martes, 31 de octubre de 2006

El Paraiso de madera










Los marinos de esa tripulación éramos yo y mi hermano. Como era fin de semana y faltaba personal mi padre nos llevaba y nos daba la inmensa responsabilidad de ocuparnos de casi todo en el barco menos de la cocina y la navegación. El mantenimiento, las velas, el ancla no eran dificultades a pesar de mis 12 años. Me encantaba tirarme al agua con el barco andando como hacia Colón en las películas cuando llegaba a tierra, era una sensación genial de descubrir mi propia isla una y otra vez y garantizo que si ahora pudiera, lo hiciera otra vez. Pues bien, una de las partes más emocionantes de estos días era ir desde el río almendares donde teníamos nuestro barco hasta Cojimar. Era una navegación hermosa, a más de 5 kilómetros de la costa y viendo amanecer por proa. Casi llegando al morro de pronto la farola era opacada por un sol joven e inocente que no sabía que estaba dejando a medio mundo sin la vital señal del faro. Con el vaivén del barco el sol a esa hora anaranjado o amarillo según estuviera el tiempo de ese día, hacía malabares detrás de la torre del morro, como si jugara a los escondidos hasta que superaba la altura y tomaba el mando total del día mientras se acabara la jornada.

- sol amarillo, barco hecho palillos

Decía mi papa como repitiéndome, para si un día navegaba solo que no me alejara cuando el sol estaba de ese color, eso presagiaba norte en invierno y tormenta en el verano.

- Sol naranja, te mueres de la calma

- Eso no pega papá, ni con cola ni con colina ni con la saya de tu madrina.

- Pero es verdad.

El viejo motor YANMAR japonés de tres cilindros de mas o menos los años 70 martillaba suavemente como si silbara una canción. Pudiera ser incomodo pero ese martilleo constante era caricias para los oídos porque sabías que estabas avanzando a donde querías ir, si te fijabas bien en el cristalino mar, viajaban peces al lado del lento barco. Algún que otro volador cruzaba silbando el aire y plateaba de una manera impresionante. A lo lejos la ciudad y sus humos eran como siluetas en blanco negro y gris. Una suerte de rompecabezas opaco era lo que se podía divisar a contra luz. El sol, amarillo, cada vez tomaba más posiciones en el horizonte Habanero pero hasta que el no quisiera no ibas a ver nada de la ciudad, solo siluetas, como si se avergonzara del estado de la misma y se negara a iluminarla a la vista de unos ojos que se fijaban en todo y lo recordaban en forma de relato para después contarla en la cara de envidia de los demás socios de la escuela. Solo se podía ver con claridad algunos focos del malecón que aun no habían sido apagados. Quedaban como hormiguitas en fila por toda la orilla. Cada gota de sal que me caía cerca de la boca la absorbía con gusto, incluso llegaba a meter la mano en el agua y con la velocidad del barco una columna viva de mar me llegaba hasta la cabeza y siempre saboreaba el agua de mar, esto primero que el desayuno, que era leche en polvo con una cosa rara que se llamaba insta café y sabia a desecho de baterías de carro.

Ya entrada la mañana, llegábamos a cojimar. La tierra se abría como si nos avisara que ya debíamos entrar en ella. Desde lejos se divisaba el castillo colonial que hacía de custodio del puerto. Y yo siempre buscaba con la vista ese pedazo de arena blanca con la desesperación de llegar a el y lanzarme antes de que el barco se hubiese parado. Entre grandes manchas de sardinas y barcos de todos tipos y colores dando vueltas como un carnaval, llegaba el paraíso a la orilla y yo, aunque no hubiera necesidad saltaba como un lince sobre el muelle y amarraba en dos segundos con un ballestrinque hábil que dejaba apresado para todo el día al barco rojo de mi padre que me regañaba como por malagradecido que lo amarrase después de llevarme fielmente tantas millas por el mar sobre su lomo de maderas viejas y astilladas.

El día transcurría entre gente de un lado para otro, música, cerveza y fiestas. Se desbordaba la alegría en el pueblito. Era curioso ir a ver al “ultimo de los mohicanos” que era un indio lleno de tatuajes, vestido como tal y que se hacia llamar así. Este sujeto tocaba un tambor y rompía cocos con la cabeza. Cuando lo veía no dejaba de darme a mi dolor de cabeza del sonido seco que hacia a estrellarse con tanta fuerza el duro fruto en su frente. La otra parte deliciosa era ir a pescar mojarritas al muelle y que mi papa me las friera, nunca me gustó el pescado pero comerte el fruto de tu pesca era como algo delicioso. El fin de semana pasaba como si de minutos se tratase, como todo lo bueno, después llegaba la hora de irse.
Cuando arrancaba, ya cayendo la tarde, el motor empezábamos a recoger los cabos y organizarlos en la proa para que nadie se enredara en ellos, todos los barcos iban volviendo a sus puertos uno por uno, menos nosotros. No nos daban aun el permiso de salida y mi padre nunca quiso que le cogiera la noche en ninguna travesía. Se fue a preguntar y vino cabizbajo con mucha rabia. Le pregunté que pasaba pero nunca me contestó, solo oía al capitán de otro barco decir – es una mariconá, es una mariconá- entonces mi papá decidió enviar a mi hermano en otro barco e irnos el y yo solos.

Después me enteré que el problema era que el guardafronteras no nos daba el permiso porque la tripulación éramos padre y dos hijos, ocasión perfecta según el, para irse del país. Después de navegar juntos casi desde aprender a caminar, que mi padre fuera la persona mas integrada del mundo, más obrera, mas marxista nada de eso importó para dejarle entrever lo que en ese momento era una gran ofensa. A mis doce años empecé a formar un escándalo. A mi padre no se le ofendía así, mi padre me miraba y empezó a reírse un poco hasta que me tranquilizó con dos frases la primera: con estos bueyes hay que arar y la segunda: cállate que no vamos a tener que ir en guagua.

Ya tranquilos perdí la oportunidad de ir pescando porque el guardia nos dio un tiempo prudencial muy corto para que llegásemos al río almendares y además nos dijo que no nos alejáramos mas de dos millas de la costa que nos irían vigilando.

Arrancamos de últimos, además de ser el barco mas lento la corriente estaba “parriba” lo que significa que iba hacia el este. Al menos teníamos el viento a favor. Mi padre se maravillaba cuando yo de un salto subía como un mono por los mástiles a destrabar algún obenque o cualquier otra cosa que desde abajo hubiera sido difícil. Se sentía orgulloso de mí y de mi hermano, éramos buenos marinos.

El mar empezó a ponerse bravo, para mi era lo mejor que podía pasar porque empezaba a remenearse el barco de una manera divertida. La ciudad se veía a veces si y a veces no. Las paredes de agua que te asaltaban solo hacían mas profundo el vaivén y daba la impresión de que el mar se había abierto para tragarte, pero segundos después ya estabas otra vez en la cima de la ola viéndolo todo desde un punto de vista perfecto como si dos manos mágicas te dieran la oportunidad de ver por ultima vez el mundo antes de tragarte para siempre.

De pronto oímos un estruendo. Con tanta marejada uno de los cables de las baterías de más de 100 libras se había enredado en el eje de la propela y se había caído haciéndole un hueco a una tabla con la punta de tan pesada carga. Empezó a entrar agua a montón y el barco se atravesó a la corriente.

Nos quedamos sin luz. Por suerte el motor a ser diesel no se apagó. Seguía machacando aunque con cara de susto. Algo grave había pasado en sus entrañas, el sol estaba cayendo, por proa otra vez ya que veníamos en sentido contrario y mi padre sin reloj decía que se nos pasaba el tiempo de llegar, esa era su máxima preocupación. Rápido me metí en el angosto cuarto de maquinas. Y puse en el hueco una colcha y la trabe con un palo mientras mi papá trataba de coger el rumbo otra vez, sin poner proa a la marejada que se hacia cada vez mas fuerte. La revoltura del agua con petróleo del fondo del barco empezó a provocarme arqueadas, aun así me dispuse a sacar cubos de agua como una maquina a todo lo que me permitían mis pequeños brazos y mi padre intentaba hacer un apaño con los cables de la batería caída a ver si al menos encendíamos la radio y avisábamos que nos estábamos hundiendo.

Un chispazo terrible salio del lugar donde estaba la batería siniestrada, el agua salada en los cables provocaba tal reacción. Mi padre me gritó que saliera de ahí, ya cansado, que iba a encallar el barco contra la orilla a como diera lugar y puso proa al malecón. Estábamos más o menos a la altura de la calle Gervasio de la Habana Vieja. La sensación era horrible. Impulsado por las olas el barco cogía una velocidad de miedo contra la ciudad que se te venía encima como desesperada por tragarte. Poco faltó para que en un segundo dijera yo que no me montaría en un barco nunca más. El mar no dejaba ver el muro del malecón de tantas explosiones de olas que querían romperlo todo. El agua parecía fuego por los reflejos de un sol que nos abandonaba sin más. En la tierra la gente se veía a lo lejos tan tranquila. Los carros tan lentos. Todo como si no pasara nada y nosotros estábamos a punto de estamparnos contra el muro del malecón en un amasijo de hierros y maderas. Hubiera querido verme desde afuera, eso iba a ser un espectáculo. De pronto mi padre encendió con calma una pipa y se sentó en el timón como si nada pasara, pero se veía en sus ojos que algo terrible iba a pasar. Me echaba miradas furtivas no diría yo de despedida pero si de “en la que nos hemos metido” y se le veía una leve sonrisa como de quien deja caer a alguien por un barranco con ganas. Quizás estaba un poco cansado y ya le daba lo mismo todo. De pronto y sin avisar el barco se viró a un lado con unos grados que no permitían caminar sin agarrarse y vimos que era una de las tres neveras cargada de frutas y comida que en el oleaje se había corrido a estribor donde estaban las otras dos. Mi padre soltó el timón para irlas a equilibrar pero el barco ponía proa a las olas si se dejaba solo y eso podría ser fatal. Me mandé a correr por toda la cubierta y mi padre gritaba ¡tira todas las neveras pal agua y que se jodan! Cosa que hice no sin sentir un peso extraño en mi pie derecho que al mirar descubrí con rabia que me había enterrado un garfio en mi carrera, cosa curiosa, sin sentir dolor alguno. Me quite el garfio del pie y por segundos vi un agujero pequeño del que manaba sangre pero lo deje para después. A duras penas logre tirar dos de las neveras de proa al agua. Flotarán frutas y comida por el mar por unos días pensaba yo. Cuando volví a popa el timón estaba solo, mi padre no estaba por ningún lado y el corazón me dio un salto que casi me rompe el pecho -¡¡papá!!- Empecé a gritar desesperadamente –papáa!!!! En lo que oteaba el horizonte a ver si le veía flotando cuando la ola me tenía en su cresta, empecé a virar para atrás el barco, este se montó en una pendiente muy pronunciada y cogió una velocidad que las velas de pronto se quedaron vacías o infladas para el lado contrario del empuje. Ya casi estaba terminando la media vuelta cuando una voz salió de la cocina.

