miércoles, 7 de mayo de 2014

Josef y Dos Metros (Cuarta parte) cap 193

Habían pasado los meses y el negocio iba viento en popa. Josef había logrado reunir un team donde cada uno era experto en algo. En el Cerro y Miramar tenía pintores trabajando en sendos carros, en el Vedado, en los bajos de su casa su pequeño y modesto taller de chapistería, en el reparto Finlay un minitaller de mecánica. Entre todos sacaban adelante carros que se vendían a buenos precios y daban ganancias para todos. Con todo funcionando de esa manera podían darse el lujo de quedarse algunos días sin hacer nada, solo esperando que cayeran compradores. Esos días era de pasárselos bromeando sentados en el contén de la acera de la calle 24, junto a los muchachos que tenían su taller de arreglar bicicletas y las poncheras.

Un día de esos, Jesus Dos metros estaba muy callado, cosa rara en él, porque había recuperado un gran sentido del humor y siempre estaba lleno de energías que parecían no agotársele nunca.  Josef se sentó a su lado, a la sombra de una de las tantas matas de boliches que oscurecían esa cuadra y le preguntó que pasaba.

A dos metros le costó comenzar a contar, después de varios rodeos suspiró y mirando hacia arriba dijo en voz muy baja.
- Tiene que haber algo allá arriba, porque yo había soñado que las cosas me iban a ir bien, y estoy contento, pero ayer soñé que tenía un carro, un carro mío para yo hacerle lo que quiera. Me asusto cuando tengo sueños que yo se que no van a pasar, porque entonces me parece que cuando sueño con cosas posibles tampoco van a suceder.
Josef no sabía que responder a eso. Es verdad que entre todos ganaban mas dinero que la media en Cuba, pero un promedio de 300 dólares mensuales limpios para cada parte del team no daba sino para las cuentas básicas que además, cada día se ponían mas difíciles. Se paró de un tirón y se fue caminando hasta el puente de hierro. Le había entrado un poco de tristeza, la verdad, desde que dos metros llegó el negocio se había multiplicado con sus habilidades de negociante y todo el tiempo que le echaba. Los demás del team ya tenían sus carros, o guardaban su dinero para irse de Cuba, dos metros no tenía nada físico real ganado de este negocio, vivía alquilado en una casita en Buena Vista de un solar y su mujer e hija le copaban las cuentas a duras penas. Josef vio saltar un pescado en el medio del río Almendares, recordó que cuando saltaba un pescado era que venía buena suerte, recordó algo mas y apuró el paso rumbo a la puntilla de Miramar.

Por el camino se acordó que hace unos meses uno de sus conocidos corredores de la autopista le había dicho que tenía un carro desahuciado para vender, era un plymouth 46 que nadie quería porque era un modelo extremadamente raro de solo dos plazas. Estaba completamente podrido y habían abusado de el grandemente en las carreras ilegales, en fin, que casi era para tirar a la basura. Pero en Cuba, todo se arregla.
Llegó a solar de la calle 4 y preguntó por el peso. El peso en verdad se llamaba Luis, pero le decían José Martí o el peso, porque era idéntico a la figura de José Martí que sale impresa en los billetes de a uno. Ahí estaba el carro, tirado, olvidado de meses lleno de escombros y telarañas.

El peso salió a saludar a Josef, eran buenos amigos y lo habían pasado mal y bien en tribulaciones anteriores que son tema de otras historias.

-¡Véndeme la cacharra esta!- Dijo Josef entre risas, además de la alegría que siempre le provocaba ver a este amigo de "los viejos tiempos"
- ¡Eso yo no se lo vendo a un amigo, prefiero quemarlo aquí mismo!
- Atiéndeme Martí, no es para mí, es para un amigo que tiene una promesa de tener un carro, da igual el que sea, véndemelo anda.
- No compadre, esa jarra sin asa ya murió, en cualquier momento le saco las piezas.
- Tu sabes que aquí ninguna jarra muere nunca compadre, esta jarra tiene que vivir un poquito mas y darle una alegría a mi amigo.
Luis se quedó pensando un rato, por sus pupilas pasaron las emociones vividas con este cacharro. Carreras perdidas, carreras ganadas, persecuciones de la policía, emociones de todos tipos y colores. Quizás Luís deseaba conservar el carro para cuando su pequeña niñita creciera sentarla adentro y contarle como su padre lograba alimentarla al filo de la cárcel o la muerte en las carreras ilegales de la ocho vías, el anillo de la Habana o la monumental. Acariciaba sin darse cuenta el marco de la puerta oxidado como si se tratase de un mueble de terciopelo, en la cara se le vio la nostalgia y la adrenalina.

- ¡Cuanto tienes?
Josef sacó dólares de su bolsillo, eran muchos billetes de todo tipo, sobre todo billetes de uno. - Tengo 289, lo que falte te lo doy después.
- ¡No! con eso ya estamos echados, me siento que te estoy robando.
- Bueno, remólcamelo hasta la casa y ya estamos en paz.

Al llegar Josef al barrio con semejante armatoste cayéndose en pedazos, Dos metros se quedó boquiabierto. Era raro que Josef se hubiese ido de pronto y mas raro aun que hubiese echo alguna compra sin el, antes de que pudiera suponer nada Josef se bajo y sin desamarrarlo del carro de Luís le dio las llaves a Dos metros - ¡¡este es tu carro!!- le gritó entre risas, Dos metros lo tomó a broma
- Pero esta jarra está destrozada esto no tiene reventa ¿ Para que trajiste esto?
- ¡Porque es tuya coño!... No es para revender. ¡¡Este es tu carro!!
Dos metros se quedó mirando seriamente a Josef, no le gustaba que jugaran con eso. Era muy creyente de los sueños y las premoniciones.
- Josef, no jodas compadre
- ¡Que es tuyo cojones!!
Dos metros se sentó adentro y comenzó a llorar. Lloraba como un niño chiquito y trataba de hablar pero no podía, o no se le entendía nada. El resto del barrio miraba la escena en silencio y con respeto. Dos metros se secaba con la camisa pero salían mas lágrimas - ¡el mejor carro del mundo!- era lo único que se le entendía a cada rato. Todos los demás se retiraron discretamente para dejar a Dos metros solo dentro de su carro. No salió esa tarde, ni esa noche. Se quedó a dormir dentro de su carro aunque a duras penas cabía dentro de el. Al otro día Igor le llevó un batido de mamey y un pan con croqueta. Dos metros se lo desayunó en un santiamén desperado por estar en su carro. Al igual que los niños pequeños movía el timón y hacía el ruido del motor con la boca. Así estuvo por horas. En su imaginación quizás veía paisajes, playas o montes. Tantas horas estuvo así que ya debía haber recorrido cientos de kilómetros imaginarios. Josef se le acercó a la ventana.
- Vamos a arreglarlo para que camine.
- ¡No! - dijo dos metros explosivamente - No quiero que camine, yo no se manejar y tampoco quiero aprender a manejar, yo solo tenía que tener un carro y este es. No gastes mas. Ya soy feliz, con solo sentarme aquí a jugar.


A josef le pareció raro como Dos metros estaba convertido de pronto en niño pequeño, arrancó otra vez  su motor de ruidos vocales y se alejó en la imaginación de sus sueños. Josef lo veía como se ponía cada vez mas pequeño en su fe, porque se alejaba sueños adentro. Ese fue uno de los tantos días felices de aquella época. El día que Dos metros tuvo el carro de sus sueños por primera vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario