El agua empezó a entrar por la boca y la nariz simultáneamente. No dio tiempo a evitar que se colara una porción del salado líquido en sus pulmones. Se puso de pie como un resorte y comenzó a expectorar violentamente con una mano puesta en la garganta y la otra sujetando un roído saco de yute amarrado a una cuerda que contenía en su interior una bolsa de nylon con algunas pertenencias. Después de estar casi dos horas tratando de vomitar contrayendo el abdomen casi hasta aplastarse a si mismo solo logró que unas hirvientes gotas de ácido espumoso le salieran por la boca. Se agachó y el agua le llegó por la cintura. Con la mano libre y en forma de cuenco se mojó la cabeza y se llevó un poco de agua a la boca –salada como el coño e su madre- pensó en voz baja –me estoy disecando poco a poco. En ese momento varias gotas dejaron su pelo para abrir surcos de dolor en su espalda quemada. Hizo un sonido de siseo con la boca, mas por respuesta mecánica que por el dolor. Llevaba varios días en estas circunstancias y casi se podía decir que se estaba adaptando. Revisó la bolsa de nylon que hacía de mochila de pertenencias y a la vez era una almohada vital pues no había visto tierra firme desde que salió a caminar por ese mar infinito que casi lo cocinaba vivo. Cada noche se amarraba la cabeza a la bolsa inflada y solo así podía dormir un poco mientras los peces no empezaran a molestarlo o las piernas no le rozaran con algún coral de fuego que a veces casi afloraban y daba la sensación de tener la parte afectada en las mismísimas calderas del infierno. La ropa se le había desecho y gracias a algo que sus zapatos aun existían – por que si no- pensó un instante revisándose a si mismo como cada día- me mato aquí mismo ¿Cómo pudiera matarme? ¿Y si me rindo? No quiero sufrir más ¿Por qué no hay tierra? ¿Por qué esta poca profundidad por kilómetros y kilómetros? ¿Por qué esta calma? Me gustaría nadar un poco pero me rozaría el cuerpo o las rodillas con el fondo, nada, que tengo que caminar y seguir el rumbo so pena de dar vueltas como un condenado. Algún día llegaré pero ¿adonde? ¿A tierra? O al verdadero océano, al menos quizás pase un barco y soy capaz de soportar que se burlen de mi con tal que me lleven a algún lugar seco sea cual fuere. Si, porque esto es como una burla días y días caminando sin ver tierra y con el agua a la rodilla. A lo mejor estoy caminando por la plataforma de algún continente ¡ que coño será esto? Mi isla no tiene plataforma así y mucho menos la Habana ¿que coño será esto? –se estiró un poco, carraspeó y escupió varias veces intentando buscar una estrella en el cielo. Ya no se veía ninguna, estaba aclarando. El mar azul verdoso con el borde rojizo aseguraba una hermosa calma para ese día.
- ¡me caguendiez! No pude ver la estrella, ahora tendré que esperar a que el sol asome para poder ver donde está el este y seguir mi rumbo al sur, al sur debe estar Cuba, pues se supone que yo salí de la costa norte de la habana por el malecón no? Solo que desde que toqué el agua se desaparecieron todas las costas y el agua no ha dejado de darme por la rodilla desde hace días. Yo no caminé al norte ni al este ni al oeste yo solo me tiré al agua para bañarme un poco como cada día y cuando me viré no vi mas tierra. He perdido la cuenta de cuantos días llevo caminando. Yo no quería irme, ni a Miami ni a México ni a ningún cabrón país yo solo quiero llegar a mi casa ¡donde esta mi casa!