– ¡que haces?

- ¡coño! Pensé que te habías caído y estaba virando el barco ¡que susto me has dado!

- Estaba comiendo…

- Pero como vas estar comiendo si nos vamos a hundir (parecía yo el padre ahora)

- Si nos vamos a hundir……..nos hundimos con la barriga llena.

No hablé mas nada. Me di por vencido. Dejé de sacar agua, dejé de equilibrar las cargas, deje de lanzar cosas al mar. Ya lo había dicho el capitán. Nos íbamos a hundir. El capitán estaba con un pedazo de cerdo frito de una de las cajitas que llevábamos para la casa. Yo cogí un mamey de los que rodaban por el piso y me lo empecé a comer con una cuchara. El agua pasaba a tremenda velocidad a menos de 10 centímetros de la borda. Y el motor ya tocaba agua y hacía un arco perfecto del cristalino líquido cuando el volante se sumergía en ella.

De pronto, no se porque. Vi que mi padre intentaba ponerse un chaleco salvavidas pero no le entraba en su cuerpo de 200 libras, era pequeño. Nunca lo habíamos mirado y cuando nos fijamos decía solo para uso de niños. Empezamos a reírnos. Nos reímos tanto que casi se me sale el mamey que me estaba comiendo. Mi padre se tiró al piso a reírse, tanto que se ahogaba pero con la misma se metía otra masa de cerdo. Yo estaba en el timón y me caí al piso también. No se de que era esa risa, es la misma risa que me persigue cuando me pasa algo muy malo. Miré a la orilla, se veía en el horizonte la embajada americana y algunas luces adelantadas que querían retar a atardecer. El mar, fresco y tibio empezaba ya a deslizarse por la cubierta. Mis pies parecía lanchas entre tanta velocidad a la que pasaba el agua y mi papá mirando a la tierra. Ni siquiera me sugirió que me pusiera chaleco, el sabía que para un buen nadador eso era un estorbo. Estaba nerviosamente tranquilo como si todo estuviera preparado. La proa ya no se defendía, el Paraíso también estaba rendido además del peso del agua que llevaba adentro que no le dejaba saltar alegremente como horas antes había hecho. El mar ya lo tenía de su parte y pronto quizás descansaría. Será un buen criadero de langostas pensé. Imaginé como seria bucear en mi barco hundido. Mi propio barco hundido. A quien le cuento yo debajo del agua que en este barco aprendí a caminar, a soñar, a amar el mar. Como cuento yo que ahora esta lleno de peces, pero una vez estuvo lleno de sueños. El motor apenas se sentía pero aun medio sumergido al tener la admisión de aire alta no dejaba de funcionar como un héroes con solo los agujeros de la nariz fuera del charco que inundaba el cuarto de maquinas. Maderas flotando dentro, trapos, cosas. Aun metido en el agua seguía funcionando el YANMAR japonés de tres cilindros. Con esa furia de kamikaze de no dejarnos hasta el momento final. Con su orgullo japonés hasta lo mas alto, acompañado de su ejercito de maderas viejas y roídas que habían hecho miles de millas.

- ¡Los cojones del caballo de Calixto García!

Eso quería decir que estábamos por la calle G. de pronto mi padre exclamó entre mas risas.

-¡coño! ¡Tenemos visita! En el agua cerca del barco se veía una especie de submarino gris a la misma pobre velocidad del barco, con unos ojos negros malditos que se dirigían a nosotros. El fondo se veía cristalino y cerca, estábamos muy cerca de la costa, quizás unos cinco metros de profundidad.

- un pez dama.

- no, míralo bien.

- un damero coño

- no….un hijo de puta tiburón que sabe que vamos a nadar dentro de poco.

Salté como un resorte del asiento de capitán donde estaba sentado, me fui a la proa y preparé un arpón que consistía en una barra de acero níquel de mas de 50 libras de peso con una punta afiladísima y el otro extremo amarrado a un cable y me puse en plan moby dick con la intención de que si nos iba a comer que al menos tuviera un agujero que no se olvidara de nosotros.

- es una madre, no le hagas eso.

Mi padre la miraba con lástima, como si no supiera que era una terrible maquina de matar, como si hablara del carnero del vecino.

- Pero ¿¿¿???

- Esta vez no va a ser, lo siento niña.

Se metió de un salto en el cuarto de maquinas y empezó a trastear algo en el motor, este se aceleró a mas no poder. Empezó a vibrar tanto el barco que se caían las cosas de la cocina y el agua hacia unas ondas muy seguidas que la hacían perder su transparencia.

- le quité el tope pal carajo.

El tope se refería a un tope de aceleración. Según el fabricante el motor no podía acelerarse más que lo que estaba, pero al quitarle ese tope daba un poco mas de si, lo único que cabía el riesgo de que se reventase como una bomba. El curioso tiburón seguía escoltándonos como si de un buen amigo resacoso se tratara. El Paraíso a duras penas aceleró un poco su marcha y yo no soltaba el arpón. Me esperaba de un momento a otro que el barco diera una media vuelta y todo se fuera al carajo, por suerte no pensé ni un momento que podía pasar, pensaba en el ahora.

Calle doce, Echevarria, ya entrábamos al río. El tiburón se fue decepcionado o se dejó de ver por la falta de luz. Más de cinco barcos se nos pegaron gritándonos que habían salido en nuestra busca. Mi hermano en uno de ellos como aburrido de tamaña aventura que se había perdido.

1830, Garita de guardafronteras. El Paraíso chocó con fuerza como culpándolos de toda la mala suerte del viaje y ahí mismo el motor hizo un ruido horrible, como un quejido de despedida. Soltó aceite hirviendo por todos los lados posibles y pedazos de hierro salieron pobremente de la piscina donde estaba sumergido. Se calló para siempre. De no haber estado hirviendo le hubiera dado un beso, no obstante mi padre y yo mirándonos le pasamos la mano como a un buen perro que te cuida, te salva y te trae a casa. El casco del paraíso por suerte había encallado y ya no iba a hundirse más. Alejándome del barco con mi mama secándome con una toalla veía a los curiosos como entraban al barco y trataban de rescatar cosas. La radio, los salvavidas, las herramientas. Todo transcurría en blanco y negro, a cámara lenta. El Paraíso muerto de tristeza nos dedicaba una última sonrisa. A mi papá le preguntaban de todo pero el no contaba nada, nunca contaba nada. Solo se reía y aceptó una buena perga de cerveza que le trajeron tomándosela como si de agua se tratase. Mas tarde llegó a casa. Aun sin decir nada, solo mirándome y riéndose y yo con el y mi hermano ajeno a todo preguntándome por al herida del pie que se me había olvidado y iba manchando de sangre todo cuanto pisaba.

A los pocos meses empezamos a navegar de nuevo en el paraíso, esta ves en sus entrañas. Un perkins de cuatro cilindros…alemán.

PD: hace dos años cuando fui a cuba, justo iban a hundir el Paraíso.

Mi padre ya no estaba y vi con impotencia como se lo llevaban a remolque ya saqueado, sin motor, sin cables, sin baterías, sin nada, ni siquiera los cristales de la cocina donde se escondió mi padre a comer en medio de la tragedia. Iba sumiso, triste, cansado y rendido. Me alegré por el. Si las cosas tienen alma, este barco tenía un alma de titán, de héroe y ahora, con todo el honor del mundo se iba como todos. A vivir en paz.
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Días después cuando regresé a España y estuve limpiando chapapote en Galicia, tuve una visión hermosa. Ví al Paraíso. Uno, tres, cincuenta paraísos. Rojos también, rasgados, orgullosos. Al preguntar resulta que el Paraíso estaba hecho según la plantilla de barcos que tenían los carpinteros gallegos. El Paraíso era un barco gallego de pesca. Lo curioso es que quizás con más de 80 años aun estuviera pintado de rojo y se siguiera esa tradición de colores de los gallegos.

lunes, 30 de octubre de 2006

Los Navegantes




No podía ser de otra manera, a dos metros del mar no jugábamos pelota. Nuestro deporte era el Wind Surf. Viejas tablas pegadas a pedazos con Fiberglass y resinas de poliéster. Poliuretano de relleno. Los mástiles eran garrochas hábilmente hurtadas del CVD (centro deportivo) donde Jiscler, cuyo nombre aun no he explicado la procedencia, se las agenciaba sin ser visto. Las velas no les cabían un parche más. Pero al final todo ese engendro se armaba y navegábamos cientos de millas.

