Josef Pescador

El despertar de Josef (Josef pescador Capitulo 1)

Algunos días cuando el sol salía, valía la pena pasar por el malecón lleno de rocío como si una gran ducha lo mantuviera húmedo religiosamente. Para el calor que hacía en esos veranos de la Habana, la sensación de pegar la espalda en un lugar frío era como un premio por haber esperado toda la noche en vela, en silencio y con un apagón. A los primeros rayos de sol se podían divisar las personas desesperadas, durmiendo en las azoteas como fuere, con sus niños a cuestas y abanicos espantadores de mosquitos que funcionaban casi por instinto.    
 Cada día al despertarse las madres hacían recuentos de las nuevas picaduras de mosquitos Aedes en los brazos de sus pequeños y aguantaban en silencio la gran batalla pírrica que se desataba a cada segundo en la Isola perdida y abandonada a la mano del marketing político y la pobreza generalizada. 
- Hoy no es un buen día para morirse- pensaba Josef Mignola al que todos le nombraban cariñosamente El Josef. Había estado becado toda la vida y cuando uno se pasa la vida pensando en como salir de una etapa, estar dentro de ella no provoca tantas molestias. Solo se dedicaba a mirar a los demás. Las imágenes que pasaban por sus ojos cada día eran horripilantes, pero al no haber ruidos ni sangre, el planeta entero las daba por normales. Se apuró su agua con azúcar, llamado cariñosamente agua miloddo con un pan que tempranito traía un viejecito medio ciego que sobrevivía haciéndole las compras a la gente del barrio por un poco de café en la mañana.

Josef cogió la escopeta y se fue al malecón a pescar. Con un par de bichos que cogiera ya tenía asegurado el día. Después de todo no era tan difícil como lo pintaban. No se imaginaba situación igual sin una naturaleza rica que lo respaldara con sus peces cada día para calmar su hambre y su bolsillo. Bienaventurados los que vivieran cerca del mar, pensaba a ratos acompañado de una leve sonrisa solitaria y pesimista. El placer de los pies descalzos sobre el asfalto frío en un país donde todo hierve a tempranas horas de la mañana ya lo llenaba de ánimos para el resto del día. La ciudad se iba desperezando poco a poco, tan lento que se podía mirar un buen rato caer una hoja porque en ese lugar todo está ralentizado. Las caras de sueño de las personas que aun se iban a hacer como que trabajaban en un centro donde hacen como que les pagan y los pasos contados cabizbajos, era el contraste del azul hermoso del cielo y algunas nubes blancas y puras que recordaban que quizás no todo estaba perdido. Josef sonreía sin razón. Ya se acercaba al mar. El olor le terminaba el desayuno. Alimentarse del olor del mar es un arte perdida en las prehistóricas generaciones. Pocas personas lo logran hoy en día y la mayoría no repara en ello. Josef era uno de ellos.

Lavar la careta y meterse en el agua era casi un instante, enseguida aparecía algún otro pescador que se ofrecía a hacer pareja. Era mejor entre dos. Siempre había sido mejor. Por si pasaba algo. Esta vez llegó “Cilindro” uno que vivía por malecón y D. No se sabe que hacía por el lugar donde Josef se metía al agua, raras veces se cruzaban. El nombre de cilindro le venía porque siempre quería pescar en una caverna cilíndrica que había por la calle G a unos 40 metros de la orilla que el fondo estaba lleno de buenos peces pero a casi 65 metros. El cilindro ya se había cobrado unas cuantas vidas de pescadores, solo Mojarra, Pipín, el Cromagnon y un par de ellos más bajaban lo suficiente como para coger buenas presas. Josef nunca se atrevió. Un día echó una ojeada y le provocó tanto pavor ese agujero que procuró por siempre estar lejos de ese sitio. 
Cilindro tenía una conversación fija siempre. Pescar en el cilindro. Cada tarde se pasaba y veía según él, unas chernas grandísimas, pargos y todo tipo de manjares marinos. Pero nadie quería ir con el. Además el no era bueno, era de la media. Quizás un par de minutos o 20 metros era lo mas que bajaba, Josef, a pesar de sus cuatro minutos tampoco pasaba de los 25 metros así que se tenían que conformar con eso y Josef lo llevaba claro, el cilindro NO. Su conversación se hacía pesada, monotemática y reafirmante de su nombre cilíndrico.

Al dejarle bien claro que nunca iba a pescar al cilindro maldito aceptaba de mala gana ser su pareja de pesca de se día. Poca gente se tiraba por el puentecito de la calle 16 del vedado. Debajo de la gran avenida del malecón había unos escombros grandísimos al parecer de un anterior puente donde solo Josef sabía coger un par de langostas que siempre aguardaban. Los dólares estaban recién permitidos y le hacía mucha ilusión comprar alguna cosilla, quizás una pequeña grabadora donde tendría un único cassete de los Eagles para oír su canción preferida de todos los tiempos. Hotel California. De hecho la tarareaba mientras no se concentrara en algún pez. A pesar de haberla escuchado en emisoras cargadas de interferencias de 120 millas al norte se la sabía de memoria y cada una de sus palabras y frases cada día renovaban el sentido de su vida. Hotel California era algo que hacia valer la pena estar vivo y aunque ya las interferencias formaban parte de la canción al tararearla, mas la publicidad con que la cortaban, su sueño, era solo ese por ahora. Tener una pequeña grabadora con esa canción para oírla cada vez que le diera la gana.

El agua estaba tibia como en todas las primaveras, agradable. Meter la cabeza y mirar un mundo desconocido para los habaneros con un sonido especial era un privilegio que añadía valor a la aventura de cada día. Quizás las millones de personas que han pasado por la Habana nunca han mirado a los techos de las casas para descubrir esculturas profanas y mensajes de generaciones, tampoco han visto el fondo de sus kilómetros de costa llenos de información paleolítica, cretácica o moderna. Simplemente la mayoría de la gente que pasa por la Habana, pasa por esa ciudad como mismo pasa por la vida, sin darse cuanta que las dos cosas van en serio.

Estuvo en el agua hasta que se dio cuenta que el sol le estaba picando terriblemente en la espalda. Solo había cogido dos langostas que significaban cuatro dólares y algunos peces pequeños que no pasaban del los 30 pesos que al menos darían para unas suculentas pizzas de harina ácida de las del puente de hierro de la calle 11. Salió como a las doce del día de la costa del castillito de la chorrera esquivando brujerías y chancletas de goma flotantes sin pareja. Estuvo un buen rato observando la basura. Un día encontró una goma de bicicleta casi nueva que le sirvió por mucho tiempo a su oxidado 28 ruso. 
 La basura de los 80 era distinta. En los 80 se veía en las costas brujerías con hermosos racimos de plátanos que le servían de almuerzo de vez en cuando. También algunos juguetes flotando, sobre todo unos muñecos terribles de las olimpiadas y unos toquis. Alguna que otra Dorotea, espadas plásticas rojas y azules, cascos de vikingo con uno de sus dos cuernos, chancletas de corcho que cortadas en pedacitos daban unos hermosos flotadores para usar de boya al pescar peces con anzuelo y además si mirabas al fondo podías recoger a lo largo de toda la costa muchas botellas de refresco que al venderlas ganabas dinero sin matar a los escasos peces asustados y paranoicos del litoral Habanero. Pero esto era basura de los 90, esta basura daba a entender que las cosas habían cambiado en esta isola. Habían latas de cerveza y bolsas plásticas por todos lados. Entre las piedras de la orilla podía leerse Cubalse, TRD, Diplotienda y cosas así, nada de comer en las brujerías, solo hierro. Imitaciones a espadas, cuchillos, herraduras. Solo hierro. Quizás esto era una señal de algo que nunca pudo entender. Aunque la costa estaba igual que siempre llena de basura, esta había cambiado como mismo cambiaban las cosas en tierra firme de la Isola larga.



La vaca disidente (Josef pescador Capitulo 2)



Aunque amaba con locura cada surco de la acera de su casa, su perro, su barrio y todas las cosas insignificantes que le rodeaban, a veces se levantaba con ganas de volar de pronto y perder de vista todo aquello que le acompañaba día a día. A veces odiaba el malecón aunque fuera una parte viviente de su cuerpo. Los carros hacían tanto ruido que parecía que lejos de rodar iban arando las calles y la gente imperdonablemente cabizbaja seguía con su vida como si no hubiera más tierra un poco más allá de sus pasos. 
Alguien le había hablado que en Pinar del Río se pescaba bueno. Que esa zona no estaba tan arrasada como La Habana en cuanto a peces se refiere, así que cogió las cosas y se fue al Lido a intentar tomar algo para el oeste. Temprano en la mañana ya la terminal estaba llena de gente. Es inexplicable como viaja tanta gente todo el tiempo. Gallinas, cajas, ruedas de carro, bolsas de nylon en colores con raras flores estampadas. Mujeres mayores, hombres con caras de campesinos, gente con perros. De todo se sube a un camión de los que va a Pinar del Río. Josef se quedaba en el entronque de Guanajay, así que se montó de último. Un duro banco de madera le dio para sentarse a duras penas con la mochila entre sus piernas. Las caras de los viajantes estaban desencajadas por el madrugón, o por el largo e incomodo viaje que se les venía encima. 

El camión arrancó sin más. Ya estaba rodando cuando algunas personas seguían tratando de subirse pero el supuesto ayudante del conductor se los prohibía. Se veía algunos con billetes de veinte en las manos ofreciendo pero era inútil la súplica. Era un momento tenso y triste a la vez. Quizás era muy importante para muchas de esas personas no perder ese camión. Ya Josef estaba encima. Le dio un poco de vergüenza ajena y pena en general. Una señora decía que iba ver a su hijo preso y contaba a su lado todos los avatares de cada viaje para llevarle comida. Se vanagloriaba de haber podido conseguir leche condensada. Su estomago estaba hueco a esas horas. Con que gusto se hubiera empinado hasta el final una lata de leche condensada y después medio litro de agua, con pan o galleticas. Se le había prohibido tanto por la escasez empinarse una lata de leche que era una de las cosas que estaba entre sus sueños. Algún día lo haría –pensó- y se acomodó como pudo con la cabeza recostada a la mochila y mirando la monótona carretera como enflaquecía detrás del camión que a pesar de sus humos dejaba entrar un poco de brisa de amanecer por los agujeros de la lona que hacía de carpa donde mucha gente día a día hacia mas de cien kilómetros desde La Habana hasta Pinar del Río.

Lo despertó una de las mujeres que cargaban con grandes bultos. La luz le hirió los ojos aunque intentó volverlos a cerrar lo más pronto posible. El camión estaba vacío. Habían llegado a Pinar del Río y el estuvo dormido como una piedra todo ese tiempo. Por supuesto que no podía volver, además no tenía mas dinero y la idea era pescar para vender por ahí mismo y volver con algo de dinero. Se bajó en una carretera llena de gente desconocida y a pesar de revisar con la vista los bultos de todas aquellas personas ninguno era pescador al menos por lo que llevaban. Contó su capital. Le quedaban quince pesos, a ver si con eso llegaba a cualquier lugar que hubiera mar, si encontraba el mar estaba salvado ¿para donde quedaría el mar mas cercano? Estuvo un par de horas mirando para donde iban todos los carros que le paraban a la gente por ahí. Viñales, Soroa, Piloto, Cinco pesos, Taco taco, Quiñones, El Brujo. Todos iban a cualquier lugar pero ninguno le sonaba a mar hasta que una furgoneta azul muy pequeña mencionó el morrillo. Poca gente iba ese lugar. Se acomodó entre sacos de papas y un par de bidones de 200 litros de petróleo. Ahí se volvió a dormir un poco pero entre una cabezada y otra veía pasar hermosas montañas verdes cortadas por carreteras insignificantes ante tanta naturaleza. El color de todo lo verde iba cambiando en tonalidades a capricho de la humedad o la sequía como si un pintor hubiera esparcido toda la pintura en algunos lugares y en otra se hubiera dedicado tan solo a limpiar un viejo pincel.

La furgoneta paró al pie de un viejo muelle de tablas por donde corrían dos raíles y un carro pequeño de carga que era tirado por personas. Al apagar el motor el silencio parecía un gran manto desde donde solo se escuchaban voces muy lejanas y de vez en cuando el ruido de alguna gaviota. La orilla de este mar donde había llegado Josef parecía de cristal por calmada y clara que estaba. No había que esforzarse para ver peces casi saliéndose del agua. 

-Ya no me muero de hambre al menos – pensó y se acercó metiendo sus pies en el agua. Había pequeños cajices, roncos y mojarras husmeando tan cerca de sus pies que casi se podía pensar en pescar de una patada
– esto en La Habana ya no lo hay-. Miró alrededor y vio como dos hombres intentaban descargar de la furgoneta los bidones de petróleo. Era un atentado al rico olor del mar que se le salieran algunas gotas. Soltó la mochila y se puso a ayudarlos. Los bidones fueron al carrito con ruedas de tren que iba por los raíles y después fueron descargados en un pequeño barco pesquero de ferrocemento lleno de parches y pintado con varias pinturas que se iban descascarando por turnos. Josef ayudó incluso a inclinar los bidones para que le cargaran de combustible los tanques del barco que se engulló los 400 litros con tranquilidad. También se bajaron sacos de papas, ajos, una lata de aceite de girasol, libras de pan viejo y algunas latas de leche condensada. Repitió su promesa de un día empinarse una lata de leche entera. Se disponía a abandonar el barco cuando uno de los marinos le extendió la mano muy agradecido.



- No eres de por aquí ¿verdad?
- No…
- Bueno, gracias por ayudarnos a descargar esto, eres pescador por lo que veo.
- Si, quería ir pa la herradura pero me quedé dormido en el camión.
- Entonces vienes de La Habana.
- Si…y no tengo dinero para volver... ¿Donde se pesca bueno por aquí?
- ¿Por aquí? Donde quiera, aquí mismo si te tiras esto esta lleno de peces pero como te cojan.
- ¿Me cojan? ¿Quien?
- ¡Muchacho! Aquí esta prohibido pescar, si sacas una escopeta vas preso ¿Has desayunado?
- No.
Extendió una mano y con tranquilidad cogió una libra de pan y una lata de leche condensada. Josef la aceptó gustoso. Dio las gracias y se alejó un poco del muelle donde no se oyeran los murmullos de los pescadores. Al sentarse en la orilla el agua tibia le acarició los pies descalzos. Las chancletas hacía rato que estaban dentro de la mochila. Con el cuchillo de pesca le hizo dos agujeros a la lata, no se podía estar mejor. Las cosas pasaban por algo, murmuraba para si mismo. Tenía que haberme quedado dormido en el camión y pasarme unos cientos de kilómetros de donde iba originalmente para cumplir este sueño. Aquí, en la orilla de un mar cristalino, calmado, amaneciendo prácticamente empinándome una lata de leche condensada y una libra de pan. Que rico. Que bien. Por momentos se le olvidó a lo que había ido. Le daba igual pasarse lo que le quedaba de vida en esa posición y haciendo aquello. Al tirar pequeñas migajas a la orilla los peces se la disputaban con mucha energía. Vaya lugar mas lindo. Vaya buen día.

Sintió unos pasos por la arena a su izquierda, era el pescador de antes. Un hombre de unos cuarenta años muy musculoso pero con una barriga de embarazo. Se acercó y preguntó sin pensárselo.
- ¿Como te llamas?
- Josef……Josef Mignola.
El pescador ladeó la cabeza como si le sonara raro. La verdad es que su nombre siempre sonaba raro en Cuba. Quizás en otro lado no. No se sabe si venía de italiano, latín o que y para colmo ese nombre inglés que le puso su madre por el actor de una película vieja. Bueno quizás estaba mejor que Maikel o Yosan, pero eso no quitaba que la gente siempre se quedara un rato analizando si no le estaban tomando el pelo.
- ¿José?
- Bueno si, José igual.
Extendió la mano de nuevo, Josef aprovechó para agradecerle una vez más el haberle cumplido un sueño ese día.
- Soy el Cuadrao, el patrón de este barco ¿eres pescador?
- Si, más o menos.
- Es que me dijiste que estabas sin dinero ni siquiera para volver a La Habana. Yo salgo de campaña dentro de un rato y me faltan dos pescadores que me han dejado embarcados –rió profundamente- ¡Que bien viene la palabra embarcado en este momento! Que si no te mareas y quieres estar unos días pescando con nosotros puedes venir. Te ganarás unos cuatrocientos pesos mas o menos en esta semana en dependencia de cómo nos vaya la pesca, lo jodío es que hay que trabajar muy duro y romperse las manos. Veo que tienes careta snorkel y cosas de esas.
Josef se quedó un poco estupefacto por la proposición, pero no le veía nada negativo a la idea. Nadie lo esperaba, nadie lo echaría de menos, esta aventura tenía muy buena cara y aun así dudaba en responder.

- No se que decir- contestó casi con vergüenza.
- Mira, son las ocho de la mañana y saldremos a eso de las doce así que  lo puedes pensar con calma, de todas maneras sin querer ya has hecho tu trabajo de hoy que ha sido ayudarnos a avituallar el barco. Salimos a esta hora porque quizás estemos toda la tarde navegando para llegar en la noche a cayo Ratón o cayo Levisa que es donde hacemos noche.
- ¡Está bien, voy con ustedes! – Josef se levantó de un salto sonriendo para si por lo que creía una buena idea. Quizás esto mismo es lo que necesitaba. Además ni con todo el oro del mundo se le iba a dar la oportunidad de navegar por el litoral norte del un lugar tan hermoso como Pinar del Río.
- ¿Estudias o algo? No vaya a ser que yo este aquí dándote que hacer y mañana debas ir a la escuela o algo.
- No
- ¿Trabajas?
- Si, ahora, contigo.

Los dos fueron riéndose como si se conocieran de siempre. Se montaron en el barco y conoció al resto de la tripulación. Además del Cuadrao que era el patrón estaba también el negro, que era un negro cincuentón con gafas de mucho aumento y cerraba los ojos como si no viera bien, el maquinista que nombraban el rubio y un cocinero muy joven que le decían marinero. Este último no habló nada y parecía algo hostil, tenía un cuchillo en cada mano y se metió rápidamente a la cocina a pelar papas que era lo que estaba haciendo cuando el Cuadrao llamó a toda la tripulación a conocer el nuevo “pescador” como le llamó a Josef con aire casi paternal.

El motor rugió con furia. La palanca que hacia de embrague era un pedazo de hierro horizontal al lado de la torreta del timón, timón lleno de cortes, despintado y con algún que otro mango arrancado. De las cabezas de sus tornillos lloraba un viejo oxido verde que dejaba ver que una vez fueron de bronce. El barco entero estaba descascarado, de no ser por lo que se contoneaba encima de las olas podría decirse que era un pedazo de muro derrumbado que se había caído al mar pero por curioso que parezca sobrepasaba las olas con un poco de maestría y algún orgullo oculto de lo que fue quizás en sus principios, ser un barco decente. 

El barco se dirigía rumbo oeste del todo sin perder de vista la verde costa Pinareña. Para Josef fue un placer inmenso volver a navegar, las cosas hasta ahora iban saliendo bien. El sol iba cayendo por la proa y el espectáculo era imponente. A veces por la tierra, a veces por el mar. En dependencia de la distancia que llevaran de la orilla el sol huidizo daba de si su mejor espectáculo. El cuadrao se acercó dejando el timón solo. Los demás estaban cada uno en sus faenas conocidas, revisando redes, marino cocinando. El cuadrao le pidió a Josef que lo ayudara a “nevar” que consistía en picar grandes piedras de hielo y esparcirlas por la nevera para la conservación de las capturas. 
A pesar de estar en el frío del hielo Josef sudaba a chorros. Cortar hielo a base de golpes es bastante difícil y aunque las manos le dolían por el frío, al esparcir los picotillos de hielo por toda la nevera, sonreía y no creía que hubiera la posibilidad de que le hubiese pasado algo mejor que esto que le estaba sucediendo. Al salir, las tenues luces de posición del barco y un oxidado reflector le hicieron caer en cuenta que ya era de noche. Todos los marinos estaban echando redes al agua por la popa y Josef se puso en funciones, el resto lo observaba como asombrados de saber en casi todo momento lo que tocaba hacer y se dieron cuenta que Josef tenia alguna experiencia, así que dejaron de cuidarlo y se pusieron a la tarea de “calar” todas las redes hasta que bien entrada la noche terminaron los últimos 500 metros de red. Navegaron hasta que se suponía que estaban cerca de la orilla y echaron el ancla. Un café con leche y unos pedazos de pan fue la humilde ¡cena de ese primer día y después se fue a dormir en un colchón de espuma sin forro que daba un poco de mala impresión pero con el cansancio al final era inmejorable. 

Fueron turnando las guardias. A Josef le tocó a las 5 y 30 de la mañana hasta las 7 y 30 eran un par de horas fáciles. Además con el solo hecho de estar en el mar ya todo estaba arreglado y todas las cosas eran hermosas incluso que te despertaran a las 5 de la mañana con un trago de café negro y la noticia de que tenías que vigilar que el barco no se le soltara el ancla y encallaran en la peor de las condiciones con todo el mundo dormido a bordo.



La vaca disidente (Josef pescador Capitulo 3)

No se puede contar como es un amanecer en la costa norte de Pinar del Río. Las palabras lejos de enriquecer quizás hagan mella en el intento. Tantas luces y colores, unido a una temperatura levemente fría y el sonido de pequeñas olas de un mar calmado casi a la perfección son cosas que no caben ni en papel, ni en fotos. La nitidez que provoca la transparencia del azul mar invitan a intentar ver el fondo aunque nunca se logre, eso si, de vez en cuando enormes colonias de corales asomaban como advirtiendo que tanta hermosura era peligrosa y que si te distraías mucho podías quedarte sin barco en cualquier momento. 

El motor hizo añicos el suave pasar de la brisa y las olas. El gastado barco puso proa a cayo Levisa. Desde lejos se divisaba una playa infinita y blanca y una costa llena de pinos. Josef estaba tan alelado que despertó cuando la proa del barco encalló en la arena. En la cara de sus compañeros solo sonrisas. Saltaron al agua por la proa como si fueran descubridores. La emoción de ese gesto hizo a Josef saltar sin pensarlo también. Lejos de lo que se imaginaba el agua estaba tibia y perfectamente agradable. La transparencia seguía siendo un enigma. No le quitaba los ojos del fondo que se veía de cristal verde, con tantos peces y tanta belleza. Todos se pusieron a disfrutar de la hermosa playa, Josef se quedó en la orilla mirando como si esperara a que le dieran su próxima misión pero se equivocaba. Habían encallado ahí por puro disfrute de la playa y el cuadrado se lo dijo invitándolo a meterse con bruscos gestos y una sonrisa infinita. Cuando se le acercó le explicó entre zambullidas como un niño que lo llevan por primera vez al mar.

- Este cayo esta riquísimo, aquí venimos a darnos un chapuzón tranquilos hasta que caiga la tarde porque en medio del sol no hay quien se ponga a recoger redes, además así se queda una horitas mas y a ver si tenemos suerte y pesca algo.
Josef no preguntó nada, cogió la careta, las aletas y se puso mirar. El fondo de arena parecía un desierto en miniatura con pequeñas dunas que daba la impresión de estar sobrevolando el Sahara, de no ser por los peces, tanta transparencia habría creado el efecto de estar suspendido en el aire sin mas. Había tramos de ceibadal que es como la hierba de los jardines marinos. Cientos de criaturas pululaban por todas partes sin inmutarse por la presencia de Josef. Lo ignoraban al no estar acostumbrados a la presencia humana. Ya entrada la tarde se iban a recoger las redes como cada día. De vez en cuando asomaba una tortuga y los pescadores se animaban un poco. Quedaba claro que cada vez la pesca estaba más escasa y difícil. Al cuarto día apenas tendrían unas 350 libras de carne en el barco de las mil aproximadamente que debían capturar en una semana. Los víveres se agotaban, la paciencia, las energías y la esperanza.