La voz no fue escuchada casi ni por el mismo. Se perdía entre el ruido de las pequeñas olas y la brisa del amanecer sin penas ni glorias contradiciendo aquello de que nada esta oculto entre cielo y tierra, debió ser por que en este caso había cambiado el segundo elemento. Cuando cayó en cuenta de que gritar no le iba a resolver nada reparó en que sus pies ya llevaban rato caminando como si un sistema independiente del cerebro les obligara a caminar sin parar con una perfecta cadencia mecánica que asemejaba una gran maquinaria bípeda, se sonrió un poco al pensar que el no era más que un muñeco accionado por un dueño que ahora le apetecía tan solo verlo caminar y caminar sin parar, pero el dueño ¿Quién sería? -¿dios?- dijo en voz baja pero subió el tono violentamente -¡me cago en dios! ¿Porque estoy aquí?¡¡que pasa!!- se acordó de un pasaje de la odisea y se sintió Ulises regresando o buscando su casa, alzó los brazos y grito otra vez al viento - ¡no te necesito dios, me cago en ti! ¿Me oístes?, bueno… Ulises no dijo lo segundo- sonrió como quien acaba de hacer una maldad pero la sonrisa pronto se convirtió en una expresión de miedo -¿y si dios existe? ¿Y si me esta mirando? Creo que no es buen momento para burlarse de dios, pero igual, no puedo estar peor- miró en la superficie los restos podridos de un pez que era devorado por otros pequeños peces –coñó- meditó sobre la cuestión – si puedo estar peor. Bien peor. A decir verdad hasta ahora no me ha pasado nada realmente malo- miró al cielo otra vez y ya la luz le molestaba, solo se oía el ruido de sus piernas mecánicas abriendo el agua a cada paso.
-dios - dijo como humillado – perdóname ý si estás ahí y sácame de esto ¡si no quieres que te……!¡no!...Fue un chiste y a mi me da gracia, yo creo en ti dios pero imagínate, soy cubano, no puedo dejar de blasfemar y burlarme de todo ¿tu nos entiendes verdad ¿o será por eso que nos llevas como nos llevas? No creo, en el fondo tu también eres bueno aunque a veces seas un poco HP, dios aprieta pero no ahoga – se rió a carcajadas desencajándose a si mismo como un muñeco de resortes- ¡¡pero como aprietas cojones!!- volvió a mirarse los pies, ahí estaban un paso tras otro un paso tras otro con una cadencia perfecta –como una maquina- pensó –no fallan, un dos, un dos, un dos un…..coñó que hambre…pero no voy a parar, al mediodía almuerzo, tengo que abrirle otro hueco al cinto, menos mal que es de tela, la cosa no esta tan jodía chico, está negra pero no está tan jodía- decía esto y se reía para si un poco, un pensamiento lo tranquilizó a pesar de llevar muchas horas caminando-
- al menos me río.
II
Ya el sol estaba casi encima del todo. El mediodía era la hora de parar por dos cosas, el temor a perderse al no saber con el sol en la cabeza adonde quedaban los puntos cardinales y porque era la hora de pescar y tomar agua. Repitió la misma operación aprendida días atrás por la necesidad de sobrevivir. Pidió a todo lo que existiera encontrar tierra aunque fuera una isla desierta para dormir seco aunque sea una vez y miró alrededor, cosa que apenas hacía, porque se pasaba los días enteros caminando y mirando la maquinaria de sus pies como hacían su función ininterrumpidamente, deseando cuando levantara la cabeza ver el mismo punto donde había partido que era la playita de la calle 16 en el Vedado al lado del castillo de la chorrera en el malecón Habanero o al menos una vulgar roca sobresaliente donde dormir y seguir al otro día su camino. Se preguntaba a si mismo si encontrase una roca, si al siguiente día la dejaría o se quedaría por el miedo al infinito para siempre castigado en ese pedazo de tierra –creo que si- se contestó a si mismo. La convicción de llegar a algún lugar más fuerte que un pedazo de piedra en medio del mar aun la tenía clara aunque había que llegar a ver dado el momento que se hacía en realidad. A lo lejos se oían de vez en cuando unos chapoteos inmensos como si fueran grandes peces revolviendo el agua -¿serán tiburones?...ni pensar en eso… mejor pienso en otra cosa, esto no es un pensamiento apropiado para esta situación- sonrió un poco pero sus cejas dejaron advertir el miedo - a la la la la- tarareo como para romper la imagen de la película vista años atrás en que un tiburón casi se come un barco, terminó el recorrido visual y al no ver tierra alguna ni indicios de ella si se desaparecieron un poco las ideas anteriores y dio paso a la desesperación. El corazón empezó a latir de una forma incomoda y todas las quemaduras a arder, la garganta a secarse – no hay tierra, ¡no hay tierra!- como si su propio pensamiento fuera enormemente sádico y disfrutara con ello, como si el cerebro lo castigara por un simple baño en la costa habanera.
