo no podré hacer nada.
- Bueno, gracias de todas formas.
Pudiera decir como superman, esto es una trabajo para superyoyi pero me dije todo lo contrario y es porque soy pesimista por naturaleza. El problema del fanbas era casi el mismo que el de todos y gracias a no se que, como no tenía a quien contárselo no afectaba a nadie. Pero no estaría de mas recordar un poco los viejos tiempos y ver si nos tomábamos una, como siempre decíamos pero acabábamos en mil y a las 15 de la mañana.
El sábado me levanté temprano y arranqué mi cacharrito. Un peugeot 205 diesel que renqueaba como un aparato de perforar calles. Me fui a buscarle. Me aparecí en la puerta y esperé un rato al tocar. El rato fueron casi 30 minutos ¿Qué hago aquí? Me preguntaba una y otra vez. No va a querer salir conmigo. Bueno, será como una visita. Los veo y me voy y ya está.
Me abrieron, Diana hizo como si nunca hubiera hablado conmigo. Eran ya como las diez de la mañana de un buen día y entré. Metí un grito como si estuviera en el cuarto de compresores de las neveras de la empresa de pesca. No me contestó –pasa, pasa – Decía Diana señalándome la entrada de uno de los cuartos del pequeño apartamento. Entré con sigilo quizás estaba durmiendo pero estaba acostado mirando al techo con los ojos perdidos. Seguí gritando a ver si volvía de donde quiera que estuviese.
- ¡ Pero este negro no se va a levantar hoy?
- ¿Que volá? – Dijo entonando con mucho trabajo los ojos hacia mi como si fueran dos globos terráqueos lo que se estaba moviendo.
- ¿ven acá tu no te vas a desayunar unas cervezas conmigo hoy?
Se levantó poco a poco, estaba con ropa, solo le faltaban zapatos que se los puso inmediatamente. Se fue a la cocina y abrió el refrigerador, sacó un litro de cerveza. Diana le dijo que iba a limpiar un poco la casa que si era posible que nos la tomáramos en la calle. El fanbas cogió el cubo de limpiar y la escoba y empezó a ponerse manos a la obra. Diana se lo quitó de las manos con mucho cariño. Es tu día de descanso- le dijo entre mimos –además tienes visita, baja con el yoyi y tomate una cerveza en lo que yo acabo esto – lo acompañó hasta la puerta entre miradas cómplices conmigo que yo bajaba la cabeza, era una situación rara. Rara para un sábado por la mañana.
- ¿y si lo hacemos entre los dos rápido y bajamos todos?
- ¡que no! Ven ahorita que te voy a hacer un almuerzo rico.
El fanbas se dió por vencido, salió delante de mi como quien va a algo obligado. Sentí que le estaba jodiendo el día. Bajó las escaleras como si contara los escalones y yo recondenándome por saber lo que el sentía, lo que pensaba y hasta un poco jodido por comprenderlo. Pero cuando hay alguien que vive contigo o por ti ya las cosas son distintas. Ya no te puedes abandonar si alguien te espera.
El pasamano de la escalera era de metal y estaba oxidado, quizás un día tuvo pintura, lo sé. Pero era un edificio bastante viejo de la calle San Bernardo de Madrid. La escalera chirriaba porque sus escalones eran de madera también gastada por miles de tacones en su ir y venir diario, me recordaba el chirrido que ponían en las aventuras de piratas que según los sonidistas hacía el barco. Quizás si. Si el piso del barco era de madera claro que chirriarían como estos escalones, entonces supe que los sonidistas de las aventuras de las siete y media estaban en lo cierto. Los barcos piratas sonaban así.
Me le adelanté al fanbas y seguí por la acera, el se paró un rato cuando vio que abrí la puerta del carro como dudando si era bueno o malo, como si tuviera unos últimos segundos para defenderse y decir que no. Parecía una pausa en su vida. Quizás si hubiéramos mirado los relojes en ese momento se habrían detenido por unos segundos y por eso hoy el año nuevo nos ha llegado unos segundos mas tarde. Por culpa del fanbas. Empezó a moverse de nuevo la tierra. Dio los pasos que faltaban hasta el carro, se sentó adentro y le dije que se pusiera el cinturón -¿pa que?- porque ponen multas. Se lo puso, cogió aire mirando a todos lados -¿pa donde vamos?- dijo como restándole importancia a su arresto amistoso –pa la mata e los mojones, yo los tumbo y tu los comes- de pronto pareció como si le hubieran conectado a la electricidad y hubiera estado tiempo descargado. Como ese juguete que encuentras limpiando la casa y era de pilas y entonces dices ¡coñó! A ver si esto aun funciona y le quitas las pilas a otra cosa pero sabes que aun le queda algo de carga, entonces al ponerlo el juguete sea lo que sea se mueve un poquito con el último halito de esas pilas que costaron tan caras y que no habrá más. Ese carrito que ligeramente movió las ruedas o el perro de tu hermana que donde decía made in china era donde se le ponían las pilas porque eran juguetes de los ochenta de cuando los reyes bodegueros donde te daban el turno de básico, no básico y dirigido. El fanbas se movió así un poco con la ultima carga, pero como era en camara lenta me dio tiempo a sumarme a su acción y gritar con el, el final del juego.
- ¡¡YO A POQUITO Y TÚ A MONTONES!!
Mejoró la cosa. Yo dejé de sentirme mal y el se acomodó en el asiento como si fuéramos a dar un largo viaje. Paré en la primera terraza donde vi que había algún restauran abierto, me senté en una mesa y pedí un par de cervezas, de paso desayunamos una buena ración de chorizos de pueblo en salsa de vino. Nos la comimos con gusto sin apenas hablar. El fanbas rompió el hielo.
- esos árboles yo creo que los hay en cuba.
- Tienes a…..
- ¿A Diana? Si, se que la tengo jodida. Imagino que ella te habrá llamado, la pobre no sabe que hacer. ¡Ay cojones! Que buena es.
- Si, me llamó. Está preocupada. Dice que no has salido de cuba y yo creo que es verdad
- Es verdad
- ¿Y entonces que cojones vas a hacer?
- Salir…un día…irme.
- ¿Y mientras?
- Estaré como todos, como tu. Dando cabezazos por ahí hasta encontrar un hueco por donde me vaya, por donde venga.
- ¿Te puedo ayudar en algo?
- Lo he estado pensando. Si es por mi, me da igual quedarme como estoy. Pero quiero estar con Diana y que ella esté feliz como se merece. Nunca he estado mas seguro de que tengo la persona mejor del mundo a mi lado como ahora. Me siento como una mierda por hacerle esto pero no se me da bien ser hipócrita o mentiroso. Si estoy jodido estoy jodido me duele mucho. Pero ella lo está pagando y es por mi culpa y esto me hace agobiarme más aun. En esta historia yo soy el que no funciona bien. Quiero arreglarme, quiero arreglarme pero es como mandar algo a un consolidado, espera meses y meses y si tienes suerte llegaran las piezas y te saldrá bien, si no estás jodido y no te puedes comprar otra cosa.
- ¿Tus piezas están en Cuba verdad?
- Si
- Pistones de volga, caja de waz, carburador de lada, diferencial de ambulancia……….
Se volvió a reír como antes. Pero se apagó como se gastan las baterías usadas una y otra vez en la walkman que le compraste al marinero que de día las pones en tu viejo juguete que le dejas a tu sobrino y es una moto de policía que dice police y tu sobrino pregunta porque está mal escrito.
- que cojones podemos hacer fanbas.
- No sé….yo creo que con el tiempo… quizás si las cosas no me recordaran todo momento a Cuba ¡Yo me quiero ir cojones! ¡quiero estar aquí!
Las personas que estaban alrededor nos estaban mirando. El fanbas había subido la voz.
- ¡ya ves negro! ¡lo que has formado! Eres un conflictivo, mira como te mira la gente. Nos van a llamar a la policía, y si vienen empiezo a gritar que un negro me está asaltando para que no me lleven a mí.
