sábado, 30 de agosto de 2008

Foto de recuerdo ó Puentes rotos.

Estaba navegando un poco con el Google Earth por mi barrio como siempre hago cuando vi que habían actualizado fotos, entre ellas la del puente de hierro que está abierto hace bastante tiempo porque no hay presupuesto para recuperarlo. Y no niego que me da escalofríos ver desde este programa lo que con mis propios ojos reconozco como mi verdadero hogar y mi casa. Me alegró .. o no se bien que sensación me dio ver fotos que poco a poco va subiendo la gente sobre Cuba, ese desierto negro de Internet. Desde afuera, entre nostálgicos y turistas van llenando ese gigantesco espacio de desinformación que es la mas grande de las antillas. Poco a poco se va viendo información en Wikipedia, videos en youtube, mas que nada hechos por los que estamos fuera o sacados del país en su momento.

Deleitando mi memoria con fotos mas actuales de las que tengo, encontré una que se merece contar una historia. Nada comprobable aunque así desearía que fuera. Es una historia que me contó mi padre, que le contó su padre y está relacionada con un viejo casco de barco que sale en una de las fotos encontradas en Google la cual me tomo el atrevimiento, previo comentario a su dueño de ponerlo en este blog.

Se llama El Criollo.

Trataré de armar los pensamientos ya que los pedazos que quedan son breves y gracias a esta foto no desaparecieron del todo con las malditas Coca-Colas del olvido que se toma uno aquí a diario.
Me pongo música… me pongo las fotos.. mi memoria esta dormida y solo se levanta a comer, trabajar, soñar un poco y esperar al otro día. Vamos memoria haz algo….



Parte 1º
Empiezo con un nombre: Thornwald Sánchez.

Cuentan que era un americano de ascendencia española amante de la navegación y de Cuba. Construyó una Base Náutica en la que trabajó mi padre más de 20 años, después trabajé, yo, mi madre y hasta mi hermano en alguna ocasión. Cuenta mi padre que le cuentan que Thornwald tenía los dos barcos más rápidos de Cuba y Centroamérica. Uno tenía su nombre Thornwald Sánchez y el otro se llama Criollo que es el que sale en la foto.
La base náutica que fue su propiedad hoy está destrozada, la visité en mi ultima estancia y casi lloro al ver como se hunde esa parte tan hermosa de mi vida, de conocer el mar, de aprender a nadar, a pescar, a navegar a vela, que es esa tremendísima espina que tengo clavada en el seco Madrid.
Por artes del destino y por cosas que sabemos en el año 1959 Thornwald Abandonó Cuba para siempre. Su sueño se quedó hecho la base del INDER Dionisio San Román en la parte de Miramar del puente de hierro y su barco preferido que llevaba su nombre fue rebautizado con el nombre del Zargaso que no se porque se ponía con Z, debió ser algún error de inscripción o algo por el estilo. Pues bien, al cabo de muchos años, por esas vueltas que da la vida mi padre después de trabajar en un montón de sitios vuelve a caer en la Base Náutica y esta vez como patrón del barco velero Zargaso porque su anterior Capitán de nombre Jaime, no recuerdo mas, era un viejito muy mayor y ya se jubilaba con tristeza abandonando lo que había sido su vida entera a bordo del barco mas rápido de Cuba a la vela. La primera vez que me subí al Zargaso tendría yo unos 10 años, sentí esa sensación de que llegas a un sitio que se quedará contigo para siempre. Mis pies descalzos hacían honor a cada tabla que pisaban ya que el barco era enteramente de madera. Paradójicamente la gente que conocía la historia siempre se burlaba un poco en broma de mi padre porque el Zargaso siempre había quedado en segundo por detrás del Criollo en todas las competiciones deportivas. Muchos años duró la restauración de tan precioso modelo. Madera por madera, aparejo por aparejo. Conseguir las cosas relacionadas con un deporte de ricos es imposible en el medio en que vivía el abandonado líder marino. Pero poco a poco se pudo hasta que llego un día en que salió a navegar y por supuesto, yo con el.
Mariano Valdés Cunill era el nombre del marinero que junto a mi padre desperezaron el dormido monstruo del lecho del río Almendares y lo hicieron moverse con todas sus toneladas de plomo en la Orza una tarde de verano. Recuerdo claramente como me vestí para la sublime ocasión, incluso me robé el reloj de mi hermano mayor. Un poljot soviético dorado que había costado la astronómica cifra de 123 pesos en el ten cent de 23 y 12 por aquella época. Yo no tenía reloj, era un regalo de fin de curso y mi fin de curso como siempre, había sido pésimo, por los pelos, como es de mi estilo.
Con Mariano Valdéz Cunill (marinero) Mi Padre "Pipo"(Patrón) a bordo del Zargaso. A mi lado mi madre y las demás personas creo que eran del ICAIC.