Josef notaba que de vez en cuando la tripulación se reunía dejándolo a el fuera y hablaban en voz muy baja. Marinero, al parecer el mas inocente del grupo lo miraba de reojo a cada rato. Josef empezó a ponerse tenso e imaginarse cosas. Quizás querrían irse a los Estados Unidos. Y ¿si lo tiraban al agua en una noche y lo dejaban abandonado por ahí? ¿Y si no le iban a pagar por lo mal que estaba yendo la cosa y no sabían como decírselo? Josef conocía a mucha gente y reconocía por los gestos de la cara si las personas eran buenas o no y estas personas le habían parecido inmensamente nobles y honestas. Decidió tomar iniciativa y dejar claro ese asunto que estaba resultando incomodo para todos.
- Cuadrao – Rompió el silencio con la voz lo mas seria que pudo, los tripulantes dejaron de hablar murmurando y lo miraron con curiosidad.
- Yo no quiero ser un estorbo – comenzó hablando casi mas con las manos que con palabras – yo veo que la cosa está mala, que no hay pesca y que de seguro no habrá dinero. Quiero que sepas que yo con algo que me de pa volver a La Habana ya estaré tranquilo, la cosa está mala, es mas si me desembarcas por aquí mismo con un par de latas de leche condensada yo las vendo y con eso regreso. De todas maneras la he pasado muy bien y me he alegrado muchísimo de poder navegar y de haberlos conocido.
Se hizo un silencio largo. El cuadrado suspiró profundamente, se levantó del techo de la cubierta y fue donde Josef. Lo miró como un padre mira a un hijo y poniéndole la mano por encima del hombro suspiró de nuevo.
- José… ¿Tú crees que le puedo decir a mis hombres que cojan dos latas de leche condensada y se vayan a su casa? Como capitán de este barco no puedo hacer eso. La pesca esta mala… imposible, es verdad. ¿Pero que hace el negro en su casa si les dice a sus dos hijos que no ha pescado nada? O marinero que ni siquiera tiene familia ni casa. ¿Crees que puedo rendirme? Tú eres uno de mis hombres ahora y yo hice un trato. Tú no te vas a casa sin dinero joseíto ¡Arranca el motor negro!


Al negro se le iluminaron los ojos y de un tirón ya estaba en el cuarto de maquinas arrancando el viejo 3D6 ruso que antes había sido motor de un tanque de guerra T-34.
- Vamos a pescar a cayo Carmen – dijo el cuadrao ante la mirada extraña del resto de los tripulantes, después de una pausa miró a Josef con lástima – espero joseíto que esto te lo lleves a la tumba, sino muchas familias se quedarán sin comer.

Ya la noche había caído con esa calma de los meses de verano caribeños. Hacía un calor inmundo y no se movía ni gota de viento cuando una luz que resultó ser un cayo en medio del mar se coló sin permiso por entre las maderas de los cajones de redes del barco. Los hilos de las redes brillaban con intención de hacerse notar a pesar de su triste inutilidad por la escasez. La proa abrió un surco en la arena. El motor dejo de andar. Todos fueron a tierra. Josef también. No se imaginaba que tipo de pesca se podría hacer en ese cayo. También era de pinos. En medio del silencio y las pequeñas olas de la orilla se oían a lo lejos unas voces y música muy distorsionada. Los tripulantes empezaron a dar voces.
-¡Juan Tomás! ¡Juan Tomás!
- pasen caballeros – la voz venía de la maleza, se oía también el ruido de un motor pequeño, de esos que suenan como un martillo a todas horas que usan las pipas de agua. Llegaron a una casa rústica de madera donde una planta alimentaba un pequeño antiguo televisor donde Juan Tomás veía una novela acompañado de unos perros que no se inmutaron ante su presencia y una escopeta de dos cañones embadurnada en grasa y oxido que olía a hierro recién sacado del mar.
- ¡Que hay Juan Tomás? ¿Cómo están las cosas? – Juan Tomás respondió sin dejar de mirar la televisión.
- Mala está la cosa cuadrao. El mes pasao tuve un lío con una “vaca loca”
- ¡A si? ¿Que pasó?
- Una de las vacas… se fue nadando. Yo creo que quería irse para los Estados Unidos.

De pronto a Josef le vino una risa pero se la tragó al ver al resto de sus compañeros en perfecto silencio y muy serios. La novela transcurría captando casi toda la atención del anfitrión que aun así prosiguió con la historia. -Yo no se que pasa, están ahí tan tranquilas y de pronto una hace muuúúú y se manda a correr con todas sus fuerzas pa la orilla y entra al mar como una lancha. No me da tiempo a hacer nada y ni siquiera encuentro los huesos aunque sea pa justificar que se murió por accidente. Luego, cuando explico que la vaca se fue nadando se ríen de mí. Mira, estoy cansado cuadrao aquí solo en este cayo de mierda cuidando vacas pa que no se las coman la gente de tierra firme y en mi casa se pasa hambre… y aquí también. Namás me dan chícharos y sal ¿se han pensao que yo soy una paloma?
- Que se le va a hacer Juan Tomás, de todas maneras te vamos a dejar una paletica de tortuga que te vas a chupar los dedos, alégrate que al menos estás en tierra firme y no tienes que preocuparte por nada.
- yo no se cuadrao… a veces no se que hago aquí. Llevo años en esto.

Josef se percató que se había quedado solo con Juan y el cuadrao. Los demás hombres habían desaparecido entre la maleza de la costa. Las hojas redondas de la uva caleta dejaban pasar pequeños reflejos de la luna como si enormes manchas redondas quisieran abarcarlo todo. Se oía el zumbido de los mosquitos en todo momento. El cuadrao se despidió sin más.
- Bueno Juan Tomás, seguimos rumbo que la cosa está mala y quizás terminemos pescando por el cabo y tu sabes la propela que hay que dar pa eso.
Se estrecharon las manos y aun así Juan Tomás no dejaba de mirar la novela de una esclava brasileña que se enamoraba de un burgués joven mientras su dueño le hacía la vida totalmente imposible por amor también. El cuadrao puso rumbo a la proa encallada del barco donde los demás esperaban. Josef seguía sin entender en que momento de la noche o del día iban a pescar. Arrancaron el motor y pusieron proa al norte, a mar abierto con la maquina casi a full que amenazaba con aflojar los dientes a la tripulación de tanta vibración. En la popa del barco una cuerda se iba desenroscando a la misma velocidad que salía el barco, Josef fue a recogerla pensando que podía ser un cabo que se había quedado suelto, pero el cuadrado con un discreto guiño se lo impidió. Se quedó inmóvil sin saber que hacer o que sucedía, todos miraban por la popa como si hubiese algo mas que mirar que la negrura de una noche que cada vez dejaba ver menos sombras porque la luna cansada de que no le hicieran caso se iba retirando como buscando lugares mejores, o mas románticos.
El rollo de cuerda se terminó. Todos se miraron entre si como si pasara algo y Josef estaba alerta para ver que se estaba cociendo sin el enterarse de nada. El estrechonazo que dio el final de la cuerda que estaba atada a una robusta cuaderna de hierro hizo disminuir violentamente la velocidad del barco a pesar de su enorme peso.
- ¡A Jalar coñoo!
Con ese grito se pusieron todos, Josef incluido a tirar de la cuerda con frenesí. El chorro de agua que saltaba al pasar las manos por la cuerda empapada los iba bañando a todos. El agua estaba tibia y agradable a pesar de ya haber pasado la medianoche. Una gran maraña de cuerda mojada se hizo sobre la cubierta hasta que se acabó. En el extremo una gran masa blanca se veía en la impecable transparencia del mar nocturno hasta que llegó a la banda del barco. Un par de cuernos asomaron y Josef del susto se le aceleró el corazón tanto o más que el ruidoso motor del viejo barco. Estaba en primera línea. Al mirar atrás vio la tripulación con horribles cuchillos herrumbrosos y machetines pero con una franja niquelada en la parte del filo que denotaba que se había hecho meticulosamente hacía pocos minutos. Las caras de los hombres recordaban una película de piratas o de caníbales. Josef no salía de un susto para entrar en otro. En menos de media hora una vaca fue izada al barco descuartizada, hecha bistec y debidamente helada junto a la carne de tortuga con la cual no tenía mucha diferencia. Josef no cerraba la boca. A eso de las dos de la mañana ya habían terminado. 

Por la borda, con cubos de agua se intentaba convencer a la sangre que ya no le quedaba mas nada que hacer en ese cuerpo ni en ese barco. En el agua se veían pequeños tiburones frenéticos dando coletazos al aire sin sentido y toda clase de peces y calamares esperando un festín anunciado pero que nunca llegaría a sus ayunadas vidas.

- Hemos pescao- Dijo el Cuadrao tranquilamente encendiendo un tabaco – ¿Vaya tamaño de tortuga verdad? casi tan grande como un tinglado- dijo el negro seriamente y mirando de reojo a Josef. Los marineros acomodaban los pedazos de carne dentro de los viejos carapachos de tortugas que Josef siempre se había preguntado para que los guardaban. Nunca se imaginaría esto. Por la radio se escuchaba la voz de Juan Tomás llamando a todas las autoridades que había tenido otro caso de “vaca loca” – otra vaca se fue nadando coño, otra más- gritaba sin contenerse, entre la estática del viejo radiotransmisor canadiense. 

Después silencio.

Un par de horas después con casi los claros de la mañana llamando al borde de la tierra, el Cuadrao destapó un ron Nucay que venía en una botella de cuerpo ancho como las botellas de lejía. La etiqueta era de solo dos colores, el papel amarillento y las letras rojas con un intento de dibujo de un indio a algo por el estilo. Cada uno se dio un largo trago como si de un café con leche se tratase. Josef no fue menos. El ayuno y la dosis le dieron un mareo terrible. El barco puso proa al morrillo en lo que el Cuadrao gritaba sin mas que ya habían cumplido los planes de producción. Una suave brisa de amanecer empezó a agradecer la movida y nerviosa noche que ya le iba quedando menos. De vez en cuando se oía un quejido por la radio. 

– ¡otra vaca se fue! ¡otra vaca se fue!

En la mañana, ya amarrados en el muelle descargaban y contabilizaban toda la carne de "tortuga" capturada en esa semana. Se iba metiendo en cajas de plástico grises y seguían rumbo para cualquier lugar menos para los ojos de un cubano. Como si de material sagrado se tratase se envolvía y etiquetaba en el mismo muelle y casi se custodiaba hasta el camión nevera que la haría seguir su rumbo hasta el misterioso y fantástico consumidor final. Josef con el dinero prometido en el bolsillo se despidió con un abrazo de sus compañeros de faena. Caminó al entronque de cabañas y en un par de horas y tres vehículos ya estaba montado en el camión que lo dejaría en el Lido. Se metió la mano en el bolsillo y apretó el bulto de dinero y con la otra se enrolló la bolsa de los equipos de pesca. Iba feliz, económicamente feliz pero aun aturdido y asustado. En su conciencia aun retumbaban las palabras distorsionadas de la radio desesperada con la rayada voz de ¡se ha ido otra vaca!! Intentó pensar cosas agradables. Pensó que quizás se compraba una buena bicicleta que tanto soñaba y quedándose dormido hasta La Habana, medio en sueños le dio gracias a la vaca disidente.



Pescador sin nada (Josef pescador Capitulo 4)

Josef era un nombre realmente raro, a veces la gente le decía cualquier apodo con tal de no mencionarlo, pero había que levantarse cada día con ese nombre y seguir adelante. Su vida era como estar en el medio del mar con el agua a las rodillas sin tener adonde seguir sino adelante. Los años pasaban. Los noventas arrollaban implacables la piel de los ancianos del barrio y no había más alternativa que seguir soñando. Eso era el pilar que podía mantener una nación entera, no las consignas, ni el enemigo, ni el miedo. Los sueños. Los sueños son motor de generaciones, de vida y de muerte. Josef era uno de esos que comía y respiraba de sueños aunque le faltara el otro complemento que era la esperanza, pero tenía esperanza de que algún día llegaría quizás, por eso seguía luchando, por eso se levantaba cada mañana, con la esperanza de tener esperanzas y con los sueños imposibles atados de las manos.
El mar se había puesto difícil. Difícil por todos lados. La gente se estaba yendo en lo que fuera a perseguir sueños y esperanzas y se había puesto todo malo multiplicado por cien. Más de un tiburón se había visto por las costas ansioso de más carne humana de emigrantes balseros. A díario se encontraban restos de embarcaciones rústicas por las costas con tristes desgarros de lo que fue una empresa perdida. Pedazos de madera, de cámaras de camión, vírgenes de yeso, velas improvisadas, botellas plásticas de agua con azúcar, todo ello formando una horripilante escultura de escarmiento, de muerte y de esperanzas perdidas.

Josef acababa de salir del agua y encontrarse una de estas. La proa estaba hecha de señales de tránsito, incluso se podía leer “vía blanca” “palatino” en una de ellas. Algunos caracoles comían del musgo acumulado de tantos días de mar. Con un poco de concentración podías ver el negro destino, oír los gritos, el desespero y después la paz. Los noventas fueron turbulentos. Josef se arrodilló frente a los restos y bendijo aquella tristeza de madera con una torpe cruz de ateo sin soltar de su otra mano los pescados y los equipos que le proveían de comida diaria. Esto sucedía un día nublado en la costa norte entre La Habana y Matanzas. A la brisa del mar y a la peste de petróleo inútil de todos los pozos excavados por esa zona en un intento fallido de proveer de energía a una isla pobre con recursos malditos.
Tito salió del agua. Había tardado limpiando unos pescados un poco más difíciles. Josef volvió sobre sus pasos para ver que pasaba. El día nublado y los restos de balsa le habían aguado la mañana, además la pesca había sido mala y peor el frío de la madrugada que aun estaba alojado en los huesos. No se iba, quizás como mucho se movía de un lado a otro pero no se iba. Con brutal armonía iba serrando cada articulación como si quisiera partir a Josef en mil pedazos, la piel lo intentaba todo contrayéndose en un paisaje idéntico al de la piel de una gallina desplumada pero mas nada podía hacer. Este día era fatídico. Hasta el sonido del mar le sonaba mal a Josef y eso que lo amaba con locura pero hoy, sonaba mal.
Tito tiraba a la costa los restos de los peces que iba limpiando. El agua a pesar de no haber sol proyectaba su transparencia sobre la costa y podían verse los peces de colores de un lado a otros como locos con su ajetreo, poco más atrás una sombra. No de una nube, una sombra pequeña pero lo suficientemente grande como para llamar la atención. Josef se quedó mirando, Tito empezó a gritar.

-¡¡Cojonee!! ¡¡miraaa! Un tronco de tiburón ¡¡Un tronco e tiburón cojoneeeeeee!!

Daba golpes con los pies en la arena como si quisiera escapar de un salto, como rumpelstikin y se desesperaba como si el tiburón anduviera caminando por la tierra y corrieran algún tipo de peligro.

-¡¡COJONEEEE!! ¡¡Ese venía a comernos coño!!¡¡Hoy hemos nacío!!............¡¡hemos salido en el momento justo mecaguendiez!!......¡¡Hijo de putaaaa….hijoputaaaaaa!!
- Tito……
- ¡¡hijoputaaaaaaa!!¡No vas a comer ni cojoneeee!
- Tito…….
- ¡Me caguenlaresín……….
- ¡Tiiiiitoooo!

Tito miró a Josef buscando complicidad en sus manifestaciones impotentes pero al no recibir respuesta cambió el tono furioso de la voz por una pregunta calmada y diáfana como si la escena anterior hubiera sido vista en un cine y se hubiera acabado la película.

- ¿viste eso?
- Si…… vámonos que todavía nos queda escaparnos de los tiburones de la tierra.

La respuesta lacónica de Josef dejó un poco atónito a Tito, pero Josef solía ser así. Un tipo congelado. Quien lo conociera bien quizás podía intuir un mar de sentimientos internos y meditaciones pero por fuera Josef casi ya no se inmutaba por nada, tampoco le quedaba mucho por ver en la vida después de tantas tribulaciones por la pequeña isla donde todo podía suceder, de hecho ya le había sucedido bastante y casi nada lo asombraba. Lo que venía era medianamente normal siempre aunque para otros fuera un escándalo. El laconismo de Josef era tan raro como su nombre.
Tenía razón. Aun faltaba escapar de los tiburones de tierra. Eran así las cosas. Te jugabas la vida en el mar por unos peces y te la jugabas después en la tierra. Los tiburones de la tierra solían ir vestidos de verde o azul según fuera el caso, no se podía distinguir cual era peor pero si se sabía según la zona cual podía aparecer.
Atravesaron potreros y sembrados para evitar los trillos y caminos conocidos, cualquier cosa podía pasar porque la suerte es una ruleta. El potrero que atravesaban ahora estaba lleno de vacas que ya se sabe que son un poco malditas, agreden con los ojos abiertos y el objetivo fijado, lo sabía por experiencia de haber pasado por ese potrero antes. Había una vaca pinta que era maldita y endemoniada y por supuesto que los vio. Arrancó sus toneladas contra ellos y antes que nada y sin mediar palabra estaban corriendo intentando alcanzar la cerca, todo estaba medianamente calculado. Daba tiempo a saltar una talanquera y que la vaca estrellara la cabeza contra las maderas que hacían de puerta. Después lo de siempre. Tito a decir todas las blasfemias posibles y a caerle a pedradas a la maldita vaca, Josef odiaba a las vacas, recordaba con cariño como un día pescó vacas y se imaginaba las malditas arrastradas al medio del mar y hechas filetes. En la cabeza de esa vaca estaba el demonio con cuernos inclusive. Josef con rabia desacostumbrada cargaba la escopeta de pesca y le apuntaba pero la vaca ya por experiencias anteriores cuando veía que le apuntaban se escabullía entre el marabú. Era muy lista la maldita –pa tener una bazooka- siempre pensaba lo mismo en lo que intentaba apagar otra vez al vociferante Tito. Había que seguir camino, la carretera estaba cerca y ya habían pasado la zona de los tiburones verdes conocidos como guardafronteras, militares agobiado de la soledad de las costas y deseosos de cometer alguna fechoría con el primero que se le cruzara en el camino, miedo de los pescadores furtivos mas que por la ley, por el saqueo, porque solían quedarse con buena suerte con toda la captura de ese día y con mala suerte se apropiaban hasta de los equipos de buceo.
La salida a la carretera era por la Vía Blanca cercana al puente de Bacunayagua. Si tenían suerte, era bastante simple la cosa. Coger alguno de los carros que iban para La Habana procedentes de Matanzas, que paraban después de pasar el puente a tomar algún refresco en una pequeña caseta en dólares que estaba a la salida del puente por la parte de La Habana.
En teoría debían separarse, uno llevar el pescado y otro las escopetas, ir distanciados por si cogían a uno que el otro salvara al menos la mitad del patrimonio, pero el día pintaba tan mal y tan desolado que pasaron por alto esta norma. Iban tan desprevenidos que no sintieron el motor de un carro que avanzaba despacio detrás de ellos contrario por el arcén de la carretera. El ruido de las puertas los hizo volverse, lo mismo de siempre en el mismo orden 1- carné de identidad 2- ¿ustedes saben que esta prohibido pescar submarino? 3- voy a tener que llevármelos pa la unidad o decomisarles todo eso aquí mismo.
4- Ya estaba hecho el día. Ni escopetas ni pescado ni nada. Todo perdido. Esta vez Tito no rugió como acostumbraba, al parecer ya también había agotado sus pilas. Josef en lo mas profundo de su ser pensaba que quizás hubiera sido mejor y con mas posibilidades escapar de haberse encontrado al tiburón del agua. No había escapatoria con los de tierra. Volver al barrio con las manos literalmente vacías no les hacia ninguna gracia. Empeñaron el poco dinero que les quedaba en montarse en un camión que iba hasta Guanabo. Después la 400 hasta La Habana y después por el malecón caminando los nueve kilómetros que los separaban de casa. Todas estas horas sin una palabra, cabizbajos. Hoy era un día fatal y no había a nadie a quien quejarse ni razón para ello, era lo que tocaba, lo que sucedía, lo que estaba predeterminado.
Josef de vez en cuando alzaba la vista para mirar las parejas de enamorados que iban al malecón con horas de antelación a reservar puesto para el atardecer hermoso que regalaba la humilde tierra aun estando el día mas nublado que cuando el diluvio. Esto daba un respiro a sus tristezas. Pensó en Sandra, su amor de siempre y suspiró un poco. Tito al verlo con vida empezó a hablar de nuevo.

- yo me voy a tirar al agua otra vez, algo tengo que sacar, aunque sea 20 pesos.

Josef asintió con la cabeza, aun no estaba preparado para articular palabra.
Recogieron unos bicheros (palos de madera con anzuelos atados en la punta) y se dispusieron a buscarse, a pesar de todo, una segunda oportunidad de ganar el pan de ese día, literalmente hablando porque con 20 pesos daba suficiente para unos panes con croquetas que daban energía hasta el día siguiente. Recorrieron la costa en busca de un lugar que les diera buena vibración. Esto iba por calles. Ya en Miramar que era el lugar preferido iban mirando en los trozos en que los edificios dejaban ver las partes de las costa que no estaban construidas. Calle 4 no, estaba muy sucia el agua, vamos a alejarnos del Almendares. Calle 10, calle 12, 22, 24, 36 decidieron tirarse por el tritón, aunque quedaba más lejos, la corriente los llevaría con rapidez al este en dirección a casa. En tantos kilómetros de fondo algo deberían pescar, hoy era un día de emergencia y había que esforzarse al máximo, mas que nada porque el día de hoy aseguraría poder comprar otras escopetas y mas equipo que las desvencijadas caretas de repuesto que tenía guardadas para estos casos y que dejaban una mancha negra alrededor de la cara porque ya la goma que las componía estaba en franco estado de descomposición.
El fondo estaba como desalojado, este otoño no había dejado peces en las costas de Cuba, ligado a la incesante y desmesurada pesca por todos los medios posibles. Los peces que quedaban se escondían pavorosos de la presencia del pescador depredador, por eso solían irse un poco lejos de las ciudades pero ya se sabe lo que podía pasar. A Josef le ardía un poco la cara de la careta incomoda y pegajosa, decidió flotar un poco bocarriba y sentir el ruido del mar como chocaba con sus oídos suavemente aunque debajo de si hubiera un abismo azul que daba miedo al mas experto. Decidió olvidarse de todo, del día, de lo malo y agradecer que estuviera ahí, en medio de la nada con ese olor a algas y ese silencio. Por un rato se rindió y estaba pensando irse a casa a dormir. Estaba realmente cansado en todos los sentidos y su mayor preocupación era que a su medio de vida que era la pesca le quedaba cada vez menos. Era atacado por mar y por tierra en contra de esa actividad, ya les había costado mucho a algunos conocidos, otros se habían pasado a la pesca dura. A cortar corales a profundidades suicidas donde más de la mitad de ellos tenían accidentes y unos cuantos ya habían perdido la vida. Era hora de salir, de dejarlo, de no morir por vivir, de rendirse un poco. Le apetecía sentarse en la orilla con el agua en la cintura a coger un poco de sol, a ver los niños como ponían de los nervios a las abuelas con sus ansias de estar metidos todo el santo día en el mar hermoso y azul de la costa norte de La Habana. A ver la gente disfrutar, leer un libro, enamorar. Le apetecía vivir un poco y lo decidió. Además le hacia falta pensar porque ya era hora de cambiar de actividad. Esto no daba más.
Buscó a Tito por el snorkel de tubo gris de electricidad doblado a mano. Tito tampoco tenía la cabeza sumergida ni estaba buscando peces, hacía rato que lo había dejado. También estaba agotado, pero Tito tenía otros pensamientos en la cabeza y miraba fijo a la costa. A Josef empezó a transmitírsele la idea con una leve sonrisa entre las olas y saboreando agua de mar se acercó a su compañero de pescas y desgracias,entonces miró al punto que este miraba generando exactamente el mismo pensamiento.

- No me jodas Tito.
- ¿Por qué no?
- Porque no Tito, no me jodas.
- ¿Quién coño nos lo ha quitado todo hoy?

Las respuestas a las preguntas de Tito eran obvias. Era como las preguntas que te hacían en la escuela, debías responder lo mismo exactamente cuantas veces te las hicieran y si hacías esto aprobabas de seguro. Por ejemplo a la pregunta de quien es el héroe de América debías decir José Martí, como dijeras Martín Luther King ibas a la calle expulsado del aula y había tres palabras claves para resolver todas las preguntas de política que según la pregunta se usaban de dos formas una era: porque había hambre miseria y explotación y la otra era: porque acabó con el hambre la miseria y la explotación. Con esto tenías aprobado de seguro y con sobresaliente. Esta costumbre de hacer preguntas obvias y con repuesta fija garantizada caló en todos los cubanos de su generación sin espacio para dudas, claro que esto también servía para fomentar idea negativas como esta que estaba sucediendo ahora. Con preguntas obvias se llegaba a un convencimiento directo que no permitía segundos caminos, era un sistema que estaba así de preparado pero a veces sus métodos funcionaban en contra del mismo.