No hay tierra, decía sacando del nylon 2 platos plásticos, algunos hilos y un pedazo de rama de un árbol encontrada como todas sus pertenencias flotando en el infinito a la deriva. Puso manos a la obra a la tarea de todos los días de con el palo romper algunos erizos que metía dentro de la bolsa de nylon y hundirla hasta que se llenaba de agua. Entonces por su transparencia se desaparecía de la vista. Los peces atraídos por el olor de los erizos mutilados entraban en la bolsa y eran atrapados con manos cruelmente hambrientas que les daban muerte en poco tiempo. Ninguno era mayor de tamaño que un dedo anular pero con varios de estos ya tenía para todo el día. El sabor amargo de su carne ya estaba empezando a parecer agradable incluso se aventuraba con algunas vísceras a ver si se le cambiaba el sabor de alguna manera. Después en lo que engullía los peces con la misma bolsa de nylon extendida sobre la superficie del agua con tanto sol se evaporaba una pequeña parte que recogida hábilmente con el plato servía de ayuda para no morir de sed ese día. En los primeros momentos intentó tomar agua salada pero le provocó trastornos tan graves que estaba decidido a morir si no encontraba la forma de conseguir agua que al menos no tuviera tantas sales. No se podía evitar hacer comparaciones con los primeros días y ahora, a no ser que hubiera una tormenta o perdiera sus pertenencias todo estaba bajo control. El agua, la comida aunque justa y escasa estaba en sus manos, dormir también, las cosas básicas así que por segundos hasta se consideraba afortunado pero estos estados de ánimos eran como las pequeñas y aburridas olas que iban y venían, un rato bien y otro rato dejado a la histeria, los gritos y el desespero. Por suerte los pies estaban bien. Se preguntaba curiosamente quien en la tierra se preguntaba y agradecía que sus pies estuvieran bien. A el no le interesaba la bolsa de wall street ni el football ingles, solo quería y codiciaba que sus pies no le fallaran, y lo otro que no estaba en sus manos que era llegar.
III
Anduvo unos diez o doce días por su cuenta mental, o peor, no lo tenía claro, de hecho no tenía donde llegar ni sabía si iba a llegar a algún lugar en algún momento de si rara vida. Ya había aprendido que peces eran más deliciosos que otros a la hora de comer, incluso el grado de especialización en la pesca ya le permitía escoger la especie deseada y algunos habían sido bautizados como pez verde, el gordo, el rayado, el preso. Un día llegó a un lugar arenoso y gozó inmensamente quitándose los zapatos y restregando los pies en la arena a manera de un masaje que recuerda como las sensaciones más ricas de su vida. A veces tropezaba y caía de cara al agua y se dejaba caer o flotaba como un madero con intención de que una corriente lo llevara a algún lado pero era inexistente. Su única responsabilidad era no volver sobre sus pasos. Aunque tantos días sin encontrar tierra le hacían dudar de si había cogido el camino correcto desde un principio. Ya no podía volverse atrás. Volverse atrás era garantizar esos doce o diez días que tenía en mente de camino perdido, como una esperanza perdida aunque a veces entraba en violentas discusiones consigo mismo. Se odiaba por haberse tirado al mar ese día raro. Tampoco pasaba ningún avión ni barco ni nada que le pareciese humano excepto alguna botella mohosa o algún pedazo de plástico. De pronto cayó en cuenta que extrañaba el fuego. Aunque en el país que vivía la mayoría del tiempo uno se ahogaba de calor, ahora un buen fuego seria bienvenido. Recordaba que en algunas casas de Cuba que había visitado, a manera de decoración u ostentación había estufas de leña empotradas a la pared como mismo se pudieran encontrar en Alemania o Suecia. Ahora no se burlaría, a pesar del calor encendería un buen fuego y respiraría un aire caliente desecho de humedad que seria muy bienvenido. Cada vez que veía una mancha blanca en el fondo era lo que el llamaba un arenazo. Momento de quitarse los zapatos y remover la arena con los pies, dulce masaje a sus maquinarias. Los zapatos ya estaban del color que alguna vez fue la piel sintética. -Menos mal que me tiré al agua con ellos por los erizos- pensó. Después de disfrutar un poco en cada arenazo seguía la maquina un paso, dos, un paso, dos, un paso, dos. Sin parar, sin fallar. Aprendió también que si ponía las manos sobre sus cejas a manera de visera y metía un poco la cabeza en el agua casi veía como si tuviese una