Mi tabla se llamaba pink panter. Es que no me alcanzaba la pintura blanca como debe ser y tuve que estirarla con un poco de pintura roja y ya se sabe el resultado. De todas maneras como para dejarlo bien claro, en la proa iba una orgullosa pantera rosa fumándose un cigarro con clase. Nuestro día consistía en pasárnoslas más que bien pasando por todas las playas de la parte oeste de la Habana. Una por una recorríamos en nuestra obsesión por hacer millas. La puntilla, El Cristino, doce, dieciséis, ferretero, veinticuatro, Tritón, casa central de las Far, la Concha, Jaimanitas, Santa Fe por decir unas cuantas. Al principio éramos tres navegantes, yo jiscler y Daniel al que le conocíamos por el Bujío. Solo queríamos navegar más y más y romper nuestro propio record de distancias. También era agradable estar en el bochinche con las muchachas de las playas. Más de una historia de amor salió de esas tribulaciones. Todavía recuerdo con impresión como se veía la ciudad desde el mar. Algunas veces perseguíamos delfines, otra tiburones y otras simplemente veíamos en el horizonte un barco mercante que apostábamos quien llegaba primero a el. A eso de la una de la tarde jiscler siempre decía – me voy a comer- y se perdía mar adentro dejándonos muertos de curiosidad con esa frase y esos hechos, un día decidimos seguirle a ver que hacía pero desde la distancia y cuando vimos que tumbó la vela a unas 5 millas de la costa nos dejamos caer furtivamente para enterarnos como organizaba su festín. Resulta que se iba a donde la corriente costera se unía con la corriente del golfo y al haber diferentes velocidades de la masa de agua y densidades producto de las temperaturas desiguales se hacían en ese lugar una línea de remolinos donde incluso podía notarse el cambio e color del agua. Ahí iba a parar toda la basura del océano que pasara cerca de cuba. Nosotros no frecuentábamos ese (hilero) porque ahí te podías encontrar de todo, de todo literalmente hablando. Estaban frescas las historias de pescadores que se habían encontrado gente ahogada ahí flotando, además que era el lugar mas frecuentado por todo tipo de peces, peces malos incluso.
Pues el jiscler siempre conseguía una caja de cerveza vacía de las que flotaban en ese limbo marítimo y la ponía encima de su tabla como un mesa e iba recogiendo platanitos, naranjas, mangos y todo tipo de frutas que no sabíamos si era que las tiraban de los barcos o eran brujería desatadas. Estuvimos mucho tiempo riéndonos de la táctica empleada, además jiscler al vernos fingió estar comiendo en una grandiosa mesa de lujo, con la mímica hacia como si usara cubiertos y usaba una servilleta imaginaria para limpiarse la boca, no parábamos de reírnos, tanta libertad era lo mejor que podía pasarnos. Podíamos ver un punto en el mar y decir ¡la peste del último! y llegar rallando los tres juntos porque también nos esperábamos por si alguien se quedaba atrás.
Algunos días nos encontrábamos con una manada de delfines que habitaban más o menos a 8 millas fuera de la calle 24 de Miramar. Nos situábamos por calles como si se extendiera cuba mar adentro infinitamente. Y nos pasábamos el día intentando tocar uno pero eran extremadamente especialistas en pasarnos cerca y con inmensa maestría esquivar nuestra mano con solo un golpe de cola. Habían unos pequeñitos que les daba por hacer volteretas en el aire de a veces hasta tres revoluciones, era genial, tan genial que nos cogía la noche con ellos. La ultima vez que los vimos fue unas horas antes de que hubiera unas de las penetraciones del mar mas grande que hubo en la habana hasta estos momentos, claramente no recuerdo en que año fue. Solo tengo la imagen fija de un delfín que le cogió la gorra a jiscler con habilidad de circo por la visera y la empezaron a tirar entre ellos, por más que jiscler se desgañitaba entre gritos y brazadas para intentar recuperar su gorra. Al final de la tarde se cansó y se sentó en la tabla derrotado y de mal humor. Cuando los delfines vieron que no había mas juego se la devolvieron tirándosela casi a la cara entre ruidos que supongo que serian sus risas. Jiscler cogió la gorra y gritó –les hemos domesticado- y yo pensé para mi- nos han domesticado a nosotros- después emprendimos viaje a tierra con el poco sol que quedaba atravesando los colores de nuestras velas y apurándonos no quedarnos ciegos en medio del negro mar una vez que se fuera su ayuda.
Ese día llegábamos muy tarde. Mª Caridad estaba molesta y preocupada con nosotros, en cuanto llegamos al muelle de madera que hacía de patio de su casa, entró su silla y desapareció sin decir palabra. Nos asomamos por una ventana de su cuarto y la vimos agradeciendo a sus santos que aun estábamos con vida.

miércoles, 25 de octubre de 2006

Maª Caridad



La lengua es el azote del cuerpo, decía Mª caridad tranquilamente, era o es su frase favorita, la lengua…. Es el azote del cuerpo. Corría el año 1982 y mientras la gente lloraba el dramatismo que pasaban por radio de la guerra de las Malvinas, yo me ceñía mi viejo pantalón amarillo recortado que antes había formado parte de un uniforme escolar. Sin más calzado que mis pies descalzos bajaba las escaleras apenas tocando dos o tres de los más de 20 escalones que la formaban, una mano en la pared y otra en el pasamanos oxidado hacían que mi velocidad de aterrizaje fuera a veces mayor de la que soportaban mis pies y terminara como una piedra revolcado por el piso y con un ataque de risa, pero así soñaba que podía volar o al menos, saltar como un canguro.

Con solo cruzar la calle, desviandome un poco a la derecha, pasando la puerta de los pescadores empujaba una vieja puerta de hierro y tablas que era el portal de la casa de mi hermano Hiscler, ¿vaya nombre no? Es romántico, la causa de su nombre os la explico más adelante si llegan a soportar esta historia hasta el final. Siempre que entraba por la puerta Mª caridad, la negra mas linda del Almendares, estaba peleando con su esposo y padre de mi amigo, me sé su nombre por su apodo, le decían Boris karloff o Armando cara e crimen, era un hombre raro, casi nunca hablé con él o le saludé, no se, es un hombre raro. Yo apenas vivía en mi casa. Me pasaba la mayor parte de mi vida en el mar o en casa de Hiscler, me gustaba abrir una puerta y ver el mar, es algo que no tiene precio, es como si supieras que por ahí te podías escapar siempre, siempre, literalmente hablando, por ahí escaparon muchos amigos, perdí la cuenta, unos a los Estados Unidos y otros al fondo del mar o a solo dios sabe dónde. En fin, que era genial abrir la puerta en una isla y ver tu vía de escape tan cerca.

Las tablas de windsurf nuestras, llenas de parches, inventos, apaños y colores estaban siempre listas, era solo tirarlas al mar y salir, con la libertad que tienen los peces del mar azul, tantos años saliendo por ese puerto y nunca, nunca dejó de impresionarnos la unión del río con el mar, el río era un viejo enfermo de contaminación, de aguas calientes, reactivas casi, lento, triste, pesimista. Que se encontraba con la fría, azul y animosa agua de mar, este lo recibía como quien recibe a alguien que acaba de salir del hospital, le abrazaba, le hablaba… y el río….era hermoso ver cómo se animaba un poco y hasta intentaba hacer unas olas como recuperando su energía, claro, ayudado por el brioso y fuerte mar.

Cada vez que íbamos a salir teníamos que hacerlo en silencio, cada día era una tragedia cuando Mamá Caridad veía que nos íbamos al mar, daba gritos, blasfemaba y algún que otro día nos tiraba una de sus gastadas chancletas. Al final cedía por cansancio y nos dejaba irnos a navegar, no sin sacar su silla y plantarla en la orilla del río a esperarnos como hizo por siempre y obligarnos a pedirle a sus santos que nos dieran permiso para navegar, teníamos que ir ahí, arrodillarnos y tocar unas maracas pero los dulces de ofrenda siempre nos los comíamos. Eso era otro escándalo de Mamá Caridad pero ya estábamos acostumbrados y además nos venía bien. Los santos solían dejar que los dulces se secaran ahí o se llenaran de hormigas, seguro “ellos” entenderían que se aprovechaba mejor si nos los comíamos antes de una larga jornada de navegación.

El motivo por el cual Mamá Caridad armaba esas broncas era porque según ella sus muertos le habían dicho que su hijo iba a morir en el mar y ella hacía lo que fuera por que no fuéramos a él, pero ¿cómo se podía vivir a menos de 50 centímetros de este, sin visitarlo? Una vez en el agua, en medio del río rumbo a la desembocadura no podía faltar al asegurarnos que estábamos lejos del alcance de toda piedra o chancleta y gritarle a Mamá Caridad -¡nos comimos los dulces!- a modo de venganza de toda la bronca de horas desde que llegábamos hasta que nos alejabamos y aun así, si era muy temprano le seguíamos oyendo las peores palabras que se pudieran decir para nosotros en castellano y yorubá, y gracias que no sabía más idiomas porque si no hubiera utilizado todos los lenguajes posibles para esto.

El viento a esta hora del día era suave y estable desde el sureste, salíamos directo en una sola maniobra, solo se oía el ruido de la proa de la tabla cortando el agua, era parecido al agua que cae de una cascada, un susurro suave, relajante que te hacía despreocuparte de que en el mundo había una guerra en unas islitas muy lejos de ahí. El mar y el río eran nuestro mundo, es aún mi mundo del que no logro escapar de una vez por todas para convertirme en un ciudadano normal de hipotecas y recibos, estoy jodido la verdad, con el mundo cayéndose y yo aún oyendo el susurro del la proa de la tabla cortando el aguas de mar, de río, el susurro, el siseo.

Un año antes me había fugado de mi casa, no quería ir a la escuela y mi padre sin querer sugirió a modo de probar fuerzas que si no iba a ir a la escuela me tenía que ir de la casa, que él no mantenía vagos, pero mi papá no me mantenía, de hecho yo con diez años, sin trabajar aun, ganaba mas dinero que él, pescaba y vendía pescado, y eso me daba margen para comprarme mis cosas que además mi pobre padre nunca hubiera podido comprarme, tablas de surf, equipos de buceo, era un pobre niño de lujo con el error en la cabeza que estudiar era absurdo y una pérdida de tiempo. La discusión fue como a las nueve de la noche antes de comer, crucé la calle como siempre pero sin la alegría de que fuera a navegar, pensando todo el tiempo como explicarle a Mamá Caridad que me quería quedar en su casa, que en la mía no podía estar tranquilo ni me dejaban hacer lo que quería.¿Como explicarle a Caridad que la quería a ella por familia aun así cuando se pasaba todo el tiempo blasfemando diciéndonos horrores por su miedo a la mar en cuanto a nosotros y obligándonos a saludar a unos santos que no se yo si de verdad existían o era un timo como otro cualquiera de fantasmas y muertos que andaban por la casa? llegué demasiado pronto como para tener elaborado un buen discurso y Mamá Caridad se fumaba un buen puro mirando como se iban los últimos rayitos de sol en el horizonte, las barras de hierro de la silla desvencijada ya tenían una marca en el suelo de madera donde se empujaban egoístas algunos botes discutiendo espacio entre sí o acomodándose para pasar la noche.

Sonaron todas las tablas por las que pasé y me paré al lado de Mamá Caridad sin decir nada. No me había preparado una buena excusa, Mamá caridad me ignoraba, miraba su humo y el mar, a veces los cocoteros de la otra orilla hacían señales con sus vaivenes entonces Mamá Caridad habló sin sacarse el tabaco de la boca.