- ¡Dime! ¡Quien cojones nos ha quitado todo hoy en la mañana?

Josef decidió seguir la corriente, como no lo hiciera, el juego de las preguntas obvias iba a durar todo el maldito día y ya bastante tenía con la televisión que ponía su padre y los vecinos con discursos llenos de preguntas obvias.

- ¿el policía?
- ¡El gobierno cojoneeeeeee, el gobierno! ¡Que coño es la policía sino un pedazo cabrón del gobierno?
- Bueno el gobierno…………….
- Hay que desquitarse……y buscarnos la vida.

Diciendo esto ya iban rumbo a la costa, al lugar fijado con la vista. Era un tétrico lunes y a Josef según había estado el día ya todo le daba miedo. Además el atardecer estaba siendo muy pobre entre las nubes y ya el mar se veía gris con vientos fríos que no se sabe de donde venían, se había levantado un oleaje mediocre que intentaba sacar granos de las piedras de la orilla sin efecto alguno.

El lugar escogido era el acuarium. Ahí si había pesca. Era solo saltar un muro embicherar (enganchar con el garfio) un par de buenos peces y pirarse de cabeza al mar que los iba a defender de cualquier cosa. Fue fácil entrar. Josef se dirigía a la pecera de los pargos y las langostas, se pagaba muy bien la libra de esto aunque descoloridos por el estrés de miles de niños golpeando las peceras y llamándolos como si fueran perros. Alguien pagaría por estos pescados y lo mas divertido era contar como los habían pescado en algún lugar de la desembocadura del río almendares y después ver a los demás pescadores rastreando las zona como pastores para ver si encontraban mas de aquellas excelentes piezas capturadas por los dos héroes de la pesca del día. Recordaba una vez que se había ido hasta la costa sur, a playa Cajío y había traído unas suculentas langostas, seis en total y después de venderlas los otros pescadores le preguntaron con brillo en los ojos donde las había capturado. Eso no se hacía, eso iba contra la ética, pero el hambre no liga con eso así que les dijo que las había cogido en el puente de hierro del río Almendares, tuvo que elaborar una cuidadosa explicación de la diferencia de densidades del agua salada y el agua dulce para justificar que debajo en el río había agua de mar y que por eso unas langostas de agua salada vivían ahí en medio de la desembocadura del río de La Habana, lo malo fue que por casualidad no era mentira y después de horas de viaje a la costa sur en 20 minutos salio el engañado con unas langostas igual de buenas dándole las gracias. Josef se retorció dentro de si mismo por no haber pensado antes esa teoría para si mismo y haber perdido un buen lugar de pesca por querer burlarse de un compañero. Por supuesto en los días siguientes ya no quedaba ahí en ese puente ni un cangrejo y lo del agua salada era verdad que había descubierto por instinto. Debajo del río había agua de mar por la diferencia de densidades y había peces de mar dentro del río. Que chasco. Nada salía bien.
Tito le llamó la atención con un susurro muy potente como si se le fuera el aire a una fabrica de algo, cuando Josef se volvió, no se sabe como Tito tenia entre sus manos una tortuga que aleteaba al aire como un macabro pájaro desplumado. Josef se quedó paralizado un momento, abrió los ojos con cuidado que no se salieran de sus cuencas de tanto asombro pero corrió donde Tito a ayudarlo y juntos al muro que separaba el acuarium de la costa. Detrás se oían unas voces, eran los guardias del acuarium que aunque habían reaccionado tarde ante tanto asombro ya venían a toda velocidad. Josef y Tito se lanzaron al agua con la tortuga victima, en la caída la tortuga se dió a la fuga, quizás vanagloriándose de estar libre pero a golpe de patas de rana la alcanzaron entre los gritos e improperios de los guardas que impotentes se quedaban recostados a la baranda que separaba la instalación de la libertad marina. La pobre tortuga nada más sabía nadar en círculos, por eso no se había escapado porque velocidad no le faltaba. Los tres seres se alejaron mar adentro y una vez fuera de la vista Tito saco el cuchillo para acabar la obra. La tortuga atontada ya no hacia por nadar, se dejaba llevar al ver la voracidad de sus captores. Se quedaron un rato pensando lo que habían hecho. El instinto es fugaz. Volvió la mente, la meditación, pero por si acaso la tortuga estaba bien asegurada.

- ¿Y si la vendemos viva?

Un silencio de minutos no dejó oírse ni siquiera las olas que ya daban la sensación de estar en un delicioso sillón que te acomodaba. La actividad había producido calor que hacia sentir como si el entorno fuera cómodo y agradable. La tortuga estaba ahí. No se movía apenas y aleteaba solo con las aletas izquierdas, la costumbre de dar vueltas a la derecha en la pobre piscina. No se hablaron en un buen rato pero como puestos de acuerdo soltaron la tortuga a la vez, esta empezó a descender en círculos hasta el fondo y ahí descubrió que también tenia aletas a la derecha de su cuerpo, emprendió una carrera que se les perdió de vista en pocos segundos. Se quedaron mirando al horizonte lo poco que permitía mirar cuando los ojos están a la altura de la superficie del agua. Unos metros después la tortuga sacó la cabeza del agua y con un resoplido respiró el aire de libertad, se veía el caparazón como iba a toda velocidad mar adentro, mar adentro como la vida. Quizás ese último resoplido fue para dar gracias por su suerte de ese día. Se quedaron con cara de tontos. Ya la noche caía en el mar con la pesadez característica. Se dejaron llevar por la corriente. En algunos minutos calcularon que el dinero recibido por la carne de tortuga no era comparable con la satisfacción de lo que habían hecho. Rieron como locos un buen rato con trago de agua salada incluido, la risa era un premio. Hay gente que lo tienen todo y no ríe, la risa lo arregló todo, las pérdidas, los sustos, las emociones y sobre todo el maldito lunes. Quizás lo bueno que les había deparado el destino ese día eran unas buenas risas que hacen tanta falta como el dinero. Hubieran querido repetirlo pero no iba a ser posible. Me gustaría contar que de camino a casa pescaron algo ya cayendo la noche pero no fue así. Al otro día Josef no se levantó de su cama, ni el otro, ni el otro. Al tercero salió y se sentó en el contén de su barrio. No contó nada, nunca contaba nada. Su cabeza solo mecaniqueaba un cambio de actividad. Se puso a pensar que hacer, que daba dinero, con que vivir.



Señales (Josef pescador Capitulo 5)

Nunca había pasado tanto tiempo sentado en el contén de la acera de frente a su casa. Ver la gente pasar era un privilegio. Reparó en que llevaba años sin hablar con nadie, solo luchando, consiguiendo, pescando….quizás muriendo. Retumbaron las palabras de su madre al oído diciéndole que estaba hecho un mar de huesos, que debía comer un poco, parar. No conocía a las demás personas de su barrio que también se sentaban en el contén. Meticulosamente iban saludando a cada uno de los pasantes y con cada uno tenían una conversación distinta. Josef aguzó el oído, creía que si iba a estar sentado ahí los próximos días al menos debería saludar a alguien, socializar un poco pero le era difícil. Era como si el resto del mundo transmitiera en una frecuencia distinta a la de sus pensamientos. Se preguntó si aquellas personas llevaban años ahí o si se habían sentado hoy como él para pasar un día de paz, de observación, de meditación y de descanso. Se le acercó un muchacho de los que vivía al lado de su casa. Se sentó justo a su lado mirándolo con una sonrisa amistosa, Josef tuvo que hacer un esfuerzo por devolver la sonrisa pero no logró destrabar las mandíbulas para articular palabra alguna.

- ¿Que volá Josef? ¿No fuiste a pescar hoy?

Mas tarde supo que la gente sabía que el pescaba porque muchas de las personas de su barrio compraban pescado de los revendedores que el suministraba y era una especie de etiqueta de calidad de pescado fresco –este se lo cogí a Josef esta mañana- decían para asegurar la venta. La gente lo compraba sin más, sabían que Josef se pasaba 10 horas del día en el agua incluso había quien dudaba que pudiera caminar o hablar, era un hombre pez. Su pelo, aun siendo largo no se movía de lo quemado que estaba y la piel le hacia pliegues en las articulaciones a pesar de tener 18 años. Josef estaba ahí porque estaba cansado. Tomarse un día libre estaba siendo interesante, estaba viendo gente, estaba seco y no miraba alrededor constantemente para ver si no venía un tiburón de esos que hasta ahora había tenido suerte de no encontrar o al menos no ver estando el en el agua.

- Anoche soñé con el mar asere………

Josef lo miró pero a la dura piel de su cara le estaba costando sonreír, no obstante se quedó esperando, precisamente estaba deseando hablar con alguien o al menos que le hablaran.

- Soñé asere…que yo miraba pal mar desde aquí mismo desde esta calle…..y de pronto a lo lejos se levantó una ola grandísima, como un muro ¡que coño un muro! Como una pared hasta el cielo y se oía tremendo estruendo asere, tremendo estruendo pero nadie hacía caso. Yo le empecé a gritar a la gente pa que huyeran y la gente se reía de mi asere…entonces yo empecé a dudar si yo estaba loco pal carajo y la gente tenia la razón, pero miraba patrás y aquel muro ya venía y venía con mas furia con..Con…descojonándolo todo vaya y yo intenté correr pero no pude, era como si hubiese estado metido en leche condensada, la densidad ya tu sabe…..caaamaraaa leeeentaaa y aquella ola reventó aquí en el barrio. Lo arranco tó de cuajo, los árboles los carros, la gente…. ¡se llevó hasta las poncheras y los poncheros querían flotar en los tanques esos que usan ellos para probar las cámaras pero todo se iba rodando y yo me aguanté de un poste. Por poco las manos no me dan más pero me aguantaron hasta el momento justo asere….hasta que se fue el agua. Me caguen diez el barrio quedó hecho mierda asere……..bueno, mas hecho mierda de lo que está, to descojonao y la gente tirá por piso llorando y saliendo de los escombros. Candelones con tostones asere que pesadilla.

Josef disfrutó de la interpretación con mucho gusto, la gesticulación las onomatopeyas y la expresión corporal típica le habían hecho ver cada imágen al detalle. El muchacho se sentó de nuevo a su lado, mirando a la nada. Josef suspiró porque aun no había salido de la pesadilla de su vecino, el agua lo arrastraba calle arriba sin compasión y a pesar de estar mojado como siempre se sentía las quemaduras de la piel cuando rozaban a toda velocidad con el asfalto. Por su lado pasaban todo tipo de escombros y de pronto vio una muñeca sin brazos entre el agua turbia que ya le entraba por la nariz y la boca con tanta presión como intentar soplar por la manguera del compresor de inflar ruedas de la ponchera. La muñeca tenía partes en la cabeza sin pelos, no tenia ropas pero en un pie tenia un delicado zapato blanco, los ojos los tenía semi cerrados y a la vista de Josef abrió uno e hizo un guiño humano. Josef se aterrorizó, dio un empujón bajo la vista del vecino que dudaba si josef lo había escuchado o estaba en otro mundo. Cogió una bocanada de aire que casi revienta sus pulmones y observó de nuevo al vecino que ya estaba listo para proseguir.

- Lo mas jodío asere…..vino después. Las cosas no valían ná. Nada existía y nada importaba. ¡¡Y tu sabe lo mas raro que me pasaba??

Josef no se inmutó en preguntar que, a decir verdad en ese día aun no había hablado con nadie, solo había visto la gente y había escuchado los sonidos de los seres humanos.

- Lo mas raro asere, era que la gente se peleaba, pero no por comida, ni por las cosas, la gente se peleaba por los periódicos asere….le ronca…..la gente ya no tenía casa ni familia ni que comer pero se peleaban por los periódicos, la moneda empezó a ser los pedacitos de periódico que a duras penas habían encontrado y secado a sol, el que tenía muchos pedacitos era rico, y si alguien armaba una página entera o una noticia ya era lo mejor que tenías en el mundo, yo me dediqué a buscar periódicos asere, la gente levantaba los escombros y los muertos no importaban, la gente solo quería periódicos asere, la gente quería leer asere….esto le ronca.

Terminando su relato se fue sin despedirse como un resorte. Siguió conversando con los demás “sentados” ¿Quién vende gasolina por ahí? Preguntaba. Josef aún tenía el maldito guiño de la muñeca nublándole la vista. No sabía si quejarse o agradecerlo. Quizás era una señal, o un mensaje. Siguió con la vista al vecino hasta que dobló la esquina. Iba hablando con todos por el camino pero por lo alto que hablaba, Josef pudo constatar que a nadie más le contaba el sueño. Iba como es común hablando de pelota, de películas, de vender o comprar cosas, de cadenas de oro pero a nadie le mencionó su sueño. Josef se quedó con este detalle. Había sido como si alguien le enviase esa grabación en el cuerpo de ese muchacho. Tomó la palabra de lo que fuera y se fue al malecón. El mar estaba como avergonzado de tamaño mensaje, había sol, estaba azul, hermoso. Los ruidos de las olas contra el extenso muro no susurraban nada, como si le hubieran retirado la licencia a Josef de entender el mar.
- ........adiós mar…………
Dijo en un susurro solemne. Se fué a su casa a ocultarse de mas señales como esa. - En tierra tampoco se está seguro- Dejó pasar ese día. Antes de proseguir con sus pensamientos intentó tener la mente en blanco pero en un lugar con tiempo de sobra eso es imposible, ni sabía desde cuando no podía tener la mente en blanco, incluso ensartando peces con su escopeta, no dejaba de pensar, de sacar cuentas, de soñar, de esperar. Que soñaba que esperaba, tampoco se sabía, ni el mismo lo sabía.

Al otro día entró el mar por las calles para adentro y arrasó con todas las viviendas cerca de la costa en el malecón y el municipio playa. Han pasado muchos años de eso y como todo en la isola. Aun se ven los destrozos.

Basado en hechos literalmente reales



El regreso a la terra (Josef pescador Capitulo 6) 

Llevaba bastante tiempo sentado en el contén. No hablo de horas, hablo de meses. Josef no hacía más que meditar y el tiempo se escurría como quien espera no esperar nada. Había entablado una especie de amistad con la gente del barrio que nunca tuvo y tampoco nunca supo porque le caía bien a la gente. Cabe la remota posibilidad de que como solo era un observador pasivo del comportamiento humano no molestara a nadie con esta actitud e incluso fuera interesante. Había gente normal, gente jodida, agresiva, borracha, noble, deshonestas. Había de todo en ese pequeño barrio. Vio en esos pocos meses como los niños crecían a una velocidad pasmosa antes sus ojos. Experimentó como les salían canas a los jóvenes y mas arrugas a los viejos. Todo esto en pocos meses pero lo que mas le impresionó es que todo el mundo estaba luchando, luchando por su vida e incluso por la de los otros que dependían de los primeros. En el pequeño barrio del Vedado cerca del malecón Habanero no paraba la actividad nunca. Era como una fabrica de sueños las 24 horas del día donde nunca se cumplían ni remotamente las metas pero no cesaba la energía e incluso la materia prima más difícil en esos casos que era la esperanza. Josef no necesitaba nada de esto, malo que bueno estuvo muchos años metido en el agua luchando pero no había conseguido mas que para la comida diaria y ayudar un poco a la madre que ahora le daba comida, mala que buena diaria y no le pedía nada a cambio. Madre de Josef se buscaba la vida trabajando en un lugar donde le dejaban llevarse una pequeña ración de comida diaria para su casa. Pero un día Josef se asustó, se asustó mucho. Una mañana fría de enero cuando fue a poner su cuerpo junto al poste de siempre, en el contén de la acera de cada día, se asustó mucho, dio un brinco. Se dio cuenta y aun no se sabe que razón lo llevó a ello, que el mundo giraba.
Arrancó como un loco a correr y sus pasos lo llevaron a donde único sabía ir, a la costa del malecón. Llegó hasta el muro que separa la piel de la ciudad del inmenso planeta donde estaba asentada y miró donde único sabía mirar; al mar.
Mirar al mar le producía miedo. A pesar de ser casi un pez y haber vivido la mayor parte de su vida metido en el le aborrecía volver, pero a ratos pensaba que era un inútil terrestre. Que no sabía hacer nada para sobrevivir en la tierra, que apenas tenía paciencia para mantener una conversación y que generalmente los animales terrestres y los humanos le causaban repulsión en lo más profundo de si mismo. Todo lo que se moviera aplastado contra una superficie por la fuerza de gravedad no era de su mundo y era hasta hace un tiempo un poco agresivo incluso. Pero había que vivir en este mundo. Maldijo en silencio no ser delfín como siempre soñó y tener que andar a dos piernas, pero recordó de donde venía, madre también se lo recordaba de vez en cuando. -Ya eres un hombre Josef- decía de vez en cuando cada vez que lo veía con la mirada perdida en el baile de unas medusas imaginarias. Josef estaba un poco perdido y lo reconocía ahí, en su lugar de siempre. En la costa de La Habana.
De pronto se fue volviendo. Escuchó unas voces femeninas que venían de la calle. Vio unas muchachas que estaban en el malecón esperando por algún carro que las llevara. Quizás a su trabajo, quizás a sus escuelas. Tenían una risa contagiosa y lo miraban como si fuera un pequeño animalito escapado de su casa. Exactamente como lo que era. Recordó que hace años tuvo algo parecido a una novia. Alguien que a pesar de no entender ese tipo de relación humana o psicología le alegraba el día y le daba sensaciones raras pero agradables. Recordó que se había hecho fanático de un granito de arena que pululaba siempre por los muslos de una chica. Miró más allá de las muchachas. Vio que había calles, que había vida fuera del agua. Que había más gente que en su barrio, más ruido, luces, voces. Caminó un poco más. Se deleitó con cada espécimen que pasaba por su lado menos cuando lo miraban a el que cambiaba la vista inmediatamente para no ser hostil. Había más vida en la tierra, sin dudas había más vida.
Emprendió una solitaria caminata por el malecón. El día poco a poco iba secando los charcos de rocío o lluvia de la noche como si el sol necesitara de ello para seguir su camino. A veces los pescadores del muro dejaban restos de pescado y al olerlos Josef se alejaba casi hasta la calle y los esquivaba. No quería saber nada del pescado, nada de su anterior vida. Le costaba trabajo andar, lo suyo era aletear. Era difícil acostumbrarse a este nuevo método de locomoción. A sus pies se iba abriendo una Ciudad. Una Ciudad noble que lo recibía como madre recibe a sus hijos aunque se vayan, aunque vivan lejos, aunque se mueran en el mar. La ilustre Ciudad lo dejaba arrastrar sus pies como si nunca se hubiera ausentado, es mas, lo absorbía, le daba la bienvenida. Josef se alegró un poquito. Tenía una tierra llena de gente a su disposición, quizás tendría alguna esperanza de ganarse la vida como terrícola, como un terrestre, como un Habanero normal común y corriente. Se abría una nueva etapa. Había que aprender cosas nuevas. Había que empezar de nuevo. Había que vivir dentro de la ciudad de la grandiosa Ciudad de La Habana, y sobrevivir a ello.





El recomenzar (Josef pescador Capitulo 7) 

Emprendió una marcha sin rumbo por la calle 25 y el malecón por la espalda sin mirar atrás como si su yo interno se hubiera dado cuenta que debía huir del mar. Atravesando manzanas se dio de bruces contra la escalinata de la universidad y disfrutó del hermoso cuerpo del Alma Mater y su cara perfecta, subió, contando los escalones como si fuera un nuevo hallazgo valioso y llegó hasta las puertas sin mirar alrededor. La gente que lo rodeaba llevaban maletas, carpetas, folios o papeles y el tenía las manos vacías. Se avergonzó un poco. No había ido a la escuela, al menos no su mente, su cuerpo si. Había sido obligado a perder el tiempo durante años en su niñez hasta que la rebelión fue más fuerte que todo y logró escapar de tan raro ritual humano de reunirse a que un profesor te contara lo que debías aprender. El mundo era muy raro, muy raro.
Sus pasos prosiguieron hasta la calle 23 desde la cual se ve el mar y cogió a la izquierda por instinto de acercarse a casa y esquivar la costa del malecón que se veía a lo lejos cuesta abajo por la calle Rampa. Vio que unos coches americanos de los 50´ llevaban gente de un lado a otro y algunos decían taxi, estaba cansado de caminar así que le hizo una señal a uno y se montó sin preguntar donde iba, sabía que en La Habana para donde sea que fueses te darías con el mar de cara o al menos con el Río Almendares o la bahía así que se montó sin decir nada y se aseguró de mirar por la ventanilla todo lo que pasaba a su alrededor. Gente, tanta gente, tanto humo, tantos edificios destrozados.
-¿Hace calor pa ser enero verdad?
El taxista como todo taxista que se respetase estaba intentando establecer conversación. Aunque a Josef esto no le gustaba, pensaba que se debía adaptar a la vida terrestre así que de buen grado aceptó esta especie de relación taxistica pero con ideas propias que le venían a la cabeza.
-¿Cuánto ganas en cada día?
El taxista lo miró receloso, pero Josef seguía dejando los ojos por la ventanilla como si estuviera recién llegado a este mundo, y casi lo estaba.
- ¿eres inspector o que?
- ¡No! ¿Que es eso?
- Es que eso no se pregunta....
- ¡Ah! Ta bien……….
El taxista incrédulo seguía observando a Josef, llegó a pensar que quizás era uno de esos pacientes de psiquiatría que se escapan del Hospital Calixto García y deambulan por las calles. Su comportamiento era extremadamente raro y a la vez sereno.
- Unos 400 pesos…..pero 200 me gasto en gasolina…….
- Ah……. Está bueno….más de lo que gano pescando, mucho mas.
- ¿Cuánto ganas pescando?
- 25 a 60 pesos diarios
- ¡Coño! – Dijo el taxista ya confiándose - ¡Míralo desde la parte buena! No tienes lío de inspectores, de que se te rompa el carro, de pagar licencia, de que te roben, de gastarte todo lo que has ganado en los mecánicos, esos si que ganan buen dinero, ahí tranquilitos en sus casas, apretando tuercas y la gente no sabe ni que existen.
Josef dejó de observar cada detalle del carro americano donde estaba montado, se concentró en imaginarse como sería ser mecánico. A fin de cuentas estaba buscando alguna actividad rentable que hacer en la tierra y esa parecía una. Quizás llegaría la gente con sus carros y el apretaría tuercas pero para eso debería estudiar y eso no le hacía ninguna gracia. Le venía a la mente la voz de su padre con el bucle de sonido de siempre – ¿si tu no has estudiado nada como esperas tener algo? ¿Por arte de magia? No has estudiado, no te toca nada, no te corresponde nada.
Se bajó en la calle 23 y 24, por la calle 24 saldría rumbo norte a su barrio. Cuando pagó los 10 pesos al taxista este le recalcó –Ser taxista es una jodienda, mejor ser mecánico, esos si que ganan dinero. Emprendió una caminata automática cuesta abajo por la calle 24. Iba descubriendo todo un nuevo mundo desconocido a pesar de ser su barrio. Había techos con palomas posadas, raíces en las paredes, gente en cámara lenta, bodegas vacías, barberías con sillones rojos y agujeros en la tapicería por donde asomaba un amarillento relleno de guata, heladerías sin helados, niños corriendo. De pronto se detuvo y se miró a si mismo. Ya no era un niño. Aquello que tenía que afeitarse en la cara para que no le entrara agua por la desvencijada careta de buceo era una barba. Se tocó la cara con dos manos como si también se descubriera a si mismo en ese día de tantos hallazgos. Se asustó más aun y apretó el paso a lugar seguro. Al mar.


