viernes, 8 de agosto de 2008

El Relojero.





No se de donde salió. Los pelos blancos que le caían hasta los hombros de su saco ennegrecido por el tiempo y el uso le daban un aire mágico digno de las películas de Walt. La voz le acompañaba, ronca y gastada como toda su apariencia sin darle ni el más mínimo descanso de hacer sentir viejo todo lo que le rodeaba. Su olor era terrible sin embargo tenía un valor para la sociedad de la pequeña barriada a la orilla del río Almendares. Era el relojero.
En los días en que lo vi venir por vez primera había algo de frío, pero la inmensa actividad de alguien de 11 años hacía que no necesitara abrigo e incluso me burlara del deseo que tienen los cubanos de que venga un poco de frío para sacar esas camisas de mangas largas y esos abrigos abandonados en la maquina del tiempo que llamamos escaparate.
Este señor venía encorvado. Interrumpí mis juegos diarios para mirarle, daba miedo, y mas miedo dio cuando lo vi tomar rumbo a mi casa, tocar en mi puerta y que mis padres lo recibieran con alegría. Abandoné todo lo que estaba haciendo para ver quien era ese extraño sujeto y aproveché la más minima oportunidad de preg
untar, pero la respuesta era mi madre sonriente que venía con las manos llenas de relojes. Unos despertadores rusos marca vityaz, un poljot de mi hermano que se le había roto el cristal, un raketa mío que me había regalado el esposo de mi abuela en mi cumpleaños y que por eso le habíamos apodado el mafioso. Poco me duró el reloj. Yo pasaba mas tiempo debajo del agua que fuera de ella y todo lo que tuviera en esta vida tendría que ser subacuatico o pescado. El reloj de mi tío abuelo el mafioso no lo era, ni aunque me lo asegurara con todos sus relucientes dientes de oro y sus gafas de matón batistiano.

Con manos temblorosas desempaquetó de una pequeña toalla que quizás alguna vez tuvo algún color definido unas herramientas muy pequeñas y un lente que se pegaba en el cristal de unas gafas tan rayadas que no se sabe que vería por ellas. Mi madre le limpió la mesa meticulosamente de las pequeñas migajas de pan que siempre quedaban del desayuno. Yo las dejaba a propósito, cada vez más grandes. Los gorriones entraban planeando entre las persianas sin tocarlas y con incalculable maestría cogían rápido las pequeñas partí
culas de pan y se iban con la misma. Yo los miraba y me preguntaba como podrían manejarse a sí mismos tan rápido y no chocar contra nada en ese vuelo desenfrenado y rápido. También le improvisaron una lámpara a pesar de ser completamente de día y soleado con unos cables y un bombillo de los amarillentos, esos que uno desea que se fundan a ver si cambia la luz o al menos la oscuridad te trae un sueño mas interesante que el de ver como pasan los días sin mas ningún aliciente que soñar a todas horas y con todo lo posible.
El primero que revivió fue el Vityaz. Su estruendoso timbre despertador rompía toda posible concentración en cualquier cosa de este mundo. No obstante la pequeña sonrisa que se vio en la cara del relojero que hasta ahora apenas hablaba iluminó toda la pesantez del ambiente. – Ya funciona- dijo con orgullo paternal y le dio cuerd
a con una energía asombrosa para una persona de la edad que parecía. Cuando me volví estaban casi todos los vecinos mirando, como era de costumbre habían entrado a mi casa que siempre tenía la puerta abierta y se habían quedado prendados del oficio de hacer latir a una pequeña caja de piñones y cuerdas.

- Deja ver- pregunté irrespetuosamente como preguntan los niños antes de enterarse que hay formas de comportarse según el hombre civilizado. Miré dentro de la maquina y vi el latir de muelles y ruedas. - Jamás entenderé porque funciona esto -, m
e dije a mi mismo y salí corriendo a recuperar mis juegos como si por lanzarme por la escalera saltando de diez en diez los escalones me pudiese llevar al mismo segundo en que dejé el interesante juego de las aventuras de Enrique La´Garder en el cual no me sabía el nombre de mi personaje pero repartía una espada con un pequeño cuje de guayaba que todos temían menos uno de los malos que tenía un pedazo de palo de escoba que también dolía cantidad cuando te atizaba en los dedos o en las canillas.
Al poco tiempo salió el viejo de nuevo, aún había gente esperando e
n los portales para que mirara sus relojes, el se limitaba a dejarlo para mañana. Cada persona le pagaba entre cinco y treinta pesos lo que era una fortuna por aquella época. Nos pasó cerca de nuestro terreno de juegos y con su mano protegía la sagrada toalla llena de manchas que contenían sus herramientas. Uno de los niños mas pequeños se le quedó mirando sin mas, el relojero intentó con una sonrisa tocarle la cabeza pero el niño retrocedió con espantada velocidad – ¿por que tienes tanta peste? – Le gritó como si se quejara. – Porque en mi reino- Respondió calmadamente y con una leve sonrisa – Todo lo lindo lo vuelvo feo para que nadie me lo quite. Así mi peste es el más caro de los perfumes, mi ropa, la más distinguida de las sedas y mi oficio…el más importante para que el mundo sepa que ya es tiempo de soñar.
- Este esta borracho también -, pensé yo, acostumbrado a la venta de ron en la esquina de 26 y 11 donde los beodos se arrastraban por el piso después de una jornada etílica digna de una película de guerra y hoy, mas de veinte años después, cuando se me rompió la manilla del reloj y se me cayó al piso recordé esa escena. La mente me juega malas pasadas. Me trae, en la monotonía del día a día recuerdos que no tienen porque estar ya conmigo y me los hecha en cara como si estuviera haciendo algo mal o algo malo. Me hace sentir culpable y lo peor de todo, no hay forma que me deje echar raíces en el sitio donde estoy.
Es tiempo de ir tejiendo un viaje a la tierra que me vio nacer.

2 comentarios:

  1. recuerdo miles de veces andar por esa esquina y cono como no, por la de 11 y 24.
    nos pillamos bro.

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  2. Precioso relato, eres genial, imagino que eso ya lo sabes jejeje.

    Un saludo...

    P.D. Donde puedo conseguir el pollito de los grillos nocturnos?

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