Los días transcurrían como si fuera un círculo infinito de monotonía. Para Josef, el sol salía y se ocultaba a una velocidad increíble. Cuando vino a darse cuenta ya habían pasado muchos meses desde que empezó en la ardua tarea de hacerse con un oficio terrestre que le permitiera subsistir sin el interminable peligro de las madrugadas en el mar. Aun seguía teniendo las pesadillas de las persecuciones de las autoridades y los decomisos de capturas y artes de pesca. Por suerte el día a día lo iba alejando de tan terribles momentos, aunque otros momentos tensos se acercaban. Cada vez que llegaba a casa tenía varias citaciones militares a las que nunca acudía. No se veía envuelto en algo relacionado con armas y mucho menos uniformes. Los vecinos contemporáneos habían desaparecido, muchos se habían ido a los Estados Unidos y otros habíanse perdido en el mar. De esto no se hablaba, era algo común, aceptado. La muerte del “cilindro” le habían acelerado sus deseos de estar con los pies en la tierra, más ese tímido amor que había encontrado por la calle 8 de Miramar en una de sus tribulaciones marítimas de la playa de 12 por la cual pasaba todos los día en espera de un reencuentro. La ilusión iba cada día en aumento por lo nuevo y lo que le esperaba. Fizz, el a veces maestro de oficio y compañero de trabajo, iba degenerando en una persona alcohólica cada día mas irresponsable, en mas de una ocasión no le pagó a Josef lo convenido por su adicción, pero Josef no le guardaba rencor, se sentía pagado con lo que estaba haciendo y aprendiendo, solo que en cuanto se dio la oportunidad Josef despegó por su cuenta y el pobre Fizz se quedó tan solo como siempre había estado. Esa oportunidad llegaba en un día como hoy.
Como de costumbre Josef llegó a las nueve al sitio de trabajo. Era la casa de un médico bastante acomodado en el barrio de Miramar. El Moskovish que chapisteaban estaba tan podrido que hacía rato se había pasado de lo que Fizz llamaba presupuesto, presupuesto era ir pidiendo dinero a los dueños para supuestos materiales que después se gastaban en alcohol y algunas cosas mas sórdidas, para después decir que no había alcanzado y pedir más. Gracias a Fizz y a mucha gente como el, el gremio de los Chapistas-mecánicos gozaba de una terrible fama de alcohólicos y estafadores. Esto complacía a Josef en lo mas profundo de su ser porque entendió enseguida que era una desventaja que le permitiría entrar en el negocio sin mucha competencia fuerte.
Ya hacía media hora que Josef cortaba plantillas de chapa y las doblaba para que estuvieran listas para la soldadura cuando se acercó un sujeto en una bicicleta, era un señor muy gordo, lleno de cadenas y anillos de oro que resoplaba el pedaleo como una tortura que se inflingía a si mismo por alguna mala acción. Chorros de sudor le corrían por la frente en lo que gritaba sin decir ni siquiera los buenos días.
-¡¡¡Chapa… chapaaaaa!!!
Josef no entendía todo aquel alboroto tan temprano, soltó las herramientas en el piso y fue a ver que sucedía, el extraño sujeto seguía con las extrañas palabras.
-¡¡Chapaaa…!!!
Cuando estuvo frente a él, el sudoroso y sofocado visitante le disparó las palabras.
-¡¡Chapa, cuanto me cobras por chapistearme mi carro!!
Josef comprendió que el era el “chapa” que el era un “chapa” el nombre que se le decía a los chapistas por aquel entonces, lleno de óxido, con las ropas roídas, heridas en las manos, era un típico chapa con todas las de la ley. Fizz no había llegado y este señor sin duda se dirigía a él.
-¡Dime cuanto!
-Tengo que verlo y saber que es lo que le quieres hacer – contestó Josef con aires de profesionalidad, como había visto a Fizz hablar con los clientes antes de que se sumergieran en un camino largo lleno de agónicas estafas.
-¡Ven ahora mismo, móntate en la parrilla!
Josef evitó reírse, se imaginaba que si esa persona apenas podía con su propio cuerpo como sería con él montado en la parrilla de aquella bicicleta rusa que entre óxidos se veía que alguna vez fue azul mate.
-No, dime la dirección y yo voy mas tarde
-Ta bien, dame un papelito.
Apuntó con toscas letras una dirección y se fue no sin antes impulsarse varias veces con los pies antes de pedalear como si fuera un niño pequeño en un velocípedo sin pedales. Josef se quedó mirando la dirección, era fácil de llegar y además cerca.
vehículo Moscovish ruso
Intentó volver al trabajo pero se había desmoralizado un poco. Fizz le debía mas de cuatro mil pesos cubanos y como 20 dólares entre trabajos realizados, acordados y nunca pagados. Al final él hacía el trabajo mas duro, cortar la chapa, hacer plantillas, doblar chapas, sacar golpes, lijar para pintar y Fizz solo soldaba un poco y pasaba tres horas bebiendo o vanagloriándose de cuan bueno era en esto y aquello. Josef consideró que ya sabía bastante como para arrancar solo, Fizz nunca le dejaba coger la soldadura pero como estaba ausente la mayor parte del tiempo Josef había vencido el miedo que siempre le habían metido en el cuerpo de que eso explotaba a la primera y además con los ruidos que hacía de vez en cuando era como para creérselo, había hecho pruebas en pedazos de chapas desechables. No le iba tan mal. La teoría aprendida le estaba viniendo como anillo al dedo y cada día agradecía también a aquel profesor de la escuela tecnológica Ciudad Libertad que amablemente dedicó su tiempo a enseñarle tan productivo oficio.
