miércoles, 23 de septiembre de 2015

Josef pescador (Final y adiós) Cap 998


Se despertó recostado a un piso de losas blancas muy grandes y pulidas. El piso estaba tan meticulosamente limpio que daba asco. Losas grandes que apenas se veían donde se juntaban unas a otras a la perfección. Tanto brillo molestaba, tantas luces, tanta perfección. Estuvo un rato acostado de lado con el ojo derecho escrutando la superficie tratando de encontrar imperfecciones. No podría levantarse hasta encontrar una y aguantó hasta que la sien que apoyaba al piso le dolía de tanto frío. Pero por mas que trató no encontró ninguna y se incorporó de un tirón, pues le vinieron arcadas. 
Trató de vomitar pero no salía nada. Solo un dolor terrible de la boca del estómago y algunas gotas de ácido, o al menos era una sensación. Poco a poco sus sentidos le fueron mostrando mas del sitio. Había murmullo de mucha gente que el no veía al principio pero gradualmente empezaron a hacerse visibles a medida que enfocaba la visión como si hubiera despertado de una horrible resaca. Hasta el momento no se había preguntado donde estaba o que había pasado porque estaba acostumbrado a despertar cada día en un lugar distinto, raro o desconocido. Josef solo se preguntaba a si mismo donde estaba cuando amanecía en un lugar repetido. 

 Si, habían bancos con gente esperando, grandes macetas con matas de palmas al parecer y alguna otra vegetación inmensa, el techo era de hierro y cristal y cada vez había mas vegetación. Un jardín botánico quizás - Pensó, pero le daba igual. Reparó en que todo ese tiempo había tenido la cabeza apoyada en una mochila de colores que con solo mirarla sabía que no era suya, o al menos nunca tendría una mochila con colores porque no le gustaban. Solo negras o verdes, pero esta tenía unos bolsillos rosados fosforescentes y tiras también de colores llamativos, era muy sofisticada y parecía cara. Josef sabía que no era suya pero no había nadie alrededor en ese momento y no la iba a dejar ahí, además le sirvió de almohada en, a saber que viaje, así que ya tenían una relación. Relación típica, si apoyas la cabeza en algo, es tuyo, puedes pasar media vida con alguien, que eso no significa nada, pero si apoyas la cabeza en algo, es tuyo. 


En su desconfigurada memoria recordó que una de sus primeras relaciones, si es que podía llamársele así, fue por esa regla. Apoyó su cabeza en sus muslos y tomó posesión. Pero ni recordaba quién, ni cuando. Su cerebro hacía tiempo que estaba fragmentado y el lo había aceptado con gusto y hasta se divertía con ello. Se incorporó de un tirón como si no quisiera ser visto, pero no sabía lo siguiente que debía hacer, incluso no sabía si debía hacer algo. Nada, no. Como había llegado ni nada, solo despertó. Buscó en las paredes para alimentar su pareidolia pero eran cristales, todo eran cristales impolutos, comenzó a molestarse e intentó caminar pero notó con mucha extrañeza que sus pies no se adherían al piso. Resbalaba, resbalaba como si fuera hielo. Colgándose la mochila colorida comenzó a patinar y notó que cogía velocidad. Josef tenía miedo, fobia, de los patines. De pequeño siempre quiso tener unos pero cuando los probó la caída fue tal que ahí mismo los abandonó por siempre. Montó surf, skies, skateboard, windsurfing pero jamás patines y a lo largo de su vida estuvo muy esmerado en esquivar la posibilidad de montar patines. Era algo apuntado de su lista de cosas que NO hacer. Su lista de cosas que NO hacer era extensa, algunas las había fallado por oscuros o nobles propósitos pero esa lista estaba ahí fresca y era una de las cosas que nunca se habían borrado por muchas tormentas en todo sentido que pasaran por su desecha caja de recuerdos. Pero esta vez patinaba. De vez en cuando se miraba los pies y no veía ruedas ni cuchillas ni nada. Eso si, unas viejas zapatillas de tennis sin marca que había tenido en su niñez. No sabía si eran los mismos u otros, rotos exactamente iguales y con percudidos y manchas copia exacta de aquellos que tenía a los diez años. 

