miércoles, 30 de abril de 2014

Josef y Dos Metros (Segunda parte) cap 193

Uno de los carros que Josef tenía, y mas quería era un buick del 52 convertible, lleno de problemas legales por lo que no había podido venderlo. Ese buick era una especie de barco insignia de todas las gestiones. Se usaba como camión para cargar motores o bien en las noches boteaban con el, cualquiera que pagara los 5 dólares por noche de alquiler. También era capaz de cargar con medio barrio para las playas de Miramar, un día se contaron hasta doce personas dentro. El no tener techo era una ventaja ya que podían sentarse unos arriba de otros a la altura que quisieran. Sus ruedas de camión aguantaban cualquier cosa y su robusto motor podía con absolutamente todas las cargas. Por cargar, cargó hasta leña, en unos días en que fue alquilado para alimentar el horno de una paladar italiana que hacía pizzas al horno de verdad por Nuevo Vedado.
En la mañana temprano ya estaba rugiendo deseoso de coger calle. Se sentía en la maquinaria la alegría perruna cuando lo arrancaban. Siempre estaba dispuesto y nunca había fallado, nada. Era realmente irrompible.

Dos metros ocupó el asiento trasero con tremenda ilusión. Era la primera vez que cabía en un carro. Aun así seguía por instinto encorvando la espalda y bajaba la cabeza a cada bache como si una cruel maestra lo fuera a golpear con un puntero. Igor de copiloto y Alejandro el barato detrás. En el maletero cajas de herramientas, sogas para remolcar y una larga lista de etcéteras necesarias para mover un carro que haya estado parado por 20 años en un sitio a la intemperie. Josef siempre le daba ilusión este trabajo arqueológico.

Llegar a un carro con 20 años sin moverse, era descubrir que en algún momento alguna persona o familia lo había comprado con tremenda ilusión, que alguna vez había sido el sueño de alguien o sus alegrías. Josef siempre buscaba en la pintura descascarada una parte que no hubiera sido quemada con soldaduras de chapistas anteriores para levantarla con la uña y ver el color original de fábrica. Cuando encontraba esto, en su imaginación se completaba ese ciclo de pasado recreando en su mente aquella joya sobre ruedas brillando, con sus colores pasteles por lo general y sus niquelados. Era una bendición, a pesar del riesgo legal y de todo tipo, vivir de esa pasión.

El primer punto escogido fue una esquina del cerro porque en esa sola esquina habían dos carros interesantes, un Studebaker del 1953 de buena reventa por ser un carro "pequeño" y económico y un Rambler de 1958 que también gustaba por su economía y espacio, aunque bastante raro para la tecnología de la época. Llegaron primero al Rambler y Dos Metros enseguida empleó sus habilidades de negociante nato con el dueño, quien lo vendió por 400 dólares de los 700 que pedía. El carro estaba completamente podrido, lleno de agujeros en la chapa y cayéndose a pedazos pero cumplía dos de los requisitos necesarios para que josef lo comprara. Primero, tenía todos los cristales intactos y segundo tenía el forro interior del techo original en vinyl color crema, cosa que Josef por muchas habilidades que tuviera nunca había podido lograr restaurar o fabricar por la complejidad que solo un avanzado tapicero podría hacer y no se veían muchos forros de techo o casi ninguno bien hechos en La Habana.

El carro no tenía ruedas y el motor estaba como le encantaba a Josef, hecho piezas en cajas y cubos. Metieron todo esto al maletero y cuando Josef notó, estaba rodeado de "gente del barrio" de todas las pintas y estados posibles. Josef apuró la micro activación del cadáver de carro que estaba comprando a ver si podía remolcarlo de ahí de una buena vez, Dos metros también estaba algo nervioso por el entorno mientras Alejandro el barato e Igor, sumidos en su propia y profunda entelequia ponían tornillos según los iban encontrando como unas maquinarias de la película de tiempos modernos de Charlie Chaplin
El ambiente se tensó un poco. Resulta que ese carro había sido por décadas la barra de los borrachos, el sitio donde dormían los sin casa, el parque de diversión de los niños. No estaban moviendo una simple maquinaria de hierro con ruedas, estaban moviendo una pieza de barrio, un identificador y una parte de la historia de esa calle del Cerro. Pero ya lo habían pagado. Algunos vecinos recriminaban al dueño por haberlo vendido, sentían propiedad sobre el.
De pronto, sonaron unos disparos con un estruendo terrible. Josef y Dos metros se agacharon instintivamente. El  Barato e Igor ni se dieron por aludidos y siguieron en su ardua tarea de restaurar los sistemas mínimos para que aquello pudiera rodar tirado por el Buick.
Todo el grupo que rodeaba el carro comenzó a desternillarse de la risa con el susto de Josef y dos metros. Josef encabronado pregunto qué era aquello. Le explicaron que estaban enterrando los restos del Che, que lo habían traído de Sudamérica y eran balas de salva. Como la plaza de la revolución estaba cerca, los tiros se oían de esa manera. Por ese suceso es que Josef siempre supo en que fecha exacta compró ese Rambler del 1958 que después tendría tanta historia para contar.

Al final había una rueda que no se inflaba de ninguna forma. Igor retiró la bomba de aire y chequeó la válvula. Vio que no tenia el bypass, lo que en Cuba se le llama gusano -- ¡¡Falta un gusano!!-- gritó a toda voz --¡¡Necesito un gusano!! ¡Donde puedo encontrar uno?-- Toda la gente alrededor del carro alzaron las manos y gritaron a coro desencajado con sus voces resacosas --¡¡ Aquíii!!  ¡¡Aquíi todos somos gusanos!!!  ¡¡Coge tu gusano aquí!!!! y entre risas apareció uno, de verdad, lo que permitió que una vez las cuatro ruedas estuvieran con aire, entre crujidos y alimañas de todo tipo saliendo en desbandada del interior del carro se moviera el Rambler del 1958 otra vez. Esta vez rumbo al Vedado, donde iba a ser agraciado con las mas profundas operaciones de restauración para continuar rodando como muchos carros de ese país en su segunda, tercera o vigésimo cuarta vida y resurrección.




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