El pesado barco, pintado meticulosamente de blanco impecable, lavado tantas veces el río lo manchara con su contaminación comenzó a crujir las jarcias y cortó el agua con timidez de adolescente mientras estuvo en lugar mirado por todos. Salir con este barco, era un espectáculo porque había que abrir el puente que en aquel tiempo funcionaba. El estar bajo las miradas de todos los transeúntes me hacia el niño mas feliz y orgulloso del mundo, se que todos ellos o al menos la mayoría darían lo que fuese por estar en mi sitio. Mi sitio era el timón, mi padre me había enseñado lo suficiente como para con diez años hacer una navegación de cabotaje segura a cualquier puerto de Cuba y el me dejaba, se ponía con Mariano a desenredar cabos, a enganchar las velas, a tirar de los molinetes y trinquetes. Mi trabajo era solo llevar el barco por camino seguro y velar que la tosca botavara de unas 80 libras de peso no me golpeara la cabeza.
Ver el sitio donde vives desde un ángulo distinto es algo alucinante. El malecón no parecía distante ahora que yo estaba en el medio de la desembocadura. Todo era pequeño. En todo el recorrido por la orilla la gente se quedaba congelada mirando a tal reliquia moverse por si misma tan lentamente como si se pensara cada metro. Supongo que si las cosas tienen alma, el Zargaso o el Thornwald Sánchez estaba orgulloso de si mismo, de sobrevivir a generaciones, de ver el río pasar, de ver la vida pasar. Por los años que habían pasado quizás Thornwald ya no estaba entre nosotros, pero me hubiera gustado verlo y decirle que su barco era genial, que era fuerte, majestuoso, orgulloso y sobre todo un sobreviviente como casi todo lo que me rodeaba a partir de los sucesos que pararon el tiempo desde que yo nací. Todas las fantasías de piratas, abordajes, batallas marinas fueron subiendo al compás de las velas que ya los tripulantes subían con toda la energía de sus brazos a una velocidad como si algo se estuviera quemando. Se notó el cambio de agua sucia del río al agua cristalizada del mar Caribe, tan transparente que se traga los rayos de sol hasta el infinito y por mucho que te dejes la vista buscando donde se acaba siempre aparece mas profundidad. La espuma empezó a darme en la cara y dios o lo que sea envió unas fuertes ráfagas de viento que hicieron saltar todo el equipo como un disparo ladeándose peligrosamente por las cientos de toneladas de empuje en unas gigantescas velas cosidas, remendadas y recuperadas por el mallorquín de Santa Fé, dios de los veleros, único hombre en La Habana y quizás en Cuba que cosía velas casi desde el principio del siglo XX.

Fue impresionante ver como la proa cortaba con furia descomunal las olas que venían como tontas a su encuentro. El Zargaso crujía, rechinaba, pero con la misma un empuje y otro cada vez mas rápido, cada vez mas enérgico como si miles de espíritus lo empujaran frenéticamente para tratar de llevárselo por siempre de su triste y enlodada prisión en una abandonada orilla del Río mas sucio de Cuba entera.

A la tarde entró con vergüenza a su sitio de nuevo. En silencio lo amarramos. Recuerdo que mis manos apenas podían anudar bien los gruesos cabos de amarre y eso me desesperaba un poco. Me salían ampollas y quemaduras de intentarlo una y otra vez. Mi padre me miraba y se reía como orgulloso y yo por dentro también me reía aunque por fuera blasfemara todo lo posible como un buen pirata o marino debería hacer en situación parecida.

Parte 2º
Nueve años después.

