martes, 22 de junio de 2010

Josef y La historia del descapotable. (Capitulo 19)

Quizás su costumbre de ver esas cosas insignificantes en las que que nadie gastaba su tiempo, era una de las causas que lo catalogaran como un tipo raro. Josef no miraba como pasaba el tiempo, se entretenía infructuosamente en esas cosas que nos pasan por delante de la vida como una pequeña hoja que cae o el sonido imperceptible de una ola especial que no iba a suceder en millones de años más. Josef por instinto se dio cuenta que los seres humanos somos testigos de cosas hermosas y gigantescas pero estamos tan ocupados mirando las nimiedades del día a día que no disfrutamos del poco tiempo que tenemos.
Por eso la gente lo veía raro, loco, o un poco retrasado. Josef no respondía a los estímulos normales de la avaricia o la ambición. Por eso también le tenía cariño a Fizz un sujeto que estafaba despiadadamente a quien se le cruzara en su camino, Josef le agradecía haberlo aceptado en su cerrado mundo alcohólico como un aprendiz avanzado. Y Fizz, por no se sabe que razones tenía a Josef por un hermano menor al que debía proteger y enseñar lo justo para que no le superase.

Esta parte de la historia es, bastantes capítulos por delante de donde la habíamos dejado. Es esa historia que está latente cuando pasa el tiempo arrasador de memorias y uno no quiere que se borre a toda costa. Hay que saltarse los tiempos y contarla porque corre el riesgo de ser pisoteada por la vida moderna y la genealogía del ser, que es lo que nos lleva a comportarnos como humanos y pisotear la hierba… y todo un planeta entero. Josef, aunque añoraba con todo su ser las azules aguas del bendecido mar costero habanero se había negado a si mismo la vida de pez y se esmeraba en vivir como un ser terrícola, humano como todos demás. A fuerza de tragar humo de chapas quemadas había aprendido a chapistear carros que era una cosa “terrenal”. Lo necesitaba más que nada por esos sueños extraños que le venían en todo momento de esos comportamientos humanos que consistían en tener pareja, en defender un territorio, en soñar con algo. En lo profundo de su ser extrañaba aquellos obscuros momentos en que no pensaba en nada, solo en llegar al día siguiente. Era una vida cavernícola, marítima que por peligrosa o repetida que fuera quizás en otro momento fue una buena vida.

El aire de salitre le llegaba siempre como recordatorio de antiguas pero efectivas opciones. Había que llegar, había que ser humano, terrestre, terrícola, ser como los demás. Se había comprado un carro convertible, inservible. Ese carro, habían dicho los expertos nunca caminaría. El motor estaba hecho piezas en el maletero, el dueño muerto sin ningún tipo de esperanza de poder arreglar aquella documentación pero Sandra dijo que ese era el coche, el de sus sueños, el que ella veía en el autocine de la “novia del mediodía” el de la costa, las tablas de surf, los sueños. Josef seguía inmensamente fiel aquella predicción porque sus sueños estaban puestos en Sandra y cada paso le acercaba a la vida real.

Al cabo de los años Josef logró arreglar ese Buick Special 52 con que el que quizás soñó alguien el día que lo sacó de una agencia de carros lujosos. Pero Sandra ya no estaba. Cosas de la vida. Las cosas buenas nunca se juntan, las malas si. Josef reunió toda la gasolina que pudo y se fue la “novia del mediodía” un cine, del que nuestros padres nos contaban historias. Las camareras en patines desde luego no existían pero en el pequeño mundo de Josef todo era posible. Con solo cerrar los ojos en la destruida pantalla, salió Humprey Bogart con su interminable cigarro. Y besó a Sandra como se besan a los sueños. Con esa suavidad terrible que va a arrasando la tierra por donde pasa. Ese beso que estremece, pero que despide.

No es el fin, se comentó a si mismo cuando se dio cuenta que el día estaba comenzando a desbaratar sus pensamientos. Ese frío que por suerte recuerda estar vivo a los que madrugan por las calles le daba a Josef infinitas caricias. Josef sintió ganas de mar… y de Sandra. Pero no estaban. Ninguno. Bienvenido al mundo real, se dijo a si mismo. Despierta. Nadie sabe el pasado que nos espera. Cuando miró los primeros rayos de sol el resto del mundo desapareció. Estar vivo era una especie de milagro de los días pares. El flamante y destruido Buick arrancó con su fuerza acostumbrada rompiendo cualquier poesía criminal disuelta en la atmosfera. Le llevó a casa. Quizás mañana, pensó Josef, todo será distinto. Lo que pasa es que para ese entonces, ya no seremos los mismos.


La historia del descapotable (Tarda unos segundos en reproducirse...)

1 comentario:

  1. Tu sensibilidad sí que es una de esas cosas hermosas y gigantescas de la vida que hay que pararse a disfrutar.

    A veces las cosas buenas también se juntan, y si no para eso están los sueños ;)

    Te sigo leyendo, un abrazo.

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