careta, así pudo detectar donde pudiera haber langostas, cangrejos y pulpos y variar su dieta. Estos últimos eran durísimos e insaboros pero le mantenían mascando un buen rato como si fuera un chiclet y era un buen entretenimiento. Por las noches seguían esos ruidos de peces grandes que asustaban y apenas le dejaban dormir, no quería preguntarse que eran, se lo tenia prohibido a si mismo. Los amaneceres empezaron a ser hermosos, cada día más hermosos. Se detenía a mirar cada rayo, a contar los matices de colores. Nunca había reparado en que un amanecer o atardecer puede tener cientos de colores hasta donde podía contar. El mar se hacia una fiesta de ellos rojos, violetas, anaranjados, azules de todos los matices le hacían mirar por horas y esperar cada día que el sol se escondiera o saliera para disfrutar como cuando se sentaba a mirar la mejor de las películas en un cine, cosa que no echaba de menos, no extrañaba la ciudad, ni la gente, ni los carros, ni el ruido. Cada día su posición era mas sublime en cuanto a tranquilidad. Cada día había más belleza en su desgracia. Más dejadez por las metas o el futuro. Llegó un momento en que dejó de querer encontrar la tierra. Dormir en el mar era la mejor forma de dormir que pudiera experimentar ser humano alguno, tanta paz, tanta ausencia de problemas, todo resuelto, ya sin miedos, sin metas. Dejó de caminar del todo. Estuvo un par de días en el arenazo. Su pequeño pedazo de cuerda le sirvió para atarse un tobillo a una piedra así la corriente de la noche no lo movería de ese rico arenazo abundante de peces y amaneceres.
Esa noche se durmió en paz por primera vez en toda esta epopeya. Soñó con los amaneceres más lindos del mundo. Tuvo también un sueño erótico con sirenas que hacía tiempo estaban haciendo lugar en su imaginación. Estas, a pesar de tener cola de pez sucumbían a caricias terrenales y se convertían en hermosas mujeres con deseos de amor y abrazos, sus cuerpos eran calientes, dóciles y fuertes a la vez, además murmuraban cosas en el más antiguo de los idiomas con una dulzura que no competía ni los colores del mundo ni las riquezas. Su pelo enredado en algas lo arropaba como una manta caliente llena de vida y tenían un olor a mar, a muerte, a lino y a podredumbre que le excitaba hasta el ultimo poro. Se pasó la noche entera haciendo el amor ferozmente con todas las que venían en su camino y sus pies no le fallaban en caminar para buscar otra y otra. En el sueño por momentos descubría ricas islas llenas de árboles y riachuelos dulces alrededor de su camino pero no abandonaba el mar ni sus sirenas. Ni por un segundo pensaría para el resto de sus días salir de esa cristalina agua que le susurraba poder y vida. Más nunca pensó ni con todos los continentes que se cruzaran en su camino volver a la tierra, a los amaneceres polucionados, al ruido y la sequedad. A pedir limosna, a pedir permiso, a trabajar. Sus riquezas, el saco, el plato y la cuerda lo era todo. Empezó el frío, señal de amanecer. Se despertó con la excitación de todos los días. Se arrodilló en la arena y se enjuagó la boca con sorbos de tibia agua de mar de amanecer. Al pararse adonde el sol asomaba gritó con los brazos abiertos en forma de cruz.
¡quiero vivir aquí!
Le dio olor a humo. Básicamente a humo de escape de carros. Un ruido horrible perforó sus oídos. Si, estaba amaneciendo. Pero al otear el horizonte como cada día solo vio edificios, gente yendo para el trabajo. Carros pitando, humos, maltratos. El agua le seguía llegando por la cintura pero nadie reparó en ese hombre que a las seis de la mañana salía del agua de la orilla del malecón. Pudiera haber sido cualquier pescador. Se sentó en lo más alto del muro y un pobre amanecer encarbonado se presentó ante sus ojos. Apenas podía caminar, se sentía pesado y las máquinas de sus pies le dolían mucho. Pasó un día llorando, y dos, y tres. Al cuarto con su bolsa plástica atrapó unos peces y los comió como de costumbre. Varias personas intentaron sacarlo del mar pero no lo lograron. Era más hábil que un pez y dándose cuenta de esto empezó a alejarse de la orilla, pero en horas y horas nadando no logró dejar de ver los edificios. Además ya no caminaba, nadaba porque el mar estaba negro de profundo. Bajó sin apenas coger aire para intentar coger fondo, se le acababa pero seguía para abajo. Nadie lo echó en falta. Unas sirenas vinieron a buscarle. No volvió más. Y mucho menos se preguntaba porque había sido todo esto.