La ultima pesca (Josef pescador Capitulo 8) 

 Llegó al barrio caminando ya mas tranquilo cuesta abajo por la calle 24. Desde encima de la loma se veía su cuadra llena de árboles verdes y tupidos como si de una selva se tratase. Abajo lo estaba esperando Baratija, otro de los compañeros de pesca sui géneris. Le apodaban así porque solía comprar cosas en los pueblos de campo y venderlos en la ciudad. A veces se iba con jabones, medias o ropa y venia con frutas, pollos y cosas así. También solía pescar pero nunca fue un buen pescador, fumaba mucho. A pesar de tener un par de años más que Josef parecía un tipo de cuarenta, quizás su piel blanca y los ojos profundamente azules no soportaban el clima caribeño, o el estrés, o tanto darle a la cabeza para sobrevivir. Estaba sentado en el contén de la acera donde Josef pasaba sus días últimamente. Se incorporó como un resorte cuando lo vio acercarse y haciendo uso de su inacabable sonrisa gritó desde lejos como si fuera la ultima persona del mundo. - Joseeeeef Joseeeeef asereeé estás perdío. Josef ni se inmutó con su rara flema inglesa. Se acercó hasta el y lo miró con recelo. Si Baratija estaba esperándolo no era por nada bueno, Baratija nunca había venido a nada bueno, solo lo metía en líos como un día que se le ocurrió hacer del buceo una cosa turística y buscó clientes y todo, los cuales después de ver los equipos con que buceaban además de estarse un rato partiéndose de la risa por las antiguallas de la primera guerra mundial se fueron sin bucear y sin pagar por supuesto. - Coño asere hace tiempo que te estoy buscando. Josef lo miró con recelo. No se estaba tranquilo. Mientras hablaba gesticulaba más que sus propias palabras y daba pequeños saltos. Clavaba la mirada en su interlocutor a no ser que pasara alguna muchacha por la cual interrumpía cualquier conversación hasta que se fuera de su campo visual y después la retomaba como una maquina que hubiese sido pausada un momento. - Dime Baratija…¿Qué quieres? - Ná consorte… tengo un negocito bueno ahí pa ti. - ¿negocito?¿negocito? ¿en que candela te estas metiendo ahora? - En ninguna asere cien por ciento seguro. Le vino a la mente a Josef otro día que el Baratija dijo que era pintor de neveras, lo invitó como esta vez a un buen negocito y tuvieron que salir corriendo de la casa porque el Baratija no solo pintaba horriblemente sino que se metió de mala manera con la hija del dueño de la casa y para colmo andaba con un short con un agujero en el trasero mas grande que la prenda en cuestión y sin calzoncillos. Intentaba recordar algún “negocito” bueno con el Baratija pero por más que se exprimía el cerebro no recordaba ninguno en años. El Baratija solo creaba problemas. - facilito asere…pescar sin pescar, llevo como tres días esperándote por el malecón…cuando me dijeron que ya no pescabas me aterroricé pero menos mal que ya te encontré esto es baratija asere, baratija.. - Ya no pesco…… - ¡Que no pescas de que asere! cuando te cuente esto vas a pescar de nuevo y para siempre.. Lo tuyo es pescar asere no quieras hacer otra cosa que tu eres un pescao , lo tuyo es pescar….. Lo tuyo es pescar sonó un poco punzante. Cuando uno se decide a dejar algo y después por asomo viene la idea de volver a ello es bastante frustrante. Josef no quería pescar más, ahora quería ser mecánico, algo de tierra, de gente. Estaba cansado de ser una especie de animal marino que la gente miraba con complacencia y un poco de lástima. Vio un poco las calles y quizás le estaba empezando a llamar la atención la forma de vida que existía en tierra firme, en tierra seca. - ¿a ver que coño es Baratija? - Mira asere – Baratija enseñó una bolsa con carne al parecer fresca – Carne de tortuga asere, de caguama, se vende estelar, esto es una baratija y sin riesgo. - No quiero matar más bichos Baratija Baratija abrió los ojos azules que parecía que se iba a tragar el barrio en un mar desenfrenado y aumentó desesperantemente la frecuencia de los saltitos que daba. Al parecer le había dado un buen pie para explicar su idea, su rara idea. De semejante cabeza nunca iba a salir nada sano. - si ya están muertas asere, no hay que matar naa, no hay que llevar ni escopeta, solo es recogerlas como una mata de mango……llegar y recogerlas, solo hay que llevar buenos cuchillos. - Cuéntame bien esa mierda –Josef ya se estaba desesperando, hubiera querido ser sordo o que la tierra se tragara al Baratija, el maldito instinto de supervivencia lo estaba jugando la mala pasada de interesarse cada vez mas por el tema. - Mira asere…hay unos paños (redes) tirados por una parte de Pinar del Río que yo me sé. Es de los barcos pesqueros. Las tortugas están enganchas y muertas, namás hay que recogerlas sin romper la red pa que no se den cuenta y sin ambición una cada día, aunque hayan diez, solo una, o dos, o bueno quizás tres. Josef quedó en verle mas tarde. Habría que pensárselo. Baratija presionó que si no se decidía buscaría otro compañero para ese negocio tan seguro pero a Josef esto no le hizo ningún efecto porque sabía que nadie quería pescar con Baratija. A lo largo de su vida había metido en problemas a todos y cada uno de los pescadores del barrio de alguna manera y había que ser muy calmado para volver a coincidir con el en una jornada de pesca sabiendo que te podía hundir la vida literalmente en cuestión de segundos. Su enfermiza mente solo generaba trastadas y malos cálculos, apenas sobrevivía con su ímpetu, su optimismo y su suerte, a esas tres cosas si no había quien le ganara, sobre todo a optimismo, difícil medicina contra la rendición en un lugar inundado de trabas e imposibilidades. Volver al mar le venía terriblemente mal, se estaba poniendo nervioso cada vez que pensaba en eso como si fuera su primera vez. Esa primera vez que recordaba con claridad que se dio cuenta que podía sobrevivir de la pesca al matar a su primer pez con una artesanal escopeta de ligas de poco alcance. También sonreía cuando se veía a si mismo con nueve años salir corriendo del agua porque le habían dicho que las picúas (barracudas) eran peligrosas. Recuerda que temblando se metía temprano en el agua tibia de la costa de Miramar mirando a todos lados por si veía un tiburón como el de las películas. Había oído muchas historias y le tenían aterrado. Casi diez años después le daba más miedo la tierra que el agua. En la tierra solían haber personas que te podían hacer mucho daño, nada estaba equilibrado y había mucha locura y energías raras a las que no se acostumbraba, sin embargo el mar… era perfecto. Aun de noche, de ciclón o en un mar desconocido, el mar para Josef era mas seguro que la tierra. Baratija estaba completamente loco, loco peligroso. Pero ¿y si esta vez daba el buen golpe? ¿y si con este invento del descerebrado Baratija ya podía darse el lujo de pescar solo una vez al mes y no tenia que estar dándole preocupaciones a Madre? Eso estaría bien. Interrumpió su camino a casa y volvió sobre sus pasos rumbo puente de hierro que cruza el Río Almendares dando grandes zancadas, sabía que alcanzaría al Baratija por ahí dándole conversación a todo el mundo por el camino, inventando nuevos trueques y estafas hasta que se reunió con el en la calle tercera desde donde llegaba una amenazadora brisa marina que presagiaba un regreso al adorado y temido medio azul. - ¿Cómo hacemos? – El Baratija se alegró e iba a empezar su ritmo de saltos y alegres gritos, hacía de todo un gran espectáculo como si cada segundo de la vida fuera una gran película por la que había que aplaudir en un cine de niños. - ¿Como que como hacemos? Mañana tempranito en el Lido a las doce de la noche por lo menos, no lleves escopeta, lleva cuchillo. El Lido era un punto de poner nervioso a pescadores. Desde ahí se iba siempre a la aventura de la provincia de Pinar del Río, quizás uno de los mejores lugares de pesca de la Isola. Costaba después de varios días sin madrugar, dejar de dormir plácidamente y soportar ese pequeño intervalo de frío de noche y amanecer en el Lido en una guagua que se cogía en la calle línea. Ahí, al llegar se encontraban todos con rostros desencajados del madrugón o la resaca. A esa hora nadie hablaba como no fuera para pedir el último de la cola de los camiones que salían ininterrumpidamente. Daba una pequeña alegría el saber que en unas cinco horas todo este territorio estaría inundado de luz solar, calor y colores. La vida iría barriendo la oscuridad y abrazaría a todos y cada una de las personas que estuvieran en la calle en ese momento y el mar, el hermoso mar de todos tomaría su color que cada momento mejoraba a los ojos de quien viviera de el o por él, como todos estos jóvenes que tomaban un camión rumbo a las costas del oeste de Cuba a esa hora de la madrugada. Revisando las caras encontró al Baratija en una esquina de la terminal, discutía a esa hora acaloradamente con otro pescador el Quimbaova, quisiera saber su nombre pero es imposible recordar entre tantos apodos. - El mar no es tuyo, ¡¡el mar no es tuyo!! – repetía continuamente Baratija sin razón aparente en estado de frenesí nervioso. Los saltos acostumbrados esta vez ya eran de mecanismo neumático. Josef se acercó a ver que pasaba y saludó al Quimbaova con desdén, el Quimbaova vio en Josef un apoyo e intentó ganarlo para su causa. - Josef – decía el Quimba alzando cada vez mas la voz - yo quedé con este tipo en ir a la mina un día yo y un día el, y este día me tocaba ir yo ¿¿que coño hace este aquí??? De primera instancia ni entendió porque se originaba esta discusión. Josef se limitó a mirar como si tratara de leer los labios de los dos acalorados pescadores. - Josef….. ¡Josef!- Los gritos en aumento lo iban trayendo de vuelta poco a poco. - Dime – respondió bajito intentando concentrarse en lo que parecía una discusión estúpida. - ¡Compadre! ¿Este no te dijo que nos turnábamos para ir a la mina?- dijo señalando acusadoramente a Baratija. - No….. ¿Porque habría que turnarse? ¿Porque le llaman la mina? Baratija dio un salto desesperado en lo que el Quimbaova le tapaba la boca de un manotazo- ¿No te dijo no? ¿No te dijo nada este cabrón? ¡Pues que te diga! soltó el Quimbaova también en un susurro pero con las venas y las facciones de la cara como si estuviera gritando a todo pulmón. Baratija no hablaba, para ser tan locuaz estaba dolorosamente callado y casi dando la espalda. Cualquiera que no lo conociera pensaba que tenía vergüenza pero ante esa pregunta un día su respuesta fue –mi vergüenza era verde y se la comió un chivo. Josef se volvió hacia donde estaba casi ocultándose el Baratija, estaba pegado a la mugrienta pared de la terminal donde los colores se confundían con tanta suciedad o grasa, quizás algún día fue pintada pero a juzgar por la textura es posible que también estuviera en el cemento puro ennegrecido por tanta gente recostando sus pies en la espera o por el hollín disuelto de los humeantes motores de los viejos camiones y guaguas que pernoctaban o pasaban por ese sitio. Un bombillo amarillento a pocos metros de ahí solo dejaba ver cuando mucho, el brillo de los ojos de de algún niño lloroso por la horrible y fría madrugada a que lo sometían sus padres para ir a ver quizás a algún familiar a una escuela en el campo o por desdicha algún pariente preso. Josef se acercó al Baratija y a pesar de no tener ningún signo de enfado o mal humor visible el Baratija se asustó un poco. Algunas personas tenían a Josef por un psicópata pero en realidad mas calmado y pacifico no podía ser. - bueno….¿y porque hay que turnarse? El Quimbaova le dio un suave golpe con la mano abierta por la nuca como para que soltase lo que tenía que decir, suficiente para que el Baratija cargara sus pilas y mostrara una sonrisa tan natural como las frutas plásticas de adorno. - Hay que turnarseeeeee……………. Porque…………………..porque es un buen lugar de pesca y no queremos que lo descubran mas gente, tu sabes que cuando eres bueno la gente te persigue, la envidia y to eso. Incluso las personas que te rodean te empiezan a vigilar para ver de donde sacas tan buena pesca, incluso es posible que se nos escape donde pescamos y se llene eso de gente y………………. Josef estaba empezando a molestarse con tanta habladuría. - porque claro no es lo mismo llegar con un par de pescaos que con varias libras de un producto de primera y las consecuencias de ser efectivo en lo…lo…lo que es…….la…..lala laaaa…………….. - ¡¡Y porque coño le dicen la mina?? El silencio dominó un rato tan tenso momento. El Quimbaova no había soltado aun el cuello de la camisa del Baratija que la tenía apresada como si este se fuera a escapar en cualquier momento. Un simple estrechonazo valió para que el Baratija arrancara de nuevo su discurso. - Le dicen la mina porqueeee…………………………….¡¡Porque es una mina de oro!! ¡¡Porque se pesca mucho ahí y se gana mucho dinero!! ¡¡Porque es el mejor lugar donde…donde puedas pescar en tu vida!! ¡¡Vas a ver ……… Otro estrechonazo en el cuello le valieron para callarse y retomar el discurso, esta vez, a juzgar por la seriedad y la solemnidad de sus palabras si se podía apostar porque estaba hablando la verdad. - le decimos la mina………………….- el largo silencio no hizo mas que aumentar a punto de ebullición la tensión reinante –porque……son redes de la marina de guerra, el barco de la marina patrulla esos paños y el día que nos cojan vamos a explotar pero bien… - ¡¡¡¡Vamos cuéntale más coño!!!! El Quimbaova lo soltó con desprecio sabiendo que ya se había hecho justicia, Josef volvió a la calma de nuevo, no se podía esperar menos del Baratija. Pasaron unos largos segundos en que se vio a si mismo pescando vacas, robando tortugas del acuarium, rompiendo artes de pesca de los barcos estatales. Se preguntó por un momento que vida era aquella. Recordó también la gente que había visto a las puertas de la universidad, con sus maletines, sus libros y por mas que intentaba no se podía ver a si mismo en una situación tan pacifica como aquella, pensaba que quizás un día eso acabaría con suerte con sus huesos en una cárcel o algo así o quizás con la muerte aunque lo segundo nunca le preocupó en lo mas mínimo, de hecho, ya casi la había experimentado y le había gustado morir, incluso podía ser algo bello pero estar metido en una cárcel…en la tierra. - si el barco de la marina te ve saqueándole los paños te disparan………….. ……………..¡EL CAMIOOOOOONNNNNN!!!!!............... El grito provenía de varias partes. Desde luego que el Baratija lo había metido en problemas una vez más como era de esperarse. Esta operación pesquera llevaba ya riesgos mayores que los anteriores. Pero en todo caso toda posibilidad de caer en este vacío preocupante podía ser anulada con una simple decisión. Con tan solo decir, no voy y coger la guagua de regreso a casa se acabaría todo. Josef observó como la gente en cámara lenta se iba subiendo en los camiones y acomodándose como podían en los fríos y mojados bancos de hierro del viejo camión del año 56. Quimbaova y Baratija se quedaron inmóviles mirándolo, ya estaba ahí, era la hora y el lugar para meterse en un buen problema o salir airoso. Solo había que decidir. Josef repasaba una por una las imágenes de su caminata por la desconocida ciudad. La gente, los carros viejos, los edificios esta vez no habían ocasionado esas muestras de repugnancia por lo terrestre que lo invadía desde niño. Se alegró un poco porque quizás se estaba adaptando a lo que debía ser, quizás lograra en algún momento llevarse bien con las personas que le rodeaban y sentir la forma de vida o las costumbres como debían ser. La calle 23 era interesante con tanta vida, estar preso, quizás morir no estaba por ahora en sus planes pero había un instinto de supervivencia muy calmado y confiado en su poder de control sobre la mente de Josef, existía un ordenamiento que le indicaba luchar y luchar, no ser nunca una carga, sobrevivir una y otra vez además con honor de hacerlo en contra de las reglas hechas por los terrestres para controlar todo método u objeto de supervivencia. - ¿vas o te quedas?- preguntaron con palabras y gestos los dos aventureros, sin ningún tipo de sonido el camionero les decía que si se iban a montar se montaran de una vez por todas. Aun había oscuridad y frío, algún pasajero con algún bulto le había dado un golpe al amarillento bombillo de la terminal lleno de puntos negros de moscas, se balanceaba dando una dantesca imagen del entorno, las sombras se multiplicaban y se movían en una danza infernal como si dieran la señal de un futuro amarillento y descontrolado. Josef no decidía. Recordó el hermoso cuerpo del Alma Mater pero ya no había tiempo. Quedaban segundos para la decisión. Si esperas algo el tiempo se hace largo, si necesitas tiempo, este se va de las manos como finos granos de arena. Todo esto sucedió en pocos segundos. La energía del habla de Josef despertó, fue recorriendo el cuerpo con escalofriante fuerza hasta recoger las ideas ya tomadas y organizadas en un cerebro cuerdo y calmado aunque un poco ansioso. Josef se dispuso a decidir según fuera lo mejor a su punto de vista. Siempre había hecho así, el mar, entre tantas cosas buenas que le había dado, le ofrecía cada día de estancia en él, la posibilidad de ser libre. Tantas horas pasadas bajo agua que constituían años lo habían hecho cuerdo y capaz de tomar casi siempre la mejor de las decisiones y este momento no era una excepción. La decisión ya estaba tomada.




La ultima pesca (Josef pescador Capitulo 9) 