Con diecinueve años ya el zargazo me había visto fumar en su camarote, emborracharme, llevar a los amigos a que “vieran un barco por dentro” a las amigas y a las no tanto amigas las cuales les parecía algo del más allá hacer “cosas” dentro de un lujoso barco velero. El Zargaso era mi casa y cuartel, nunca que yo recuerde me alejé de el mas que los dos kilómetros que había de distancia hacia la otra casa, la de tierra firme. En mi barrio apenas me conocían porque yo apenas llegaba algunas noches y salía muy temprano. El INDER le encomendaba a mi padre trabajos con este barco a cambio de algo de salario, pintura y algún que otro poco de combustible para su desvencijado motor Perkins ingles de renombrado espíritu. También en el pescábamos y manteníamos algo la proteína casera. Entre los trabajos recuerdo que era dar clases de navegación, pesca o buceo a los alumnos de la Escuela Superior de Licenciatura de Deporte Manuel Fajardo mas conocida como la mariposa por su diseño arquitectónico que aun esta en pie detrás de la Ciudad deportiva. Otros trabajos que hacíamos era dar apoyo a eventos deportivos como la competencia anual de pesca deportiva Ernest Hemingway que se hacia una parte en Cojímar y la otra en la Marina Hemingway llamada por aquellos tiempos antes de la explosión turística Base Cubanacán.
Un día llegó un trabajo especial. Apoyar llevando los jueces de unas olimpiadas no recuerdo cuales, en las competencias de vela. Esto era en la Academia Naval de la Marina de Guerra en el poblado de Baracoa al Oeste de La Habana donde hoy está la escuela Latinoamericana de medicina. Cuando entrábamos por ese río para atracar en los muelles de la marina mi padre y mariano, se quedaron petrificados. Sentí unas vibraciones extrañas a lo largo de todo el cuerpo. Si las cosas tienen vida, y creo que la tienen o al menos algún tipo de energía, yo sentí al Zargaso encogerse sobre si mismo, sus cables acerados se destensaron lo suficiente como para que yo supiera que algo estaba pasando. Intenté seguir con la vista el objetivo que no dejaban ni un segundo mis dos compañeros de navegación hasta que mi padre habló.
- El Criollo- dijo en un susurro como si se destaparan sus pensamientos. El Criollo estaba ahí, en el río Santa Ana, majestuoso, agresivo, poderoso como un animal dueño de su reino. No hubo más palabras porque lo sentí todo a través de esas energías que te hablan y uno nunca sabe de donde. Era un encuentro con sabor a venganza.

Cuando amarramos vinieron unos marineros vestidos de uniforme a ver el barco nuestro, eran reclutas o militares de bajo rango. Sin ningún tipo de respeto al menos por los dos viejos que componían la tripulación se empezaron a reír en nuestras caras porque sabían la historia del Criollo y del Zargaso. Estábamos en un perdedor por mucho cariño que le tuviéramos. Yo me bajé al muelle y me acerqué al Criollo. Si, era de la marina de guerra de Cuba. Un hermoso mástil de aluminio moderno relucía con sus trinquetes niquelados al lado de los nuestros color bronce y verde sulfatados del viejo salitre y manchados todo alrededor como si llorase oxido y tiempo de vejez..
Miré al Criollo como se mira a un traidor, era exactamente la copia rejuvenecida de nuestro barco, pulida por cientos de reclutas esclavizados con un falso orgullo por algo tan ajeno como un maldito barco militar, tenía ganas de escupirlo pero me hubieran dado una paliza ahí mismo. Mi padre se me acercó silenciosamente y me puso la mano en el hombro –eso es postalita nada más- murmuró con tanta seguridad que aplastó mi rabia y me sacó las risas de donde no había - Le han puesto un mástil muy ligero y moderno pero sin saber le han descompensado el equilibrio exquisito con el que fue construido por carpinteros de Santander. Muy ligero de arboladura, como todo lo que le quitaron no se lo hayan cargado en la Orza no son nadie, no son nadie.

-¡A las 4 cuando se acaben las competiciones voy hasta la bahía de la Habana y tu hasta el Río Almendares, podemos probarlos!- Gritó el capitán del Criollo desde lejos quizás porque oyó lo que mi padre me decía. Mi padre no tardó una centésima de segundo en asentir, la sangre de marino se desbordaba hinchada en adrenalina mientras los gemelos Zargaso y Criollo se miraban con odio. Ese día mi padre no asistió a su trabajo, se quedó dentro del puerto Santa Ana probando velas, revisando cabos, atando jarcias. Me hizo izar y bajar mas de diez veces el Genovés, la Mayor, el Foque. Mi agilidad de aquel tiempo me permitía andar por los cables del mástil revisándolo todo como un mono en un circo. A las cuatro menos cuarto un barco con tres hombres encima, pintado de blanco con pintura barata y tornillos enmohecidos salía con furia controlada a un punto de mar afuera donde esperaba un barco enteramente barnizado, pulido y encerado, con una tripulación numerosa de jóvenes inexpertos pero locos por burlarse de sus viejos oponentes que no eran mas que un señor de 64 años, mi padre de poco mas de 50 y yo de 19 años.

