lunes, 2 de junio de 2014

Josef y el 1990 cap 198 (Parte 01)

Se estaba acabando el 1989 y Josef no veía ni rastros por ningún sitio ese desarrollo que dicen que vendría. Según su imaginación para el año 2000 ya todos podrían andar en mini naves flotantes como la de Luke Skywalker en la guerra de las galaxias, pero lo que se acercaba era algo terrible según todos decían, algo como una guerra o peor que una guerra. La gran muralla del socialismo estaba a medio derruir y unos viejos pervertidos se aferraban a arrastrar toda la isla de Josef consigo al hambre y la desgracia. Para ese tiempo ya algunos conocidos de Josef se habían comenzado a quedar inválidos o ciegos por falta de algunos nutrientes en la alimentación básica y le llamaban neuritis óptica. Josef se sentía libre de eso, había pasado muchos años de su vida solo comiendo pescado y nunca se había enfermado, en caso de crisis volvería sin mucho esfuerzo a la dieta marina, porque aunque hubiera abandonado un poco esta vida, había guardado con celo todos sus equipos y artes de pesca, como un refugio de malos tiempos, siempre listo para volver a ellos.

Hacía ya 8 años que había visto por última veza la escurridiza y bellísima Habana del Mar, por momentos pensaba que era su imaginación o que había sido un fugaz sueño, de esos que te dejan aferrándote a cosas amadas para llenarte de desencantos y tristeza al despertar y ver que tienes las manos vacías. Josef no había aprendido la lección de que en esta vida, traer a la realidad cosas soñadas, era cuando menos imposible. Seguía cerrando los puños con fuerza en cada despertar para traer objetos de las ensoñaciones y lejos de desanimarse, pensaba que algún día lo lograría, lograría desafiar la imaginación y la realidad materializando cosas que solo existen en ese mundo desconocido y prohibido para todos.
Y llegó el año 1990, la comida principal del día consistía en un vaso de agua con azúcar y los días de buena suerte, un turrón de maní de los que vendían en la esquina del puente de hierro del Vedado. Josef no faltó un día al castillo de la Chorrera donde había visto y perdido a Habana del Mar por última vez teniendo 12 años. No había mirado a mas nadie en su vida y Habana parecía no quitársele de su terca parte moribunda y enfermiza del lado del corazón, donde se llevan los amores.

Todo pasó de pronto.
Chequeos, papeles, médicos, firmas y demás horrores humanos.
Josef estaba teniendo un sueño raro. Oscuro, frío. De pronto abrió los ojos, esta vez con las manos bien abiertas para que todo aquello se fuera o se quedara al menos dentro del mundo de los sueños. Pero el retumbar y el frío le hizo pensar que estaba en mal lugar y en mal momento. Entre luces se veían muchas botas marchando al compás de alaridos salvajes y un olor a sudor y desesperación tremendo. Josef no quería levantar la vista, aquello no era nada bueno y por eso estaba bien guardado en una de sus lagunas, pero vino todo a la mente. Lo había cogido el servicio militar obligatorio.


Entre gritos fue metido en una de las compañías que marchaban y vio de soslayo en su viejo reloj que eran las 5:30 de la madrugada -que habré hecho- Se preguntaba mientras intentaba afinar la vista para ver otras caras pero ninguna era conocida y todas uniformadamente organizadas en un rictus de esclavitud y desesperación. Descubrió que uno de los reclutas lloraba, lloraba como un niño pequeño. De una mala manera sintió cierto alivio, bueno - Pensó - Yo no soy el que está peor aquí.
A los primeros claros ya sabía que había dejado de llamarse Josef, ahora se llamaba 701 y era el numero uno de su fila. En el momento de formar, todo el mundo trató de evadir esa posición y el ajeno a toda maldad se quedó ahí de carne de cañón, por lo que era el numero uno de la compañía 700 y le llamaban 701 o amigablemente 01.

Los días que siguieron, quizás valga la pena contarlos en otra historia, historias de machismos y cosas militares absurdas. Historias de por qué los humanos somos los peores seres sobre la tierra. En esta historia aun quedan algunas cosas buenas que contar.

Cada día después de levantarse y tomar algo raro parecido natilla o pegamento hirviendo con un pedazo de pan, los montaban en unos vehículos militares y los llevaban a un centro de entrenamiento que estaba en un barrio llamado La Coronela, en San Agustín, al oeste de La Habana. Josef, entre tantas cosas malas de ser el primero para todo, esta vez, era privilegiado, porque los hacinaban en camiones para trasladarlos y Josef siempre se ponía pegado a la cabina mirando hacia delante. El aire que le daba en la cara cuando el camión iba al máximo de velocidad le llevaba lejanamente a la libertad, libertad que había perdido injustamente una vez mas, por los designios del sistema putrefacto del país donde vivía.
Los demás compañeros ni le hacían caso, lo daban por medio loco o algo así. Había potenciado por cien su capacidad de abstraerse, meditar y largarse espiritualmente de la situación por la que estaba pasando, a veces incluso ni notaba su desgracia, a veces soñaba tanto despierto, que hasta era feliz. En mas de una ocasión lo miraban asustados al ver como Josef sonreía en medio de cualquier situación horrible a la que eran sometidos a diario en el absurdo entrenamiento militar.