 Caminó hacia el camión con toda la confianza del mundo y de un salto se subió en uno de sus oxidados bancos. Los dos alocados compañeros lo siguieron en silencio. El camión arrancó sin más. Le esperaban cientos de kilómetros. Cuando la vista se adaptó a la oscura lona mugrienta que hacía de techo por donde a través de unas afortunadas rendijas pasaba algo de luz, comenzó a ver rostros de mas locos y arriesgados pescadores. Tocaba rezar para que no fueran todos al mismo lugar o aquello iba a acabar mal. No era la primera vez que violentos seres que vivían de la naturaleza discutieran por una posición favorecida dentro del mar y acabaran ellos ensartados en sus propias armas mortíferas de matar lo que apareciese. El ruido del motor se fue haciendo monótono hasta que se asoció al cansancio y la hora, la mayoría comenzaron a caer dormidos como almas sin cuerda Josef estaba nervioso pero a la vez un poco orgulloso de si mismo. Se veía como un sobreviviente y cada vez que se podía demostrar a si mismo que estaba apto para ganarse la vida se tranquilizaba. Era quizás retazos de un trauma que le había pasado madre de tanta carestía a lo largo de su vida. Josef no temía que le faltara algo o no poder comer, su mayor fobia era que algún día, no pudiera buscárselo con sus manos. Por suerte para todos, los pescadores se iban quedando en distintos puntos de costa. Ellos se quedaron en uno de ellos, La Herradura, otros siguieron en el camión hasta el fin de su trayecto. Existía la creencia que mientras mas lejos te fueras de casa mejor pesca tendrías, era como un reconocimiento a tu esfuerzo y tiempo. Cuando se alejó el camión se fue con ellos la única luz viva del lugar. La extensa negrura de la noche vino sin dar tiempo a nada acuchillándolos con el frío húmedo de la madrugada tropical y el ruido de los grillos a esa hora ensordecedor e infernal. No se había intercambiado una palabra mas, era costumbre antes de pescar. El silencio era un amuleto de buena suerte, más que nada si el lugar de pesca estaba estrechamente relacionado con la marina de guerra y gente de mal humor y con armas de fuego. Atravesaron una extensa maleza que luego se convirtió en mangle, a ratos se oían sonidos que venían de una zona de trailers (caravanas) donde la gente ya extinguía las borracheras de todo el día y se dejaban devorar por los entusiastas mosquitos en su zona de fiesta. Delicadamente se intentaba hacer el menor ruido posible, de ser visto por las personas de los trailers la misión corría peligro. Pudieran llamar a los guardias o también asustarse y ponerse agresivos. En ese sitio podía haber cualquier cosa, como mínimo cualquier grupo aficionado a las apuestas ilegales o la droga. También familias que iban a pasar días de asueto tranquilamente con lo que su economía les permitía que era por lo general un desvencijado trailer con las ruedas desinfladas y ya sembradas formando parte del lugar. Pronto se oía ya el siseo de la costa, este sonido era hermoso y emocionante. Era la línea donde en teoría se acababa el mundo de los humanos y solo lo cruzaban a esa hora algún aventurero o alguien en un desesperado intento por alcanzar las costas del norte, país de sueños para muchos. El agua estaba tibia como todo lo terrible al principio. Sacaron los equipos de los sacos, consistían en pequeñas botellas de aire comprimido con obsoletos reguladores, las botellas de acero ruso estaba medianamente pintadas de azul mate y oxido. El ruido de la comprobación de los reguladores de buceo acallaba los pocos grillos que quedaban tan cerca de la costa, mezcla de arena, piedras y bultos raros expandidos que se vislumbraban en la poca luz de luna que iba quedando. Ya con todo puesto los tres suicidas parecían engendros genéticamente erróneos. La sola visión de esta silueta quizás podría crear cualquier rumor de extraterrestres en las costas de Pinar del Río. Había que tirarse en un lugar marcado e ir mirando una extensa red diagonal a la costa con casi dos kilómetros, si se veía alguna tortuga enredada solo había que bajar, decapitarla y meterla en un saco. Por lo general, a no ser porque se hubieran enredado recientemente lo cual era poco probable porque hacían sus movimientos temprano en la noche estaban ya muertas. La red era una maquina mortífera de exterminio en masa que dejaba claro cuan peligroso es la especie humana. A Josef le parecía a pesar de ser un depredador nato, un abuso. No había oportunidad de escape ni de ningún tipo de defensa, máxime cuando Josef siempre pescaba para vivir y este tipo de artes de pesca realizan matanzas en masa que a veces ni llegan a manos de los hombres porque ya sea por falta de recursos o dejadez no se revisan con la frecuencia correcta y se pudren las víctimas sin ser aprovechadas en lo mas mínimo, de hecho Josef tenía la manía de cada vez que se encontraba una red sacar un afilado cuchillo de doble hoja y dejarla completamente inutilizada, su padre también odiaba las redes y su abuelo. Josef venia de una estirpe de pescadores de supervivencia no de pescadores industriales. Aun sin palabras, solo con señas acordaron la misión, los tres iban a peinar una parte del mar rumbo norte. El primero que viera la red haría señales con la linterna a los demás y ahí empezaría la revisión palmo a palmo de manera exquisita, las tortugas estaban mas o menos entre diez y veintidós metros de profundidad así que había que ir nadando a unos 6 metros para ahorrar el poco aire de la botella de 7 litros y si en unos veinte minutos no veían nada ya el día estaba perdido. Al menos acabaría rápido, se consolaba Josef en su pensamiento, también emponzoñaba su propia mente con imágenes de su cama plácida y tranquila y con un despertar a las diez de la mañana sin ningún tipo de preocupación. Pero el era dos personas dentro de una y por lo general, la irresponsable, la aventurera, la sobreviviente ganaba a la calmada, a la vaga, a la pesimista. Al sumergirse los pocos metros necesarios para pasar desapercibidos de cualquier observador se encendían las linternas. Esta imagen era sublime. En los sueños de pequeño de Josef estaba haber ido al espacio y la situación casi lo superaba, el silencio, la oscuridad, la ingravidez. Solo las burbujas y el peligro de que un tiburón viniese, lo cogiera desprevenido y acabara todo lo separaban de una imaginación perfecta, pero en el espacio había otros peligros pensaba. El haz de luz parecía una infinita espada, pero era interesante también apagar la linterna y quedarse a oscuras. Esa sensación de dejar de ser material, de desaparecer todas las fuerzas que te unen a la tierra y sentirse algo flotante, errante, también era otras de las pagas de ese inhumano trabajo. Una luz empezó a moverse como alocada a lo lejos pero se divisaba entre los pequeños peces que jugueteaban con ella que quería decir algo, era la red, el quimbaova la había descubierto, se unieron las tres almas errantes sobre ella, el espectáculo era horrible, una extensa malla llena de limo hacia de pared artificial a la libertad submarina. Algunos peces intentaban sobrevivir al abrazo de unos hilos incorrompibles que una vez que se anudaban sobre la cabeza como cruel tela de araña no soltarían jamás hasta que viniera la sórdida maquina de matar humana. Algunos ya eran cadáveres que se balanceaban con la poca corriente existente y por la perdida de colorido, escamas o parte del cuerpo se notaba que llevaban bastante tiempo ahí sin siquiera recibir el destino de ser aprovechado mas que por las bacteria de la descomposición. La botellas de aire empezaban a flotar, esta perdida de peso paulatina indicaba que ya le iba quedando menos presión y quedaba poco tiempo, unos cincuenta metros mas de revisión y ya habría que volver a casa. De pronto los bultos negros suspendidos en la red empezaron a ser cada vez más grandes, había desde la superficie de la red hasta unos 20 metros mas bajo. Por supuesto que el objetivo eran las mas cercanas a la superficie, no había aire ya suficiente para hacer un riesgoso trabajo de profundidad, además cuando las tortugas venían en grupo casi todas eran de la misma talla y daba igual coger la primera que estuviera mas cerca. Bajaron a por una que ya estaba muerta pero aun tenía los ojos brillosos que asustaban. Delicadamente intentaron sacarla sin romper la red y en menos de 10 minutos lo consiguieron, con uno de los tres mirando en derredor por si aparecía algún tiburón que hubiese olido la muerte o el barco de la marina. Lograron cercenarla con afilados cuchillos y meterla en un saco plástico que al cerrarse en teoría no dejaba escapar sangre y cortaba el rastro para los tiburones en la retirada. El silencio cada vez se hacía mas cruel, quizás la tensión era la provocadora de un silbido en los oídos que no era normal a medida que nadaban rumbo sur, a la costa, el maldito y horrendo silbido se hacía más evidente. Quizás llegar a la costa era cumplir una parte del plan pero llegar a la costa acababa con tantos peligros e iniciaba otros que no había ninguna ansiedad por alcanzarla. Era como pasar de una simple fase de un estado terrible a otro. Josef como siempre, se recriminaba a si mismo de meterse en estos menesteres y de haberse engañado a si mismo al haberse prometido que dejaría este tipo de vida pero su otro yo guardaba cada detalle para después recordarlo, quizás algún día contarlo cuando estuviera bien lejos de todo riesgo o posibilidad de tener que hacerlo de nuevo, fecha que no veía ni remotamente cerca al no saber nunca que rumbos llevaría su vida en los minutos siguientes y ni siquiera si estaría vivo en el día de mañana. Las luces de sus compañeros se apagaron pero con el ultimo recurso de sus entrenadas retinas logró ver como iban rumbo al fondo aleteando a toda velocidad, no existió el tiempo entre que vio la huida y una enorme mole de cemento le cruzó a pocos centímetros de la cara, el silbido se había convertido en estruendo y acto seguido Josef encendió su potencia de combate instintiva nadando al fondo con toda la velocidad que le permitieron sus remendadas aletas de rana. Potentes reflectores taladraban el agua como si en un milagro se deshicieran de ella y no quedara más que un haz de fuego blanco que hacía de día todo lo que tocaba. Lo que parecían cardúmenes de peces huyendo de la luz no eran sardinas, eran balas que zigzagueaban traviesas como seres felices escapando de una embarazosa situación y dejando una hermosa estela de burbujas. Josef se agarró a un coral del fondo porque la botella de aire comprimido ya flotaba demasiado y le hacía consumir muchos recursos en mantenerse hundido, las piedras que tocaba eran demasiado ligeras o raras, tomó un puñado y en uno de los pases de las luces de los hambrientos guardianes reflectores pudo ver claramente que tampoco eran piedras, eran casquillos de balas, verdes, llenos de lino y algas. Se aferró con más fuerza al coral aunque ya sentía una sensación de quemadura que la prefería a ser atrapado por lo que fuera que estaba allá arriba. No tenía miedo, solo pensaba que quizás había llegado su hora como tantas veces. Las balas caían sin energía en el fondo acusando un llamativo color de bronce entre tanta vegetación acuática. Los peces, pequeños curiosos acudían a cada una y después se retiraban como decepcionados de ver que no era otro pez ni mucho menos nada comestible, eran pedazos de plomo y bronce lanzados por la especie depredadora. Hubiera querido rezar pero era bastante ateo y sus creencias no se habían detenido a pensar en quien podía aferrarse en un momento como este. Su yo sádico, en el fondo estaba disfrutando de tan dantesca situación y en el fondo, literalmente hablando, quizás esbozó una sonrisa en lo que las luces blancas seguían hurgando la costa con desespero exterminador. Desde luego que tampoco tenía mucha fe en lo que estuviera arriba. De momento lo que tenia arriba era una gente disparando a ciegas y alumbrando con potentes luces que cegaban lo que se cruzara con ello. Era lo mas parecido a dios que Josef había conocido en su vida y además con extrañas coincidencias. La calma llego con la oscuridad. A pocos metros al sur estaba otro cuerpo al parecer humano también como aferrado al fondo, Josef se acerco sin encender su linterna, dejándose llevar por el instinto más que por la poca visión que tenía. Lo tocó con sus manos ya llenas de pliegos por la humedad y sintió una sensación placentera al roce contraria a la agresividad del coral que había tocado antes, se quedó a su lado asustado de no recibir respuesta de vida y esperó a que hubiera mas calma aun, cuando dejó de sonar el silbido que al final eran las maquinas del horrible barco de cemento encendió su linterna de nuevo. Se sobrecogió de la primera impresión, soltó el saco de carne de tortuga y como un ave dio vueltas lentamente sobre el cuerpo mirándolo desde todos los ángulos. Era un joven delfín, pequeño. Ahogado con su hocico enredado en la red. Lo tocó una vez más. Apagó la linterna porque de todas maneras las lagrimas dentro de la mascara de buceo no le dejaban ver nada. Lloró a cantaros, lloró como pudo, sin aire, lloró por dentro, lloro su cuerpo. Se abrazó al cuerpo y notó que aun estaba caliente, supuso que minutos antes huyendo de las luces, los ruidos o los gritos desaforadamente perdió su control perfecto y se enredó de esa manera en la red. Aun se divisaba en la cara del pequeño delfín la sonrisa inamovible que llevan desde su nacimiento pero los ojos estaban sin vida, Josef tomó su cuchillo y lo liberó en el acto cortando la red. Lo entregó a la corriente que se hizo responsable de que continuara su camino y notó que ya estaba respirando con mucha dificultad, el regulador hacia un pitido característico de asma tecnológica, le quedaba de estar sumergido unos tres minutos. Tres minutos relámpagos porque no se puede medir el poco tiempo que usó para decidirse, empuñó el cuchillo con fuerza y nadando con toda la potencia de sus gruesos muslos fue cortando toda la red de lado a lado, atrasó los metros que ya tenia ganados hacia la orilla rumbo mar adentro contra la red, esta soltaba nubes de microorganismos cuando sus hilos iban sucumbiendo al filo del cuchillo, la hoja fue mas rápida incluso que los peces que se beneficiaban de las partículas orgánicas que generaba semejante desastre, ya no había aire y en menos de cuatro minutos la red estaba casi completamente inutilizada, acostada sobre el fondo con sus restos sin la posición vertical necearía para exterminar todo lo que pase por su lado. Josef no tuvo más remedio que volver a la superficie. Al salir ya unos claros rojizos empujaban la oscura y alocada noche mortífera. La brisa fresca de la madrugada relajó un poco la energía destructiva de Josef y de paso secó el torrente de lagrimas que no había dejado de manar de sus enrojecidos y ardientes ojos. Empezó a temerle a la muerte, ahora si había visto la muerte de cerca en algo tan valioso y sentimental como un inocente delfín que era masacrado en su propia casa. Se despertó un odio por todo lo que fuera pesca y exterminio, de por si como humano no le interesaba mucho su especie pero esta vez ya estaba rozando con el odio, a partir de este día la vida valía menos y quizás ni un hermoso amanecer como el que se vislumbraba iba a poder curar esto. Recogió el saco de carne de tortuga siguiendo el rastro de la desaparecida red y llegó a la orilla más cercana sin más contratiempos. Se internó en el mangle justo por donde creyó que habían entrado, caminar se le hacía raro después de tal shock nervioso. Le temblaban descontroladamente los pies y la mandíbula. Se sentó un rato en las cálidas aguas del manglar para intentar relajarse y organizar ideas. No había reparado que era la primera vez en su vida que se había salido de sus cabales pero se asustó al pensar que quizás le faltaban por ver muchas escenas como esta a lo largo de lo que le quedaba de existencia. Baratija apareció del follaje con cara de mas allá y sin decir palabra cogió el saco de carne, en sus ojos se veía un miedo descontrolado como si aun no hubiera salido de la situación. Al mirar a la costa, venía saliendo del mar Quimbaova, blasfemando por todas las vías posibles y escupiendo a todos lados, le habían sorprendido tan pegado a la orilla que se tuvo que tapar con arena y estaba lleno por todas partes incluso tragó un poco. Se reunieron los tres en lo mas tupido del manglar costero en posición triangular. Un silencio incomodo se adueñaba de la situación en lo que ya los claros del día dejaban ver mas detalles del hermoso mar que tenían a sus espaldas. El Quimbaova tomó aire como le dejaron sus traumatizados pulmones y con la voz entrecortada rompió la calma venida a menos después de la terrible tormenta. - ¿quien coño rompió la red?- dijo blandiendo el cuchillo amenazadoramente. - yo la rompí- respondió Josef como quien da los buenos días. - ¿era tuya? - ¿y era tuya? – Josef empezó a convertirse en aquello que no quería ni por asomo ser nunca, agravado por instintos animales y odios adquiridos en una noche tormentosa y critica. - Oe caballeros, tesen tranquilos, hemos salvado el pellejo y al menos tenemos ganancia – dijo el baratija intentando no tener otra situación que se imaginaba tan mala o peor que la anterior de la cual ni siquiera había tenido el tiempo de celebrar que se había escapado. - ¿Porque soltaste el delfín muerto? ¡Eso era carne! Josef se acabó de encender en modo criminal, por suerte el barato le arrebató el cuchillo que ya iba en dirección al cuello del Quimbaova, este al ver que se había pasado se desplazó rápidamente al suelo dejándose caer de espaldas y dejando claras muestras de que no quería combate pero Josef también pudo controlarse, todo se paró un rato como si el tiempo también se hubiera detenido, había sido una horrible jornada, de las peores, sin mas palabras comenzaron a caminar por el mangle en silencio ayudándose unos a otros, la complicidad resurgió de nuevo e incluso podría aventurarse a hablar de amistad. El Quimbaova de nuevo rompió el silencio. - me estoy cagando y no es de miedo caballeros, espérenme aquí un ratico- se quedó atrás un par de metros aun con el agua a la cintura y se puso en funciones. El baratija y Josef organizaban la carga para llevarla de la mejor manera posible en lo que disfrutaba de cómo la luz se aventuraba entre las tonalidades verdes de las hojas de los mangles que despertaban como ajenos a todo o invencibles a cualquier situación trágica como la que podrían contar por el simple hecho de vivir en la costa norte de Cuba. - ¡¡¡Baratija!!!- gritó el Quimba con rara muestra de descontrol. - ¡¡¡Dime aseré!!! - ¡y si te tiro la mierda?? Baratija se puso blanco. No entendía nada y no le hizo ninguna gracia. Desaforadamente gritó todo tipo de improperios contra el Quimba y toda su generación, Josef estaba un poco alejado sumergido en sus meditaciones y cálculos. Cada día estaba mas decidido a dejar de hacer este tipo de cosas, esto solo se veía en las películas y en la realidad nunca salían bien así que era un afortunado. Sintió un golpe y cuando volvió a la realidad vio al Quimba y a Baratija enfrentados los dos cuchillo en mano, volvió a asustarse pero notó enseguida que ninguno de los dos se movía hasta que el baratija bajó la cabeza, dió media vuelta y refunfuñando soltó a duras penas. - asere te salvaste que no me dio en la cara ¡¡¡oiste!!! Las risas, lo inundaron todo. Josef tampoco recordó haberse reído tanto ni por tanto tiempo, risas y mas risas reforzadas por Baratija amenazando al Quimba que si encontraba lo que le había tirado se lo devolvería de la misma manera, incluso amenazó con que le estaba doliendo la barriga y no podía ser mejor momento por tratarse de una venganza. Entre risas Josef vio su propio reflejo en el agua verdosa del mangle, porque ya el sol estaba repartiendo vida a los que les quedaba ese día. Y se dio cuenta una vez mas que era un ser humano, esta vez al mirarse, riéndose como cualquier mortal se aceptó un poco mas a si mismo y aceptó pacíficamente los cambios que se avecinaban dentro de él. Pronto volvió a sus meditaciones. Además la misión no había acabado, era necesario llegar con esa carne y los equipos de buceo a salvo hasta La Habana en un medio lleno de jaurías censoras, decomisadoras, vigilantes, guardias sedientos de usar su cargo, ladrones con uniformes y toda una fauna de sujetos que su mísera vida daba solo para hacer cumplir o defender un sistema que no se preocupaba ni por ellos mismos, se encomendó a lo que mas le parecía dios que era el alma del hermoso delfín y prosiguieron el camino entre risas con la esperanza de que aun faltando una de las partes mas difíciles del día de pesca, el día no hubiese sido en vano. 





Josef y la tierra (Josef pescador Capitulo 10) 

Otro día más en la tierra. La Habana amanecía como siempre, propietaria de todos los colores del mundo entero. Era como para sentir un poco de vergüenza porque en ese momento una pequeña isla del caribe amedrentaba al mundo con una explosión de rojos y naranjas en un cielo inmenso que la superaba en tamaño con creces. Como si fuera la única manera de poder decir algo sin que los de la tierra pudiesen controlar el sentido de las cosas. Josef se había levantado de madrugada como de costumbre, como una maquinaria nueva y afilada. Pero no había tomado su escopeta. Tenía que luchar contra su adicción a la rutina y aunque a esa hora no tuviera sueño, evitar por todos los medios tirarse al frío mar de esas horas y cazar algo que nadase para sobrevivir era una prioridad. Decidió esperar, esperar en el lugar que la gente de su barrio usaba para esperar, donde se tomaban las decisiones del día y se consolidaban todos los pensamientos. El contén de la acera del barrio. Vió pasar en la cámara lenta característica de los lugares donde la gente espera, al panadero que por la madrugada se iba a trabajar, a los pescadores, a los que aun hacían como que trabajaban en empresas que hacían como que les pagaban. Por suerte la penumbra de los tupidos árboles de su cuadra le salvaba de la vista de los demás y así no tuvo que interrumpir sus pensamientos para saludar a nadie o inventar una conversación de esa hora. Los rojos del cielo seguían creciendo sin control y ya las escasas luces se iban apagando cuando llegó otro inquilino de espera. Un contén de acera de cualquier barrio se puede llenar de inquilinos de espera, esto es algo normal en un sitio donde no hay espacios para tanta gente que espera.
Primero que nada el ritual de sacudir infructuosamente el pedazo de acera del que vas a hacer uso, después sentarte con un suspiro. Josef observaba todos los comportamientos porque si iba a vivir de lleno en la tierra firme tendría que quizás pasar por persona normal o al menos desapercibido, era Simón, el negro chino del barrio, alcohólico profesional y con mas heridas que piel. Simón tenía una frase favorita y mas que nada tenía una sonrisa que le daba ánimos al moribundo. La vida de Simón era terriblemente simple, quizás hacer como que trabajaba en la construcción para conseguir alguna lata de pintura que pudiera canjear por alcohol y algunos panes para comer con azúcar en medio de una tormentosa resaca de desconocidas formulas alcohólicas que es posible hubieran ganado un gran premio en otros sitios al ser un combustible de alto octanaje o un disolvente de buenísima calidad. Pero para Simón era lo que echarse en el cuerpo en el diario luchar por la espera y la nada que conservaban como un tesoro todas las personas de ese sitio. La frase mágica era (tó ta ahí) que traducido al castellano del que hacemos y manchamos uso a diario quería decir mas ni menos (todo está ahí) esta frase iba acompañada de un dedo apuntando al sentido que no dejaba ver si era como un arma o un consejo, pero en realidad, pensando un poco todo estaba ahí, en ese sitio donde se teje la vida y la muerte de cada cual. En ese sitio donde nadan los recuerdos, las buenas y las malas acciones, el único sitio donde se es por momentos realmente libre o al menos donde se puede crear la ilusión de serlo. Simón terminó el ritual, se sentó y sin mas disparó una pregunta, los buenos días estaban de mas. Se daba por hecho que había buenos días porque estabas vivo, y sentado en un sitio de espera, no había que nadar, que sobrevivir, que huir, al menos por esos breves momentos.
- ¿Qué volá no te tiraste al agua hoy?
- Ya no quiero pescar Simón, la cosa está mala, además estoy un poco cansado.
- Cansado estamos todos, pero hay que seguir, a media maquina…tirando…
- ¿Qué haces despierto tan temprano?
- Vigilo a la jeva, que sale pal trabajo, tu sabes que a esta hora hay una pila de borrachos fulas por ahí que se meten con to el mundo y mi jeva no le puede pasar ná asere.
La jeva, era una mujer que era madre de muchos hijos de la misma edad de Simón, en su cara se veía el maltrato de haber luchado el doble de tiempo que él con las escaseces y los avatares de un sitio impredecible y salvaje, Simón la acompañó hasta la esquina, con un beso se despidió de la persona que en ese momento le daba el ánimo de decirle que lo quería. El ánimo era una buena moneda de cambio. En el sitio donde transcurre esta historia el ánimo es como la comida que escasea pero es bien recibida y fuente de energías, la madre de las energías para seguir luchando o al menos sobreviviendo. Por suerte, el ánimo aun no está en venta y te lo puede regalar cualquiera. Es de esas pocas cosas como los amaneceres que no se pueden controlar o matar, no se pueden ver para los que no tienen ojos nada mas que para el poder o el dinero. El ánimo ha logrado escaparse y salvarse de las guerras, de las tristezas, incluso de la muerte. Simón volvió al sitio de los suspirantes, de los esperadores. Profesiones venidas a menos después de de las perdidas de esperanza, pero que aun se aferraban a la vida y a mantener el espíritu de existencia de millones de personas que sueñan que quizás la vida puede ser mejor.
- Esta jeva es buena, me cuida como gallo fino – frase para indicar que alguien es muy atento o preocupado por algo, que hace las cosas bien, que es inmejorable.
- ¡Simón?
- ¡Dimelo!
- ¿asere? Que pincha (trabajo) es buena pá vivir con tranquilidad??
- La tuya asere…te tiras al mar… no le ves la cara a ningún jefe..y si se la vieras es porque se están ahogando y eso es bueno no??
- Si, pero en la tierra ¿Qué pincha es buena en la tierra? El mar ya no da ná.
- No se asereee….¿medico?
Eso es lo que nos decían nuestros padres, de grandes hay que ser médicos, o maestros. Eran trabajos respetables. No podía culpar a Simón por responderme según sus instintos. Cuando se está en un sitio donde las cosas no son como deben ser uno aprende a dejarse llevar por los instintos, mas que nada pone un piloto automático de respuestas aboliendo las que te pueden meter en líos y en esta cesta caben todo tipo de respuestas por muy absurdas que parezcan.
- No se asere… que clase de pregunta me has tirao a esta hora de la madrugá
- ¿Simón? Con que puedo ganarme la vida sin molestar a nadie, sin soportar a nadie, con mis manos, como en la pesca pero en la tierra…..
Simón quedó un buen rato, pillado por sus respuestas o sus ideas sin sabes que decir. Para el, Josef era un buen muchacho del barrio, de pronto se sintió como su padre. ¿Qué iba a decir? Hacer una acción diaria por dos panes y un poco de alcohol no era un buen ejemplo, pero quizás en lo mas profundo de su sabiduría popular o sus recuerdos podría hallar un buen consejo para Josef…..
Estuvo un buen rato en silencio, ese silencio del amanecer en Cuba cuanto todos damos gracias a lo que sea sin saberlo por llegar al otro día. Llegó la luz, el día y comenzaron a llegar los poncheros, los que arreglan bicicletas en el barrio, los que venden pan con algo que no se sabe en las improvisadas cafeterías del barrio. Tardó mucho tiempo Simón en responder. Nada se le ocurría. ¿Como ganarse la vida tranquilamente? Era una pregunta que estaba de mas en un sitio donde el contexto de esta pregunta era imposible. Como………..ganarse la vida…………….
Llegó el día esperando la respuesta, Josef se paró, se despidió y se fue a su casa. Simón se quedó sin respuesta. Pero juraba por sus dioses que le respondería. ¿Como sus años y sus heridas no le iban a permitir dar una respuesta a tan simple pregunta?
Se dio cuenta que vivía una vida sin respuestas, suavizada por el alcohol y la espera, esas drogas que inundan toda La Habana. Nadie lo sabe pero existen, incluso no lo sabe ni quien vive de ello.
- Mañana te digo Josef…………..
Dijo Simón y se quedó rumiando nombres de profesiones decentes con las que ganarse la vida, lo malo, que en todas ellas, había que hacer como que trabajabas, porque ellos hacían como que te pagaban.



La Banda de Dick Turpin (Josef pescador Capitulo 11) 


Josef daba vueltas sin más, parece que la vida terrestre no era tan fácil como parecía. Las losas del piso de su casa se revelaban en cada ranura o mancha, quizás cada punto de esto tenga su historia que valdrá la pena contar algún día. Bajó las escaleras de nuevo, esta vez con mucho apuro para alcanzar un sitio de meditación en un lugar agradable. Ya el día había avanzado mucho y la luz penetraba por los ojos aturdiendo la poca paz que quedaba en la cabeza de Josef. Estaba a acostumbrado a que sus días eran azules o verdes marinos y este día estaba siendo rojo, negro amarillo y de cuanto color se le había ocurrido a los vecinos pintar sus paredes o ponerse en ropas de todas partes del mundo y de todas las épocas. Faltaba el sonido del mar – si un día me alejo del mar creo que me muero- pensó Josef estremeciéndose de solo imaginarlo. La calle se podía cruzar con los ojos cerrados, el trafico nuca era abundante o rápido, además siempre había mucha gente obstruyendo la vía comprando, vendiendo, hablando y esa clase de cosas que hace la gente que vive donde hay mas gente. Volvió al contén, esta vez, había mas de diez suspirantes reunidos hablando de sus cosas, Josef prestó atención.

-¡Una fuente de tomate!- gritaba una mujer a manera de discurso, levantando el dedo amenazadoramente contra los que la escuchaban - ¡Te puedes meter todo el tomate que quieras mi chino!¡ y col….y lechuga! Pero nada de azúcar ni grasa… ¡yo me meto a diario to los platos de vegetales que quiero y miramee! ¡toy en la linea! Pero es que aquí siempre es el paaan… y el agua con azucar y el paaaaaannn y to lo frito que se pueda… tas engordando y lo que estas comiendo es mierdaa!!
Josef se conectó con otra conversación, esta ya pasaba a ser amenazante, además no tenía nada que ver consigo mismo cuando su madre cada día intentaba que comiera algo porque estaba casi en la piel y los huesos. En la otra esquina de la conversación estaba potaje, un tipo de barba, delgado y encorvado que también era alcohólico profesional. Habían muchos por ese barrio por una conocida ronera o piloto como le llamaban donde se vendía solo ron las 24 horas del día. Se acompañaban de una pequeña lata de cerveza que rellenaban constantemente de ron o un pomo (bote de cristal) de compota por el que se veía a través de una penosa transparencia el constante líquido amarillento de olor dulce que era el ron Santa Cruz que se vendía muy barato. Todas estas personas se pasaban el día ahí sentados en cualquier esquina hablando de los mas disímiles temas con la convicción de un catedrático. Les decían la banda de Dick Turpin, en ella también estaba Catarro que se merece un libro para el solo, Chávez el que sabe, Fuego, que siempre estaba contando historias trágicas de boxeo, Tomás el mecánico, Durdú, Chapotín el posadero, Simón, Verde el que se fue y viró y así incontables personajes de la picaresca callejera Cubana. Josef se fue acercando y trató de hilar alguna de las más de veinte conversaciones simultáneas que se estaban manteniendo en ese momento. Todas eran aseverando algo, dejando saber que tenían dominio sobre un tema en especifico. Todas eran muestras gratis de enseñanza y aprendizaje, por esto quizás pensó Josef que tal vez era buen momento para proseguir con su pregunta, y en cuanto pudo se la soltó a Potaje, el que parecía mas serio de todos.

- ¿Potaje? ¿De que se puede trabajar para vivir tranquilamente?