- ¡Que coño te pasa! ¿Por qué te quedas ahí parado?
- ¿puedo quedarme hoy contigo?
Mamá Caridad me miró al rostro y después miró al cielo para expirar su humo con fuerza con la intención de que llegara a algún lado.
-¿Qué ha pasao?
- No quiero estar en mi casa, no quiero ir a la escuela.
Mamá se quedó pensando un minuto, ladeó la cabeza un poco y miró de nuevo al horizonte.
-parece que ya empiezan los nortes, viene fresco, y frío. Se va a poner malo el tiempo…….. ¿Ya comiste?
- no…
- entra y comete lo que quede en las cazuelas ¡no me cojas aceite pal pan! ¡¡¡Mañana vas a la escuela!!! Estos blancos….. No saben cuidar a los hijos...

Entré como una flecha, de seguro dejé alguna tabla desencajada en mi arrancada feroz, de haber tenido zapatos los hubiera roto, tenía mucho. mucho hambre y aunque no me gustaba la comida de Caridad porque todo lo hacía con pescado que aborrecía, comí bastante, Hiscler había estado oyendo detrás de las tablas de la puerta, entró a la cocina dando brincos y apagándose sus propios gritos tapándose la boca, aunque vivíamos a menos de 20 metros le daba mucha alegría que yo viviese en su casa y yo asombrado de que Mamá no me regañara más. Me tranquilicé un poco no sin antes sentir muchísimo la discusión con mis padres, esa noche apenas dormí.

En la madrugada salí al muelle con un tabaco robado de los santos y caminé por el muelle más largo que encontré, me senté en un tronco que hacía de soporte y final del muelle del que tiraban sin conseguir nada, varios barcos, encendí el tabaco y vi la madrugada. Me alegré de no estar en mis paredes de concreto, amé las maderas que me rodeaban, las olí una a una, eché humo al cielo y me pregunté porque habría guerras si el mundo era tan simple como oler unas maderas y ver un río que corría forzando con su lomo verde los botes a pegarse unos con otros. El silencio era tan hermoso que solo era agredido por el frío que casi hacía imposible permanecer disfrutándolo. A lo lejos unas centellas rojas semejaban que el cielo se había convertido en un gran batido de mamey por segundos. Eso era el mundo, un tronco, maderas húmedas, un río y las centellas en el horizonte, eso era mi mundo.

Al cabo de unas horas, cuando ya me estaba dormitando en mi tarea de oír como saltaban los peces y el sonido de la brisa pasando por las cuerdas de los barcos oí unos crujidos en las maderas detrás de mí, era Hiscler que se acercaba tratando hacer el menor ruido posible y con la cara soñolienta a más no poder. Se acercó y sin ningún tipo de apuro después de unos minutos oteando toda la orilla del río como si fuera su última vez cruzó su mirada con la mía y murmuró como si le costara romper el hermoso silencio.

- tu mamá estuvo aquí mientras dormías
- ¿y que dijo?
- nada……se aseguró de que estuvieras aquí y ya se fue tranquila.
- menos mal, mañana habrá que ir a la escuela ¿tu mamá también te obliga?
- no mucho, pero si se entera de que falto la que me forma es terrible.
- mañana me voy donde pistolita, no voy a entrar a la escuela.

Pistolita era un custodio del teatro Karl Marx que para todo sacaba su pistolita, era incapaz de hablar con ningún intruso sin tener su pistolita en las manos, aun si este era un niño. Pero por desgracia el lugar que custodiaba pistolita era un buen lugar para entrar a una parte de la costa que debido a los edificios que ahí habían, iba poca gente y de paso no se porque era un buen lugar de pesca, quizás sería porque estaba lleno de escombros de construcciones antiguas o restos de derrumbes de muros y piscinas destrozados por el mar y que servían de refugio a una gran cantidad de peces.

- voy en surna.
- yo también.
- el equipo está donde tu sabes.

Hiscler se dio media vuelta con una lentitud pasmosa como si el muelle estuviera a cientos de metros de altura y se pudiera caer por sus pasos, se fue alejando hasta que salió del cono del foco de luz de mercurio que hacía un halo sobre una pequeña porción de la base de los pescadores. A lo lejos ya se oían algunas voces de gente que a esas hora saldría a pescar. Me alegré de no ser uno de ellos, ahora habría mucho frío allá afuera y yo me iba a ir dormir a un hermoso cuarto de tablas por cuyas rendijas entraba el sol amable al amanecer cual perro domesticado que pide que lo saquen a la calle.

Apuré en entrar un poco, no fuera a ser que como había sucedido otras veces faltara una pareja de pesca de alguien y me vieran ahí y me pidieran una sustitución. Me gustaba pescar pero en ese momento no me apetecía, solo quería que pasara ese triste día e irme a pescar solo en la mañana como había hecho cada día de mi vida desde que, casi había aprendido a andar.

La cama estaba hundida en el centro. Era un bastidor de tablas con una humilde colchoneta que en su día tuvo rayas azules. Entre velas de surf y tambores africanos llegué a ella, no sin antes tamborilear un poco con los dedos en uno de ellos lo más suave posible y oír su vibración solo para mi. El silencio de la madrugada lo hizo que sonara con el simple roce de mis dedos, muy alto, paré asustado y deje la idea para otro día. Me acosté tratando de contar las tablas del techo, oí el ruido de los cocoteros arropándose a sí mismos y me quedé dormido con el sueño de que un día amanecería y mi río estaría cristalino y lleno de peces como debió ser en algún prehistórico momento de su vida.

Desperté por el ruido de los pescadores. A las seis de la mañana ya era normal ir con bromas y formando todo el escándalo del mundo. A esa hora los que no eran supersticiosos se burlaban de los que lo eran. Salí sin decir nada. El resto de la gente de la casa aun dormía acostumbrados al barullo de esas horas, crucé mi calle y furtivamente entré a mi casa y me vestí de uniforme, así mi madre no se preocuparía. Después fui otra vez al río y en un viejo bote que estaba abandonado de lado en la puerta trasera de la casa de mi hermano Hiscler saqué, no sin antes apartar con cierta dificultad unas tablas, mi máscara, las aletas y una escopeta de pesca casera de ligas hecha con el tubo de un autobús ya calcinado por las repetidas inmersiones a las que era sometido diariamente.

Emprendí camino a la otra parte de la ciudad, al otro lado del río y para esto tenía que cruzar el puente de hierro. Caminaba descalzo sintiendo aún el frío de la noche en el asfalto o la acera. El uniforme y la mayor cantidad de ropa se habían quedado en el escondite del barco, ahí estaban seguros. Apuraba el paso por el puente de hierro porque aunque fuera temprano, era el lugar de paso de casi la mayoría de los habaneros, mi padre pasaría por ahí dentro de poco tiempo para ir a su trabajo o cualquiera de sus compañeros y yo no podía ser visto. No obstante me detenía siempre en el medio del puente a ver algún pez saltar, ese era la señal de buen día y buena pesca. Nunca dejé de ver un pez aún con malos tiempos o ciclones, siempre de alguna manera veía un pez aunque fuera un diminuto guajacón de cinco milímetros de largo. El acero del puente estaba helado pero se agradecía sabiendo que a la vuelta del día estaría hirviendo. Al pasar el puente tiraba a toda velocidad rumbo norte, como si se acabara la oportunidad de llegar al mar si tardase un poco.

Hasta que llegaba a los muros de la orilla, caminaba toda velocidad mirando solo al suelo. Una calle, la otra y llegaba al lateral del gran teatro de Miramar y ahí donde nadie se imaginaría que existiese el mar o que alguien podía pasar yo empezaba a escalar muros como si de tomarse un vaso de agua se tratase. Lo que hoy llaman parkour en mi tiempo era brincar todos los muros y obstáculos habidos y por haber para llegar a donde nos diera la gana por donde nos diera la gana, recuerdo hacer competencias de atravesar mi barrio entero por azoteas, muros y cercas, atravesábamos la manzana en diagonal, la que fuera con los edificios que fueran y nos valíamos de tuberías de gas, barrotes, ladrillos cualquier cosa servía para escalar o bajar, era divertido amén de la preparación que nos daba para estos casos. Una vez subido al techo de un restaurante que hacía de frontera entre el teatro y un club militar que tenía forma de barco con la proa metida al mar era la hora de pistolita, le decíamos así porque en un paso más entraba en su campo de visión y solo de vernos nos soltaría su maldito perro que odiábamos y vendría con su pistola con toda suerte de gritos, insultos, amenazas e improperios lo más rápido que le permitían sus años a intentar cogernos. Eran unos quince metros de azotea que había que correr a todo lo que daban los pies porque apenas iba a pasar a escasos cuatro metros del maldito guardián y su fiero perro pastor alemán tan agresivo y estúpido como el dueño. A veces era una broma cuando se mudaba un chico nuevo al barrio, lo llevábamos ahí y le explicábamos el tema de atravesar esos quince metros a toda velocidad en el aliento de un perro rabioso, pero no le contábamos que al final había que lanzarse al agua desde unos 20 metros más o menos que daban la altura del techo del restaurante al agua que tenía unos dos metros de profundidad y era tan transparente que parecía que apenas había un par de pies de profundidad.

Más de uno en el último momento frenó en la punta del techo y eligió en milésimas entre el perro o lanzarse y eso nos hacía reír por meses, a veces por años menos mi amigo Gaby que no sabía nadar y se lanzó, y para pasar nosotros y tirarnos a sacarle tuvimos que darle un empujón a pistolita contra el suelo y dispararle al perro con la escopeta de pesca submarina. Ese día fue una desgracia y avergonzados no hicimos nunca más la broma, además de quedarnos como tontos mirando después a pistolita llorar por su perro con la varilla de acero atravesándolo el tronco, en lo que sacabamos a Gaby y después de la ausencia del certero custodio nos quedamos sentados en la azotea sin más, sin perro que nos ladrara, sin guardia que nos persiguiera y notamos su ausencia en el mundo. Además de aprender que todo está en un lugar en esta tierra por algo, ese fue un día triste aunque olvidado porque el puto perro no se murió y a las pocas semanas estaba pistolita como nuevo y el maldito can creo que corría más aún porque ya casi nos alcanzaba al final del muro y se sentía el aire caliente de su boca medio segundo antes de dar el gran salto que te hacía volar por unos segundos hasta estamparte con un ensordecedor estallido en aquella costa hermosa y fría.