Recibió con agrado la noticia que patinaba bien. Para nunca haberlo hecho. Se aventuró en unos giros y aquello comenzó a ser terriblemente divertido, tanto así, que dejó de preguntarse las demás cosas esenciales como, porque estaba ahí y desde donde había llegado. era tan divertido que todo lo demás pasó a vigésimo plano. Frenaba, arrancaba de un tirón y los cambios de inercia le daban una sensación exquisita que le borraron el malestar anterior. Todo comenzaba a estar bien, ya no molestaba la blancura ni tanta luz ambiental, no molestaban las paredes de cristal transparentes y gigantes. Interminables casi hasta el cielo como si fuera el invernadero de dios. Era rico patinar y su mente se disoció tan ricamente como solía desde aquella vez que se olvidó del mundo y de todos. A lo lejos, en el piso blanco venían mas personas patinando como el, cada uno tenía mas maestría y hacía giros y evoluciones mas bellas. Josef se preguntó como había estado odiando patinar tanto tiempo. Había sido una fobia estúpida comprobado en el día de hoy que se había perdido algo divertidísimo. Trató de entrar en el grupo de patinadores recién llegados y fue acogido con sonrisas. Una muchacha le extendió su mano a toda velocidad y Josef esperando lo peor la tomó y cogió mas velocidad en lo que hacían un gran círculo.
 Josef notó que todos sonreían y a nadie le importaba nada, algunos llevaban mochilas, otros nada, pero ese grupo era divertido y todos patinaban genial. Por un flash gris de imágenes irreconocibles Josef recordó que debía preguntar donde estaba, o al menos saber que era aquello pero como todo en su vida lo pospuso lo mas posible. Estaba a gusto ¿Para que tantas preguntas? ¿preguntas vitales sin importancia! 
 Recorrieron una buena distancia donde llegaron a otra sala enorme que tenía una especie de bancos de espera y en ellos sentadas, personas serias, ajenas y que no parecían desear patinar. Josef intentó invitar a uno de ellos pero la muchacha que lo había estado llevando, por así decirlo, le dijo que no perdiera su tiempo - Ellos no pueden venir con nosotros, apenas es posible que nos vean solo unos segundos - Josef quedó mordido por la curiosidad, tanto que esperó que su divertida carrera se detuviera. Le vinieron a la mente miles de preguntas, pero otra vez las dejó para después. Patinaría un ratico mas y después trataría de resolver aquello. Todo estaba bien. 

Todo lo bien que lo estaba pasando pagaba cualquier cosa fea que pudiese venir después. Cogió velocidad de nuevo y llegó solitario a uno de los cristales. Frenó con un leve golpe que vibró como una campana y con sus manos manchando del vahído de su calor se apoyó y ajustó la vista para curiosear. Afuera un mundo gris, casi monocromático y vacío. Parecían ruinas de toda una gran ciudad pero Josef ya había aprendido a no juzgar. Quizás era la ciudad mas divertida del mundo - Pensó con una sonrisa -  Le preocupaba la enorme positividad gratuita que lo embargaba. Pegó la cara otra vez a los cristales para intentar reconocer algo pero no vio ningún detalle conocido. Se alegró malignamente de estar de este lado del cristal y desistió de reconocer la ciudad ceniza, humeante y gris. Volvió adentro.


 Habían colores, luces, gente feliz. Le molestó un poco que la gente de los bancos no pudieran verlo, según le dijo la muchacha antes. Se acercó suavemente a uno de ellos que leía un libro. Notó que era un mujer de pelo negro y tupido, mas joven que el. Esta mujer era natural, un poco deliciosamente voluminosa y con una energía muy linda a su alrededor. Josef se paró enfrente de ella y comenzó a sentirse mal de nuevo. Sus pies se pegaron a tierra como soldados y no pudo moverse en unos minutos. La mujer dejó el libro a un lado y levantó la vista. Era Habana del Mar para Josef, aunque ya a estas alturas Josef había desdibujado su rostro y su historia. Ni siquiera sabía si había existido o si todo era un producto de su necesitada imaginación por transportarse a otros lugares o épocas. 