Hubo un silencio sepulcral, todos miraron a Josef de arriba abajo. Por suerte al conocerle desde niño, tenían claro que Josef no les estaba tomando el pelo, Simón ya llevaba buen rato recomiéndose por dentro, intentando dar respuesta a esa pregunta desde la madrugada de ese mismo día.
-Josef ¿Por qué no sigues pescando y nos traes esos pescaitos ricos que tu pescas y hacemos uno ahora aquí mismo?
- No quiero pescar más…… No voy a pescar más.
La mujer de la conferencia de dietética intentó romper el silencio – también puedes comer pescado, el pescado tampoco engorda lo que pasa que es muy caro y difícil de conseguir……- Pero se quedó sin respuesta, pasaron unos dos minutos de silencio y de pronto arrancaron todos a hablar sus respectivas ideas a coro pero sin ningún tipo de coordinación. La banda de Dick Turpin estaba generando consejos e ideas a cien por segundo. Josef se enteró de lo que realmente quería decir la frase tormenta de ideas, tanto fue así que se agobió de tanto ruido en todas las frecuencias posibles y amablemente se despidió rumbo al malecón con la certeza de que ya no se tiraría a pescar porque tenia en mente mas de cien consejos de cómo sobrevivir en la tierra firme dado por las personas mas sabias del barrio, esa gente que algunos pasan de largo y otros desprecian por vivir su vida como les parece mejor y como pueden, con sus propios medios aunque no sean los mas legales del mundo. Dio gracias a la banda de Dick Turpin y después de recorrer los escasos metros que le separaban de la costa del malecón de La Habana se sentó con los pies al vacío del salado muro, respiró el delicioso y alimenticio salitre y dio rienda suelta a organizar las ideas de cómo viviría y de que, a partir de mañana.
Josef y Ciudad Libertad (Part 12) -Quisiera ver al director- Soltó sin más a una asombrada secretaria que se le resbalaban las gafas de aumento por el sudor de la nariz en un sitio a 32 grados y con poquísima ventilación.
- ¿tiene reunión con el?
- no, solo quiero hablarle un momento.
- Ehhh…… - El titubeo produjo unas vibraciones tan extrañas como la situación que estaba creando Josef al ir a preguntar sin más por el director de Ciudad Libertad, centro estudiantil del oeste de La Habana.
- Bueno, espera aquí un momento que le aviso ¿eres familiar?
- Nop…
- ¿Es por algo de notas?
- Nop!
- y… ¿me puedes decir para que es?
- Si…quiero estudiar.
La humilde secretaria lo miró más raro todavía. En esas latitudes era difícil encontrar a un muchacho de 18 o 19 años intentando estudiar, era realmente raro. Se sumergió en las oficinas y no tardó nada en salir invitando a pasar a Josef. Mas personas de la que trabajaban en el sitio salieron lo mas discretamente que pudieron a mirar a tan extraño ejemplar. Josef ignoró a todos, fue directo a la puerta que un día fue blanca y tenía un agujero en el sitio del picaporte muy grande donde además se podía ver que el mobiliario interior eran las mismas mesas de escuela solo que un poco mas cuidadas y sin los carteles propios del arte rupestre estudiantil.
- Buenas, soy Carlos, cuéntame. – el director le dio la mano a Josef con todo protocolo de respeto y educación, lo invitó a sentarse y tomó el también una de las sillas de madera del lúgubre sitio que hacía de despacho. Pasaron unos incómodos minutos antes de que Josef empezara a hablar. ¿Como explicar que no había estudiado casi nada en su vida?, que se había escapado de casi todas las escuelas, que ninguno de sus padres podían con el y que la misma vida, la misma jodida vida que tenía de pescador en el mar le había aconsejado bajo pena de muerte que hiciera algo en la tierra. ¿Como decirle que estaba cansado de ser casi un pez?, que quería caminar, que quería adaptarse, ser casi como los demás e incluso poder conversar con alguien de la tierra y menos con los pensamientos propios. Tejió en pocos segundos la forma de decirlo, más o menos de manera que pudiera entenderse y no pareciera raro como para que le llamaran una ambulancia en el mejor de los casos o la policía.
- Quiero estudiar…. No he estudiado nada en mi vida. Me la he pasado pescando, estoy cansado de ser un pez, quiero caminar, quiero adaptarme, quiero ser casi como los demás, quiero conversar con alguien de la tierra y menos con mis propios pensamientos. Mis padres no han podido hacerme estudiar pero de hace un tiempo a esta parte yo he creído que es necesario y por eso quiero aprender algo que me permita vivir sin meterme en el mar la mayor parte de mi vida, quiero aprender un oficio.
A Juzgar por la cara del director parecía que este día prometía, que no iba a ser un tedioso día de miles de ir a trabajar, rellenar y firmar papeles, de hablar con algún alumno rebelde o conflictivo y darle la misma charla que le tenía asegurada a todos por defecto. Josef, a pesar de haberse aparecido de la nada con un historia rara daba buena impresión, así que sin pensarlo siguió adelante tratando de apoyar la rara petición sin siquiera pensárselo un segundo. Era raro, muy raro pero a la vez reconfortante ver que alguien tenía ánimos o energía para empezar, era como las sonrisas que se dan en los sitios tristes u olvidados que brillan el doble.
- ¿Y… que quieres estudiar mijo?
- Chapistería. Me han dicho que eso da dinero y se puede sobrevivir de eso…
Sobrevivir. Sobrevivir era una palabra a la orden del día. Una clave que abría puertas. Una puerta que hermanaba o enemistaba personas en estos tiempos que corrían. El director levantó el auricular de un viejo teléfono negro que parecía estar allí desde que ese sitio era un cuartel militar de gobiernos anteriores.
- ¿Javier? Me hace falta que vengas un momento…..si ahora..Te espero.
¿Josef me dijiste que te llamabas?
- Si, Josef.
No entiendo bien que quieres, en todo caso tendrás que esperar a septiembre, no puedo matricularte ahora además tienes que traer..
- No quiero matricularme, ni notas ni nada de eso. Solo quiero ir a las clases y aprender.
Javier entró por la puerta, era el profesor de chapistería. Tendría poco mas de 30 años y cuando el director le contó se quedó también un poco perdido. Miró a Josef de arriba abajo varias veces para asegurarse que no era algún tipo de psicópata o algo por el estilo pero para asombro de Josef asintió sin pensarlo más.
- ¿cuando quieres empezar?
- ¿mañana puede ser?
- Si, las clases empiezan las ocho en punto.
- Pues mañana a las ocho estoy aquí, gracias, muchas gracias.
Tomó su bicicleta 20 que recién le había comprado a algún sujeto de su barrio y se fue a casa sin mirar atrás. Javier y Carlos se le quedaron mirando hasta que se perdió por las puertas de la escuela gigante. Después se miraron entre si, aun sin salir de su asombro y sin comentar nada cada uno se fue a su sitio. Hoy...el día prometía.
Josef comienza en la tierra (Parte 13)
A las 8 en punto de la mañana ya Josef hacía rato que estaba en la puerta de la escuela de Ciudad Libertad, así durante días que fueron meses Josef aprendió que el metal no era tan duro como parecía. Que se podía estirar, doblar, recoger, moldear y con un poco de maña fabricar con él la forma que te viniera en gana. Javier el profesor, notó tanto interés en Josef que cuando los alumnos se ponían con el comportamiento típico de la edad centraba todas sus energías en enseñar a la única persona que en ese momento le interesaban realmente sus clases. Así que Josef en unos 4 meses ya sabía construir a mano casi cualquier parte de un carro por complicada que fuera. Al quinto mes, Javier le dijo que ya estaba listo, que solo le faltaba práctica y que eso ahí no podía garantizárselo por la falta de medios. Josef, agradecidísimo salió feliz de que tenía un oficio terrestre y en silencio se burló de aquello desconocido que mandaba en el mar y a los que se metían en él que por un momento le hizo creer que estaría viviendo bajo el agua hasta el fin de sus días. Solo faltaba encontrar trabajo de eso. Los sueños se dispararon cual potente escopeta de aire comprimido de las que usaba para pescar. Quizás podría hablar con una muchacha terrestre, quizás podría vivir un poco mas.
Los días siguientes fueron una mezcla rara de grandes esfuerzos recorriendo todos los talleres que se encontraba a su paso para conseguir el trabajo que finalizaría con su nueva carrera de chapista de carros pero no era fructífera la búsqueda. Con un dinero que le quedaba, le pagó a un amigo para que le permitiera sacar la licencia de conducción lo cual no le fue difícil por el alto grado de aprendizaje que tenía y por las tantas veces que le había robado el carro a su padre desde que tenía unos doce años. Al cabo de un tiempo ya estaba un poco agotado cuando en un taller en playa un sujeto bastante raro pareció tomarlo en serio. De nombre Domingo Fizz y conocido por Fizz, lleno de tatuajes y con una visible y amplia experiencia en cualquier cosa menos en chapistería invita a pasar a Josef a un taller donde habían carros de policía destrozados y canibaleados como si algo del espacio exterior se hubiera estado alimentando de sus piezas. Josef pasa desconfiado y no escucha casi nada. Las imágenes que pasan por su vista están ocupando todo su ser lentamente como diciéndole que este va a ser el sitio donde pase muchas horas de su vida en lo adelante. De momento tiene deseos de echar a correr hacia su mar y seguir haciendo lo que había hecho hasta ahora, que malo que bueno, no quemaba, no hacía tanto ruido, no olía a esa extraña mezcla de grasa, gasolina y plásticos quemados. Fizz seguía balbuceando palabras a su alrededor mostrándole el sitio, Josef intimidado trató de desconectar con tamaña mala impresión y se centró en atender a quien le estaba explicando algo hasta que comenzó a oír de nuevo, sonidos del mundo real.

-Y entonces…. ¿te parece bien Josef?
-¿El que?
-¡Coño! No me has estado oyendo nada, que entras como ayudante de chapista y cuando llegues a un tiempo se te sube la categoría, te pagan 148 pesos pero ya tu sabes que aquí siempre nos buscamos “alguito”

“Alguito” era muy importante en cualquier trabajo, no obstante Josef no averiguó nada extra ya que en principio pensó que este era un sitio de aprendizaje y que cualquier cosa que le pagaran vendría bien, que su beneficio era otro. Fizz no paraba de hablar, cada día hablaba más y Josef en silencio hacía su trabajo que consistía en cortar partes de chapa para hacer los remiendos que le hacían a los carros en ese taller. Era un taller de la policía y los que trabajaban en el eran ex reclusos por regla general. Habían otros personajes que serán dignos de relatos futuros. Pero por el momento Josef estaba caminando con pasos fuertes hacía lo que el pensaba que era un buen cambio de su vida. Cuando se lo comentó a sus padres estos se pusieron visiblemente felices aunque no se explicaban como alguien tan conflictivo y rebelde como Josef había dado un paso hacia lo que relativamente se debía hacer. Pero así fueron las cosas. Josef era chapista ahora.
Josef comienza a volar (Capitulo 14)
Al cabo de un tiempo, a Josef le seguía pareciendo algo genial como su cerebro y su manera de pensar se iba adaptando a las situaciones que le rodeaban. Ya era capaz de entender el sentido del humor de personas que ni remotamente habían tenido la paz de la que Josef había disfrutado hasta hace unos meses. También era cuestión de alegría ver como iba despertando una habilidad resolutiva que ni por asomo se hubiera imaginado que existía, por ejemplo, hace unos días ni se imaginaba como era un vehiculo por dentro y ahora le era posible desmantelarlo y ensamblarlo si ningún tipo de ayuda. Podía ver una pieza y en su mente hacer la forma del recorte de metal necesario para hacerla, daba los golpes justos con el martillo y tanto era así que los demás chapistas del sitio se habían puesto de acuerdo para  dejarlo solo, ya que habían comprobado que se desempeñaba realmente bien. Josef era un chapista mas, lo único que lo diferenciaba con los otros era que Los demás consumían a toda hora del día incontables botellas de alcohol, ron o lo que apareciera que favoreciera un estado de embriaguez constante que los llevaba a un comportamiento típico que Josef pasó de no soportar a reírse con ellos. Desde luego que al cabo del Tiempo josef ya estaba mirando continuar su aprendizaje en otros sitios porque en este lugar había llegado muy rápido a un tope de conocimiento que le parecía fácil o al menos incompleto para la mente perfeccionista de su mundo distinto al de las demás personas.
Un día le preguntó a Fizz si podía hacer algún trabajo extra por ahí y este entre desconcertado y malhumorado le respondió que si quería hacer cosas extra que se las buscara el mismo, que bastante había hecho con enseñarle chapistería desconociendo que todo lo que Josef sabía lo había aprendido en una escuela y que al tener la posibilidad de ponerlo en practica no había hecho mas que superar con creces cualquier tipo de enseñanza primitiva de hombres que habían aprendido el oficio a base de ensayo y error. No obstante a la media hora Fizz regresó en su normal estado de alcoholismo crónico y le pidió disculpas, llorando a lagrima viva y contando una larga historia de desgracias, presidios, familias perdidas, traiciones de amigos y guerras entre hombres de difícil supervivencia a lo largo de su vida en lo que iba enseñándole a un Josef absorto toda una retahíla de cicatrices por el mismo orden y con la misma historia acompañada que hacía media hora como varias veces en cada día desde que se habían conocido.
-    Mira – dijo Fizz consumiendo un cigarro tan gastado que le quemaba la boca como si fuera lo mas importante de la vida en ese momento. Yo le estoy haciendo un carro a un medico ahí que me va a pagar 6 mil pesos, vamos conmigo los sábados y los domingos, matamos esa jugada y yo te doy parte del baro (dinero) porque de verdad lo tengo embarcado hace como seis meses y es que solo no lo puedo hacer pero tampoco puedo contar con estos borrachos – señaló al resto del grupo que daban cuenta de la tercera botella de ron de esa mañana.
Josef asintió, se animó al pensar que estaba dando un siguiente paso en su empeño por adaptarse a la tierra y esperó con ilusión ese fin de semana a ver como salían las cosas.
Josef y la sonrisa (Capitulo 15)
La casa del médico era una antigua y lujosa mansión en Miramar,  barrio rico de La Ciudad de La Habana caracterizado por una arquitectura ostentosa y ordenada. Un pequeño garaje trasero servía de taller para, entre obsoletas herramientas, esconder los prohibidos depósitos de oxigeno y acetileno necesarios para la chapistería. El auto del médico no era más que un oxidado moskovish ruso de pésima tecnología que manos hábiles tenían aun en funcionamiento.
Como siempre Josef con su innata manera de ver las cosas tenía la capacidad de cortar el metal justo para hacer las piezas necesarias que sustituirían los agujeros provocados por la corrosión y la cercanía con el mar. De vez en cuando una bocanada de salitre hacía que Josef meditara un poco sobre si debía estar o no en ese momento y en ese lugar y los cambios que le deparaban los próximos días de su vida. Las manos habían dejado de ser blancas e inmaculadas como solo el mar sabe lavarlas para ser una mezcla de óxidos, cortadas sangrantes y alguna que otra quemadura. Pero no dolían, los sueños, cuando están a flor de piel sirven como anestesia para cualquier padecimiento y Josef estaba lleno de ellos, pletórico de alegrías infundadas por la imaginación, sonriente de planes por venir aun nada definidos, Josef avanzaba a pasos agigantados en el aprendizaje de esta profesión que al parecer le iba a llevar cosas buenas a la vida. En el mar, recordaba días de buena pesca, buenos momentos con los amigos, visiones hermosas de amaneceres, tonalidades de azul insuperables, legendarios encuentros con delfines pero nunca recordaba esa risa sin fundamento que se le escapaba cada vez que soñaba con todo este mundo nuevo que estaba descubriendo.
Y Sandra, ese amor regado, pospuesto y fugaz que había dejado atrás cuando había tomada la errónea decisión que no era un hombre de tierra sino un semipez castigado a andar por un sitio polvoriento y ruidoso en contra de su voluntad, ajeno al silencio y el vaivén de las profundidades marinas. Sandra quizás estaría para cuando el fuera un terrestre común y corriente. Sonrió aun más hasta convertir el martilleo de las chapas en risas. Fizz lo miró extrañado. Comprobó que no faltaba nada en su botella de ron que no se hubiera tomado el mismo y por encima de los ruidos comentó como para si mismo en alta voz.
- El que solo se ríe de sus maldades se acuerda.
Josef movió la mirada levemente pero volvió al trabajo. Habían adelantado bastante y ya se hacía de noche. Al terminar cogió su bicicleta y a toda velocidad y como cada día pasó por delante de la casa de Sandra aunque no le hacía camino. Breves segundos le bastaban para comprobar si por casualidad ella estaba por ahí y tener éxito en un encuentro “casual” con palabras ensayadas miles de veces cada día. Pero no estaba. Estaban los taxistas de la base de taxis de la calle 8, el que vende tamales, Cachita la mulata graciosa, Nene el de los perros de pelea, Luisito Martí el mecánico, Léster el del lada, Billy el gordo de 400 libras, Henry el medico bajito… estaban todos menos Sandra y aún así Josef llegó a su casa sonriendo pensando en el futuro. Cuando entró revisó como cada día su sagrado granito de arena guardado en el desvencijado carné de identidad, sucio de ser manoseado por los policías que se apostaban en el puente de hierro a hostigar a los transeúntes y manchado de la humedad reinante en esa larga isla del mar Caribe.





Josef y un terrible cambio (Capitulo 16)

Llegó a casa sofocado de tanto pedalear sin reparar que ya era de noche cerrada. Su madre lo esperaba sentada en silencio con casi todas las luces apagadas. Era extremadamente raro que no estuviera puesta la televisión a esa hora con los absurdos discursos de los absurdos noticieros. La amarillenta luz de los bombillos de la cocina proyectaban lúgubres sombras sobre la pequeña sala y los viejos muebles. De vez en cuando se oía una voz proveniente del solar de al lado que por raro que parezca también estaba bastante silencioso. La madre de Josef  le extendió un papel amarillento sin decir nada, Josef vio un escudo impreso en una esquina y supuso lo peor, en lo que intentaba encender alguna luz mas para poder leer el misterioso papel la madre dijo como terminando de aplastar el día.
- Y el cilindro ha muerto…….lo han encontrado hoy por la bahía de La Habana.
El cilindro era una suerte de pescador loco obsesionado con un sitio muy peligroso por la altura de la embajada de intereses de los Estados Unidos que era un agujero de unos 70 metros de diámetro por unos 60 metros de profundidad. Este accidente geográfico submarino de curiosa formación llamado generalmente (Blue Hole) que se encuentra por todas las costas caribeñas es refugio seguro de peces y langostas y trampa mortal de pescadores obsesionados que no miden la profundidad con la emoción de la captura. El Cilindro no era el primero que moría en este sitio, ni iba a ser el último. Josef sabía lo que significaba. Por eso se negó cientos de veces a pescar ahí a pesar de la insistencia de este. Al cilindro le llamaban así por su insistencia de pescar en el sitio que llevaba ese nombre. Josef se entristeció enormemente, le pareció verlo en la puerta de su casa como solía hacer insistiendo pesadamente en ir ahí, contando con lujos de detalles el porque habían ahí tantos peces y lo fácil que era pescarlos, contando como se metía de noche con una linterna para que la policía no lo viera ya que eso era zona vigilada militarmente por la “embajada americana” y como hacía grandes capturas el solo, que serían aun mas fructíferas con un compañero, pero nadie quiso pescar nunca con el y por años se le veía solo de madrugada con su deteriorada figura y su pelo rubio quemado como rayos de sol caídos sobre su cabeza. Nadie sabía su nombre real, ni si tenía familia ni donde vivía. Era uno más de la costa, de la supervivencia, un suspirante furtivo. Aparentaba tener unos 28 o 30 años, quizás menos y ahora que se había ido Josef le echaba en falta aunque no había mediado ni siquiera amistad en ello, pero era alguien digno de admiración que se fue solo y solo se quedó, sin que nadie lo escuchara ni lo acompañara. Josef sabía perfectamente la tristeza de pescar solo aunque el era un solitario perdido. Un amanecer o una buena pesca era nada si no tenías a nadie con quien compartirlo aunque fuera con una simple mirada o cualquier frase absurda venida a menos. El cilindro con suerte estaría ahora en un delfín como soñaban todos los pescadores, daba vida a un ser sagrado y querido y quizás no estaría mas solo. Miles de preguntas venían a la cabeza de Josef sobre esa persona que no existiría más. Levantó el papel y leyó….Citación oficial de comité militar del municipio plaza. Nada, que el día iba a peor.








Josef y el 1º de Mayo (Josef pescador Capitulo 17)


Ni se había dado cuenta que era primero de Mayo. Día en que las calles se llenaban de policías y las costas de militares con relucientes cañones, temblando de que le pudieran aparecer unas manchas de ávido salitre. Cuando llegó a su sitio de trabajo estaba completamente vacío – claro, este día no se trabaja- se dijo a si mismo y volvió sobre sus pasos. A lo lejos solo se oía la voz del televisor de algún entusiasta vecino que quizás para justificar su ausencia al desfile lo ponía como para que quedara claro que al menos seguía la actividad por la tele. Gracias al canto de los pájaros, aquella ciudad no parecía un sitio desvastado por una guerra. Entre tantos edificios destrozados y ni un alma en un día tan soleado podía parecer que había arrasado alguna epidemia o que todos los pobladores habían emigrado de golpe. Ni siquiera padre o madre estaban en casa al despertar Josef, por suerte con la frase de, este no es de este mundo, no se habían tomado el trabajo de despertarlo para la marcha, nunca había ido a una, ni le encontraba el porqué, máxime cuando no cesaban de repetirlo por tantos días en todos los medios e incluso salir embarrado de las semi amenazas de sus compañeros de fechorías, llámese pescadores furtivos o como en estos tiempos, gremio de chapistas, mecánicos y demás trabajadores ilegales.
Hay que ir a la marcha- decía uno de los mas recalcitrantes que además se dedicaba a las peleas de gallos, perros y cuanto animal se pudiera apostar – Uno no puede foquearse*, uno tiene que estar en talla con la vorágine- las palabras le sonaban sublimes y meditadas. Josef volvió sobre sus pasos. Llegó a su edificio desierto y entró a su casa sin saber que hacer ¿A dónde ir? Desde que tenía uso de razón nunca había ido a ningún lado, a no ser las miles de millas marinas recorridas para buscarse el sustento pescando, o ahora, los sitios donde ilegalmente una vez más vivía de su trabajo. El único lugar que conocía en la Ciudad de La Habana era fuera de ella, el mar. Pero nunca había ido a él por entretenimiento o por no tener nada que hacer, pero en casa tampoco se podía quedar. A medida que avanzaba el día, mas y más televisores y radios se sumaban al volumen justificante de estar al menos en sintonía con la actividad. Se oían simultáneamente varios periodistas repitiendo las mismas consignas con un mar de gente de fondo. Josef tomó su máscara de buceo y se alejó mientras pudo.

Cuando llegó a la costa, unos militares le impidieron que se metiera en el agua. Sin decir nada se fue a la entrada siguiente con los mismos resultados. Así fue recorriendo una buena parte de la costa de Miramar oyendo las mas descabelladas excusas como que “hoy” la playa estaba cerrada, que no podía haber bañistas por si entraba algún infiltrado, que la costa era zona militar, que no podía entrar en perímetro armado, que no le daba la gana al teniente y la última y mejor de todas, que si no había ido a la marcha del primero de mayo tampoco tenía derecho a meterse en la playa.
Estuvo a punto de escalar cualquiera de los edificios conocidos y cruzar a la costa desprotegida como había hecho cientos de veces, pero la soberbia del mal día que estaba teniendo no le permitía esa especie de retirada. La costa era suya, y de todos los cubanos. No era propiedad de unos sujetos por muchos cañones que tuvieran, así que siguió explorando cada paso hasta llegar a la calle 16 donde vió lo que sin duda eran unos bañistas tomando sol plácidamente en las agresivas rocas costeras. Se acercó y comenzó a lavar la vieja careta en las pequeñas olas que saltaban un poco mas arriba de donde llegaba el nivel. Josef se sintió observado cuando miró estaban los supuestos bañistas preguntándose con curiosidad, parecía un ambiente cargado hasta que uno de ellos dijo, hablando por todos.
-¿tu no vas a la marcha?-
-No ¿y tu? – Respondió un poco receloso de los anteriores encuentros con los militares.
-Nosotras no somos bien recibidas en las marchas – dicho esto, estalló una risa generalizada. Josef sin entender, como siempre intentó analizar desde sus propias y confusas ideas el porque ni militares ni homosexuales iban a la marcha, quizás tenían algo en común pero al menos no se metían con ellos y gracias a eso él, pacíficamente iba a poder cumplir con su objetivo de darse un chapuzón en el hermoso mar que tanto añoraba constantemente.
-¡te cuidamos la ropa!- le gritaron ya cuando Josef se disponía a sumergirse del todo en el mundo en el que mas tiempo había pasado y alcanzó a escuchar a lo lejos
-Aunque hoy, todos los delincuentes se han ido a la plaza.

foquearse*: Se refiere en la jerga popular a destacarse de manera negativa ante las autoridades o los controles de cualquier tipo.