- ¡me caguendiez! No pude ver la estrella, ahora tendré que esperar a que el sol asome para poder ver donde está el este y seguir mi rumbo al sur, al sur debe estar Cuba, pues se supone que yo salí de la costa norte de la habana por el malecón no? Solo que desde que toqué el agua se desaparecieron todas las costas y el agua no ha dejado de darme por la rodilla desde hace días. Yo no caminé al norte ni al este ni al oeste yo solo me tiré al agua para bañarme un poco como cada día y cuando me viré no vi mas tierra. He perdido la cuenta de cuantos días llevo caminando. Yo no quería irme, ni a Miami ni a México ni a ningún cabrón país yo solo quiero llegar a mi casa ¡donde esta mi casa!
La voz no fue escuchada casi ni por el mismo. Se perdía entre el ruido de las pequeñas olas y la brisa del amanecer sin penas ni glorias contradiciendo aquello de que nada esta oculto entre cielo y tierra, debió ser por que en este caso había cambiado el segundo elemento. Cuando cayó en cuenta de que gritar no le iba a resolver nada reparó en que sus pies ya llevaban rato caminando como si un sistema independiente del cerebro les obligara a caminar sin parar con una perfecta cadencia mecánica que asemejaba una gran maquinaria bípeda, se sonrió un poco al pensar que el no era más que un muñeco accionado por un dueño que ahora le apetecía tan solo verlo caminar y caminar sin parar, pero el dueño ¿Quién sería? -¿dios?- dijo en voz baja pero subió el tono violentamente -¡me cago en dios! ¿Porque estoy aquí?¡¡que pasa!!- se acordó de un pasaje de la odisea y se sintió Ulises regresando o buscando su casa, alzó los brazos y grito otra vez al viento - ¡no te necesito dios, me cago en ti! ¿Me oístes?, bueno… Ulises no dijo lo segundo- sonrió como quien acaba de hacer una maldad pero la sonrisa pronto se convirtió en una expresión de miedo -¿y si dios existe? ¿Y si me esta mirando? Creo que no es buen momento para burlarse de dios, pero igual, no puedo estar peor- miró en la superficie los restos podridos de un pez que era devorado por otros pequeños peces –coñó- meditó sobre la cuestión – si puedo estar peor. Bien peor. A decir verdad hasta ahora no me ha pasado nada realmente malo- miró al cielo otra vez y ya la luz le molestaba, solo se oía el ruido de sus piernas mecánicas abriendo el agua a cada paso.
-dios - dijo como humillado – perdóname ý si estás ahí y sácame de esto ¡si no quieres que te……!¡no!...Fue un chiste y a mi me da gracia, yo creo en ti dios pero imagínate, soy cubano, no puedo dejar de blasfemar y burlarme de todo ¿tu nos entiendes verdad ¿o será por eso que nos llevas como nos llevas? No creo, en el fondo tu también eres bueno aunque a veces seas un poco HP, dios aprieta pero no ahoga – se rió a carcajadas desencajándose a si mismo como un muñeco de resortes- ¡¡pero como aprietas cojones!!- volvió a mirarse los pies, ahí estaban un paso tras otro un paso tras otro con una cadencia perfecta –como una maquina- pensó –no fallan, un dos, un dos, un dos un…..coñó que hambre…pero no voy a parar, al mediodía almuerzo, tengo que abrirle otro hueco al cinto, menos mal que es de tela, la cosa no esta tan jodía chico, está negra pero no está tan jodía- decía esto y se reía para si un poco, un pensamiento lo tranquilizó a pesar de llevar muchas horas caminando-
- al menos me río.
II
Ya el sol estaba casi encima del todo. El mediodía era la hora de parar por dos cosas, el temor a perderse al no saber con el sol en la cabeza adonde quedaban los puntos cardinales y porque era la hora de pescar y tomar agua. Repitió la misma operación aprendida días atrás por la necesidad de sobrevivir. Pidió a todo lo que existiera encontrar tierra aunque fuera una isla desierta para dormir seco aunque sea una vez y miró alrededor, cosa que apenas hacía, porque se pasaba los días enteros caminando y mirando la maquinaria de sus pies como hacían su función ininterrumpidamente, deseando cuando levantara la cabeza ver el mismo punto donde había partido que era la playita de la calle 16 en el Vedado al lado del castillo de la chorrera en el malecón Habanero o al menos una vulgar roca sobresaliente donde dormir y seguir al otro día su camino. Se preguntaba a si mismo si encontrase una roca, si al siguiente día la dejaría o se quedaría por el miedo al infinito para siempre castigado en ese pedazo de tierra –creo que si- se contestó a si mismo. La convicción de llegar a algún lugar más fuerte que un pedazo de piedra en medio del mar aun la tenía clara aunque había que llegar a ver dado el momento que se hacía en realidad. A lo lejos se oían de vez en cuando unos chapoteos inmensos como si fueran grandes peces revolviendo el agua -¿serán tiburones?...ni pensar en eso… mejor pienso en otra cosa, esto no es un pensamiento apropiado para esta situación- sonrió un poco pero sus cejas dejaron advertir el miedo - a la la la la- tarareo como para romper la imagen de la película vista años atrás en que un tiburón casi se come un barco, terminó el recorrido visual y al no ver tierra alguna ni indicios de ella si se desaparecieron un poco las ideas anteriores y dio paso a la desesperación. El corazón empezó a latir de una forma incomoda y todas las quemaduras a arder, la garganta a secarse – no hay tierra, ¡no hay tierra!- como si su propio pensamiento fuera enormemente sádico y disfrutara con ello, como si el cerebro lo castigara por un simple baño en la costa habanera.
No hay tierra, decía sacando del nylon 2 platos plásticos, algunos hilos y un pedazo de rama de un árbol encontrada como todas sus pertenencias flotando en el infinito a la deriva. Puso manos a la obra a la tarea de todos los días de con el palo romper algunos erizos que metía dentro de la bolsa de nylon y hundirla hasta que se llenaba de agua. Entonces por su transparencia se desaparecía de la vista. Los peces atraídos por el olor de los erizos mutilados entraban en la bolsa y eran atrapados con manos cruelmente hambrientas que les daban muerte en poco tiempo. Ninguno era mayor de tamaño que un dedo anular pero con varios de estos ya tenía para todo el día. El sabor amargo de su carne ya estaba empezando a parecer agradable incluso se aventuraba con algunas vísceras a ver si se le cambiaba el sabor de alguna manera. Después en lo que engullía los peces con la misma bolsa de nylon extendida sobre la superficie del agua con tanto sol se evaporaba una pequeña parte que recogida hábilmente con el plato servía de ayuda para no morir de sed ese día. En los primeros momentos intentó tomar agua salada pero le provocó trastornos tan graves que estaba decidido a morir si no encontraba la forma de conseguir agua que al menos no tuviera tantas sales. No se podía evitar hacer comparaciones con los primeros días y ahora, a no ser que hubiera una tormenta o perdiera sus pertenencias todo estaba bajo control. El agua, la comida aunque justa y escasa estaba en sus manos, dormir también, las cosas básicas así que por segundos hasta se consideraba afortunado pero estos estados de ánimos eran como las pequeñas y aburridas olas que iban y venían, un rato bien y otro rato dejado a la histeria, los gritos y el desespero. Por suerte los pies estaban bien. Se preguntaba curiosamente quien en la tierra se preguntaba y agradecía que sus pies estuvieran bien. A el no le interesaba la bolsa de wall street ni el football ingles, solo quería y codiciaba que sus pies no le fallaran, y lo otro que no estaba en sus manos que era llegar.