 Habana del mar era un papel estrujado de algo escrito que nunca vería la luz en el tiempo que se acababa. Eran cientos de páginas borradas para entregarse a la monotonía de la vida real, era una rebeldía deliciosa y estúpida a la vez pero estaba aquí como cada muchos años. Josef siempre se la cruzaba en las mas inimaginadas tribulaciones y en esta no podía faltar. Maldita Habana del Mar. Habana dejó todas sus cosas en el banco de al lado, se paró, pero sin mover sus pies del sitio se inclinó hasta Josef en un abrazo. Era un abrazo raro, los pies inmóviles casi a un metro de distancia. Quien los mirara de lado podría pensar que estaban pretendiendo hacer una A con sus cuerpos. Josef la sintió, la apretó mucho porque le daba una sensación que culminaba los momentos felices del día, de ese día tan raro pero tan rico. El abrazo duró mucho, aunque a estas alturas Josef estaba seguro que en ese sitio no se medía, o no transcurría el tiempo. Olió su pelo pero no olía a algas ni a mar. estaba todo tan limpio que a veces daba pena. Quizás era hora de soltarse pero ¡estaba tan rico ese abrazo! Aunque Habana había crecido y ya no era la flacucha que se escurría entre los largos brazos de Josef, este sintió sus costillas, su espalda fue recorrida con sus manos y en un último estertor de ese abrazo Josef agarró sus axilas pero vino la separación. La muchacha que antes había hablado a Josef también estaba abrazando a alguien, Josef la vio de reojo con ese pequeño por ciento de curiosidad enfermiza que siempre lo hacía desconcentrarse de las cosas vitales o las funciones que en toda su vida debió estar enfocado.

- Ellos solo vinieron a despedirse - Dijo la muchacha ya cerca de Josef. El "Ellos" recorrió con un escalofrío el cuerpo. 
 - ¿Porque "Ellos"? 
 - Ellos... repitió la muchacha extendiendo su mano nuevamente con una sonrisa. Era de piel mulata rojiza y un pelo ensortijado como quemado al sol, amarillo. tenía unos ojos negros muy profundos y un vestido muy simple de tela blanca con unos tennis también muy roídos. 

Josef volvió la vista y Habana del Mar estaba leyendo de nuevo como si nada hubiera pasado. Inmersa en su libro. Josef intentó unirse a ella, sentarse al lado de ella pero era como un bug de un sistema entretejido para que eso nunca sucediera. Podría pasar detrás, alrededor, saltar por encima si quisiese pero no había manera de entrar al campo de Habana del Mar. Y ella no movía ni un dedo, estaba ahí leyendo como si en ello le fuera la vida. Intentó patear el libro en lo que pensaba millones de excusas de porque habría hecho esa barbaridad pero no podía interactuar con nada que estuviera asociado a Habana. Se cansó de intentarlo. Por un segundo odió los libros y a Habana de nuevo por dejarlo pasar. 

- ¿Adonde vamos? - Preguntó ya serio a lo que sería o parecía su guía, ya que no se le despegaba de al lado. 
- A un sitio bajo el mar. Vamos a patinar a un gran sitio bajo el mar- Josef imaginó que eso era físicamente imposible pero según el día que estaba teniendo desistió se sacar cálculos o conclusiones sobre todo lo que le podría pasar en adelante. 
- ¿Y que mas? 
- Hay barcos hundidos - Dijo ella con brillo en los ojos de felicidad como si estuviera haciendo una gran obra - ¡Faros! ¡Islas! ¡árboles! pero todo debajo del mar. 
- ¿Y ella? - Dijo Josef señalando a Habana del Mar que seguía mas inmersa en su maldita lectura que nunca, sin levantar la vista para nada. Sin saber que habían grandes cosas fuera de ese libro. 
- Ellos solo vinieron a despedirse. 