Josef y el próximo paso (Josef pescador Capitulo 18)

Los días transcurrían como si fuera un círculo infinito de monotonía. Para Josef, el sol salía y se ocultaba a una velocidad increíble. Cuando vino a darse cuenta ya habían pasado muchos meses desde que empezó en la ardua tarea de hacerse con un oficio terrestre que le permitiera subsistir sin el interminable peligro de las madrugadas en el mar. Aun seguía teniendo las pesadillas de las persecuciones de las autoridades y los decomisos de capturas y artes de pesca. Por suerte el día a día lo iba alejando de tan terribles momentos, aunque otros momentos tensos se acercaban. Cada vez que llegaba a casa tenía varias citaciones militares a las que nunca acudía. No se veía envuelto en algo relacionado con armas y mucho menos uniformes. Los vecinos contemporáneos habían desaparecido, muchos se habían ido a los Estados Unidos  y otros habíanse perdido en el mar. De esto no se hablaba, era algo común, aceptado. La muerte del “cilindro” le habían acelerado sus deseos de estar con los pies en la tierra, más ese tímido amor que había encontrado por la calle 8 de Miramar en una de sus tribulaciones marítimas de la playa de 12 por la cual pasaba todos los día en espera de un reencuentro. La ilusión iba cada día en aumento por lo nuevo y lo que le esperaba. Fizz, el a veces maestro de oficio y compañero de trabajo, iba degenerando en una persona alcohólica cada día mas irresponsable, en mas de una ocasión no le pagó a Josef lo convenido por su adicción, pero Josef no le guardaba rencor, se sentía pagado con lo que estaba haciendo y aprendiendo, solo que en cuanto se dio la oportunidad Josef despegó por su cuenta y el pobre Fizz se quedó tan solo como siempre había estado. Esa oportunidad llegaba en un día como hoy.

Como de costumbre Josef llegó a las nueve al sitio de trabajo. Era la casa de un médico bastante acomodado en el barrio de Miramar. El Moskovish que chapisteaban estaba tan podrido que hacía rato se había pasado de lo que Fizz llamaba presupuesto, presupuesto era ir pidiendo dinero a los dueños para supuestos materiales que después se gastaban en alcohol y algunas cosas mas sórdidas, para después decir que no había alcanzado y pedir más. Gracias a Fizz y a mucha gente como el, el gremio de los Chapistas-mecánicos gozaba de una terrible fama de alcohólicos y estafadores. Esto complacía a Josef en lo mas profundo de su ser porque entendió enseguida que era una desventaja que le permitiría  entrar en el negocio sin mucha competencia fuerte.
Ya hacía media hora que Josef cortaba plantillas de chapa y las doblaba para que estuvieran listas para la soldadura cuando se acercó un sujeto en una bicicleta, era un señor muy gordo, lleno de cadenas y anillos de oro que resoplaba el pedaleo como una tortura que se inflingía a si mismo por alguna mala acción. Chorros de sudor le corrían por la frente en lo que gritaba sin decir ni siquiera los buenos días.
-¡¡¡Chapa… chapaaaaa!!!
Josef no entendía todo aquel alboroto tan temprano, soltó las herramientas en el piso y fue a ver que sucedía, el extraño sujeto seguía con las extrañas palabras.
-¡¡Chapaaa…!!!
Cuando estuvo frente a él, el sudoroso y sofocado visitante le disparó las palabras.
-¡¡Chapa, cuanto me cobras por chapistearme mi carro!!
Josef comprendió que el era el “chapa” que el era un “chapa” el nombre que se le decía a los chapistas por aquel entonces, lleno de óxido, con las ropas roídas, heridas en las manos, era un típico chapa con todas las de la ley. Fizz no había llegado y este señor sin duda se dirigía a él.
-¡Dime cuanto!
-Tengo que verlo y saber que es lo que le quieres hacer – contestó Josef con aires de profesionalidad, como había visto a Fizz hablar con los clientes antes de que se sumergieran en un camino largo lleno de agónicas estafas.
-¡Ven ahora mismo, móntate en la parrilla!
Josef evitó reírse, se imaginaba que si esa persona apenas podía con su propio cuerpo como sería con él montado en la parrilla de aquella bicicleta rusa que entre óxidos se veía que alguna vez fue azul mate.
-No, dime la dirección y yo voy mas tarde
-Ta bien, dame un papelito.
Apuntó con toscas letras una dirección y se fue no sin antes impulsarse varias veces con los pies antes de pedalear como si fuera un niño pequeño en un velocípedo sin pedales. Josef se quedó mirando la dirección, era fácil de llegar y además cerca.

vehículo Moscovish ruso
Intentó volver al trabajo pero se había desmoralizado un poco. Fizz le debía mas de cuatro mil pesos cubanos y como 20 dólares entre trabajos realizados, acordados y nunca pagados. Al final él hacía el trabajo mas duro, cortar la chapa, hacer plantillas, doblar chapas, sacar golpes, lijar para pintar y Fizz solo soldaba un poco y pasaba tres horas bebiendo o vanagloriándose de cuan bueno era en esto y aquello. Josef consideró que ya sabía bastante como para arrancar solo, Fizz nunca le dejaba coger la soldadura pero como estaba ausente la mayor parte del tiempo Josef había vencido el miedo que siempre le habían metido en el cuerpo de que eso explotaba a la primera y además con los ruidos que hacía de vez en cuando era como para creérselo, había hecho pruebas en pedazos de chapas desechables. No le iba tan mal. La teoría aprendida le estaba viniendo como anillo al dedo y cada día agradecía también a aquel profesor de la escuela tecnológica Ciudad Libertad que amablemente dedicó su tiempo a enseñarle tan productivo oficio.
Fizz no era mala persona, pero el tiempo de estar con el ya había terminado. Si quería seguir adelante en su propósito debería saltar al próximo paso. Dejó de trabajar y siguió meditando como si se tratara de una estatua congelada en una acción. Saltar al próximo paso, esa era la cuestión. Era ya el mediodía y Fizz no llegaba. Sacó el papel con la dirección del nuevo trabajo y recogió algunas herramientas primordiales, un martillo, un par de tas, unas tijeras hojalateras y las mangueras del grupo de soldadura. Memorizó bien la dirección y se lanzó calle abajo en busca del avance, del próximo paso.



La historia del descapotable. (Josef pescador Capitulo 19)

Quizás su costumbre de ver esas cosas insignificantes en las que que nadie gastaba su tiempo, era una de las causas que lo catalogaran como un tipo raro. Josef no miraba como pasaba el tiempo, se entretenía infructuosamente en esas cosas que nos pasan por delante de la vida como una pequeña hoja que cae o el sonido imperceptible de una ola especial que no iba a suceder en millones de años más. Josef por instinto se dio cuenta que los seres humanos somos testigos de cosas hermosas y gigantescas pero estamos tan ocupados mirando las nimiedades del día a día que no disfrutamos del poco tiempo que tenemos. Por eso la gente lo veía raro, loco, o un poco retrasado. Josef no respondía a los estímulos normales de la avaricia o la ambición. Por eso también le tenía cariño a Fizz un sujeto que estafaba despiadadamente a quien se le cruzara en su camino, Josef le agradecía haberlo aceptado en su cerrado mundo alcohólico como un aprendiz avanzado. Y Fizz, por no se sabe que razones tenía a Josef por un hermano menor al que debía proteger y enseñar lo justo para que no le superase.
Esta parte de la historia es, bastantes capítulos por delante de donde la habíamos dejado. Es esa historia que está latente cuando pasa el tiempo arrasador de memorias y uno no quiere que se borre a toda costa. Hay que saltarse los tiempos y contarla porque corre el riesgo de ser pisoteada por la vida moderna y la genealogía del ser, que es lo que nos lleva a comportarnos como humanos y pisotear la hierba… y todo un planeta entero. Josef, aunque añoraba con todo su ser las azules aguas del bendecido mar costero habanero se había negado a si mismo la vida de pez y se esmeraba en vivir como un ser terrícola, humano como todos demás. A fuerza de tragar humo de chapas quemadas había aprendido a chapistear carros que era una cosa “terrenal”. Lo necesitaba más que nada por esos sueños extraños que le venían en todo momento de esos comportamientos humanos que consistían en tener pareja, en defender un territorio, en soñar con algo. En lo profundo de su ser extrañaba aquellos obscuros momentos en que no pensaba en nada, solo en llegar al día siguiente. Era una vida cavernícola, marítima que por peligrosa o repetida que fuera quizás en otro momento fue una buena vida. El aire de salitre le llegaba siempre como recordatorio de antiguas pero efectivas opciones. Había que llegar, había que ser humano, terrestre, terrícola, ser como los demás. Se había comprado un carro convertible, inservible. Ese carro, habían dicho los expertos nunca caminaría. El motor estaba hecho piezas en el maletero, el dueño muerto sin ningún tipo de esperanza de poder arreglar aquella documentación pero Sandra dijo que ese era el coche, el de sus sueños, el que ella veía en el autocine de la “novia del mediodía” el de la costa, las tablas de surf, los sueños. Josef seguía inmensamente fiel aquella predicción porque sus sueños estaban puestos en Sandra y cada paso le acercaba a la vida real.
Al cabo de los años Josef logró arreglar ese Buick Special 52 con que el que quizás soñó alguien el día que lo sacó de una agencia de carros lujosos. Pero Sandra ya no estaba. Cosas de la vida. Las cosas buenas nunca se juntan, las malas si. Josef reunió toda la gasolina que pudo y se fue la “novia del mediodía” un cine, del que nuestros padres nos contaban historias. Las camareras en patines desde luego no existían pero en el pequeño mundo de Josef todo era posible. Con solo cerrar los ojos en la destruida pantalla, salió Humprey Bogart con su interminable cigarro. Y besó a Sandra como se besan a los sueños. Con esa suavidad terrible que va a arrasando la tierra por donde pasa. Ese beso que estremece, pero que despide.
No es el fin, se comentó a si mismo cuando se dio cuenta que el día estaba comenzando a desbaratar sus pensamientos. Ese frío que por suerte recuerda estar vivo a los que madrugan por las calles le daba a Josef infinitas caricias. Josef sintió ganas de mar… y de Sandra. Pero no estaban. Ninguno. Bienvenido al mundo real, se dijo a si mismo. Despierta. Nadie sabe el pasado que nos espera. Cuando miró los primeros rayos de sol el resto del mundo desapareció. Estar vivo era una especie de milagro de los días pares. El flamante y destruido Buick arrancó con su fuerza acostumbrada rompiendo cualquier poesía criminal disuelta en la atmosfera. Le llevó a casa. Quizás mañana, pensó Josef, todo será distinto. Lo que pasa es que para ese entonces, ya no seremos los mismos.


La historia del descapotable (Tarda unos segundos en reproducirse...)
Historia de un descapotable by Carlos Varela on Grooveshark













Despege hacia la "vida terrestre" (Josef pescador Capitulo 20)




(Quédome muriendo en el pasado, el presente ya se encarga de matarme por si mismo)).

Era un Fiat rojo en una de las lujosas casas de Miramar. Estaba bastante chapisteado y solo había que hacerle el piso. Josef le pidió por este trabajo 150 dólares y el señor aceptó sin miramientos. En tres días Josef ya casi había terminado ese trabajo tan simple y había cobrado incluso. El señor Martín, por ponerle un nombre, era chofer de los camiones cisternas de las gasolineras “Oro negro” y por eso nadaba en dinero porque trasegaba con combustible todo lo que quería, dinero que nadaba en sus bolsillos ante la imposibilidad de comprar, invertir, guardar o hacer cualquier cosa normal que se hace con los dineros en cualquier parte del mundo. En la mochila de Josef abundaban las botellas de ron que le regalaban cada día como era tradicional con los chapistas, solo que Josef no destapaba ni una, no le interesaba, además, un día por probar, intentó trabajar borracho como veía hacer a sus maestros y se llenó de quemaduras ante la imposibilidad de calcular donde caerían las chispas o la falta de reflejos para reaccionar ante las bolas de acero derretidas que se le venían encima. En escasos días había multiplicado sus habilidades por tres y se dio cuenta que estaba perdiendo el tiempo miserablemente con Fizz. El trabajar solo, era como conectarse a una maquinaria de adelantar lo que tenía que hacer, sin conversación, sin borracheras, con su propia organización. Todo marchaba como quizás en algún momento fue el oficio de la chapistería, limitado simplemente a arreglar la carrocería de un carro.
Al tercer día apareció Fizz con dos más de los del gremio de los chapas alcohólicos no anónimos y fingiendo tremenda tristeza se dirigió a Josef de una manera fría y algo amenazante.
Josef estaba soldando los últimos puntos de fijación de la chapa para terminar esa tarde y sentados en el muro le observaban como avanzaba a un ritmo automático y meticuloso.
-¡Ño tremendo cabrón que me ha salido el blanquito este caballeros!
Dijo Fizz en voz alta como para lograr el apoyo de toda la concurrencia que se entretenía viendo como Josef trabajaba en silencio o porque no tenían más nada que hacer.
-A este blanquito yo lo hice chapista y en cuanto pudo, me dejó embarcado. Y ahí está trabajando hasta con mis herramientas, por la espalda…
Uno de los compinches de Fizz decidió meter la pata, pero su cerebro embotado de alcohol no le dejaba generar más palabras que las únicas que se le conocían.
-¡Estas enmojonao blanquito!  ¡Nos has metío linea!
Josef siguió soldando con la mascara puesta, le molestaba muchísimo interrumpir un cordón de soldadura por cualquier tontería externa, además disfrutaba sobremanera viendo como el metal derretido se acomodaba a su antojo y quedaba casi como soldado por una maquina.
- Estas emojoneteao, enmojonaísimo, enmojoneteasimo…..
Iba a continuar diciendo variaciones de la única palabra que sabía decir cuando Josef tiró la mecha y se paró de una forma violenta que no era normal en el. Josef no era para nada violento a pesar de su entorno, disfrutaba cada segundo de paz y lograba estar en ella a toda costa.
Por eso que se dice que “huye de una persona pacifica cuando se violenta” los tres compinches reaccionaron tan rápido como gatos, retrocediendo varios pasos y desconcertados. Josef se acercó a Fizz y este pestañeaba continuamente esperando algún tipo de reacción agresiva como se acostumbraba en esas situaciones. Josef le dijo bajito a Fizz sin ningún tipo de expresión en la cara.
- ¿Cuanto dinero me debes Fizz?
Fiz intentó contar con los dedos pero Josef lo detuvo.
- Me quedo con las herramientas estas, “estamos echaos” frase que había oído decir cuando un negocio se cerraba correctamente entre beneficiarios. Usada para hacerse entender en el mismo lenguaje de la calle.
- Ta bien, estamos echaos – Contestó Fizz con alivio, dándose cuenta de que aquello no iba para peor y mirando de reojo a los compinches para no parecer cobarde.
- Estás superescontraenmojoneteao - seguía a lo lejos como rezando un mantra uno de los alcoholizados acompañantes.
Fizz se retiró cabizbajo y Josef se le quedó mirando en retirada. Fizz era un asco de persona, un despojo de la sociedad pero Josef le tenía cariño y agradecimiento. Tenía claro que no podría hacer ningún tipo de trato ni negocio con el nunca mas. Encomendaba al dios que fuera todas las pobres personas de esta tierra que hicieran negocios con Fizz. Por un momento pasaron por su mente aquellos primeros días en que a pesar de todos sus defectos lo adoptó como aprendiz y le dejó comenzar esa nueva vida para la que se estaba preparando. Ya tenía un oficio terrestre, ya había ganado su primer dinero sin intermediarios estafadores, Ya podía ir a ver a Sandra y decirle que quería luchar junto a ella. Esa era la mayor proposición de amor de la Cuba de aquellos tiempos, nada de te amo, ni me muero por ti, Quiero luchar contigo era la mayor demostración de entrega en un sitio donde no se vivía del trabajo ni de de la decencia o el conocimiento. Se vivía de la lucha diaria.
Josef le gritó a Fizz a lo lejos, le extendió una bolsa con todas las botellas de ron que le habían regalado. El sabía que para nada era un sano regalo a un hombre alcohólico pero se contentó al pensar que al menos bebería ron por unos días y no alcohol destilado de algún combustible o algún tipo de disolvente altamente nocivo que era lo que solían beber.
Fizz se arrodilló ante el Fiat de Martín y cogió una brocha con rapidez para pintar las soldaduras con pintura anticorrosiva como era el procedimiento, Josef se extrañó muchísimo de su reacción.
- ¿Qué haces compadre?
- Ayudándote mi hermanito – A josef le dieron ganas de llorar, sentía verdadera lástima por Fizz, se preguntaba constantemente como se puede llegar a ser así.
- Dale, arranca pal carajo “nos vemos en la carretera” – Fizz dejó la brocha ante la frase de Josef donde cortaba por lo sano cualquier tipo de relación comercial. Fizz dio las gracias varias veces, destapó una de las botellas y después de verter un poco al piso “para los santos” se dio un copioso trago. Se fue, no sin volverse de vez en cuando y sonriente decir adiós como un niño pequeño. Josef le deseó que cambiaran las cosas de su vida en silencio, que algo muy fuerte lo hiciera recuperarse, cambiar, pero no, nada en esta dimensión iba a tener tanta fuerza como para cambiar a Fizz y de esto se sabrá mas adelante.
Como el FIAT de Martín
Josef terminó el fiat y le pagaron 250 dólares con la alegría de haber encontrado a un chapista que trabajaba en serio. A la media hora tenia más de 20 ofertas de trabajos en ese mismo barrio de Miramar, se corrió la voz. Había un chapista que no era borracho y trabajaba bien y rápido. El negocio terrestre crecía por segundos, Josef miraba con extrañeza como su vida se iba “normalizando”







Las ilusiones (Josef pescador Capitulo 21)


Luchar contigo. Fue la ultima frase que usó Josef para dejar salir todas sus ilusiones. En pocas palabras soltó los sueños que le unían  a la tierra. Sandra quizás no entendió nada de esto pero sintió esa energía que desprende el querer empujar con fuerza el futuro. Josef a sus 17 años ya sabía buscarse la vida y prácticamente había vivido el doble al ver su tesón en defender sus ilusiones en un sitio donde tenerlas es delito. Sandra se dejó, iba un poco fascinada por aquel esquelético luchador de la calle que olía  a acero quemado y risas. Josef había aprendido a reír y para colmo a hacer reír. La risa era una herramienta mas, quizás la mas importante para sobrevivir, además si Sandra sonreía, todo estaba arreglado, era una magia enriquecedora que Sandra se riera, las olas se calmaban, la luz coloreaba las partes ocultas de los árboles, si Sandra reía, el día habría valido la pena.
Déjame luchar contigo. Se quedó la frase tatuada en su aire y en el aire que pasaba a través de los besos. Hoy todo estaba bien, mañana veríamos. Hoy sobreviviríamos, mañana tal vez.
Cada hoja que tocaba el piso era motivo de un beso, cada canto de pájaro, cada anciano que cruzaba una calle. Cualquier evento era justificación y orden para entregar cariño. Josef iba atrapado por una sensación nueva que le provocaba un éxtasis y una calma tan extensa como sus ganas de seguir redescubriendo ese nuevo mundo. La tierra iba siendo hermosa a pesar de sus tantas tristezas, su humo y su sequedad. Caminaron sin rumbo hasta que llegaron a una cafetería cerca del puente de hierro, ahí se sentaron y con algunos dólares consiguieron algunas cervezas que tomaron con la música de Juan Luis Guerra de fondo entonando un tema que parecía que algo desde arriba les mandaba a ellos. Cuando te beso.
 Sandra se fue metiendo poco a poco en la ola gigante de cariño, pagaron y salieron tomados de las manos. Josef tomó rumbo al único sitio conocido del lugar, la base de los pescadores. Entró en uno de los barcos conocidos y ahí ya cerca de la medianoche regaló todos sus sueños, todas sus ansias una y otra vez. Sandra después de pasar de su asombro de tanta delicadeza de alguien que dobla aceros con sus manos se dejó llevar una y otra vez, besos como signos de puntuación en un dialogo de suspiros y susurros, calor, frío, silencio, vibraciones.  A lo lejos el "cuando te beso" de Juan Luis sonaba también cíclicamente cada varios temas olvidados. La luna entró cuando quiso para hurgar entre las pieles blancas o quemadas, recorrió la perfección y las cicatrices con desespero hasta que Sandra se separó de un tirón de Josef.
- ¿Que hora es?
- Como las doce ¿porque? - Preguntó Josef con una sonrisa de felicidad.
Sandra sacó de su bolsillo una diminuta cajita forrada en papel. - Toma - dijo alargándosela con las dos manos cual si fuera algo muy pesado o muy sagrado.
- ¿ Que es ?
- ¡ Ábrela!
Josef deshizo el papel, abrió y dentro había algo que brillaba tímidamente.
- ¿Que es? - dijo sacando el objeto con toscos dedos quemados de tanto trabajar.
- Son tres delfines... Somos tu, yo y nuestro hijo que un día vendrá. Quería conseguir uno mas grande pero era caro y no me alcanzaba - Sandra bajó la cabeza como avergonzada - Pero si lo ves a la luz, los verás, los tres delfines, es nuestra familia.
Es nuestra familia era el sello que faltaba, Josef besó los delfines y abrazó a Sandra. ¿Como se puede ser tan feliz? Sintió ganas de llorar pero le pareció una estupidez ¿como se puede ser tan feliz?
- ¡Hoy es tu cumpleaños bobo!
Daba igual, Josef no seguía esas cosas y después de un momento tan bello e insuperable menos. Si que hacía algo de frío, era Diciembre.
- ¡Felicidades, pide un deseo!
Josef deseó, si algún día se acababa este bello instante poder comenzarlo de nuevo, Deseó con todas las fuerzas vivir por siempre  aquí, en este momento. Pero sabía que las cosas buenas eran caras, prohibidas e imposibles, optó por algo mas práctico.
Si algún día esta bella sensación se acaba, poder empezar otra vez.

El que narra esta historia asegura que los delfines estuvieron colgados en el cuello de  Josef hasta  el fin de sus días, hasta el fin de los días en que estuvo intentando empezar este momento otra vez.



