III
Anduvo unos diez o doce días por su cuenta mental, o peor, no lo tenía claro, de hecho no tenía donde llegar ni sabía si iba a llegar a algún lugar en algún momento de si rara vida. Ya había aprendido que peces eran más deliciosos que otros a la hora de comer, incluso el grado de especialización en la pesca ya le permitía escoger la especie deseada y algunos habían sido bautizados como pez verde, el gordo, el rayado, el preso. Un día llegó a un lugar arenoso y gozó inmensamente quitándose los zapatos y restregando los pies en la arena a manera de un masaje que recuerda como las sensaciones más ricas de su vida. A veces tropezaba y caía de cara al agua y se dejaba caer o flotaba como un madero con intención de que una corriente lo llevara a algún lado pero era inexistente. Su única responsabilidad era no volver sobre sus pasos. Aunque tantos días sin encontrar tierra le hacían dudar de si había cogido el camino correcto desde un principio. Ya no podía volverse atrás. Volverse atrás era garantizar esos doce o diez días que tenía en mente de camino perdido, como una esperanza perdida aunque a veces entraba en violentas discusiones consigo mismo. Se odiaba por haberse tirado al mar ese día raro. Tampoco pasaba ningún avión ni barco ni nada que le pareciese humano excepto alguna botella mohosa o algún pedazo de plástico. De pronto cayó en cuenta que extrañaba el fuego. Aunque en el país que vivía la mayoría del tiempo uno se ahogaba de calor, ahora un buen fuego seria bienvenido. Recordaba que en algunas casas de Cuba que había visitado, a manera de decoración u ostentación había estufas de leña empotradas a la pared como mismo se pudieran encontrar en Alemania o Suecia. Ahora no se burlaría, a pesar del calor encendería un buen fuego y respiraría un aire caliente desecho de humedad que seria muy bienvenido. Cada vez que veía una mancha blanca en el fondo era lo que el llamaba un arenazo. Momento de quitarse los zapatos y remover la arena con los pies, dulce masaje a sus maquinarias. Los zapatos ya estaban del color que alguna vez fue la piel sintética. -Menos mal que me tiré al agua con ellos por los erizos- pensó. Después de disfrutar un poco en cada arenazo seguía la maquina un paso, dos, un paso, dos, un paso, dos. Sin parar, sin fallar. Aprendió también que si ponía las manos sobre sus cejas a manera de visera y metía un poco la cabeza en el agua casi veía como si tuviese una careta, así pudo detectar donde pudiera haber langostas, cangrejos y pulpos y variar su dieta. Estos últimos eran durísimos e insaboros pero le mantenían mascando un buen rato como si fuera un chiclet y era un buen entretenimiento. Por las noches seguían esos ruidos de peces grandes que asustaban y apenas le dejaban dormir, no quería preguntarse que eran, se lo tenia prohibido a si mismo. Los amaneceres empezaron a ser hermosos, cada día más hermosos. Se detenía a mirar cada rayo, a contar los matices de colores. Nunca había reparado en que un amanecer o atardecer puede tener cientos de colores hasta donde podía contar. El mar se hacia una fiesta de ellos rojos, violetas, anaranjados, azules de todos los matices le hacían mirar por horas y esperar cada día que el sol se escondiera o saliera para disfrutar como cuando se sentaba a mirar la mejor de las películas en un cine, cosa que no echaba de menos, no extrañaba la ciudad, ni la gente, ni los carros, ni el ruido. Cada día su posición era mas sublime en cuanto a tranquilidad. Cada día había más belleza en su desgracia. Más dejadez por las metas o el futuro. Llegó un momento en que dejó de querer encontrar la tierra. Dormir en el mar era la mejor forma de dormir que pudiera experimentar ser humano alguno, tanta paz, tanta ausencia de problemas, todo resuelto, ya sin miedos, sin metas. Dejó de caminar del todo. Estuvo un par de días en el arenazo. Su pequeño pedazo de cuerda le sirvió para atarse un tobillo a una piedra así la corriente de la noche no lo movería de ese rico arenazo abundante de peces y amaneceres.
Esa noche se durmió en paz por primera vez en toda esta epopeya. Soñó con los amaneceres más lindos del mundo. Tuvo también un sueño erótico con sirenas que hacía tiempo estaban haciendo lugar en su imaginación. Estas, a pesar de tener cola de pez sucumbían a caricias terrenales y se convertían en hermosas mujeres con deseos de amor y abrazos, sus cuerpos eran calientes, dóciles y fuertes a la vez, además murmuraban cosas en el más antiguo de los idiomas con una dulzura que no competía ni los colores del mundo ni las riquezas. Su pelo enredado en algas lo arropaba como una manta caliente llena de vida y tenían un olor a mar, a muerte, a lino y a podredumbre que le excitaba hasta el ultimo poro. Se pasó la noche entera haciendo el amor ferozmente con todas las que venían en su camino y sus pies no le fallaban en caminar para buscar otra y otra. En el sueño por momentos descubría ricas islas llenas de árboles y riachuelos dulces alrededor de su camino pero no abandonaba el mar ni sus sirenas. Ni por un segundo pensaría para el resto de sus días salir de esa cristalina agua que le susurraba poder y vida. Más nunca pensó ni con todos los continentes que se cruzaran en su camino volver a la tierra, a los amaneceres polucionados, al ruido y la sequedad. A pedir limosna, a pedir permiso, a trabajar. Sus riquezas, el saco, el plato y la cuerda lo era todo. Empezó el frío, señal de amanecer. Se despertó con la excitación de todos los días. Se arrodilló en la arena y se enjuagó la boca con sorbos de tibia agua de mar de amanecer. Al pararse adonde el sol asomaba gritó con los brazos abiertos en forma de cruz.
¡quiero vivir aquí!
Le dio olor a humo. Básicamente a humo de escape de carros. Un ruido horrible perforó sus oídos. Si, estaba amaneciendo. Pero al otear el horizonte como cada día solo vio edificios, gente yendo para el trabajo. Carros pitando, humos, maltratos. El agua le seguía llegando por la cintura pero nadie reparó en ese hombre que a las seis de la mañana salía del agua de la orilla del malecón. Pudiera haber sido cualquier pescador. Se sentó en lo más alto del muro y un pobre amanecer encarbonado se presentó ante sus ojos. Apenas podía caminar, se sentía pesado y las máquinas de sus pies le dolían mucho. Pasó un día llorando, y dos, y tres. Al cuarto con su bolsa plástica atrapó unos peces y los comió como de costumbre. Varias personas intentaron sacarlo del mar pero no lo lograron. Era más hábil que un pez y dándose cuenta de esto empezó a alejarse de la orilla, pero en horas y horas nadando no logró dejar de ver los edificios. Además ya no caminaba, nadaba porque el mar estaba negro de profundo. Bajó sin apenas coger aire para intentar coger fondo, se le acababa pero seguía para abajo. Nadie lo echó en falta. Unas sirenas vinieron a buscarle. No volvió más. Y mucho menos se preguntaba porque había sido todo esto.
prometo terminar las dos historias este fin de semana
ResponderEliminarpor favorrrrrrrr termínala, está buenísima,
ResponderEliminarun beso mucha suerte y mucha magia...
Oye me mataste con ese final, ya había pensado en un posible título pero ahora tengo que seguir pensando...
ResponderEliminarUn beso y más magia de escritor, de artista, que tienes mucha...
La verdad es que no tenia ni idea de como iba a terminar esto, el principio lo cogí de un sueño, pero la musa no quiso contarme como terminaba así que te confieso que estoy desmedidamente descontento con esta historia.
ResponderEliminarYo había pensado en "Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde" pero si se queda en el mar hay que buscar otro, ese servía si regresaba a tierra firme, pero ahora ya no vale, a mí me gustó mucho, creo que solo tendrías que darle un repasón a la parte que agregaste, que por cierto tal vez debas distinguirla con otro color para saber por donde nos quedamos y qué fue lo que agregaste, entonces te decía que igual podrías revisar lá última parte, yo siempre hago eso, soy muy quisiquillosa y perfecciono hasta el cansancio y hasta quedar satisfecha.
ResponderEliminarDe cualquier manera me parece una historia fantástica,muy bien escrita solo tienes que pulirle un poquito el final.
Te felicito porque tienes mucho talento y eres multifacético, algo difícil de encontrar. Animo!
Otro beso, más suerte y más magia...
"Como un pez en el agua"?
ResponderEliminarMe gusta doc pero sin el "un", qué te parece yoyi?
ResponderEliminarMe gusta doc pero sin el "un", qué te parece yoyi? esta parte no la entiendo ¿que quiere decir, magia?
ResponderEliminarQuise decir que me gusta para título el que propuso el doc (mitambor) pro sn el "un", o sea: "Como pez en el agua"
ResponderEliminarUn beso
Yo había pensado algunos titulos, aunque no me convencen mucho.
ResponderEliminar"purgatorio de aguas", "diatriba del perpetuo naufrago", "naufragio entre dos orillas"...
me ha encantado la historia, y a pesar de lo que digas el final me parece muy original.
sigue asi...