El viento había arreciado como prestado a tremendo circo. Las nubes habían ocultado el sol y las pequeñas crestas de las olas se vaporizaban formando pequeños y efímeros arco iris que no dejaban verse por la tensión y la concentración reinante. Mi padre me dio una bengala. Los marinos del otro barco estaban cada uno en sus puestos y recibiendo órdenes como alaridos de una bestia diabólica y agonizante. En nuestro barco había silencio total, cada uno sabía exactamente lo que tenía que hacer y si faltaba una orden era dada más que nada como un consejo a base de miradas. Mariano sacó de un compartimento casi secreto una oxidada brújula compás y la puso en su sitio histórico delante del timón, no sin antes con unos trapos negruscos retirarle la grasa de conservación en la que estaba envuelta. Todos en sus sitios.

Por un momento el viento hizo una pausa, o quizás yo dejé de sentirlo, o formé parte de él... Mirada.... Desenrosqué suavemente el tapón de la bengala y con un fuerte tirón reventé aquel artefacto. Me gustaría haberme detenido a mirar de qué color era pero no fue posible, las chicharras de los trinquetes empezaron a moler el silencio desesperadamente y tuve que agarrarme como pude al timón del Zargaso. Brioso, dio un salto ladeándose hasta que le entraba agua por la borda con una corriente brutal que arrastraba todas las cascarillas de pintura que no estuviesen bien pegadas a la cubierta. Nunca vi tanta velocidad en ese barco. Todo el conjunto rechinaba, gemía y crujía en una horripilante orquesta de maderas y cables de acero dolorosos. No me atrevía a mirar a la izquierda. Si perdíamos no quería verlo. Solo miraba adelante y a estribor de donde venía el viento. Las velas casi mencionaban el nombre de su creador con tanta tensión. Toneladas de madera y plomo más unas descabelladas esperanzas de cumplir un sueño que duraba más de 20 años, llevado a cabo por generaciones ajenas al origen, llevaban la mole marina como podían. Me di cuenta que ni mi padre ni Mariano miraban tampoco al contrincante y se habían dejado de sentir las voces y los alaridos quizás desplazados por tanto ruido de viento explosivo pujando por ver quien era mas fuerte.
Íbamos al este, pero el viento venía del este. Así que estábamos navegando viento en contra y había que orzar varias veces porque en contra del viento se navega en zig-zag, al grito de ¡¡¡¡¡¡¡ORZAAAAAAARRRR!!!!!!! De la ronca voz de Mariano se desataba una coreografía para hacer un cambio de ataque del viento, dura unos tres segundos pero es decisivo para ganar tiempo a los mas inexpertos. La costa iba variando rápidamente en lo que nos acercábamos al punto de decisión, la desembocadura del río Almendares. Por la orilla pasó a toda velocidad Santa Fe, Jaimanitas, La Concha, Ya estábamos a la altura de Miramar cuando nos atrevimos a mirar al contrincante y este estaba unos metros por detrás, pero solo unos metros y eso no es nada así que se cazaron más las velas hasta sentir que saltaban las costuras como para rematar al perdedor. Cada trinquete avanzó unos tres dientes mas con la consabida música de reloj antiguo. Algunos cabos soltaban humo al deslizarse por los molinetes y se sentía algo de peste a quemado. Casi el río, casi el río Almendares, ya nos dedicamos a mirar descaradamente al gemelo barnizado y arrogante que nos quería poner en ridículo. Contábamos la distancia por las calles de la tierra, la entrada del río estaba en calle cero e íbamos por la 70, 60, 42, calle 10, teatro Karl Marx………