La huida (Josef pescador Capitulo 47)


Habían pasado muchos años desde que Josef comenzara a intentar tener una vida normal. Muchas cosas lo habían movido a ese cambio tan drástico aunque no se podía negar a si mismo que lo estaba disfrutando. Había salido de pasar toda su vida metido en el mar, de que sus sonidos solo fueran el ruido de las olas al salir, al ruido de martillos y de motores de carros destrozados por el tiempo, sin mas transición que sus deseos por lograr cosas inmateriales como el amor de Sandra, aquella de la calle ocho que tan inalcanzable parecía. Todo lo que sucedió entre la historia anterior y esta, es digno de contar y será escrito en algún momento. Este salto era necesario, porque la memoria se va borrando.
La tierra le depara a los seres humanos reglas y leyes que no siempre son bienvenidas. Las leyes del “hombre blanco” a menudo hechas en beneficio de unos pocos que tienen poder sobre ellas, por lo general perjudican profundamente a las personas que tienen o desean tener su mundo propio, a comodidad o conveniencia para pasar por el breve estadío la vida lo mejor posible, disfrutando, por el duro trabajo claro está, esas pequeñas cosas que nos permiten este momento de estar en este sitio del cual como mismo hemos venido un día nos largaremos sin tiempo a decidir si se hizo algo bien.
Pues Josef fue victima de una de estas leyes, la del servicio militar obligatorio, largos años perdidos entre enseñanzas absurdas que solo servían para hacerle daño al resto de la humanidad. Hasta un día en que Josef se cansó y decidió huir. Esperaría los años necesarios para que eso cambiase. En este lapso pasaron tres infinitos años que repito, serán contados porque quizás merecen la pena.
Ya nos vamos de aquí. Lleguemos de una vez a la historia.
Josef había reunido todo el dinero posible de sus andanzas de hombre terrestre como “chapista y mecánico” y se había largado de madrugada para la carretera central de la isla de Cuba. Isla alargada hecha a propósito por lo que se que se encargara de la creación, para dar la sensación a sus isleños de que tenían que recorrer un gran país cuando era solo una lista de tierra en el medio de un mar azul y profundo como un abismo. Solo quedaba como todo en esa isla, dos opciones. Josef pensó que quizás quien hiciera esto, en este mismo momento en cualquier otro sitio del mundo tendría cuatro puntos cardinales para huir, el solo tenía dos. Este u Oeste. De nada serviría una brújula, tocando mar Josef sabría enseguida donde estaba según la hora del día. Viento del este por la derecha costa norte y al revés, costa sur. No había mas donde correr. Sin embargo, una vez terradentro, podía dar la sensación de que se estaba en tierra firme porque los ojos no alcanzaban a ver el inmenso azul donde había nacido.
¿Este u Oeste? Esa era prácticamente la cuestión. Al Oeste conocía casi todo. Sus incursiones pesqueras furtivas le habían hecho conocer esa parte de la isla casi a fondo literalmente hablando. Conocía por mar, cada peñasco de la costa, cada herradura, cada coral y por tierra cada camino o pueblo. Era un lugar insuperable en cuanto a hermosura en todos los sentidos de la vida. Gente tan buena, paisajes, fauna. Los amaneceres mas hermosos que recuerda los vio en Pinar del Río, pero quedaba mucha isla hacia el este, mucha isla que mirar, mas terreno donde buscar porque sabría que lo iban a ir a buscar a su casa, aquellos hombres con uniformes y valores en los hombros, mas importantes que el valor de la palabra o el razonamiento. ¡Este! Decidió en voz alta, había mucho que ver.
Huir estaba empezando a tener emociones positivas. Eso de no tener rumbo, ni orden, ni horario, le estaba llevando atrás cuando el único reloj que miraba en su vida era el de las mareas y el sol. Amanecer, meterse en el agua, atardecer, salir, marea alta, esperar y alimentarse, marea baja, entrar a toda velocidad para ahorrase los mínimos metros de inmersión que la naturaleza quitaba por unas horas.
En eso uno de los camiones de carga que iban al oriente del país paró por la posible ganancia de dinero que reportaba llevar junto a la carga a las personas que por una razón u otra decidieran viajar de esa forma por las carreteras. Josef se subió hábilmente escalando por las tablas de la parte trasera no sin antes pagar 15 pesos que era lo que normalmente cobraban los camioneros por esta peligrosa actividad. El aire frío de la madrugada le daba a toda velocidad en la cara, los demás pasajeros se arropaban con sabanas empercudidas de dormir en las calles, sacos y cuantas telas pudieran para protegerse del cortante viento de viajar a la intemperie, pero Josef estaba curado de ese frío. Supuestamente a esa hora el ya estaría metido en un mar más frío aun, con olas que destrozarían un barco si pudieran y que miraban impotentes como un pequeño e insignificante ser humano se escapaba de su furia con la habilidad de una copia de aletas de pez puesto en sus pies a manera de hombre sirena.
El camión llegó hasta Villa Clara, el amanecer de ese día no fue tan espectacular porque las nubes de un viento norte y frío se habían empecinado en no dejar ver el sol rojizo y bello de esa hora. No importaba, el ruido del motor, el aire y los chirridos de toda la carga mas el desvencijado camión era una buena banda sonora para pensar mucho, había mucho que pensar, de todo menos en el futuro. Más bien, había mucho que soñar y muchas emociones para jugar con ellas. Josef disfrutaba de las emociones siempre que se las provocara el mismo, no le gustaban las sorpresas, ni siquiera las buenas sorpresas.
Otro camión, esta vez con el piso lleno de petróleo así que había que ir de pie. Las horas pasaron y el frío se cambió por el terrible calor incinerante de un sol que se colaba entre las nubes para dar en el blanco, justo ahí donde quemaba y dolía. Las mujeres cubrían a los niños como podían con pañuelos gastados, transparentes, que se veían reflejos de algunos pedazos de hilos dorados que quizás alguna vez tuvieron. Los hombres por una curiosa costumbre machista no cedían sus sombreros a aquellas madres, era como si los sombreros amarillentos de yarey fueran parte de sus cráneos y pudieran morir al quitárselos. Josef tapó a una mujer que tenía dos niños, uno en cada brazo, con su abrigo verde lleno de manchones de salitre por todos lados y la mujer le agradeció con una mirada humilde de unos ojos vítreos por las adversidades que tenía que pasar en ese momento.
Otro camión… y otro. El día entero en las carreteras, se pasaba de frío a calor, de llano a montaña, de seco a selva. Josef no tenía idea de cuan larga era su isla porque las cifras nunca le dijeron mucho, lo estaba sintiendo, disfrutando en su propio cuerpo ahora mismo, hasta que llegó a Guantánamo, cuidad rara, de energías raras y apenas podía caminar porque los pies se le habían entumecido de tantas posiciones incomodas adoptadas en su mas reciente medio de transporte. Pero sabía que estaba lejos, muy lejos, todo lo lejos que se puede estar en la isola de Cuba e imaginaba que nadie le encontraría ahí.







Josef comienza un adiós  (Josef pescador Capitulo 127)


Diciembre del año 2013. El frío nunca se quitaba, ni en la mas voraz de las calefacciones. Josef estaba como casi todos fuera de casa, donde había que estar.  Los compañeros de trabajo vociferaban dominados por los vinos y los cavas con una euforia momentánea descontrolada. Josef solo oía murmullos, sabía que ese era su último año.
13 años llevaba fuera de las costas que lo vieron crecer y aun no sabía que hacía ni donde realmente estaba. La broma que consistía en ponerle todas las cosas de la vida en su estado mas difícil no se acababa, pensaba que quizás era un castigo y el no lo había entendido aun. Era un castigo absurdo y anticuado. Una especie de mini gira de Odiseo.

Podría estar en su casa, en silencio, tranquilo pero sabía de antemano que esa situación era letal. El silencio. Su mente no cesaba de generar ideas y porqués. Quizás la ausencia de respuestas a sus preguntas en sus solitarios años metidos debajo del agua se le habían acumulado y ahora salían por las rajaduras de la edad, el tedio y la lejanía. Tanta presión tenían sus ideas que incluso el ruido de mas de cincuenta personas hablando a la par lo convertía en un suave murmullo lejano para hacerse oír a toda costa. Josef no quería oír su mente pero estaba ahí y no paraba de hablar por nada del mundo en primera fila.
Si, caía algo parecido a lluvia o nieve. Extendió la mano para cerciorarse pero sus quemadas palmas apenas distinguían entre el frío y el muy frío. Y vino su pensamiento y se lo llevó, se lo llevó lejos otra vez.
Nunca encontró sentido a las cosas terrestres. Al final de todo, trató de adaptarse pero no sirvió de nada. No llegó a ningún resultado. Parece que las reglas del juego era solo sobrevivir lo mas dignamente posible pero que al final no se llegaba a ningún lado. Le molestaba mucho pensar que habría metas o premios en la vida o que esto podría ser una mentira auto inventada o una verdad sin resultados.
Todo el mundo sabe cuanto lo intentó. Fijó sus sueños en las cosas supuestamente reales, terrenales. Intentó vivir en pareja, incluso a veces le pasó por la cabeza tener una familia. Pero había algo que no se lo permitía. Las personas caían a su alrededor por una cosa o por otra. Le abandonaban, les abandonaba. Esa magia que contaban algunos estaba empezando a pensar que era otra de esas mentiras para ayudar en la resignación de tener que cumplir un papel en la vida. Una vida instintiva y monótona, una vida que no era la suya.
Josef comenzó a caminar, a lo lejos escuchó su nombre pero lo ignoró por completo. Quería ver las calles un poco mas, una vez mas.
La calles con su espíritu festivo se equilibraban con el silencio y el apuro de los caminantes. Disfraces, colores, banderas. También mas lluvia helada. Josef regresó a un punto de su vida en lo que sus pies lo llevaban sin rumbo por el centro de Madrid, ese barco donde se perdió. El barco hundido donde se le fue la vida por primera vez.
Desde el día en que despertó se preguntaba que hacía en este mundo. Estaba inconforme porque creía solemnemente que debió haberse quedado en ese barco, ese era su camino y alguien lo sacó de el con muy buena fe pero lo arrebató de su línea de vida. O al menos eso era lo que creía porque las cosas fueron de mal en peor. No puede negar que hubieron cosas tan intensas y bellas que por segundos le hacía pensar que había valido la pena, pero después todo volvía atrás. No hay opción, se decía a si mismo, hay que volver ahí y seguir donde lo dejamos. Convencido estaba que se encontraba viviendo una vida que no le pertenecía, una vida que había perdido el interés y que iba degenerando a la medida en que ya no conocía ni fines, ni metas, ni siquiera porque estaba esperando. Había que volver a ese barco o a cualquier otro. Desde luego que ese barco mercante griego hundido, en el que se había perdido y casi había muerto ya no existía, pero existían otros y quizás lo que manda y ordena en las vidas de los seres lo tomara en cuenta, o mejor dicho, lo retomara para dar un final ¿o comienzo? de lo que no debió haber sido interrumpido nunca, esa cuenta atrás que solo le quedaban segundos y la estiraron en años. Años de caminar sin rumbo, lleno de vagos sueños, absurdas metas y lejanías enfermizas.

Llegó a casa e hizo una búsqueda en internet. Barcos hundidos. Habían cientos, miles. Algunos completamente debajo del agua a una profundidad respetable, otros indignamente encallados con partes de su férreo cuerpo expuesto al sol, pero todos eran lo mismo, barcos hundidos. En cualquiera de ellos era buen lugar para retomar un camino cortado, abandonado abruptamente por los sucesos fortuitos que siempre están al doblar de la esquina. Cerró su búsqueda sobre lo más cercanos y marcó objetivos. Los equipos de buceo ya los tenía desde que había decidido no abandonar el mar aunque viviera a mas de 400 kilómetros de el. Los mas de diez años sin usarlos no interesaban, con que funcionaran los primeros minutos de la inmersión ya bastaría. Los metió en su carro horas mas tarde y ya bien entrada la madrugada puso rumbo al sudoeste. La carretera estaba en paz, con el último dinero que le quedaba llenó el depósito de combustible y compró algunos dulces en la gasolinera. Una hasta ahora inútil brújula marina, marcaba desde el salpicadero del carro el rumbo decidido. Josef estaba medianamente feliz, solo le molestaba haber tardado tanto en decidirse y haber empezado tantas veces a tratar de tener una vida terrestre normal.









Josef regresa a casa (Josef pescador Capitulo 128)



 







Los amores de Josef (Josef pescador Capitulo 189)

Los amores de Josef no eran nada graciosos. Ni fáciles. De pequeño vio una película japonesa llamada la sirenita. En el cine lloró a lágrimas vivas lo cruel del mundo ficticio donde acaecía. Una sirena que daba su voz a cambio de ser una mujer para subir a la tierra donde había un príncipe que nunca le hacía caso. Una bruja que se aprovechaba de eso y tendía horribles trampas y oscuros hechizos hizo a Josef sentir todo el odio que se puede sentir con escasos 6 años. Llanto y más llanto. Y esa sensación de encontrar y perder a alguien por quien daría la vida. ¡Estúpido príncipe! No se daba cuenta.

 La madre de Josef perdió las esperanzas de que entendiera que solo era un dibujo animado. Josef no cejaba, miraba el mar cada día hasta que muchos años después comprendió que solo era una historia animada que alguien había pintado en celuloide. Hasta ese entonces lloró en silencio cada noche no tener a la sirenita para poder dar todo por ella. Cuando se vino a dar cuenta ya estaba en el mar, sumergido, pescando desde antes de que amaneciera hasta que caía la tarde de cada día. No reparó en el día en que olvidó la sirenita, tampoco perdió la esperanza de ver su dulce cabellera rubia nadando por debajo de el en una de sus interminables pesquerías.

El mundo iba cambiando, ya no eran tiempos de sirenas.

Josef intentó hacerse a la tierra. Trató de hacerse a la tierra en lo que todos sus conocidos se hacían a la mar. La mayoría se perdió en interminables viajes con cámaras de camión o artefactos flotantes inamovibles. A josef no le dolió nada porque creía que morir en el mar era digno, pero ver diezmada su cuadra y su gente fue entristeciéndole sin darse cuenta. Y un día se quedó en la tierra sin más. Sin sirena, sin amor y sin sueños.

 Son cosas que pasan.

 En varias décadas nadó en muchos cuerpos. Pretendió muchas ilusiones. Incluso guardó tesoros en su memoria de cosas bellas que sucedían con personas de verdad. Sandra lo hizo soñar un poco, Paulette lo llevó a sentir cosas que pensaba que no existían. Pero ese amor, el que revuelca las vidas, las desvía y las arrastra no había venido jamás.
Josef se quedó esperando encontrar alguien que lo dejara sin aire, lo doblegara de ilusiones.

 Muchas décadas pasaron.

 Un día, en un episodio de su vida que no viene al caso se encontró una foto. Sin autor, sin fecha. Una persona sonreía levemente y Josef cayó otra vez. Lo mismo aunque con 40 años en las costillas. Una vez mas aunque ya no había nadie cercano que lo convenciera de que solo era una foto, sin datos, sin autor. Quizás una foto tomada al azar, encontrada al azar. Amada al azar.


 Lo mejor, puede estar por llegar.

 No había mundo ni tierra ya para Josef por lo que decidió arrancar para donde fuera. Sin rumbo, sin planes ni fechas. Totalmente libre. No traicionó el amor de si para esta foto por nada del mundo. Solo mirarla cargaba la vida de peligrosas ilusiones. Madre no estaba para decirle que solo era una foto. Superficialmente se hablaba a si mismo que esa persona no debe existir, debe ser muy vieja, en todo caso, nunca iba a saber quien era.

 Muchas décadas pasaron.

Sin rumbo, sin casa, sin familia, sin Ítaca. Dando tumbos esta vez en aviones, aduanas, pasajes, visas. Al menos mejor que los que se hicieron a la mar cuando el se hizo a la tierra. Llegó a una casa y vió una foto. La robó.

Los amores de Josef no eran nada graciosos. Ni fáciles. Condenado a las imágenes inexistentes. Prometió dejar su corazón en aquella imagen. Y por primera vez una imagen habló. Josef no se lo cree. De vez en cuando escucha la voz de su madre diciendo que solo es arte, que solo es una imagen. De momento, su corazón es para la mujer de esta foto. No hace mas que mirarla, esta foto le habla, le mira, no hay nadie por suerte para convencerle de lo contrario.


Lo mejor, puede estar por llegar.






Habana del Mar (Josef pescador Capitulo 190)



- ¿Siempre pescas aquí?
- No. Solía pescar ballenas en Alaska.
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- Perdóname, tengo que tirar una cosa al agua.
- Tírala.
- Es un bulto, quizás te espante los pescados.
- No hay pescados, habrá peces pero pescados no hay.
- Bueno, te espantará los peces.
- ¿Tiene platanitos?
- ¿El que?
- Tu bulto…
- Mmm… no sé. Lo hizo mi mamá. Es para que nos podamos ir a Miami pronto.
- ¿Me dejas que lo mire?
- ¿El qué?
- El bulto.
- No se debe.
- Bueno está bien tíralo.
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-Bueno ábrelo.
-A ver.
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- Si, tiene una mano de platanitos.
- No te los comas todos.
- No, solo dos o tres. Están maduritos y ricos ¿Quieres?
- ¿No se debe verdad?
- Están ricos, es lo que como siempre. A veces las buenas brujerías traen naranjas, marquesitas, masarreales. Si las cojo antes que las tiren al agua me doy banquete, si no, solo cojo los platanitos. Siempre están maduritos.
- Voy a coger uno… pero ¿y si no funciona?
- ¿El qué?
- La brujería, nos tenemos que ir pa Miami, mi papá se fue con mi hermano mayor, solo quedamos yo y mi mamá.
- ¿Como te llamas?
- Habana… Habana del mar.
- Conozco una niña que se llama África, otra se llama Luanda.
- Debe ser por la guerra, la gente le pone nombres a sus niños por lo que vive ¿Cómo te llamas tú?
- Josef.
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- ¿Tu familia no se va pa Miami?
- Yo no soy gusano, dice mi mamá que los que se van pa Miami son los gusanos.
- Yo no soy gusana porque yo me voy en avión
- Ah bueno.
- Ya tírala.
-¿El qué?
- La brujería, ya me comí los platanitos.
- ¿Tu sabes si hay que decir algo antes de tirarla?
- No se, ¿como voy a saberlo?
- Como dices que siempre te comes los platanitos, a lo mejor ves mucha gente que las tira.
- Pero hablan muy bajito, yo se que los magos dicen abra cadabra.
- Entonces voy a decir abra cadabra.
- Espérate, si la tiramos entre los dos y lo decimos entre los dos quizás tenga mas fuerza.
¡A la una! ¡A las dos! Y a ¡A las tres ABRA CADABRA!
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- No se hunde.
- No, se va navegando, a lo mejor llega a Miami.
- ¿Dónde está Miami?
- Pallá.
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- ¿Me puedo quedar un rato contigo?
- Si ¿En que grado estás?
- Estaba en sexto pero la maestra me botó.
- ¿Por qué?
- Dijo que mi mamá era una gusana y que debían fusilarnos a todos.
- Yo estaba en sexto, pero no voy a ir mas a la escuela, voy a ser pescador.
- ¿Por qué?
- Porque me aburro.
- Ah.
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- ¿Podemos pescar juntos?
- Las mujeres no saben pescar
- Yo vi en un libro que las indias pescaban.
- Bueno si.
- Es que yo no quiero irme a Miami… y si me quedo contigo y pescamos, podemos conseguir comida hasta que seamos grandes y podamos trabajar. Yo se dormir en la calle, en los parques, yo se dormir donde quiera.
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¿Por qué lloras?
- Yo no estoy llorando...    ¡Vete pa tu casa!
- ¿Pero?
-¡AHORA!
- ¿Puedo verte mañana? ¿Pescas aquí siempre? Te traigo platanitos si quieres, me los robo del puesto.
- Está bien, mañana… ¡Pero duerme en tu casa!
- Hasta mañana.
- Hasta mañana Habana.

Josef creyó en las sirenas hasta que conoció a Habana del Mar. Sus miles de horas escudriñando cada rincón, azul a veces, negro otras, del extenso malecón que conformaba su mundo, se habían ido por tierra la segunda vez que la vio.
Ella siempre se presentaba tímida como si de una pluma cayendo se tratara, pero por suerte o por desgracia siempre terminaba siendo un huracán que dejaba muchas cosas rotas a su paso. Habana del Mar no era domesticable, ni necia, ni nada simple y lo peor que siempre se saldría con la suya hasta el fin de sus días.

Josef la veía venir de lejos y a pesar de que su corazón palpitaba como un motor de un solo cilindro, hacía todo el esfuerzo por parecer normal, nada que ella notara, e incluso a veces fingía no verla hasta que Habana del Mar con sus manos pequeñas y callosas intentaba sorprenderle tapándole los ojos con el típico ¿sabes quien soy?

Era un juego simple, pero Josef no se podía explicar que extraña energía le hacía no sentir frío debajo de las torrenciales lluvias de esos inviernos raros del enero habanero. Si Habana estaba, todo estaba bien, si no, la espera era infinita, tediosa y no había forma de encontrarse fuera de un terrible estado de ansiedad lleno de preguntas. Ese día apareció temprano, como a las 8 de la mañana. Era uno de esos domingos tensos que uno desea que se acabe solo para comprobar que el lunes es un día peor aún.

-¿Qué haces hoy Josef?
-¿No me ves? Aquí pescando.
- Siempre pescas, pero nunca veo ningún pescado.
- ¡Será porque los espantas!
- Yo se donde hay comida
- Yo no pesco porque tenga hambre
- Bueno… ¿pero desayunaste?

Agua con azúcar prieta. Un vaso y un pan de ayer, los días de buena suerte que sus hermanos le dejaran a fuerza de que su madre impusiera una mínima regla de igualdad casi nunca respetada.

- No, o no me acuerdo, creo que agua con azúcar por la madrugada.
- ¿Por qué madrugas?
- ¿Por qué haces tantas preguntas?
- Me gusta saber, el que sabe más, siempre gana.
- ¿Gana que? Aquí no hay nada que ganar
- Bueno, ¿vienes o no?

Josef recogió su vara de bambú en silencio, no sabía porque rayos siempre hacía caso. Habana del Mar nunca traía buenas ideas pero, no sabía porque obedecía como un soldado.
Caminaron un rato sobre el muro del malecón en dirección oeste. Habana le tomó una mano a Josef y este entendió porque obedecía ciegamente. Momentos como este hacían que valiera la pena todo. Mañana de domingo, Habana del mar de una mano y su caña de bambú con uno de sus mejores anzuelos del otro lado. Ser rico y feliz no tenía precio, por ese muro estaba lo que mas quería en el mundo, así que valía la pena morir por ello.

- Atiéndeme, ahí dentro – Dijo Habana señalando al 1830, una lujosa mansión de los 50s que entre otras cosas tenía un restaurante de lujo en una de sus edificaciones – Hay un mono en una jaula de piedras, siempre le llevan una carretilla de platanitos y melones para que se los coma, el viejo que se la lleva no tiene fuerzas así que da varios viajes, en una de esas cogemos varios melones y plátanos, los tiramos al mar y después lo recogemos ¿entendiste?
- Eso es robar ¿no?- Josef hizo una pequeña resistencia sin soltar la mano de Habana.
-¡No! Es comida que debiéramos tener, que se la echan a un mono! ¿Crees que es justo? Además le sobra, ¡no se la vamos a llevar toda!
-¡Debiéramos tantas cosas!
-¿Que mas “debiéramos” Josef?
- No sé… Debiéramos ser novios.

Josef se tapó la boca como si se le hubiera escapado una barbaridad. Habana se detuvo y se le quedó mirando, Josef apretó la mano de Habana para que no se echara a correr como había hecho otras veces por cosas menores. Hubo un silencio de siglos por el medio entre la última frase de Josef y la primera reacción de Habana.

Habana intentó zafarse la mano, Josef la apretó aun más pensando que con la libertad que Habana iba y venía, cabría la posibilidad de que no la viera más. No deseaba, además de escudriñar el mar en busca de sirenas, ahora también escudriñar la tierra en busca de Habana y que ni una ni otra apareciera nunca más.

-Perdóname- Dijo arrepentido de arriesgar la única persona que le interesaba en su mundo en estos últimos meses.
- ¡Hace tiempo te dije que viviéramos juntos! ¡Y me mandaste para mi casa!.. ¡Y yo no tengo casa! – Habana fue subiendo la voz y el tono cada vez más, los transeúntes no se inmutaban al imaginar un simple juego de niños - ¡¡Sabes cual es mi casa!! – Gritó entre llantos - ¡¡Espero que se vayan los del agro de 17 y K y duermo debajo de los techos de lonas!! ¡¡Sabes cuantos ratones hay ahí de noche??
- Perdóname – insistió Josef cada vez mas bajo. Habana no dejaba de llorar, Josef supuso que ya no podía empeorarlo más así que si no la iba a ver nunca más, bien valdría un último intento aunque fuera un suicidio. La abrazó y le dio un beso que Habana no esquivó. Habana sabía a sal, a tierra, a hambre y a todas esas cosas que pueden hacer que alguien quiera dar la vida por ellas. Josef se dio cuenta que no hacía falta nada mas para ser feliz y que estaba a punto de perderlo. Habana se quedó un poco perpleja, pero reaccionó al instante y con su extraña fuerza pegó un puñetazo en la cara de Josef que este se cayó del muro a la acera. No hizo esfuerzo por levantarse, no valía la pena.
Habana saltó sobre él, entre llantos abrazó a Josef tan fuerte que este no podía respirar. Dijo una frase que volcó el corazón de Josef varias veces.
- A partir de ahora, eres todo lo que tengo.
Comenzó a llover. El mar se calmó como un cristal verde botella, oscuro y tenebroso. La calle se quedó prácticamente vacía. La lluvia fría arreciaba como balas sobre Josef y Habana, pero estos siguieron un buen rato tirados en el suelo, abrazados. Quizás horas. Se tenían. Ahora el mundo podría caerse. Ser dos daba fuerzas, esperanzas, vida. Todo lo necesario. Josef y Habana.
-Vamos a robarle la comida al mono del 1830.
-¡Vamos!

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