Este invierno se me hace largo. A medida que se me va el tiempo junto a la vida en el sitio donde no se respira mar, hay gente en mi isla que no permite que las personas respiren en paz. No debiera quejarme, pudo ser mucho peor. Aquel viaje que planeamos a Rusia con la misión de quedarnos en el aeropuerto de Gander, Canadá, el que no se dio porque no pudimos completar los tres mil dólares quizás no hubiera sido tan terrible como ser victimas de nuestro arrojo de quedarnos en Moscú o donde le diera la gana de aterrizar al maldito avión de Aeroflot. Quizás estoy mejor que en Miami con el trauma de ver a mis hermanos de viaje desapareciendo en el mar como muchos, quizás aun hago este cuento porque no tuve la terrible idea de esconder el cuerpo que me lleva por este mundo dentro de un tren de aterrizaje. Quizás el no tener el valor de gritar por mi vida dentro de La Habana o el heredar los miedos paternos de la represión me mantienen más o menos a salvo. Dentro de poco, harán diez años que estoy fuera. Fuera de casa, fuera de peligro, fuera de pobrezas. En una manta fría y segura que se llama Europa. En un sitio donde no tengo ni quiero tener nada, donde no quiero raíces a pesar del buen trato que se me da y de todos los esfuerzos que se vierten en que me sienta como en casa. Gracias a todos. Pero el destierro es una pena menor al saber que tu casa esta ahí enfrente y que unos sujetos desalmados la tienen tomada por la fuerza. La tierra de todos los cubanos está tomada por la fuerza por dos o tres armados hasta los dientes y sumamente peligrosos, por personas que no creen en los hombres ni en los pueblos, por seres que al estar muertos de miedo se tornan más peligrosos aun y solo atinan a modernizar sus armas y medios de extinción de vidas. Ahora se estremece toda la tranquilidad de la lejanía porque lo que yo no hice lo están haciendo otros. Gritar por sus vidas. Incluso hay quien se atreve a desafiar la maquinaria brutal insinuando que Cuba es de los cubanos. Ya no puedo dormir. Solo me queda arrojar lo que tenga en la mano a favor de los futuros muertos o apresados. Letras en este caso. Hacerlas publicas es mi vergonzoso deber y mi miserable acción donde hay tantos campos vacíos en los que se puede ayudar. De niño me leía todas las epopeyas escritas por los supuestos revolucionarios que le ganaron a los malos en la historia de Cuba y cuando le preguntaba a mi padre que hacía en esa época el me contestaba con tristeza que no había hecho nada. Me he quedado con el gesto de su cara para un día cuando me pregunten lo mismo a mí, habiendo tenido oportunidades de hacer algo por los míos decir exactamente lo mismo. No he hecho nada. Solo huí y me refugié en la fría y cómoda Europa. Por eso este invierno se me está haciendo eternamente largo.
Qué decir de Escandinavia.
ResponderEliminarA veces me dan ganas de cantarle a la vida lo que Serrat le cantó a una mujer:
"entre tú y yo la soledad
y un manojito de escarcha".