Como de costumbre Josef llegó a las nueve al sitio de trabajo. Era la casa de un médico bastante acomodado en el barrio de Miramar. El Moskovish que chapisteaban estaba tan podrido que hacía rato se había pasado de lo que Fizz llamaba presupuesto, presupuesto era ir pidiendo dinero a los dueños para supuestos materiales que después se gastaban en alcohol y algunas cosas mas sórdidas, para después decir que no había alcanzado y pedir más. Gracias a Fizz y a mucha gente como el, el gremio de los Chapistas-mecánicos gozaba de una terrible fama de alcohólicos y estafadores. Esto complacía a Josef en lo mas profundo de su ser porque entendió enseguida que era una desventaja que le permitiría entrar en el negocio sin mucha competencia fuerte.
Ya hacía media hora que Josef cortaba plantillas de chapa y las doblaba para que estuvieran listas para la soldadura cuando se acercó un sujeto en una bicicleta, era un señor muy gordo, lleno de cadenas y anillos de oro que resoplaba el pedaleo como una tortura que se inflingía a si mismo por alguna mala acción. Chorros de sudor le corrían por la frente en lo que gritaba sin decir ni siquiera los buenos días.
-¡¡¡Chapa… chapaaaaa!!!
Josef no entendía todo aquel alboroto tan temprano, soltó las herramientas en el piso y fue a ver que sucedía, el extraño sujeto seguía con las extrañas palabras.
-¡¡Chapaaa…!!!
Cuando estuvo frente a él, el sudoroso y sofocado visitante le disparó las palabras.
-¡¡Chapa, cuanto me cobras por chapistearme mi carro!!
Josef comprendió que el era el “chapa” que el era un “chapa” el nombre que se le decía a los chapistas por aquel entonces, lleno de óxido, con las ropas roídas, heridas en las manos, era un típico chapa con todas las de la ley. Fizz no había llegado y este señor sin duda se dirigía a él.
-¡Dime cuanto!
-Tengo que verlo y saber que es lo que le quieres hacer – contestó Josef con aires de profesionalidad, como había visto a Fizz hablar con los clientes antes de que se sumergieran en un camino largo lleno de agónicas estafas.
-¡Ven ahora mismo, móntate en la parrilla!
Josef evitó reírse, se imaginaba que si esa persona apenas podía con su propio cuerpo como sería con él montado en la parrilla de aquella bicicleta rusa que entre óxidos se veía que alguna vez fue azul mate.
-No, dime la dirección y yo voy mas tarde
-Ta bien, dame un papelito.
Apuntó con toscas letras una dirección y se fue no sin antes impulsarse varias veces con los pies antes de pedalear como si fuera un niño pequeño en un velocípedo sin pedales. Josef se quedó mirando la dirección, era fácil de llegar y además cerca.
vehículo Moscovish ruso
Intentó volver al trabajo pero se había desmoralizado un poco. Fizz le debía mas de cuatro mil pesos cubanos y como 20 dólares entre trabajos realizados, acordados y nunca pagados. Al final él hacía el trabajo mas duro, cortar la chapa, hacer plantillas, doblar chapas, sacar golpes, lijar para pintar y Fizz solo soldaba un poco y pasaba tres horas bebiendo o vanagloriándose de cuan bueno era en esto y aquello. Josef consideró que ya sabía bastante como para arrancar solo, Fizz nunca le dejaba coger la soldadura pero como estaba ausente la mayor parte del tiempo Josef había vencido el miedo que siempre le habían metido en el cuerpo de que eso explotaba a la primera y además con los ruidos que hacía de vez en cuando era como para creérselo, había hecho pruebas en pedazos de chapas desechables. No le iba tan mal. La teoría aprendida le estaba viniendo como anillo al dedo y cada día agradecía también a aquel profesor de la escuela tecnológica Ciudad Libertad que amablemente dedicó su tiempo a enseñarle tan productivo oficio.
Fizz no era mala persona, pero el tiempo de estar con el ya había terminado. Si quería seguir adelante en su propósito debería saltar al próximo paso. Dejó de trabajar y siguió meditando como si se tratara de una estatua congelada en una acción. Saltar al próximo paso, esa era la cuestión. Era ya el mediodía y Fizz no llegaba. Sacó el papel con la dirección del nuevo trabajo y recogió algunas herramientas primordiales, un martillo, un par de tas, unas tijeras hojalateras y las mangueras del grupo de soldadura. Memorizó bien la dirección y se lanzó calle abajo en busca del avance, del próximo paso.
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