Se escuchó un grito de terror, era Mariano arriando las velas y mi padre tratando de tensarlas. No entendía nada. Forcejeaban uno y otro por hacer lo contrario, mi padre empujaba a Mariano y Mariano no soltaba la manivela del trinquete. Amarré el timón con una pequeña cuerda disponible al efecto y me lancé hacia la proa a ver que pasaba. No entendía los gritos, mi padre me miró con los ojos enrojecidos y me gritó que cazara las velas a toda costa en lo que Mariano me gritaba que no, vi en una fracción de segundo al criollo adelantarnos limpiamente y poner proa vencedor a la bahía de La Habana. Por un momento odié a mariano, lo odié tanto hasta que vi como se le aguaron los ojos y empezar a llorar, las velas se soltaron solas y flameaban con histeria, entonces fue cuando me di cuenta que el mástil se había rajado a todo lo largo y estaba a punto de desplomarse con todas sus toneladas de madera sobre la cubierta. De no ser por mariano quizás hubiéramos perdido todo, nos hubiéramos hundido ahí mismo desde el momento que la columna avejentada del titán hubiera cedido un milímetro más. Recogimos todas las velas sin perder de vista la peligrosa e inestable mole de madera que chirriaba herida de muerte con el vaivén de las olas y con el pequeño motor inglés llegamos a puerto y amarramos en silencio.
 Al año siguiente me cogió el servicio militar, a mi padre, quien mas nunca pisó el Zargaso le comunicaron en mi casa que se había hundido una madrugada de mucha lluvia, de esas que suele haber en verano. Me escapé de la unidad y fui a verle. Solo se veía la parte del mástil herido que quedó fuera del agua. Ahí, a escasos metros del puente de hierro se dejó vencer del todo por los años, cayendose sin resistencia sobre el fangoso fondo que engullía sin tregua todo lo que se dejase tocar por el . Las sucesivas tormentas y crecidas de río terminaron por romperlo del todo y sepultarlo para siempre. Se donde yace, se donde ha muerto. Por mas que intenté recuperar la documentación para sacarlo a flote entre los amigos no pude porque al estar al servicio del INDER y entrar en calidad de naufragio una persona se adueñó de el. De nombre Rafael Mesa si mal no recuerdo, profesor o creador del grupo de Buceo Barracuda. Por más que quise comprar o conseguir los papeles del barco nunca lo logré. Lo mas que me ofreció era que yo lo sacase y me dejaría ser marinero del mismo. Pero no accedí a esto.

Hoy veo esta foto del criollo y me ha removido de adentro toda esta historia, máxime que el criollo ya no esta en la marina de guerra como parece, ha perdido el barniz y esta lleno de chapuceros remiendos. No tiene nada de arboladura y se ve que le queda poco. Ese barco de madera, ese exquisito barco de madera que no fue atornillado por cuestiones competitivas y de peso, sino atarugado y encolado con manos maestras esta ahora en su lecho de muerte y por una paradoja del destino. Como para despedirse o para unirse a su hermano gemelo esta actualmente como muestra esta impresionante imagen a escasos metros donde yace el Zargaso en una tumba olvidad en el fondo de un río contaminado y triste de La Habana Cuba.


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Fotos de Google earth:

http://www.panoramio.com/user/1115111 asereco

viernes, 8 de agosto de 2008

El Relojero.





No se de donde salió. Los pelos blancos que le caían hasta los hombros de su saco ennegrecido por el tiempo y el uso le daban un aire mágico digno de las películas de Walt. La voz le acompañaba, ronca y gastada como toda su apariencia sin darle ni el más mínimo descanso de hacer sentir viejo todo lo que le rodeaba. Su olor era terrible sin embargo tenía un valor para la sociedad de la pequeña barriada a la orilla del río Almendares. Era el relojero.
En los días en que lo vi venir por vez primera había algo de frío, pero la inmensa actividad de alguien de 11 años hacía que no necesitara abrigo e incluso me burlara del deseo que tienen los cubanos de que venga un poco de frío para sacar esas camisas de mangas largas y esos abrigos abandonados en la maquina del tiempo que llamamos escaparate.
Este señor venía encorvado. Interrumpí mis juegos diarios para mirarle, daba miedo, y mas miedo dio cuando lo vi tomar rumbo a mi casa, tocar en mi puerta y que mis padres lo recibieran con alegría. Abandoné todo lo que estaba haciendo para ver quien era ese extraño sujeto y aproveché la más minima oportunidad de preg
untar, pero la respuesta era mi madre sonriente que venía con las manos llenas de relojes. Unos despertadores rusos marca vityaz, un poljot de mi hermano que se le había roto el cristal, un raketa mío que me había regalado el esposo de mi abuela en mi cumpleaños y que por eso le habíamos apodado el mafioso. Poco me duró el reloj. Yo pasaba mas tiempo debajo del agua que fuera de ella y todo lo que tuviera en esta vida tendría que ser subacuatico o pescado. El reloj de mi tío abuelo el mafioso no lo era, ni aunque me lo asegurara con todos sus relucientes dientes de oro y sus gafas de matón batistiano.

Con manos temblorosas desempaquetó de una pequeña toalla que quizás alguna vez tuvo algún color definido unas herramientas muy pequeñas y un lente que se pegaba en el cristal de unas gafas tan rayadas que no se sabe que vería por ellas. Mi madre le limpió la mesa meticulosamente de las pequeñas migajas de pan que siempre quedaban del desayuno. Yo las dejaba a propósito, cada vez más grandes. Los gorriones entraban planeando entre las persianas sin tocarlas y con incalculable maestría cogían rápido las pequeñas partí
culas de pan y se iban con la misma. Yo los miraba y me preguntaba como podrían manejarse a sí mismos tan rápido y no chocar contra nada en ese vuelo desenfrenado y rápido. También le improvisaron una lámpara a pesar de ser completamente de día y soleado con unos cables y un bombillo de los amarillentos, esos que uno desea que se fundan a ver si cambia la luz o al menos la oscuridad te trae un sueño mas interesante que el de ver como pasan los días sin mas ningún aliciente que soñar a todas horas y con todo lo posible.
El primero que revivió fue el Vityaz. Su estruendoso timbre despertador rompía toda posible concentración en cualquier cosa de este mundo. No obstante la pequeña sonrisa que se vio en la cara del relojero que hasta ahora apenas hablaba iluminó toda la pesantez del ambiente. – Ya funciona- dijo con orgullo paternal y le dio cuerd
a con una energía asombrosa para una persona de la edad que parecía. Cuando me volví estaban casi todos los vecinos mirando, como era de costumbre habían entrado a mi casa que siempre tenía la puerta abierta y se habían quedado prendados del oficio de hacer latir a una pequeña caja de piñones y cuerdas.

- Deja ver- pregunté irrespetuosamente como preguntan los niños antes de enterarse que hay formas de comportarse según el hombre civilizado. Miré dentro de la maquina y vi el latir de muelles y ruedas. - Jamás entenderé porque funciona esto -, m
e dije a mi mismo y salí corriendo a recuperar mis juegos como si por lanzarme por la escalera saltando de diez en diez los escalones me pudiese llevar al mismo segundo en que dejé el interesante juego de las aventuras de Enrique La´Garder en el cual no me sabía el nombre de mi personaje pero repartía una espada con un pequeño cuje de guayaba que todos temían menos uno de los malos que tenía un pedazo de palo de escoba que también dolía cantidad cuando te atizaba en los dedos o en las canillas.
Al poco tiempo salió el viejo de nuevo, aún había gente esperando e
n los portales para que mirara sus relojes, el se limitaba a dejarlo para mañana. Cada persona le pagaba entre cinco y treinta pesos lo que era una fortuna por aquella época. Nos pasó cerca de nuestro terreno de juegos y con su mano protegía la sagrada toalla llena de manchas que contenían sus herramientas. Uno de los niños mas pequeños se le quedó mirando sin mas, el relojero intentó con una sonrisa tocarle la cabeza pero el niño retrocedió con espantada velocidad – ¿por que tienes tanta peste? – Le gritó como si se quejara. – Porque en mi reino- Respondió calmadamente y con una leve sonrisa – Todo lo lindo lo vuelvo feo para que nadie me lo quite. Así mi peste es el más caro de los perfumes, mi ropa, la más distinguida de las sedas y mi oficio…el más importante para que el mundo sepa que ya es tiempo de soñar.
- Este esta borracho también -, pensé yo, acostumbrado a la venta de ron en la esquina de 26 y 11 donde los beodos se arrastraban por el piso después de una jornada etílica digna de una película de guerra y hoy, mas de veinte años después, cuando se me rompió la manilla del reloj y se me cayó al piso recordé esa escena. La mente me juega malas pasadas. Me trae, en la monotonía del día a día recuerdos que no tienen porque estar ya conmigo y me los hecha en cara como si estuviera haciendo algo mal o algo malo. Me hace sentir culpable y lo peor de todo, no hay forma que me deje echar raíces en el sitio donde estoy.
Es tiempo de ir tejiendo un viaje a la tierra que me vio nacer.