Había que hacer unas cuantas revisiones como cuando uno va a saltar en paracaídas. A ver…careta, patas de rana, escopeta cargada, cuerda curricán, snorkel y guantes. Todo listo, todo en su lugar, intentaba oír el mar a ver si estaba malo aunque no servía de mucho, porque a veces en medio del silencio nos tirábamos y casi nos ahogábamos del oleaje violento que tenía o bien sonaba a rompiente y había una calma increíble. De todas maneras era glorioso antes de caer en el, olerlo y oírlo. Eso por escasos segundos antes de la carrera mortal, me hubiera gustado estar con alguien más para sonreír antes de hacer o contar hasta tres pero como los niños de mi época todos iban a la escuela por lo general tenía yo, el deber de mentalmente contar para mis adentros.
-uno.
Huele a musgo de mar, no se oye a pistolita, quizás esté entretenido por ahí, o el perro este aun dormido, no se oye la rompiente, ¿estará la marea baja?
-dos.
¿Y si cuando salto hay un estupido ruso de los que a esta hora se meten en la playa como si fueran las doce del día? ¿Por qué coño los rusos se bañan al amanecer? Con el pestazo que después se mandan y lo blancos que son, porque no cogen sol coño si aquí eso se sobra, una vez casi reviento a uno le caí a escasos tres centímetros de distancia de hecho tragó agua el cabrón con la onda expansiva, eso es otro de los riesgos que hay que correr, por si acaso caeré gritando si hay uno ahí que se quite o a ver que hace porque le voy a caer en tó la cabeza como la bomba de un avión.
-tres.
Hice un amago pero paré, como estoy solo puedo salir a la cuenta de tres o del número que me dé la gana, se me quedó en la cabeza la última frase de mi pensamiento, la bomba de un avión ¿Qué pasará ahora en las Malvinas? ¿A esta hora que estarán haciendo?
-seis.
Los pies resbalaron de tanta fuerza para romper la inercia, el cuerpo en milésimas de segundo cogió su máxima aceleración y el cemento se desplazaba rápidamente en mis zancadas, no así el horizonte azul que era inamovible y corría junto a mi como si intentara que yo nunca llegara a el.

-¡¡heee párate ahí………..párateeee!!!!!

Mas velocidad, era extraño no oír al perro ya rugiendo, faltaban pocos metros, seis, cinco, cuatro...

-¡párate ahí cacho e cabrón o disparooo! ¡altoooo!

Siempre era interesante voltear la cara un poco y ver a pistolita tan exasperado como se ponía y sus absurdos intentos de alcanzarnos corriendo, eran unas pequeñísimas porciones de tiempo en las que vivía como en una peli de las de siempre con una buena persecución o un dibujo animado, además que el frustrado custodio tenía una pinta caricaturesca inmejorable.

Dos metros.

Tenía que mirar hacia adelante, ya estaba justo en el punto en el que dejaría de correr y daría un salto muy calculado a la punta del techo para después como en un rebote, con todas las fuerzas de músculos y tendones coger el impulso que me permitiría volar esos escasos segundos en los que ¡perro! ¿Freno? Un error aquí al final y quizás caiga en el alero del edificio y no llegue al agua. Frenooooo, un tercio de segundo. El maldito perro estaba husmeando en la punta del techo, aun no me había visto. En un instante, tuve que pensar de todo. Por suerte cuando le apunté con la escopeta al perro, este echó a correr alrededor mío chillando. Ya sabía lo que podía venir de ahí. Puse los pies en la misma punta del techo y di el gran salto. Eran segundos de gloria, ir cogiendo velocidad abajo hasta explotar el agua. El ruido por momentos era ensordecedor y la confusión llenaba toda mi existencia. Daba un par de vueltas al caer, lo primero que hacía era ponerme la careta y meter la cabeza en el agua. De pronto toda la tensión desaparecía milagrosamente para ser sustituida por el inmenso placer de las olas, el ruido del rompiente, el sabor a sal y los peces tan tranquilos a esa hora del día.

Era como pasar una etapa de un juego. Vencida esa misión automáticamente desparecían los peligros. Pistolita, el perro, la altura y lo que fuera. Aunque era más divertido hacerlo con más gente. Pistolita no ponía buen énfasis en su escándalo cuando era uno solo. Como si fuera la pequeña parte que te toca por ser una sola persona. Hasta las once de la mañana estaba yo dando vueltas por el litoral y capturando peces. Siempre con la mirada atenta a alguna barracuda hambrienta de esas horas que no se viniera a comer mis pescados. Salía justo por el faro de la puntilla y caminaba un poco hasta el túnel de calzada. A unas cuadras de ahí estaba la posada, donde los posaderos me compraban el pescado casi vivo para hacer croquetas y dentro de cajitas con arroz moro y platanitos fritos, vendérselas a los exhaustos clientes que salían como unas fieras aptos para devorar lo que fuera al precio que fuera, me ganaba unos 50 o 70 pesos en cada pesca vendiendo a 10 pesos los pescados. En aquel tiempo era una fortuna.

Después la rutina era diaria, lavarme en cualquier grifo que encontrara por ahí y esconder el equipo en el viejo barco, después ponerme el uniforme. El simple hecho de no haber ido a la escuela y haberme pasado el día haciendo lo que me daba la gana era motor de una sonrisa perenne que aparecía en mi cara como grabada sin posibilidad de variación. Así estaba el día entero, sonriendo y riéndome de todo. No cabía en mí de felicidad.

Era la hora del almuerzo. Iba con toda tranquilidad a línea y 18 y ahí comía helados o croquetas de esas que todos extrañamos, que eran de carne, pero eran blancas con algunos puntitos rojos que delataban que había posibilidad de que hubiera alguna sustancia orgánica dentro de ellas incluso que hasta podía contener algún tipo de proteína.

Ya en la tarde, en casa de Mamá Caridad, me subía junto a jiscler, que si iba a la escuela, en el techo de su casa a la sombra de un cocotero. Ahí nos comíamos un par de cocos que quedaban al alcance la mano. A veces las hojas de esta palmera nos acariciaban un poco en lo que veíamos con total relajación y con la ausencia de contadores de tiempo como entraban los pescadores uno a uno, diciéndose cosas entre ellos y riendo aún con sus caras saladas y llenas de arrugas, del color que le da el sol a la piel cuando osa no tenerle miedo y pasarse días y años bajo sus rayos sin la menor importancia.

El atardecer debería ser delito contarlo. Cuando el sol ya cansado decidía estrellarse con la desembocadura del río dejando parte de sus rayos en las piedras, todos nos quedábamos anonadados. La Habana entera se iba al malecón a ver ese fenómeno que era de las pocas cosas que no estaban prohibidas. El atardecer era un crimen, tantas luces rojas, naranjas y amarillas desperdigadas por ahí con tantas privaciones pendientes. Por lo general se hacía un breve silencio en el momento que el sol moría. El viento apretaba un poco como para llamar la atención sobre sí, por tanta gente centrada en tamaña belleza, pero nadie hacía caso. Era la hora del atardecer, del gran atardecer Habanero.

Una vez que se empezaban a notar los tenues focos amarillos de los bombillos del muelle que a esa hora alguien los encendía como si se muriera por estar unos minutos sin luz, ya era hora de bajarse. Se comenzaban a oír los televisores de la gente con las aventuras o el pitido insoportable de los noticieros o cualquier otra cosa terrible de la televisión. A esa hora me sobrevenía un poco la tristeza aunque no pensaba en nada. No tenía nada en que pensar. Quizás en coser una vela para ir a navegar este domingo y conseguir a la más linda de la playa o en pasar por el malecón para comprar ligas para la escopeta o afilar la varilla de la misma usando una vieja lima que parecía yo un preso escapando al limar con mucha calma como sabiendo que tendría largos años por delante.

Mi mama fue a casa de Mamá Caridad y me preguntó si no pensaba volver a la casa, le dije que no con una autoridad adulta, entonces me dio un pozuelo con comida. Eran sus ricos chícharos que hice magia de mi para contenerme y no comérmelos ahí mismo delante de ella. Siempre tenía un hambre atroz, nunca se me quitaba. En la noche, cuando nadie me miraba. Me subía a cualquier techo de cualquier caseta de pescadores, donde solo llegaban los gatos y ahí, mirando las estrellas, lloraba un poco. Lloraba porque yo no quería ver a mi mamá con los ojos tristes. Porque no quería ver a mi papá molesto, porque era una basura perder el tiempo en una escuela donde te leían un libro estúpido que ya me había leído en los primeros 15 días y me lo sabía casi de memoria. Porque sin ir a la escuela sacaba buenas notas sin fijarme ni nada de eso. Porque un profesor me había gritado por pintarle un sombrero de Don Quijote a Ramiro Valdez en el libro “vida política de mi patria” -¡eso es contrarrevolución! – Decía – deberías estar con los gusanos de Miami que matan gente e incendian fábricas. A esa hora me venía la idea de un tipo muy malo, en una lancha inflable incendiando con fósforos y alcohol una fábrica para que nuestra economía no subiera. A duras penas le borré el sombrero a Ramiro pero las tetas que le dibujé a Vilma Espín, esas si no pude quitarlas, porque lo había hecho con pluma.

Ya entrada la noche siempre en la orilla del río hacía un poco de frío hiciera el tiempo que hiciera. Unas brumas empezaban a salir como si fuera la hora de escaparse, solo se oía a lo lejos la música de la tasca del 1830 como si de una aldea de caníbales se tratase. Un Pum-Pum que abatía el romanticismo de toda la noche, cuando las estrellas se adueñaban de todo el cielo en su inalcanzable sueño de no dejarnos ver más allá. Ya era hora de irme a la cama de mi colchoneta rayada, tamborilear con los dedos en los cueros que tantas fiestas de santos habían amenizado y tirado con los brazos cruzado debajo de mi cabeza esperar que llegara el 2000 a ver si cambiaban las cosas, la economía de Cuba subía y podíamos andar en naves como las de la guerra de las galaxias.

martes, 24 de octubre de 2006

La Naturaleza es sabia


Bueno sigo hablando de carros porque yo soy mecánico, y en estos días la poesía se me ha ido pal c….Resulta que como bien conté en un articulo anterior de este blog, mi primer carro en cuba fue un buick. Lo compré porque mi sueño era tener un carro y además por darle en cabeza a mi padre que siempre me decía que por no haber estudiado nada nunca iba a tener nada en la vida y menos un carro. Este carro era extremadamente grande y pesado. Para los entendidos el motor era un ocho en línea, imagínense que los ladas son cuatro cilindros en línea este llevaba ocho, aproximadamente dos motores de lada pegaos uno atrás de otro. Recuerdo que de mi casa a la playita de doce me gastaba casi dos litros de gasolina y habían unos pobres 4 kilómetros de ida y vuelta así que ni pregunten cuanto hacía por litro. La cosa curiosa de este carro era que al ser un carro de lujo, era en si muy lujoso, no se sentían los baches, corría mas que cualquier carro moderno y era todo muy suave hasta que un día se rompió la amortiguación.
En cuba, lo fabrican todo de los carros americanos. Decírmelo a mí, yo fabriqué y compré piezas de todos tipos y colores para todos los sistemas que pudiesen haber inventado los americanos. Aros hechos con tuberías, metales de aluminio de congelador de refrigerador ruso, carburadores de volga frenos de toyota, todo servía en todo, cualquier cosa que me trajeran pa que se la pusiera a tu carro yo se la ponía, de la marca o el modelo que fuera, pa colmo, había un tipo que hasta los cristales hacia ¿Cómo? Tenía un horno y cortaba el cristal a la medida de cada carro y después lo doblaba en el horno así que si alguien te dice que se pueden doblar los cristales no creas que se están burlando de ti, es en serio. Pues bueno, mi buick un día entró en problemas de amortiguación, como para mi todo estaba resuelto haciendo una adaptación me fui a (no se puede decir) a comprar unos amortiguadores de volga que le sirven a la mayoría de los carros americanos y cual fue mi sorpresa cuando el tipo me dijo que no servían, que los amortiguadores de buick eran especiales de un aceite especial y en ello iba la mayor comodidad de este tipo de carro, me dijo que si le ponía de volga iba ser un vulgar tractor que me rompería los riñones y uno de sus mayores y únicos encantos se acabaría. Entonces decidí tirarme abajo del carro para ver como eran estos amortiguadores que no había visto nunca y eran según el mecánico, especiales.
En efecto, no eran el tipo de amortiguador cilíndrico que se estira y se recoge como un telescopio antiguo de ahí su nombre, telescópico. Era una cosa rara como el amortiguador que llevan las puertas pa que se cierren solas, un cilindro doble con una patas rarísimas madre mía, los saqué a ver que hacía con eso y al abrirlos me di cuenta que llevaban un aceite que se les había salido y lo rellené con aceite, pero no amortiguaban nada, se quedaban blandos como si no tuvieran nada adentro, pregunté a los mecánicos viejos, caballero que volá con esto -es aceite muy fino- respondieron -tienes que ponerle uno más denso. Así lo hice pero entonces el efecto fue contrario, se pusieron tan duros que parecía que los había soldado. Uno por uno los mecánicos me fueron desahuciando, nadie sabía que pasaba con eso, en cuba no tenía google pa preguntar y casi ya había agotado a todos los mecánicos conocidos con más experiencia que la mía en cosas extrañas de carros extraños hasta que un día vi a un muchacho mecaniqueando por 22 entre 17 y 19 y le pregunté, pero me dijo que no sabía, cuando ya volvía la espalda para irme me sorprendió con un salto como si hubiera descubierto algo grandioso ¡Pero mi padre debe saber! ¿Y donde puedo ver a tu padre? Pregunté sin ánimos. Está borracho, tienes que preguntarle cuando esté claro ¿y cuando esta claro? Nunca… El muchacho bajo la cabeza e hizo un silencio de unos segundos en que se paró todo alrededor, -bueno yo vivo por aquí y paso mucho, si un día no está borracho me avisas y le pregunto, ¿esta bien? – OK- me dijo dándome la espalda y metiendo el cuerpo entero dentro del cofre del motor de un grandioso osmobile 99 del año 1958.
Como a los cinco días de eso se me perdió el carné de identidad así que tuve que madrugar para ir a la oficina que estaba en 19 y eso se iba por 17, pase por ahí y como ya se me había hecho costumbre saludé al muchacho de pasada, yo andaba en una moto así que justo a tiempo me pegó un grito, volví en redondo y el muchacho un poco alegre me dijo entusiasmado a esa hora de la mañana.
-Mi papa no se ha levantado, cuando se levante tienes media hora para hablar con el, que a la media hora ya se pierde- el (ya se pierde) sonó bajito y muy triste, yo dejé la moto y entré con el a su casa, las paredes estaban manchadas de manos de grasa de carro y había piezas y partes de carro por todo el piso, entré hasta un cuarto donde un ventilador de motor de lavadora emulaba a un motor de avioneta de fumigación y en una cama muy arqueada con patas de ladrillos dormía un viejo negro calvo y con una barba blanca –en media hora estará despierto- dijo el muchacho yéndose – oye, no me dejes aquí- si espéralo, yo me voy, no nos hablamos.
Pasaron infinitos minutos. Minutos que me dieron para pensar de todo, acompañado de las vibraciones del monstruoso ventilador, el olor a grasa penetraba como si estuviera en una fabrica, me entretuve en mirar las piezas del piso chevy, pontiac, buick, studebaker todas conocidas por mi. En aquellos tiempos me daba vueltas en la cabeza la idea de irme, si las cosas seguían así…-me decía- no me dejaban poner mi taller, la policía jodiéndome y pidiéndome dinero, no se podía botear, no había gasolina, perseguían a los que ponían gas, que si van a quitar los carros viejos….. un leve ronquido interrumpió mi meditación, el viejo empezó a despertarse, abrió un ojo, miro un rato alrededor suyo como si no conociera la casa, abrió el otro ojo y de un salto de gimnasta se incorporo, sentandose al borde de la cama- buenos días- le dije:
-buenos días-habló como quien se asusta de estar con vida después de una batalla infernal.
-hablé con su hijo paraaaa….
-dime que quieres
-Es que tengo un buick
-la amortiguación ¿¿no??
-si eso mismo-
-ya… esta en tus narices
- es que el aceite…….
- el aceite es valvoline para amortiguadores de doble pistón pero eso lo dejaron de fabricar en el año 1958
-¿y entonces?
-Ningún aceite conocido sirve, hace falta la viscosidad exacta, ¡perfecta!- Blandía las manos como el profesor que da una conferencia en una universidad a la vez que ponía un énfasis en las ultimas palabras como si me estuviera regañando por algo malo - ¡No existe un aceite que lo sustituya! los viscosos ponen la amortiguación dura hasta que la arrancan de cuajo y los menos viscosos hacen como si no tuviera amortiguación, no hay aceites pa eso, ¡¡¡¡pero está resuelto!!!
-¿y como va a estar resuelto?¿¿……….??
-La naturaleza es sabia………..yo probé todos los aceites posibles hasta que encontré un liquido perfecto
-¿Cuál?
-miel de abejas
-comoooo
-miel de abejas, rellénalo con miel de abejas.
El viejo sacó de abajo del colchón una botella de nucay, era un aguardiente terrible que vendían en Pinar del Río, en La Habana no se veía, de hecho nadie lo conoce, es la misma botella gruesa de cuello fino donde venden lejía y productos químicos, en esa venden el nucay en Pinar del Río. Se metió un trago largo como si fuera café con leche, el estomago vacío enseguida hizo su función.
-¿¿no desayuna nada??
-este es mi desayuno.
Preferí no decir nada, callado di las gracias recibiendo por respuesta un ¡aprendan que no voy a se eterno! Salí con la idea, loco por probarla, le di las gracias al muchacho y este se despidió amablemente con un ¿resolviste? y al decirle que si, se le iluminó una gran sonrisa con la frase -¡¡ese es mi papá!! Que pena que no nos hablamos- Me fui pronto, me alejé mirando para atrás constantemente. El gran Oldsmobile, vaya carrazo, -un día tendré uno así, del 57, que son los que me gustan- la imagen se fue tornando blanca y negra y ahora solo es una pequeña sombra, pensé que yo raras veces le hablaba a mi papá, siempre estábamos fajados por la maldita política, total, para lo que sirvió.
De más está decir que mi carro fue el de la mejor amortiguación que tenía La Habana. Tiempo después lo cogí para hacer carreras con él en la monumental y ocho vías, pero eso el material de otra historia.

lunes, 23 de octubre de 2006

Dias de LLuvia.




Hoy me he levantado entre la lluvia. Madrid lleva muchos días con el cielo completamente cerrado, es bueno porque había sequía. He bajado a por el carro para irme a trabajar y me he dado cuenta que me lo han robado. Suele pasar en Madrid y en todas partes del mundo. Estoy tranquilo, era un flamante crhysler voyager monovolumen. Cuando lo empecé a contar a los amigos, me deprimí mucho. Claro, los amigos me quieren y se lamentan de esto. Cogí la guagua para ir a la estación de policía mas cercana a hacer la denuncia. La guagua estaba llena de ancianos. Ellos no tienen prisas, el resto de Madrid se va a todas partes en metro. Iba pensando en el trabajo que me tocaría ahora para llegar a casa porque suelo salir a las once y media del trabajo cuando alguien en la guagua le pidió al conductor que le bajara la rampa. Era una chica joven en una silla de ruedas. El autobús bajó como cuando un animal gigante se sienta y salió por la puerta para fuera una plataforma que le permitió a esta mujer en su silla bajarse casi como un tobogán, ella dió las gracias y la gente siguió su vida como si nada. Dentro de mi me preguntaba que hacia esa chica en esa silla de ruedas con la lluvia que estaba cayendo ¿adonde iría? ¿A trabajar?
No cesaba de llover y hacía frío. Nunca había visto la rampa que traen estas guaguas, claro, como las uso. Empecé a caminar por Ventas, que es la plaza de toros principal de Madrid, cerca de ahí esta la estación de policía., miré hacia arriba. Las gotas iban cayendo como si fuera una nave que atravesara estrellas a toda velocidad. Algunas me daban de lleno en los ojos y su frío era muy agradable. En el Sahara habrá un calor del demonio, pensé. Ya en la comisaría como le dicen aquí me tocó esperar dos horas casi. Hoy no voy a trabajar, entre ruidos de sirenas y radios de carros patrullas y la gente cada uno con su queja me fui lejos dentro de mi mismo. Me puse a analizar que no tenia yo suerte con los carros ni con casi nada material, no es que me quejara pero me vino a la mente pocos días antes de venir a España que mi único capital era mi carro y ya lo iba a vender en esa época para pagarme el pasaje. Esa noche llovía mucho también en el solar de 17 entre f y g en el vedado donde estaba yo pernoctando cuando vino un sereno y me dijo que a mi carro le había caído un árbol encima.
Al otro día venían a comprarlo, Salí, bajo la lluvia rica y calida de cuba y entre las penumbras del amanecer vi mi carro casi partido en dos por un enorme pino y con las ruedas reventadas, la gente al igual que aquí me dio el pésame... En cuba duele más, pienso yo, que se te rompa algo. Un televisor, el refrigerador, los zapatos…en cuba, duele mas... Me repetía a mi mismo mirando el tráfico tupido y alocado de Madrid. Esa noche, viendo el carro aplastado cuando le arranqué el motor y le di tres tirones para que el pino se cayera a la calle, ya unos vecinos a machete lo hacían leña y lo quitaban de mi camino, poco después con la zenith en mano le hice unas fotos mientras me ahogaba en un ataque de risa, tenía que burlarme ,de mi y de dios, esos que juegan contigo allá arriba que en teoría te ponen pruebas y no hacen mas que joder y hacerte la vida difícil, me di el grandísimo lujo de reírme de ellos en su cara mirando al cielo bajo la lluvia me reí y me reí hasta que me tomaron por loco. Al otro día cuando llegó el comprador y lo vio así me dijo que me daba por él, un televisor en colores. Que era lo único que podía hacer por mí. Yo le dije que no, que así en ese estado no negociaba el carro y que lo arreglaría, un par de meses tardé en hacerle toda la parte de atrás y un pedazo del techo con chapas de galvanizado, por suerte en cuba yo era chapista y mecánico y me busqué la vida con lo que tenía. El carro quedó mejor, ahora era ranchera, pisicorre, cinco puertas o como quiera que le digan, al no poder conseguir el cristal de atrás lo volví largo completo el techo como un carro de muertos además fijándome en una foto de la época y haciéndole las mismas curvas que llevaba el modelo de ese tipo.
Después lo vendí, más caro y me sirvió para venirme a España y para dejarle algún dinerito a mi madre.
Ahora me estoy riendo aquí en la comisaría de policía –color verde metalizado, matricula M-3506-TH ¿algo más? No, ya eso es todo, si lo encontramos se lo comunicamos. Para colmo en el ordenador del policía que me está tomando la denuncia esta puesta la música del chacarrón, vaya mierda rara de música balbuceando unos sonidos raros que no quieren decir nada, pero me sacan la risa, que quieren que haga, me rompo a reír otra vez, y a reír y a reír y el policía ¿pasa algo? No, nada es que me da risa, se miran entre ellos -este es gilipollas- pensarán y yo no paro de reírme, hay que reírse si se oye el chacarrón en Madrid en una estación de policía haciendo la denuncia que te han robado la única mierda de valor que tenias en estos años. Salí a la calle, me sequé las lágrimas… chacarrón chacarrón, risas otra vez. Esta lloviendo en Madrid y hace un frío genial.

