domingo, 17 de diciembre de 2006

Breve amanecer en La Habana sin sol

Me despierto. Hago silencio para no despertar a las demás personas que duermen en el mismo cuarto de mi casa del vedado. Voy a la cocina y un breve vaso de agua con azúcar negra, más unas gotas de un limón exprimido varias veces desde ayer se caen al vacío junto a un pedazo de pan que guardé para esta ocasión. Cojo la escopeta y le reviso el aire comprimido. Tiene poco. Con la bomba al igual que el mecanismo de un pozo de petróleo eterno a duras penas voy aumentando la presión de mi peligrosa escopeta de pesca casera. No tiene marca. Se sabe que el mango es la copia de una escopeta Nemrod española pero fundido en aluminio. El mismo aluminio de fundir calderos, llantas de carros, cafeteras, exprimidores de limón, como este que le saco hasta su último zumo. Es del largo de una Superstein pero más mortífera aún. La varilla es de pasador de bisagra del maletero de un chevy de los que eran taxi. Inmejorable acero cristalizado al carbono. Espoletas de acero níkel deseosas de penetrar la carne de algún pez. Cojo las demás cosas. Aletas, plomos para garantizar que me vaya al fondo con el menor esfuerzo, mascara súper occhio de la única que sirve en mi terrible nariz y descalzo como siempre paso el túnel de calzada rumbo a la puntilla. Aun es de noche. Oscuro. Algunos carros pasan como si les pesara todo, muy lentos pero haciendo un ruido terrible que raja la tranquilidad de la madrugada con alevosía. Apuro el paso más y más todo lo que puedo con toda la parafernalia pesada que llevo. Las suelas de mis pies descalzos se agarran bien al cemento de la cera. No hay zapatos mejores que estos. Además es un placer sentir el frío de la calle a esa hora, es como un alivio para quien siempre se esta quemando en una isla al fuego de todos los sentidos. El túnel no llega a su fin, es como si su soledad me obligara a estar con el un rato mas. Es increíble como dura a esa hora. Recuerdo a Tania, cuando la acompañaba a su casa y yo no quería llegar. Al pasar el túnel este se desplazaba bajo mis pies aun si me hubiera parado. Un par de abrazos, dos besos y ya estábamos fuera del túnel. Era maldito. Ahora mismo tenía esa horrible sensación que siempre me embarga en cuba de que estoy caminando sumergido en líquido. En líquido viscoso. Muy viscoso. Meses para una firma. Meses para un cuño. Meses para un turno. Meses para un beso. Meses para un encuentro. Meses para un viaje. Meses para morir. Cada vez que me atacaba la sensación del líquido viscoso me ponía tenso y empezaba a sudar sin parar, es lo que tiene caminar dentro de mercurio, o leche condensada, o chapapote. Pensando en estas cosas ya veía unos pequeños claros en la salida. Un poco de verde árbol confundido con la noche aun presente me daba cierto alivio no sin dejar de sentirme atrapado. El mundo marcha muy lento muy lento, me repetía una voz dentro de mí, hasta que llegaba a la salida.
El olor a mar y a algas descompuestas que salía de la costa me aliviaba de mi gran peso de la lentitud. Ya ponía rumbo a la costa de la puntilla, donde estaba aquel faro que hablaba sin palabras. Cada destello era un ay desmedido y sordo. Cada destello del faro de la puntilla era para llamar la atención. Años y años llorando en el mismo sitio sin ser observado. Nadie le hacia caso salvo algún pescador o enamorado que hacia sus necesidades en la oxidada base que alguna vez fue roja. Desde que existían las luces del malecón ningún barco reparaba en el aviso del faro. Las luces del malecón lo decían todo. Solo era seguirlas. El faro había quedado sepultado en una breve punta de roca olvidad por los habaneros, no era ni siquiera un faro como el morro que todos iban a ver. Era un faro común. Estaba ahí por reglamento marítimo. Por ley. Me sentí de pronto como el. Yo también estaba aquí por ley y reglamento, descalzo, pescando para ganar algo ese día. Casi llegaba entre mis pensamientos a la puntilla. Ví en lo negro de la noche el guiño rojo del pedazo de hierro animado y me acerqué a el. El mal tiempo había barrido toda su base, la había dejado impoluta y con un brillo impresionante. Nada de algas, nada de botellas, ni latas, ni papeles ni ningún resto de la presencia humana. Ahí había estado el mar y donde esta el mar; no queda nada. Miré al cielo. Estaba tan negro que parecía que el sol no vendría ese día a trabajar. Yo también puedo tomarme un día- pensé, y me senté en la base del faro a esperar que amaneciese. A medida que se hizo la poca luz de ese día fui viendo que el mar estaba muy malo para mí. Las olas estaban tan agresivas como si se quisieran vengar de la existencia de la tierra. A veces pienso que el mar no perdona que hayan emergido los bloques de tierra donde hoy los hombres destruyen y crean a su gusto, pienso que el mar quiere volver. Que algo le ha encomendado que recupere lo perdido y que subsane el error de habernos dejado vivir. Pero el mar ya no puede. Ni los mismos hombres pueden. Tan solo algún que otro día salta y cae con todas sus toneladas de sal sobre las primeras calles de la infinita ciudad y barre algún que otro carro o alguna que otra persona, de hecho ya ha roto todo lo que iba a romper y el hombre astuto construye pensando en el. Los muros más fuertes, las pinturas especiales, la cristalería más alta, las vigas con pinturas anticorrosivas. Claro, en mi habana esto no. En mi habana la costa rendía el tributo honroso de estar oxidada, corroída, despintada. Como una humilde reverencia al poderío infinito de quien va a vivir para siempre y ver como todos nosotros nos marchamos. La habana es una ciudad de respeto. Toda la destrucción que tiene la habana la tiene porque la habana respeta el mar en sus costas y calles adentro respeta a los habaneros, corroídos, oxidados, cansados y sin esperanzas. Por eso la habana se está cayendo. No importa cuantos Eusebios Leales haya, la habana no va a cesar de caerse mientras se caigan sus habitantes. A la habana se le cae un ladrillo por cada cubano que se va, se cae un edificio por cada lágrima de cada persona que ame a la Habana este donde quiera que esté.