En uno de esos viajes cuando Josef no sabría distinguir si lo que veía en la carretera era verdad o era mentira, vio una cabellera castaña encaracolada en el portal de una de las casas  por donde pasaba. Mayormente esos barrios eran de militares o funcionarios acomodados. De pronto cada nervio y cada músculo de Josef brincó como alcanzado por alto voltaje, entre todo el jolgorio de los reclutas metiéndose con cuanto infeliz se cruzaba en su camino sobresalió un grito desesperado de Josef.

- ¡¡¡HABANAAAAAAAA!!!!!

Se hizo silencio en el camión, de pronto se comenzaron a sentir todos los ruidos de las maderas y los tornillos de la cama. Todos miraban a Josef intentando ver hacia atrás, hacia el camino dejado que hacía cada metro como si le arrancara una tira de esperanza a la piel de Josef.

- ¡¡HABANNNAAAAAAAAA !!!!!!!!!

En una fracción de segundo el grupo de reclutas se abrió en dos, aterrorizados de la mirada de Josef, el camión aminoró en un semáforo de la calle 232 y Josef saltó por los aires desde la parte trasera del camión como si quisiera llegar a algún sitio volando. Nada se lo impedía, es mas, una extraña energía lo hizo saltar mas de la cuenta y caer bastante lejos del camión, si bien hubo tocado tierra comenzó a correr como si su alma se la llevara el diablo, en su cabeza números, cálculos, donde era que la había visto, cuanto tiempo había pasado, en que cuadra, mas desespero. Hasta que llegó. Era una bella casa con un balcón morado lleno de macetas con flores, miró alrededor. No había flores en mas ningún sitio y ahí había visto flores. Llamó a la puerta pero nadie le abría, dio la vuelta por detrás y escaló unos cuartos eléctricos hasta que se asomó por una verja lateral que daba a la parte de atrás de la casa de las flores. Ahí la vio de nuevo pero se llamó a cautela. ¿como explicar que hacía ahí, como había llegado hasta ahí?

¡Esa era Habana! ¡Quizás por su mala alimentación había crecido poco o nada, era la misma niña aunque ahora pudiera tener 19 o 20 años! - los pensamientos atacaban a Josef en lo que trataba de organizar su respiración -¡Era Habana! Habana!- gritaba para dentro de si y a duras penas se escondía detrás de unas sabanas tendidas sin saber que estas mojadas eran casi translucidas, Habana estaba tendiendo ropa y sintió el ruido, lejos de correr o asustarse, como era su costumbre gritó directamente. Josef se estremeció con su voz, esta si había cambiado, era voz de mujer grande, de mujer fuerte.



-¡Quien anda ahí?
- Habana.. - Josef salió detrás de la sabana con lágrimas - ¡Habana cojones! Habana te he estado buscando cada día, te he estado esperando...
- Habana quedó estupefacta, ladeó la cabeza primero a un lado y después al otro - ¿Josef? ¿Josef pescador?
Josef saltó del muro como si la gravedad no fuera con el. Ya nada importaba. Abrazó a Habana aunque notó que el había crecido mucho y Habana se había quedado en niña, tenía los mismos huesitos de siempre, los mismo ojos llenos de bella maldad de siempre, el mismo olor a algas y fondo marino, el mismo sabor de la piel a sal y corales.
Josef la besaba una y otra vez por donde podía, Habana estaba como una roca aunque apretaba hasta el dolor su abrazo a Josef.

-Te tienes que ir... - Susurró.

Josef se congeló, estaba dispuesto a matar, esta vez no se iba a desaparecer de nuevo, se mordió los labios con rabia preguntándose mentalmente que debería hacer en este caso para no perder de nuevo a su Habana, Habana lo empujó separándolo de si - Te tienes que ir Josef, ahora... Vivo con un hombre y está aquí- Habana lo empujó de nuevo pero Josef no se movía, era como si empujara un muro. Habana miró hacia atrás repetidas veces como con miedo, Josef saltó el muro de vuelta y se quedó mirándola un rato desde la altura. Un hombre canoso de unos 50 años agarró a Habana con una mano por las nalgas y la empujó dentro de la casa, era un oficial del ministerio del interior.

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