Consiguieron todos los tanques plásticos posibles para llenar el inmenso maletero del Buick con reservas de gasolina. Una vez se había desperezado, era realmente una seda de carro aunque con semejante carga, mas bien podría convertirse en cualquier momento en una bomba incendiaria incontrolable. Amortiguaba cada bache con la suavidad de un colchón de plumas. Después de unas cuantas horas de retoques ya el carro revivido, encendía las luces y frenaba medianamente bien. Ya casi eran las doce de la noche cuando con toda tensión el pasta y Josef como dos marineros abandonados a su suerte cogieron los oscuros pasajes del bosque de la Habana para evitar la avenida 26 que siempre estaba bastante transitada por policías y autoridades. Salieron por la calle 51 y pusieron rumbo oeste, hasta que callejeando cruzaron Boyeros por uno de sus entronques y llegaron a un pueblo llamado Río Verde por unos terraplenes casi intransitables que hacían de carreteras de acceso a dicho pueblo.
En el pueblo había una peste atroz y el pasta aclaró que era por una fábrica de acetileno, gas combustible para soldaduras que se hacía a través de la reacción de un mineral llamado carburo al reaccionar con agua. Josef lo miraba incrédulo y preguntándose cómo había ido a parar a semejante situación. Se miraba a sí mismo preguntándose todo el tiempo si esto era lo que le tenía reservado el destino por intentar ser terrestre y normal como los demás humanos.
Se acercaron al medio del pueblo donde había bastantes luces y actividad. Abundaban las pipas de cerveza y la música, con unos altavoces que herían la sensibilidad de los oídos mas cavernícolas. Muy despacio, Josef fue guiando la mole roja entre la gente ebria, los moteros descolocados haciendo piruetas peligrosas y arriesgados bailarines con mezcla de juglares que dejaban todo su arte en medio de la calle principal. A una indicación del Pasta Josef parqueó al lado del parque central del poblado que tenía una pequeña iglesia.
La iglesia, pintada de amarilla crema, dejaba subir por sus paredes un moho atrevido y vívido que dibujaba banderas entre los restos de repellos y los ladrillos vistos. El herrumbre de sus rejas podía saborearse en la atmósfera al acercarse a ella. También había mucho olor a tabaco y marihuana.
El pasta se abotonó la camisa hasta el cuello y le hizo una seña a Josef de que pasara con el, varias personas que bloqueaban la entrada a la iglesia se hicieron a un lado con muy mala cara y las manos escondidas en bolsillos, Josef lo siguió a ciegas sin preguntar nada, esta noche prometía ser larga y llena de aventuras. Adentro en los bancos varios hombres de mediana edad, vestidos con ropa blanca, contaban paquetes y paquetes de dinero. Apenas vieron al pasta dejaron de contar y se pararon bruscamente, el Pasta puso sus dos manos al frente como si tratara de detener un tren inminente.
- Ehhhhh!! ¡¡Que este es el pesca!! ¡¡es mi socio de confianza!!
Josef quedó sin inmutarse, ya se había muerto varias veces, ya había estado en problemas mayores que los que unos guajiros de un pueblo borrado del mapa pudieran darle. Cruzó los brazos con desdén, dio dos pasos hacia atrás y puso cara de aburrimiento. El pasta sacó un paquete de billetes de su bolsillo y lo extendió donde uno de los de blanco. Al lado de Josef se pararon dos de los hombres con cara de peligrosos, pero eran medio metro por debajo de Josef en estatura, por lo que parecía que Josef había sacado a pasear a dos niños con mala cara y malas pulgas.
- ¡Aquí está todo! - Dijo el pasta firmemente con una mezcla de orgullo y miedo - La vendí toda, pero no saqué mucho, no era de buena calidad.
El guajiro que parecía más mayor o al menos tenía pinta de líder, dio varios pasos acelerados hasta que se plantó agresivamente y le habló en la cara al pasta casi escupiéndole.
- ¿Me estás diciendo que mi María es una mierda! ¿Es lo que acabas de decir!
- Si, dijo el pasta como si hablara con un amiguito de su escuela, restándole importancia a la situación que quizás podría tornarse peligrosa y a la clara vocación matonista de los allí presentes.
- ¡Tu tienes cojones Enrique!! ¡Tienes cojones de venir aquí a decirme que yo vendo mierda, pero me has traído mi dinero y eso merece respeto. Vamos a terminar esto. ¿Te vas a llevar mas?
- ¡No! y si me llevo, no la voy a pagar!
Josef comenzó a calcular las vías de escape, a mirar alrededor midiendo ventanas, puertas y distancias. Sabía que el pasta estaba loco, pero no que era suicida. Más adelante comprobaría que esto que estaba pasando era un simple juego de niños, el pasta era un condenado suicida profesional.
- ¡¡Adonde cojones quieres llegar Enrique!! ¡Pal cementerio de la Lisa?? Ahí yo tengo mis terrenos, tu no sabes cuanta gente así comepinga como tu tengo enterrada ahí!!
El pasta seguía sin inmutarse, ladeaba la cabeza como si examinara con curiosidad el comportamiento de un mono de laboratorio. El sujeto se viró para Josef. - ¿Y a ti que pinga te pasa? Eres el guardaespaldas o que cojones?
Josef levantó un dedo como si pidiera permiso en un aula de preescolar - Yo solo soy el chofer señor, no se que pasa aquí y no tengo nada que ver con lo que esté pasando aquí. Las miradas se tornaron al unísono para el Pasta de nuevo. - ¿Que cojones pasa aquí Enrique!! Nos traíste la policía o algo??
- Cálmense niñas - dijo el pasta cavando su propia tumba con el mismo ánimo que un niño rompe una piñata de cumpleaños -Me llevo mas maría, pero te la voy a pagar con una apuesta - El pasta señaló orgulloso a Josef - traje chofer y traje carro para correr- Los guajiros se relajaron un poco, la hostilidad y la tensión fue cediendo a medida que iban apareciendo cifras - Tengo 3000 pesos, voy a apostar a mi mismo con los negros y mi carro y mi chofe es de confianza. Ese mastodonte está feo pero nunca ha sido toreado. está como nuevo en las tripas.
Los guajiros salieron a ver el carro. Con mala cara aceptaron un trato de dejarlos correr en unas carreras que controlaban en las carreteras nocturnas del anillo de La Habana, el parque Lennin y Calabazar, a cambio de unos paquetes de Marihuana. Josef en cuanto pudo se metió al carro y arrancó el motor. El Pasta ultimó los detalles financieros y también se montó de copiloto. Josef sintió extrañado que atrás se montaba otra persona pero el carro no tenía espejo interior para mirar quien era ¿Que me puede pasar,? se repetía Josef una y otra vez esbozando una sonrisa de burla con aquella situación en la que lo habían metido. Total, repetía su frase favorita - Yo no quiero vivir tanto.
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