lunes, 16 de octubre de 2006

La Tristeza pequeña


La tristeza es una niña mala. Siempre está conmigo pero por suerte para mí y para ella no crece nunca. Ella es de piel quemada por el sol, a veces muy quemada tan quemada que cuando me deja acercarme le puedo quitar la delgada y transparente superficie de su espalda que se enrolla en mis dedos en lo que ella llama “tabaquitos”. Me hace reír aunque no lo creas. Me acompaña a los ríos imperdonablemente fríos de Madrid. Se mete en ellos. Yo como un tonto le grito para que salga y no se resfríe, pero ella no hace más que reírse y correr sin ropa y yo atrás de ella pegándole más y más gritos ¡vístete!!Hace frío coño!. Estoy muy gordo pero aún así la alcanzo, la cojo de un brazo y la cargo en peso. La tristeza pesa, pesa unas diez toneladas pero aun así la cargo con mis reservadas fuerzas de cuando era mecánico allá en cuba, en ese país de donde le cuento todo pero ella no entiende nada. Solo se ríe, es tan linda esa niña mía. Su única ropa es un blumers (braga) amarilla desteñida casi blanca con agujeros en las costuras, anda descalza, a veces maldigo de todo porque no quiero que ande así, quiero cuidarla pero ella, se mete un dedo en la boca y se pregunta porque. Un día me preguntó si cuando ella creciera yo la dejaría, yo lo dije que si, que la gente cuando crece toma su propio camino y ella me prometió que nunca crecería ¡a buenas horas dije yo eso!
Ella puede volar y estar donde quiera, llega sin avisar y como es la hija linda que no haces más que querer que no se separe de ti, llega y te pasa los bracitos por la espalda y te da besos en el cuello. No me doy por enterado, pero cada uno de los pelos de mi cuerpo se eriza como miles de agujas atropellándose por entrar en mi piel. ¿Cómo estás? Me pregunta. Bien, le respondo ¿me extrañabas? ¡Claro! ¡Mira lo que tengo! me enseña unas piedras redondas de un lejano río habitado por indios, duendes, gúijes y madres de agua. Suspiro ¿es lindo? Es lindo. En mi mano podrían caber diez manos suyas, cierro mis manos sobre las suyas y es como si tuviera un pequeño pajarito atrapado pero deseando que se vaya. Ella solo me mira y se ríe. ¡Ay! si dejaras de reírte un día, aunque solo un día. Hoy me voy a vestir para ti ¿Qué te vas a vestir? ¿Tu? no le creo, pero la tristeza no dice mentiras, desparece por unos instantes, ese día me río mucho, mucho, mucho, aunque la hecho de menos. ¿Dónde estará mi niña? Hasta que a la tarde aparece ¡ya estoy aquí! Te he traído un regalo ¡a si! ¿Cuál? Fíjate bien, esta noche nevará, caerá mucha nieve para ti, solo para ti, no habrá nadie en las calles ¿tu querías ver la nieve no? Si, quiero ver la nieve, ella se sube en una silla, me da un beso y se va, ¡ay! mi niña se aleja vestida. Su vestido es hermoso, alguna vez tuvo rayas ahora esta tan gris y sucio como todo lo que se pone pero debo reconocer que es un lujo, un lujo que ha querido darme. Aún tengo el calor de sus manos, de sus lindas y pequeñísimas manos, la tristeza, mi tristeza es lindisima. Es una niña pequeña que huye de mis gritos muerta de risa porque no quiero que ande desnuda, y menos con el frío que hace aquí, y ella no hace mas que reírse, yo grito ella se ríe, mas grito mas se ríe hasta que le veo el cielo de su pequeña boquita morena.
Ya está nevando, bajo a la calle. Los transeúntes se desaparecen raudos so pena de contradecir a la tristeza que les ha ordenado desaparecer, esta noche es mía y esta nieve es mía. Gracias mi niña. Vístete por favor, ponte algo que hace frío en Madrid.

Mami yo quiero un metro

En 1978 la prensa cubana informó a la población sobre la intención de construir "el metro de La Habana": una red de trenes subterráneos que aliviaría el problema del transporte en la capital.

Se publicaron detallados artículos y se transmitieron programas radiales y televisivos donde se mostraron los planos de los ingenieros y arquitectos, se marcaron las rutas y se entrevistó a los miembros del equipo estelar que dirigiría "La Magna Obra". Sería, por supuesto, más elegante que el metro de Moscú, más eficiente que el de París y menos peligroso que el de Nueva York.

Una gran parte de las personas piensa que desde un principio este metro no se iba a hacer, que esta idea fue siempre para túneles de refugio militares y cosas de estas, a mi modesto entender, la idea si era el metro, si hubiesen querido hacer obras militares la hubieran hecho y dicho sin ningún problema, en ese lugar nadie pregunta adonde van sus impuestos ni nadie decide que se hace con las finanzas del estado, así que yo creo que el metro si iba y fue la romántica idea de ser un país desarrollado a la ultima, incluso con energía nuclear y todo.

Empezaron las excavaciones. Nadie se extrañó. Estaba yo en secundaria cuando temblaba la tierra por las explosiones, aquello parecía una guerra. En una ocasión una de las planchas de acero con las que tapaban las excavaciones salio volando más de cien metros como un ovni por la onda expansiva. Mi secundaria estaba en el fanguito, pero con solo salir a la calle 23 ya paseabas por los agujeros enormes que formaban campos de tiro activos en aquella época donde íbamos a disparar con balas 22 para estar listos para la guerra de todo el pueblo.

En los túneles esos se hizo de todo, desde ir pallá con la novia, hasta esconderse cuando barqueábamos al tercer turno, a veces era interesante recorrérselos mientras hubiera un poco de luz, era una posibilidad lejana de saciar nuestro espíritu explorador. Se sentían los goteos como en las películas, Recuerdo en aquellos tiempos de 7º grado como andaba con una linterna en mi maleta por si acaso se aparecía algo, el aparecía era que dejaran en un descuido un túnel de estos sin cerrarlo como es debido y ahí íbamos nosotros a inspeccionarlo todo. Hay que contar que pudieron llegar a hacer kilómetros de túneles. La parte del bosque de la habana pero por la orilla del vedado tiene muchas entradas, unas calles místicas tapadas de vegetación antigua, silenciosa y húmeda que estaban llenas de túneles de estos, este lugar era curioso, nadie iba por ahí y no pasaban carros, recuerdo yo que la usaba para ir desde el puente de hierro hasta la ciudad deportiva cuando no tenia licencia de conducción, de niño iba por ahí a cazar majaes (serpientes) por ahí no pasaba ni dios. Aun no se el nombre o el numero de esa calle, es como paralela a 26 pero por debajo de unos barrancos, yendo en dirección sur o sea pa la ciudad deportiva si querías salir a 26 tenias que coger izquierda y subir unas lomazas que pocos carros lograban subirlas de lo empinadas que eran. Ahora cuando vuelva lo miraré. Eso si, verás parte de las calle cerradas con tejas como si fueran obras, contenedores, concreteras y algún que otro cartel despintado que dice metro de la habana o algo así y un par de obreros llenos de cemento de los pies a la cabeza construyendo algo como el manto que tejía la mujer de Ulises en su eterna espera.

Como todos los reveses este fue uno muy grande pero que culminó con una victoria, la roca caliza por la que esta formada la cuenca del almendares no era del tipo suave (lo que la gente le llama recebo amarillo como en la calle G y 25) que con simples instrumentos de corte se van perforando. Como aquí en Madrid la gente dice ¡que rápido avanza el metro! pero si te pones hasta con una cuchara haces un agujero enorme. En cuba la caliza sedimentaria (diente de perro) no la perfora ni el genio de la lámpara, empezaron con poderosas maquinas que se destrozaban en el intento, le siguió los explosivos que no perdonaron ni un cimiento de las casas de nuevo vedado, no dejaron cristal sin romper ni cera sin rajarse pero el metro iba. Y fue….lo que nadie lo conoce como tal. Al final el metro es el metrobús pero ¿quien no le dice camello? Montar o hablar del camello es un artículo aparte, ese lo hago otro día. En este video se ve, el metro de la Habana.

domingo, 15 de octubre de 2006

Olor a Norte

¿Como explicar el olor a Norte? es ese salitre denso que te recorre todo el cuerpo, te hace llegar a casa pegajoso. Oxida las cosas. Ese norte que me ponía nervioso porque se suponía que no era momento de meterse al mar y era cuando mas me metía, el mejor momento de pescar, de montar a la vela con vientos que reventaban mastiles remendados una y otra vez. De encontrar cosas flotando, botellas sin mensajes de auxilio, restos de artefactos ya sin gente que no les dió tiempo a pedir auxilio. Los nortes traen de todo. A veces huele a tristeza, aveces a aburrimiento. Pero algo bueno tenía el norte. Despues que pasaba, el agua era inmejorablemente limpia, se multiplicaban los peces, hacía frío y la playa era para mi solo.

viernes, 13 de octubre de 2006

La Guaguita

En ecuador se le dice guagua a los niños, en cuba, es ese vehiculo de llevar mucha gente a como de lugar, de niño, entre mis sueños estaba que de grande yo quería tener una guagua, no una guagua grande pero una guagua donde cupieran bastantes amigos y nos fueramos de viaje por ahi. Al crecer por supuesto, los sueños se fueron desvaneciendo uno por uno como a todos, el de los patines, el de viajar a rusia,el de ser piloto y por ultimo el de la guagua. uno a uno se lo llevaban sin ningún tipo de trabas todas las trabas que me iba encontrando en el camino, al final,cuando me cansé me di cuenta que mi problema era el de muchos, que se me habían agotado los sueños.

Cuando llegué a españa mi idea era la de trabajar normalmente como todos y vivir tranquilamente como pudiera, pero un dia alguien me dijo que aqui podría cumplir sueños. me quedé pensando como iba a ser posible. no me lo creía. aún no me había sacudido las frustraciones y todavía estaba con el ritmo de vivir para sobrevivir. pasó casi un año para que yo me diera cuenta que si que los sueños quizas podían cumplirse. Estuve muchos meses buscando dentro de mi esos sueños abandonados y prohibidos. Tuve que rebuscar tanto que mas de una lagrima salió al llegar a ver cuanto tiempo había perdido de mi vida, primero esperando ya después vencido, hasta que encontré algunos papelillos en lo mas olvidado y profundo de la memoria. La guagua salio a relucir, a los pocos dias ya tenía una, me costó poco como soy mecanico la compré rota y la arreglé. perdí la cuenta de cuantos kilometros le hice, cuanto tiempo la tuve hasta que la vendí por un flamante Chrysler Voyager, la guaguita nos llevó a todos lados, cargamos nuestras mudanzas con ella, nos reimos en ella, dormimos en ella y sobre todo sobre todo, cumplí mi sueño de ser el guaguero de mi pandilla.
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jueves, 12 de octubre de 2006

Hay fotos que matan

No soy ni remotamente bueno haciendo fotos, o al menos no me he concentrado nunca en ello. Pero si me gusta mirarlas. Cuando se hace una foto esa gente que sale se queda contigo y te visita cada vez que miras ese pedazo de tiempo. Una foto es el tiempo, es un cuadro de vida. Hay dias que veo en la calle fotos tiradas al piso o en la basura. Suelo recojerlas y quedarme con esa gente. preguntarme quien son y que harán, y porque horrible manía del destino han terminado en un basurero. Una foto es muy valiosa porque nadie la puede repetir, solo puedes hacer otra. Cuando ese segundo del click ha pasado ya no hay remedio, ya tu oportunidad de tener al tiempo pasó, podrás tener otro momento, pero este, el imperdonable segundo de apretar un botón con el dedo ha muerto para siempre.

miércoles, 11 de octubre de 2006

Huele a norte


Acabo de llegar a casa. He pensado: llevo siete días escribiendo en el blog y poniendo videos, sobre todo lo segundo es agotador y lleva muchas horas, pero me encanta compartir esas imágenes que gracias a la tecnología están en más lugares que mi mente.

Entonces he sacado una conclusión….hoy voy a hacer como dios…voy a descansar.

Pero hoy ha sido un día raro, como mañana es feriado en España, el aeropuerto ha estado reventándose de gente, broncas incluso. A cada rato han caído unas lluvias inusuales aquí. Los aviones al tocar tierra hacen una explosión de arco iris impresionante, se desplazan a los lados de la pista pero nunca se salen de ella, me imagino al piloto como si condujera una carro ponchado que coge pa donde le de la gana pero al final logra controlarlo.
A cada rato salgo a la calle, desde ahí puedo ver las guaguas que me llevarían donde tengo parqueado el carro pa irme pa mi casa. Es como soñar con estar libre, ves la gente que se va, los que vienen. En el aeropuerto hay dos canales, como en cuba antes. En uno son las tristezas, es en salidas, ahí la gente se despide, se abraza, llora, se vuelven a abrazar, se prometen cosas. Puedo ver a menudo como se estrujan las ropas como si con eso la gente se quedara aunque se fueran sus cuerpos. Casi siempre la gente se aprieta y llora y después se quedan mirándose a través del cristal hasta que deja de ser visible la única molécula del ser querido en la distancia. Aun así, algunos se ponen de puntillas e intentan mirar más allá de lo posible, otros incluso cuando esa persona querida ha desaparecido en un ascensor siguen con la mano en alto diciendo adiós y los ojos con esa mirada de no ver más allá de sus pupilas.
- Hoy huele a norte.
- Y eso que es ¿como va a oler a norte?
- Huele a norte.
¿Como explicar que es el olor a norte? El otro canal de esta gran televisión está en llegadas. Ahí la gente pega gritos de alegría, los niños gritan ¡¡mamaaa!! la gente se abraza pero ya con risas y alegrías, se abrazan pero nadie dice adiós, los novios se besan como si fuera la última vez, o la primera. Los que llegan se están un rato abrazados aunque sepan que se van a ir juntos, es un abrazo como el de salidas pero sin tristezas aunque si con alguna que otra lagrima. El segundo canal es optimista por decirlo de alguna manera, a veces tengo que salir por esa puerta, no por que llegue sino porque trabajo por ahí, entonces se me clavan las miradas, aunque nadie dice nada se que me miran y me dan la bienvenida, entro muchas veces por salidas pero cabizbajo para no ver rostros tristes o cansados pero cada vez que entro por el canal dos o sea llegadas me lleno de jubilo, siempre le gritarán alguien cerca de mi y la gente me mira, a veces quisiera que me gritaran a mi, a veces quisiera que me esperara alguien, tenía un compañero loco que cuando salía por esta puerta abría los brazos y gritaba ¡ya estoy aquí! Y yo no podía menos que doblarme de la risa.
- a norte coño, a viento del norte
- ¿y eso a que huele?
A que huele, dime tu ¿a que huele dice? A norte. Rebota en mi cabeza la explicación pero el teléfono no para de sonar. 890 bloqueo de CPU, 912 la aplicación no conecta con el servidor y corre que es Lan Chile, después British Airways, corre, corre, corre.

El norte huele a malecón revuelto, huele mal, pero me gusta ese olor. Huele a algas descompuestas y a basura flotando en el castillito. Huele a mar disuelto en el aire, a ese poco de frío donde la gente saca sus abrigos con apenas 27 grados, a la cola de la panadería de calzada y 18, a que con solo caminar 10 metros puedas oír o no el ruido del mar y olerlo, si llegas a línea, no hay mar si llegas a calzada si hay mar. El norte huele a nadie yéndose a la playa, a pocos pescadores, a día gris, a estar sin hacer nada, a esperar algo, a pocos carros pasando por el malecón por miedo a la oxidación implacable de sus partes, a llegar salado a casa, a que se pudran los rayos de la bicicleta.
- ¿Por fin a que huele el norte?
-Lo contrario de lo que huele el sur…
Mostrador 752 Vuelig, mostrador 781 Iberia, mostrador 917 Air Maroc, puertas de embarque J54, K86, K98. Corre, corre, corre. Los aviones revientan el agua en las pistas, llueve y llueve. Canal uno y canal dos. Hoy huele a norte.

PD: en cuba estos canales no funcionan, puedes ver la gente haciendo una fiesta a los que se van y llorando amargamente a los que vienen y viceversa, en cuba no hay explicación.

lunes, 9 de octubre de 2006

Vuelo 6621


Definitivamente hoy le voy a dar un repaso a este blog, aunque tengo horas de video por poner en voy a poner un par de historias, escritas hace tiempo en esos dias frios de invierno que ahora se acercan. despues chic@s no se preocupen, habrá mas videos, les anuncio uno del faro de maya en Matanzas, uno muy esperado que es un articulo periodistico sobre el Quijote en cuba y uno de un paseo por la habana camara en mano, ya se me están agotando pero pronto iré a por más. Ahora, una breve anécdota del porqué de la historia que viene a continuación.

Trabajo en el aeropuerto, tengo que ir a todas partes del edificio a por mi funciones y un día me llamaron de una mesa donde estaban subiendo a un vuelo y había una mujer de unos cuarenta y tantos años atendiendo a los pasajeros. Me tocaba arreglar una impresora y estaba muy cansado además de los kilometros recorridos ese día, tambien estaba el cielo nublado y hacía frio. Cuando levanté la vista, era el vuelo a la habana. miré la gente, la mayoría turistas. Terminé mi trabajo y cuando me iba esta mujer que embarcaba el vuelo 6621 me dió las gracias, yo respondí con un movimiento de la mano e intenté retirarme entonces ella me dijo -¿eres cubano verdad?- no tenía ánimos de conversar con nadie ese dia e intenté esfumarme con un no callado. A mis dos pasos me repitió -que sii que eres cubano- ya me había molestado, tengo habilidades de fonomimia, puedo imitar acentos, idiomas, voces y la emprendí con ella. Le hablé en perfecto acento madrileño para ver si se le quitaba la idea y me dejaba marcharme con mi sombra a cuestas.
- ¡que no soy cubano ostias!
- ¡si eres cubano!
- Bueno vale y a ver ¡porque dices que soy cubano joder!
- porque tienes los ojos tristes, llevo mas de diez años embarcando este vuelo a cuba, y sois fiesteros, escandalosos, alegres, enérgicos pero siempre teneís los ojos tristes...siempre teneís los ojos tristes.

A veces quisiera no tener garganta para que ese maldito nudo de siempre cayera al piso y se rompiera de una vez. Aún en la derrota dije que no pa joder. Aún así,cada vez que nos cruzamos me dice entre risas ¡adiosss cubanoooo!