martes, 3 de junio de 2014

Josef y el 1990 cap 198 (Parte 02)


Poco a poco volvió sobre sus pasos con los puños cerrados. Esta vez no era por querer atrapar un sueño. Esta vez era por querer despojarse de un tirón de uno, a golpes de ser posible. No podía juzgar a Habana, ni el ni nadie sabía sus tribulaciones o como sobrevivió todos estos años. Solo sabía que nunca mas la vio y su vida fue un poco sombría y miserable después de aquello. Por unos segundos antes de bajar del camión militar pensó que había sido bueno que lo cogiera el servicio, si no, nunca hubiera vuelto a ver a Habana. Maldijo una y mil veces su olor a salitre. Le recordaba la sirena que siempre había buscado de niño, le recordaba que una vez se había ahogado dentro de un barco y regresaron esos pensamientos de que nunca debió salir de ahí.
Por extraño que parezca no estaba preocupado por la fuga de su compañía, le daba igual que lo metieran preso o lo que fuera. Buscó en su bolsillo, solo tenía 5 pesos y se compró uno de esos turrones de maní empalagosos y azucarados. Se sentó al borde de la calle y entre ruidos de guaguas pensó que era el momento de no volver atrás. De dejar la tierra de nuevo, desobedecer. Maldijo cada uno de los santos que había escuchado algunas vez en su vida, de esta lista tampoco se salvaron todos los dioses conocidos, actuales y extintos. Tiró el turrón que le quedaba y regresó a la casa morada de las flores dispuesto a todo.
Por el camino iba pensando un plan, no les hacía falta nada, nunca habían tenido nada mas que ellos mismos. Era la hora de volver para siempre sin juzgar, sin criticar ni pensar en nada. Hubiera lo que hubiera pasado el no estuvo ahí para ayudar ni solucionar nada. Como siempre con Habana, borrón y cuenta nueva.

Regresó por el patio donde antes estuvo y ya el sol estaba rajando las piedras poco antes de las 11 de la mañana. Se sentó en el borde del patio donde había visto a Habana a esperar que algo sucediera según su plan.

No pasó media hora en que estaba profundamente dormido. Aquellas estúpidas madrugadas marchando lo tenían en un estado de desgaste total, además, el tiempo que hacía que no tocaba el mar lo tenía sumido en una depresión oculta que le vaciaba el cuerpo de energías. Siempre estaba intentando dormir o durmiéndose por todos los rincones, como si la única cura a aquella situación fuera dormir para que pasara mas rápido el tiempo.

Alguien lo zarandeó levemente por el hombro. Estaba soñando que nadaba entre delfines y una leve sonrisa asomaba, fue arrebatado del mar de sus sueños a la realidad, pero cuando abrió los ojos la sonrisa cambió en risa -¡Habana! ¡Habana mía! vine por ti, no quiero perderte, te quiero toda! ¡Quiero darte toda mi vida!- Habana lo calló con un beso y lo ayudó a incorporarse  -¡Corre!- Le dijo casi al oído, espérame en 232 y 25. Josef no discutió nada mas. Arrancó corriendo como nunca en su vida a la dirección acordada. Por el camino recordó que Habana hacía esas jugarretas antes de desaparecer y paró en seco. - Ya no puedo hacer mas, no puedo hacer mas- se repetía a si mismo como preparándose para lo peor.
Miró alrededor. Muchas personas tratando de coger guaguas que nunca pasaban o pasaban con tantas personas colgadas en las puertas que parecía un circo. Gente sobreviviendo, comiéndose entre si, empujándose, luchando por llegar a algo o algún sitio. Gente esperando sin mirada, recostada, gente que no sabía lo que pasaba ni por su corazón ni por el de ellos mismos.

-¡¡¡Josef!!!- Se escuchó un grito por sobre todo el murmullo de los supervivientes. Josef corrió, era Habana que aguantaba abierta la puerta de un taxi almendrón atestado ya de gente -¡Monta!- No tengo dinero- ripostó Josef- Monta, yo tengo.
Apretados dentro del carro se cogieron las manos, entre el sudor del medio día y los nervios ambos estaban temblando. Los demás pasajeros ajenos hacían sus historias personales cada vez a viva voz. Para Josef y Habana nada estaba sucediendo, estaban solos en un mundo desenfocado y lento. Un mundo emocionante y nuevo, de nuevo. Aventuras que vendrían, cosas buenas y malas, no importaba. Todo iba a salir bien como quiera que fuera.
-¿Donde se quedan ustedes muchachos?- Preguntó el anciano que manejaba aquel cacharro humeante ya tomando la calle 31 de Marianao.
- Al este, lo mas al este que pueda, cerca del mar- Dijo Josef con toda seguridad.
- Yo viro en cuanto cruce el túnel de línea.
- Ahí mismo nos quedamos, es bastante al este para mi.
- Bueno, todo el mundo me dice que lo deje en una calle, si ustedes dicen que al este, pues al este, mientras me paguen- Habana le pagó inmediatamente para aplacar nervios, el chofer dio las gracias y aceleró. En poco tiempo el carro era devorado por el túnel de Línea y pasaba otro capitulo de esta historia.


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