
Años después, un buen sitio de pesca, también un buen sitio de amor con las novias del barrio y única manera que la visitáramos de noche dado el miedo que le teníamos y la mitológica historia de que ese sitio por las noches se hundía y resurgía cada día al amanecer, se que no es verdad, pero en cada mañana de sábado cuando podíamos acudir a tan hermoso lugar se veían en todas las piedras un goteo intermitente, salían pequeños cangrejos de todos lados y había un fortísimo olor a mar y a algas. Olor que me trae miles de recuerdos de toda una vida.
En los 90s se convirtió en un sitio en dolares y entonces si que no pudimos acercarnos más los chicos del barrio, ya no lo cuidaba el viejecillo que le daba de comer al mono que estaba encerrado en una jaula y se enfurecía cada vez que pasábamos tirándole cuanta cosa nos encontráramos en el camino, ahora lo cuidaban gente uniformada con armas y walkies. Era un reflejo de todo, dólares, prohibiciones, uniformados.
Esta ultima vez que fui, yo tenía dolares, pude pasar, me quedé atónito como el señor que tanto me persiguió con palos y piedras para echarme del sitio fue el mismo que me sirvió la cerveza amablemente.
- ¿recuerda unos niños que le tiraban cascaras de mango al mono y se tiraban al mar cuando usted los perseguía? - le pregunté sin mas.
- El mono murió hace veinte años - dijo sin inmutarse - y esos niños, están intentando venir a molestar todos los días, a todas horas.
Filmé lo más que pude para llevar conmigo esa parte de mis recuerdos (como siempre hago) y al salir vi a los niños, en short de escuela, rotos, desteñidos, a piedras contra las matas de uvas caletas expoliadas por los pequeños nativos, tratando de subir al muro, tratando de entrar a a fortaleza de los dolares
- ahí en la orillita hay un pedazo de andamio - le dije a uno que me escuchó con extrañeza - si lo pones en el muro ya saltas.
Malas ideas, malas ideas. todos entraron y en menos de un segundo mi mente se fue con ellos, correr descalzo, sin mas ropa que un short corroído por el salitre y las piedras, a gritos, a veces es un alivio para la memoria.
Qué bonitos recuerdos se lleva la gente. Yo también tuve mi "isla japonesa" por un pueblo perdido en el mapa. A cada rato "regreso", con la cámara del recuerdo, donde permanecen grabados en todas partes, como el agua y la desgracia. Al menos esta parte no nos la quita nadie.. o eso creo.
ResponderEliminarUn abrazo, genial tu blog.