Me acomodé en la base del faro. Era hora de los primeros claros pero estos seguían sin aparecer. Miré el reloj. Las seis y algo. Pueden pasar varias cosas. Uno: el reloj se ha adelantado y estoy aquí como un tonto y son las cinco de la mañana. Dos: han bajado una circular del consejo de estado con motivo del ahorro de energía que el sol saldrá media hora mas tarde. Tres: el sol estará a partir de ahora en dólares. Aunque todo podía pasar me incliné por la primera pero no fue así. Al levantar la vista de mi muñeca ya el cielo se estaba abriendo. Me recorrió un escalofrío desde la cabeza a los pies. Dos ojos estaban sobre la ciudad. Dos ojos por donde se veía que existía un cielo pero dos ojos serios. Dos ojos que juzgaban a la tierra ¿o a la Habana? ¿O a mí? Me asusté mucho. Dejé de mirarlos y esperé un rato. Volví a mirar y estaban ahí. A pesar de estar aclarando un miedo me recorrió el cuerpo por ese día. Como una advertencia dicha sin palabras. Miré a ambos lados para ver si alguien compartía conmigo semejante visión pero no había un alma en la costa a esa hora. El frío del cambio de vientos me apuñaló como para dejar bien claro mis pensamientos. La advertencia llegó. Es día no me tiré al mar. Cuando amaneció volví a casa y no gané nada. Quizás por eso puedo ahora contarles esta historia. .

Dos ojos sobre la ciudad

7 comentarios:

  1. ahhh...como estaba extrannando tus escritos, tan llenos de emociones y palabras sensatas (o encantadoramente insensatas).
    a pesar de no poder hacer nada en mi blog por ahora, vengo a leerte.
    besos,
    Liset

    ResponderEliminar
  2. Es interesante còmo le das vida (tu vida) a la Habana... El tùnel, el aire, el mar, el faro, la ciudad, el cielo, el frìo... todos parecen impregnados de un estado de ànimo particular, de temores y de deseos. Ese es un recurso literario que ahora no recuerdo el nombre, pero no importa. Lo que realmente importa es lo que transmites cuando sueñas con la Habana. Si, porque este post parece un sueño escrito. La Habana que transmites hoy es lùgubre.

    Como este no es el lugar para ponerme pedante con el psicoanálisis, permíteme comentar este "sueño escrito" en mi blog...

    ResponderEliminar
  3. Es interesante còmo le das vida (tu vida) a la Habana... El tùnel, el aire, el mar, el faro, la ciudad, el cielo, el frìo... todos parecen impregnados de un estado de ànimo particular, de temores y de deseos. Ese es un recurso literario que ahora no recuerdo el nombre, pero no importa. Lo que realmente importa es lo que transmites cuando sueñas con la Habana. Si, porque este post parece un sueño escrito. La Habana que transmites hoy es lùgubre.

    Como este no es el lugar para ponerme pedante con el psicoanálisis, permíteme comentar este "sueño escrito" en mi blog...

    ResponderEliminar
  4. bueno puedes hacer lo que quieras, y si me psicoanalizas en mi propio blog, gratis, adelante.tengo entendido que tu trabajo se cobra caro. pero no se nunca he estado en uno. gracias por visitarme esta es tambien tu casa.

    ResponderEliminar
  5. Asere, nadie le escribe asi a mi Santa Clara. De verdad que siento envidia de los habaneros por tener alguien asi como tu, que les hable sobre su ciudad.

    ResponderEliminar
  6. Casi que puedo sentir la costa oscura y el salitre penetrandolo todo, tremenda pena con el viejo faro abandonado, corroido por el tiempo de los hombres y el mar amigo y traidor a la vez que no le perdona.La Habana, que mas decir...fascinante Yoyin.

    ResponderEliminar
  7. Creo que la mezcla de la magia de las vivencias que tuvistes en Cuba y el poder que te esta dando el estudio para poder expresarlas, te ha hecho triunfar en el arte de escribir. No importa si hay 500 escritores "mejores" o "renombrados". Lo importante es lo bien que nos haces sentir con tus narraciones....Gracias por cada intento que haces..cada vez son mejores...
    Ivelise

    ResponderEliminar