El negro empezó a reírse como debe ser, desde adentro y entre risas logró balbucear algo que casi no se entendía.
- ¡coñoo! Verdad aquí la gente no suele hablar con guapería.
- Mira vamonos pal carajo, te voy a llevar a un lugar que como digas que se parece a Cuba te voy a dar una entrá de palos que no vas a servir ni pa castañar los dientes.
Nos fuimos rumbo al 205, una vez dentro el fanbas se soltó el cinturón y salió del carro otra vez –abre el capó- me dijo con autoridad. Le di a la palanca de cierre e hizo el ruido característico de soltarlo. El fanbas lo abrió en lo que yo me bajaba del carro con la curiosidad de que rayos querría este dentro del capó del carro a esta hora.
- ¿es de petróleo?
- Si
- ¿Y es bueno?
- Nunca me ha dejado botado al menos.
- Entonces es bueno
- Es una mierda, un carro que no se le rompe ná y que todas las piezas son de los mismos fabricantes de la marca, una mierda. Nunca he visto este motor por dentro ni siquiera le he apretado una tuerca este carro es una mierda.
- ¿Tú extrañas a tu Rambler?
- Y a mi Buick y a mi chevrolet y el studebaker ¿te acuerdas el que cogíamos pa correr en la autopista?
- ¿Te acuerdas de los guajiros de las villas que no nos querían pagar las apuestas?
- Candela, casi se forma una carga al machete
- Candela.
El pobre peugeot desmoralizado iba cargando con nosotros montaña arriba. Puse rumbo a la sierra de Madrid, a un lugar llamado Navacerrada. Un lugar hermoso que la naturaleza puso ahí para los madrileños. Un buen lugar para matar la nostalgia del caribe. Eso no se parecía a nada en Cuba. Las montañas estaban peladas en piedra viva por las heladas y su agresividad advertía a los viajeros que no se aventuraran en ellas sin equipos especiales. La parte nevada era como un gran manto tendido meticulosamente por dios para que reflejara la luz del sol y le diera a si mismo en la cara. Poco a poco el 205 llegó hasta la cima, no sin antes quejarse un poco. Nos bajamos del carro y aun sabiendo que nos íbamos a congelar el culo nos sentamos en unas piedras con resto de hielo. El fanbas cogió nieve en las manos y la aplastó hasta que se le salio por los dedos.
- yo………….. ya había visto la nieve.
- si, en las neveras de los barcos cabrón.
- es la misma nieve, es agua congelada, lo que aquí no hay pescado ni peste a pescado.
- como me digas que algo aquí se parece a cuba, te voy a descojonar.
- No…nada se parece, esto es Europa y estamos lejos de casa con cojones.
- Menos mal
- Pero una vez en madruga………….la temperatura bajó a cuatro grados.
Estuvimos tirándonos bolas de nieve hasta que se nos agotaron los brazos. Sudamos un montón, se me rompieron los espejuelos, me mojé los pies y después se me congelaron, tuvimos que comprar medias nuevas en las tiendas de esquí, nos jodimos la garganta de gritar y después nos fuimos. Deje al fanbas en la puerta de su casa. Se que no había arreglado nada. Que solo el tiempo podría con eso, pero al darle la mano entre risas le dije muy serio.
- bienvenido a Europa negro.
No dejó de reirse, no se le acabaron las baterías esta vez, me tiró unos golpes de boxeo que yo le respondí desde mi gordura y mi inmovilidad sedentaria. Todavía me dolía la cara de los bolazos de nieve que me había estampado el hijoeputa. Por las pasas que tenia por pelo aun le corría agua del hielo que le había incrustado. Me ha llamado este fin de año, que cuando vamos a las montañas otra vez, dice, le metí curva y me desvié, me fui al balcón porque en mi casa no hay buena cobertura, en lo que hablaba con el miré a la calle, estaba llena de basura –coñó que basurero – pensé – esto se parece a la habana.