 Josef miró alrededor de nuevo. los "que vinieron a despedirse" estaban ajenos a los que "estaban de pie". Quizás "Los que vinieron a despedirse" les tocaba esperar ahí sentados, o quedarse en ese globo de cristal inmensamente blanco, aburridos con sus libros sin ver este otro raro mundo. Quizás no era aun su tiempo de ir a un sitio divertido, bello o deseado. O quizás, ellos se quedaban en un sitio que deseaban, feliz y realizado y Josef iría al mas terrible de los infiernos por tantos pecados, engañado con las frases y palabras que quería oír por la dulce voz de su "guía"
Josef sintió un poco de pena porque quizás en sus vidas no habría cambio en un tiempo hasta que quizás...  Todo eran suposiciones, les tocara venir a patinar a este sitio raro de gente amable. Josef miró de reojo a "su guía" Quizás, si era lo suficientemente rápido podría escapársele y dar otro abrazo a Habana del Mar. Era lo único que deseaba ahora. Ni el mar, Ni los barcos, ni los faros, ni las islas tenían ahora mismo lo que quería, que era ese abrazo de Habana del mar. Gritando una gran mala palabra se abalanzó a toda velocidad sobre el banco donde estaba Habana del Mar antes de que ese algo lo controlara o detuviera pero fue inútil. Ya no estaba. Solo estaba su libro siendo hojeado por un viento que no se sabía de donde venía. Ya no estaban las personas de los bancos y Josef como de costumbre comenzó a gritar improperios. "los de pie" lo miraban con curiosidad y la muchacha tratando de consolarlo le habló con toda la calma y amabilidad del mundo. 

- Si quieres puedes quedarte, no pasa nada malo por ello... 
- ¡¡Y si me quedo que!! Vociferó Josef con la voz entrecortada ¿Si me quedo que, podré verla? 
- Eso no lo se, supongo que como hasta ahora.. 
- ¡¡Hasta ahora nunca la he visto cojones!!... ¡Apareció en recuerdos que ni siquiera se si existen! ¡No se si ella es real! ¡Si yo soy real! ¡No se ni cojones de nada!- Gritó de manera desesperada con un gran sentimiento de impotencia como si sus interlocutores fueran culpables. Los años que había pasado callando esta frustración le habían acumulado mucha rabia, rabia de perder su tiempo, rabia de quizás no haber hecho otras cosas valiosas, rabia de haber dejado pasar este capitulo de su vida miserablemente sin haber hecho nada grande, ni importante, ni valioso.

  Josef recordó esa extraña mochila. Estaba parcialmente quemada pero no intentó preguntarse nada mas. Hurgó en su interior y estaba vacía. Hasta ahora le había pesado como si tuviera objetos, pero no tenía nada, la tiró a lo lejos, uno de los "que estaban de pie" intentó amablemente devolvérsela pero Josef le gritó que no era suya, que ni siquiera sabía de donde había salido. Se sentó en el piso desconsolado. ¿Quedarse para que? ¿Por Habana del Mar? ¿Otra vez? No lo merecía, se contestaba a sí mismo con sarcasmo y desidia. - Ni un minuto mas - Ella nunca se había quedado, nunca se había quedado tanto que ya Josef ni sabía como rayos era. A veces pensaba que era una de sus sirenas imaginadas que tampoco nunca apareció en el maldito mundo regido por leyes físicas asquerosas que hacían la vida monótona y estúpida. 
 Quería patinar de nuevo, volver a esa sensación de libertad que solo había experimentado al estar en medio del mar en una tabla de windsurfing llevado en silencio por el viento libre y frío de los océanos prehistóricos y auténticos - ¡A la mierda con todo!- esa era su frase mágica para estos casos con terribles decisiones. 
 - ¡Que se joda todo! ¡Me voy con ustedes, partida de yonkis alucinados adonde quiera que me lleven! ¡Me da igual! ¡Vamos! 

 El piso comenzó a inclinarse en una pendiente interminable y todos comenzaron a coger velocidad hacia abajo. Josef, en su extensa experiencia de 20 minutos antes patinando tomó tanta velocidad que se fue por delante de todo el mundo, aunque claramente nadie estaba compitiendo. Se alegró bastante de alguna vez quedar delante en algo. Al final, a lo lejos se veía un gran cristal que separaba todo el sitio blanco e iluminado con el mundo gris que había visto antes. 

- Si vas al cielo, vete a ver a dios directamente- Dijo para si mismo aumentando la velocidad todo lo que permitían las NO leyes físicas de donde quiera que estuviese. Le vinieron a la mente las maldiciones de sus abuelos marineros. 

- ¡¡Malditos sean todo los marinos que cambian sus vidas por el mar, que mil demonios ensangrentados y pestilentes de azufres infernales los escupan contra corales ardientes y se queden agonizando sin piel para el resto de su existencia infinita gritando entre almas perdidas y falsos dioses traicioneros!!

 Y se acordó de la suya propia...

 ¡Maldita Habana del Mar!



 FIN.

No hay comentarios:

Publicar un comentario